martes, 5 de julio de 2022

Por las colinas embrujadas

Saludos a todos, damas y caballeros.

No considero que Mordheim sea el mejor juego de GW, he dicho hace poco que considero que ese honor le corresponde a Blood Bowl. Sin embargo, eso no significa que no lo considere un juegazo espectacular. Su sistema tiene muchas cosas buenas, pero una de ellas es cómo realmente supone una base muy buena para contar historias que pueden ambientarse en la Ciudad Maldita, pero también en muchos otros sitios.

Como en estas colinas

No es de extrañar que se acabara adaptando a muchos otros ambientes, en algunos casos por parte de los fans (como el excelente Border Town Burning, situado nada menos que en... Catai), pero también por la propia GW. La expansión más famosa es sin duda la del Imperio en Llamas, y tengo que decir que, siendo el gran amante del Imperio que soy, la posibilidad de explicar cada rincón de mi querida patria de fantasía en la turbulenta época de los Tres Emperadores es genial. Esto es lo que hicimos mi hermano y yo hace dos años cuando recorrimos la salvaje costa de Nordland en "Un asunto de contrabando", y quedan muchos más condados por visitar e historias que contar.

Así que, de momento, os dejo con esta introducción. Espero que os guste.

POR LAS COLINAS EMBRUJADAS

Pese a que el verano había llegado ya a Stirland, aquel día difícilmente podía distinguirse de cualquier otro que hubiera tenido lugar varios meses antes. El cielo estaba cubierto por nubes oscuras, de las que caía incesante una lluvia que empapaba los sombríos bosques bajo ellas. El posadero de "El martillo de oro", una casa de postas en el viejo camino enano que unía Averland con Wurtbad, había encendido una buena chimenea, confiando en que eso atraería a los viajeros y les haría permanecer más tiempo. Y, efectivamente, eran varios los clientes que se acurrucaban en torno a la lumbre, con los huesos calados tras haber sido sorprendidos por la tormenta. La mayoría eran comerciantes, pero no tardaron en hacer entrada los clientes más fantásticos que había tenido nunca.

Pese a que su posada estaba situada en una de las carreteras más importantes del condado, ese condado no dejaba de ser Stirland, uno de los más pobres de todo el Imperio y un lugar que casi nadie quería visitar. Esto solo servía para reforzar la tendencia innata de los stirlandeses al aislacionismo, por lo que Helmut, el posadero de "El Martillo de oro", estaba acostumbrado a ver casi siempre las mismas caras. Y aunque sus años de servicio en el ejército le habían dotado de cierto cosmopolitismo, al menos para los estándares de sus vecinos, no pudo evitar sorprenderse al ver a aquellos hombres entrar en su taberna.

"Estáis muy lejos de la Ciudad de Oro, forasteros"

Los recién llegados ofrecían un desfile de colorido y exotismo nunca antes visto por aquellas tierras, con amplios sombreros decorados con plumas de aves desconocidas y ropajes de rojo, azul y amarillo chillón. Helmut sabía que hombres así solo podían proceder de Marienburgo, aunque era la primera vez que veía a gente así.

Imagen de brochiefwave

"Tienes razón, posadero"

Quien habló era el que debía ser su líder, que había avanzado hasta situarse en la barra mientras la mayoría de los demás marienburgueses se acomodaban como podían en las mesas que quedaban libres. El capitán encendió una pipa, y Helmut salivó al observarla, pues era de una manufactura exquisita. Quizá incluso fuera enana. Una pipa como esa podría comprar tantas cabezas de res como las que pudiera tener el más rico hacendado de Wörden, y granjearse con ellas una jubilación tranquila.

No obstante, la avaricia de Helmut pronto dio paso a la preocupación. Dirigió una mirada rápida a sus clientes y vio que la mayoría estaban mucho más sorprendidos que él, pero unos pocos, los más atrevidos o más borrachos, estaban empezando a calcular cuánto podrían ganar si desvalijaban a aquellos petimetres de la ciudad. Y Helmut conocía lo suficiente la fama de los marienburgueses como para saber que eso era una mala idea. Sí, sin duda eran ricos, pero también eran duros y despiadados. Necesitaban serlo para proteger esa riqueza. Y si alguien era capaz de caminar por rutas infestadas de bandidos con esos ropajes y esos lujos, se debía a que era perfectamente capaz de defenderlas con acero y pólvora.

Sin ir más lejos, el hombre que tenía frente a sí y que comenzaba a llenar el ambiente con el humo de su pipa le generaba esa sensación. Quizá fuera por verlo a través del humo o por el reflejo del fuego de la cazoleta brillando en sus negros ojos, pero Helmut pensaba que aquel hombre tenía la expresión de un fanático. Si hubiera sido capaz de leer con mayor claridad el alma de las personas, Helmut habría descubierto que la causa de la inquietud que le producía aquel marienburgués era que se trataba de una persona que había visto muchas cosas, que habría deseado no haber visto la mayoría de esas cosas, y que se aferraba a una rectitud tan inquebrantable como el acero como tabla de salvación frente a todos esos horrores que le acechaban en las profundidades de su mente.

