viernes, 10 de marzo de 2023

La pesadilla de una noche de invierno: epílogo (Soter)

Saludos a todos, damas y caballeros.

Con el informe de batalla que publiqué hace un par de días cumplo con mostrar los tres que jugamos durante la campaña "La pesadilla de una noche de invierno". Esta campaña ha servido para darle un pequeño empujón a la narrativa de las Regiones Devastadas, tanto por explorar una zona del mapa que ha tenido una influencia decisiva en las partidas como con la aparición del Clan Rikkens de Helios, quienes de hecho han ganado la campaña con sendas victorias sobre los ogros de Toni y mis imperiales.

Imagen de jcbarquet

Ya habrá oportunidad de vengarse de ellos en próximas campañas, las cuales me consta que se están desarrollando, y se presentarán por aquí llegado el momento. Mientras tanto, y siguiendo la auténtica tradición del Troglablog, presentamos un relato a modo de cierre de la campaña que nos ocupa, relato que se basa en el duelo que mantuvieron mi Águila de Myrmidia y el maestro asesino de los Rikkens... aunque llamarlo "duelo" es muy generoso, porque el socio ratonil apareció, coló un golpe letal y se piró. 

También me servirá para introducir una justificación del hecho de que use hechiceros en alguna que otra partida de ahora en adelante: la narrativa de las Regiones Devastadas está ambientada en el siglo XXI del mundo de Warhammer, en que el Imperio persigue a los hechiceros, y aunque mis muchachos son en realidad tileanos y están en los Reinos Fronterizos, no he jugado ni una sola partida con hechiceros. Esto es algo que quizá cambie a partir de ahora, aunque para nada en todas las partidas, porque además no considero a los magos TAN indispensables.

En cualquier caso, os dejo con el relato, que tiene mi nombre para separarlo del que Helios tiene intención de escribir, y que también será publicado. Espero que os guste.

EPÍLOGO

Dante Wallenstein había visto con inquietud la partida de su hijo Lucca hacia la Hondonada de los Sueños, y los días que habían pasado desde su partida no habían visto mejoría en su ánimo. Había tratado de disuadirle de acercarse a esa zona maldita, pero había tenido tanto éxito como cuando intentó que no se uniera a la guarnición de la Fortaleza de la Luz Perpetua. Lucca tenía un sentido del deber monstruoso, casi suicida, y no había forma de disuadirle de hacer lo que consideraba correcto, por peligroso o inconveniente que resultara. Lo que más atormentaba a Dante era que, quizá, su hijo tenía esa actitud tan exigente porque quería estar a la altura de la reputación de su padre, o quería darle motivos para que se sintiera orgulloso. Que su hijo pudiera ponerse en peligro o perder la vida por sentirse a la sombra de su padre era algo que atormentaba a Dante, y lo hacía especialmente en aquellas oscuras noches de invierno en que faltaba Lucca.

El abanderado de la fortaleza se había unido a la expedición comandada por el Águila de Myrmidia, Paola Spalletti, para investigar qué sucedía en la Hondonada de los Sueños. Las Regiones Devastadas era una zona especialmente salvaje, y los Wallenstein no podían ni querían estar haciendo frente a cada amenaza que surgiera en la zona, pero la Hondonada de los Sueños quedaba demasiado cerca del camino imperial como para ignorar los relatos, cada vez más frecuentes y preocupantes, de fantasmas, brujas y fuegos fatuos en la noche. Cualquier mal que pudiera suponer un peligro para la seguridad del camino debía ser contrarrestado.

Además, esas historias de no muertos y aparecidos inquietaban especialmente a una familia cuya rama imperial estaba envuelta, como todo el resto del Imperio, en una guerra cruenta y terrorífica contra los Von Carstein, guerra que ya duraba doce años y que no parecía que fuera a terminar pronto. El camino imperial se había construido para transportar ejércitos desde Estalia y Tilea hacia el teatro de operaciones imperial, y los Wallenstein siempre habían sospechado que, tarde o temprano, los Von Carstein podrían comenzar a hacer incursiones en la región. Lo que estaba sucediendo en la Hondonada de los Sueños bien podía ser obra de los condes ilegítimos de Sylvania, y ante tal posibilidad, enviar una fuerza expedicionaria a la zona era lo correcto y lo necesario.

Así que hasta allí había partido Lucca, el caballero de la brillante armadura, el soldado sin miedo y sin tacha. Había partido con una plegaria en los labios y sin temor en el corazón, pero inundando el alma de su padre de una preocupación atroz. Y cuando, tras pasar varios días, lo único que procedía de la Hondonada de los Sueños era un viento gélido, pero ni rastro del ejército imperial, Dante Wallenstein o pudo aguantar más, reunió a todos sus jinetes, y partió a la búsqueda de su hijo.

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La Hondonada de los Sueños era un lugar traicionero, impregnado de una magia ancestral que desorientaba a las personas y las condenaba, si no tenían cuidado, a moverse sin realmente avanzar, atrayéndolas hacia los lugares más recónditos y oscuros de la hondonada hasta que sucumbían al cansancio y al hambre. Por ello, la marcha de los jinetes imperiales fue insoportablemente lenta, debiendo asegurar cada paso del camino para no perderse. La niebla permanente del lugar representaba un velo etéreo, irreal, como si separara el mundo físico del mundo de los sueños. Aunque intentara no mostrarlo, hacía tiempo que Dante no sentía una inquietud tan asfixiante.