"¿Qué puedo ofreceros?" preguntó el posadero, deseoso de distraerse del sentimiento opresivo que le generaba su nuevo cliente a través del trabajo.

"Estaremos aquí hasta que pase la tormenta" dijo el marienburgués. Se le notaba el acento de la Ciudad de Oro, aunque no demasiado. "Mientras tanto, necesitaremos comida y bebida. Podemos pagarla"

Helmut no pudo evitar sonreír sardónicamente. No la llamaban la Ciudad de Oro porque sí. 

"Y también necesito información"

"¿Qué queréis saber?" preguntó Helmut con suspicacia. Era evidente que aquellos hombres no estaban en Stirland de turismo (nadie estaba en Stirland por placer, pensó amargamente) y unos individuos tan violentos solo podían tener negocios violentos.

"Quisiera saber si la situación es tranquila por estas tierras, y, en caso de no ser así, a qué se debe"

"Si fuera tranquila, no estaríais aquí, supongo"

"¿Cómo dices?"

El tono con que el marienburgués dijo eso asustó a Helmut. Quizá se había pasado de listo y había ofendido al mercenario. Intentó llevar la conversación a un lugar común en aquellos años sombríos.

"Bueno, he visto a muchos hombres dirigirse a Mordheim. Ya sabéis que está en la otra orilla del Stir. He supuesto que marchabais hacia allá"

El marienburgués negó tranquilamente con la cabeza, gesto que tranquilizó a Helmut. No parecía haberse tomado mal su impertinencia.

"No estamos aquí por la Ciudad Maldita. No creo que sea necesario irse tan lejos. Hay rumores de un extraño mal que se alza en el Este de vuestro condado, y aquí, en el oeste, estas colinas tampoco tienen buena fama"

Helmut se encogió de hombros. Aquel hombre tenía razón. No solo eran pobres como ratas, sino que encima tenían que lidiar con toda clase de horrores que parecían cada vez más fuertes.

"Así es. Estas colinas tienen una reputación tenebrosa. Dicen que es el lugar de descanso de los antiguos reyes, los que gobernaron esta tierra antes de la venida de Sigmar nuestro dios, y que no siempre están en sus tumbas..."

Imagen de Thomas Honz

"¿Ha habido algún incidente reseñable?"

"Hace dos o tres años desapareció uno de los pueblos de la zona. No diré su nombre, trae mal fario. Sus habitantes fueron torturados y masacrados por una bruja extranjera, que algunos dicen que fue ayudada por dos muchachas del pueblo. Está bastante aislado, pero si vuestros viajes os llevan a encontraros con sus ruinas, dad marcha atrás. Ese sitio está maldito"

El marienburgués asintió y dio una profunda calada a su pipa, desfigurando su rostro tras el velo del humo.

"Hace poco, por lo que decís"

"Todo ha ido a peor desde que cayó el cometa. Es como si esa hubiera sido la señal que esperaban los monstruos para invadir la tierra. Que el portador del martillo me perdone, eso pienso a veces"

"¿Qué podéis decirme de la ermita de Lüberg?"

El posadero se sorprendió ante ese aparente cambio de tema. Además, esa ermita no estaba lejos, pero sí alejada de los caminos, bien escondida entre las colinas encantadas de Stirhügel.

"Es como un faro en medio de un lugar tan oscuro. La ermita está muy aislada y recibe pocas visitas, pero para los habitantes de la zona es reconfortante que esté ahí. Y tengo entendido que el párroco es un hombre santo"

El marienburgués inspiró de nuevo de la pipa. El posadero sospechaba que había una correlación entre la cantidad de humo que expulsaba el forastero y su nivel de preocupación. Lo que no sabía era que el mercenario pensaba que, si los rumores eran ciertos, más le valía a aquel sacerdote ser un hombre verdaderamente santo. Lo iba a necesitar.

"¿A qué distancia se encuentra?"

"No está lejos, pero el camino es accidentado. Si de verdad queréis llegar hasta allí, no deberíais tardar más de cinco o seis horas, aunque la lluvia habrá embarrado los campos"

El marienburgués asintió, dio las gracias, y fue a sentarse con sus hombres, quienes reponían fuerzas con la comida y bebida que se les había servido. Al rato, la lluvia cesó, y los mercenarios pagaron y se marcharon. La cantidad de dinero que ganó en ese día hizo que Helmut casi sintiera lástima por ellos, y deseó que no sufrieran ningún daño mientras vagaban, como fantasmas multicolores, por las colinas embrujadas.

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