Tras deambular durante un tiempo imposible de medir, pero excesivamente largo para al atribulado corazón de Dante, los jinetes se encontraron con lo que parecían sombras de guerreros de antaño, pero que resultaron ser los restos de lo que, al salir de la Fortaleza de la Luz Perpetua, había sido un ejército. La bandera con la enseña de Myrmidia ondeaba contra la oscuridad del lugar, y Dante sintió un rayo de esperanza abrirse paso entre la negrura, pues era su hijo quien debía portar el estandarte. Se acercó a galope y, cuando vio que así era, descabalgó y abrazó a Lucca.

"¿Estás bien? ¿Estás herido?"

Dante vio un gran dolor en la mirada de su hijo, quien contestó:

"Yo no, pero ella..."

Señaló al Águila de Myrmidia, quien era llevada entre varios hombres, inconsciente. Dante corrió hacia ella, se arrodilló a su lado, y le tomó el pulso. Vivía, pero estaba inconsciente y la gravedad de sus heridas avisaban de una muerte cercana. Dirigiéndose a Konrad Von Pfunzig, su instructor, el comandante tileano le mandó:

"Coge a los diez jinetes más rápidos que tengas y llevadla al santuario de Shallya. No os demoréis bajo ningún concepto"

Y después, dirigiéndose de nuevo a su hijo, le preguntó:

"¿Qué os ha pasado? ¿Quién os ha atacado?"

"Cuando llegamos a la Hondonada, todavía en el límite con el camino, nos encontramos con una partida de ogros que venía del norte. Les plantamos cara y los contuvimos, aunque a duras penas. Entonces nos adentramos más en la Hondonada, esperando encontrar el origen del mal..."

Lucca Wallenstein hablaba con cierta dificultad, en parte por el cansancio que evidenciaba su rostro, pero también por lo doloroso de los recuerdos que estaba conjurando.

"En la zona más oscura nos encontramos con unos skaven. Creo que ellos tampoco esperaban vernos a nosotros, la batalla fue muy precipitada y sin orden, pero cayeron sobre nosotros con gran violencia, y uno de ellos hizo eso al Águila"

Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Dante. Skaven. Aunque muchos en el Imperio creían que su existencia era un mito, en Tilea eran más los que pensaban que eran reales. No en vano, las marismas que se extendían al norte de Miragliano ocultaban una gran cantidad de esas bestias. Y Dante se había enfrentado con ellos anteriormente, con lo que no podía permitirse el lujo de negar su existencia.

"Supongo que no hay más supervivientes..." murmuró Dante, mirando al escaso centenar de malheridos soldados que se había agrupado en torno a la bandera.

"No que yo sepa. Al ver que no podíamos ganar, cogimos el cuerpo del Águila, nos reagrupamos todos en torno a la bandera, y tratamos de retirarnos. Por suerte no nos persiguieron. Creo que estaban allí con algún propósito y que no contaban con encontrarse con nosotros, así que, cuando nos retiramos, nos dejaron estar"

Dante asintió, posó una mano en el hombro de su hijo y le dijo con cariño:

"Lo has hecho bien. Has mantenido el estandarte de la fortaleza y has guiado a estos hombres a través de la hondonada. Puedes estar orgulloso"

Lucca agradeció el cumplido de su padre con un seco asentimiento de la cabeza. Su pecho se llenó de orgullo, pero el cansancio no desapareció de su mirada. Después, Dante se acercó a Ruggero Wallenstein, quien también había formado parte de los jinetes enviados a encontrar el destacamento imperial, y, cuando estaba seguro de que su hijo no le escuchaba, le dijo:

"Ruggero, sé que conoces a personas con talentos... especiales"

El endurecido condottiero no dijo nada, dejando que fuera su primo quien siguiera.

"Hasta ahora nos hemos enfrentado en estas tierras salvajes con ogros, orcos, trolls... son enemigos duros, pero no son insidiosos. Una batalla contra ellos se libra simplemente en el campo de batalla. Los skaven... los skaven son diferentes, ya lo sabes"

Ruggero asintió, pero siguió sin decir palabra.

"Cuando esas criaturas salen a la superficie, es porque ya han tramado una red de alianzas y espionaje fuerte. No creo que puedan llegar a infiltrarse en la fortaleza, pero el camino no es seguro en estas circunstancias. Hay que contrarrestar esta amenaza, y eso no solo se hace en el campo de batalla"

"Entiendo" respondió, lacónicamente, Ruggero.

"Tenemos fondos" dijo Dante. "No demasiados, porque siempre hay ejércitos que pagar, pero podemos pagar exploradores, espías, sicarios, hechiceros..."

Aquella última palabra hizo que Ruggero finalmente se sorprendiera. Dante era suficientemente tileano como para considerar la existencia de asesinos, envenenadores y espías como parte de la vida, pero también tenía demasiada influencia imperial, y en el Imperio la hechicería estaba perseguida. No es que en Tilea se viera con muy buenos ojos, pero era posible encontrarse con adivinos, curanderos, alquimistas... Ruggero, efectivamente, conocía a unos cuantos, pero Dante nunca había querido tener el más mínimo trato con ellos, y el cambio de postura resultó llamativo a Ruggero. Quizá se debía a lo que los malditos hombres rata habían hecho con la sacerdotisa de Myrmidia. Tal vez los rumores fueran ciertos después de todo, y efectivamente ella y el castellano de la Fortaleza de la Luz Perpetua fueran amantes.

"Investigaré hasta dónde llega la influencia de esas ratas" dijo Ruggero, a sabiendas de que hacer eso le pondría en el punto de mira de los skaven. "E iré convocando a mis... contactos"

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