Saludos a todos, damas y caballeros.
Dentro de la campaña de Gaslands Murcia is a Lie Refuelled, la aparición de la Orden del Dragón del Salmy fue un auténtico revulsivo en las partidas, pues al llevar Orden del Infierno conseguía de algún modo aunar la rapidez de los Idris de Malvador con la capacidad de destrucción de mis Rutherford, creando un enemigo formidable. Este revulsivo lo es también a nivel narrativo, ya que la coña del hijo conjunto entre los de Malvador y los míos y el parecido con Sir Héctor, mi piloto-caballero, me llevó a crear una historia que podéis leer en este relato y en éste.
Gaslands, como muchos juegos de Osprey, apenas tiene ambientación o Trasfondo más allá de unas pocas pinceladas. Esto es algo que hemos aprovechado desde que comenzamos a jugar para darle nuestra ambientación particular, que tampoco está demasiado definida ni mucho menos, la vamos desarrollando un poco a salto de mata según van pasando cosas sensuales en las partidas o vamos creando equipos. Aparte de mis caballeros-piloto de NeoCamelot, tengo otros coches conversionados formando equipos que querría probar. Y el otro día echamos una partida en el que usábamos uno de esos equipos, pero cediendo las latas que ganaran a los equipos principales de la campaña, lo que me dio una idea para incardinarlos dentro de todo el Trasfondo que se ha generado en la campaña.
Lo que os traigo es, por tanto, el relato de esa improbable y extravagante amistad. Espero que os guste.
Tras el retorno del Dragón y su Orden surgida de los infiernos, los caballeros-piloto de NeoCamelot habían entrado en un estado de frenética actividad. Cada minuto contaba, pues tenían la certeza de que su enemigo había pasado mucho tiempo preparando su vuelta al mundo, y había sido capaz de pillarles desprevenidos, descansando en la complacencia de la victoria. Por ello, tenían que compensar en poco tiempo la ventaja que los caballeros infernales habían conseguido, y los valerosos defensores de NeoCamelot apenas podían descansar o dormir. Cada instante que se ganara forjando armas, preparando los vehículos, entrenando a las milicias o asegurando el suministro de combustible y alimentos era un instante necesario y que no volvería si era desperdiciado, pero sería echado de menos.
La inminente guerra entre ambas facciones no les afectaba solo a ellas, sino que todos los asentamientos y facciones cercanas estaban posicionándose, observando, calculando qué lado tomar en el conflicto y cómo podrían beneficiarse del mismo. NeoCamelot era uno de los asentamientos más poderosos y avanzados de la zona, lo cual, aunque no fuera mucho decir en comparación con el mundo que había existido antes del Cataclismo, sí implicaba que no eran pocos los poblados menores que vivían bajo su sombra y cuya supervivencia dependía directamente de los caballeros-piloto. Y con éstos cada vez más enfrascados en una escalada de violencia, la oportunidad que tenían los diversos grupúsculos de saqueadores y piratas de rapiñar esos poblados era cada vez mayor, lo que estaba obligando a NeoCamelot a llevar a cabo una estrategia de tierra quemada, reconociendo que no podía defender todo el territorio que hubiera querido. El mundo se hundía en una espiral de degradación y locura, y los Caballeros de la Mesa Redonda tenían que seleccionar bien sus batallas si querían tener esperanza de frenarla.
Así aconteció que Sir Lancelot tuvo que acercarse a un emplazamiento para su defensa, pues se sospechaba que la Orden del Infierno, bien mediante sus propios agentes o bien mediante maleantes y bandidos que hubiera reclutado para su servicio, pretendía hacerse con él. Se trataba de un sitio de escaso tamaño, pero gran relevancia, pues tenía capacidad industrial para producir planchas de aluminio con los que crear nuevos vehículos o reparar los ya existentes. Sus escasos habitantes, que se reducían a los trabajadores de la fábrica con sus familias y un bar, habían aceptado el credo católico y se consideraban vasallos de NeoCamelot, por lo que los caballeros-piloto tenían una obligación moral con ellos más allá del evidente interés militar.
A medida que la expedición liderada por Sir Lancelot se acercaba a la fábrica, el caballero-piloto pudo divisar el habitual desasosiego que se había apoderado de casi todos los asentamientos leales a NeoCamelot desde el retorno del Dragón. Incluso en un lugar que probablemente ya habría tendido al caos antes podía verse un desorden fruto de la necesidad de huir y de priorizar lo necesario y descartar lo innecesario. La vida desde el Cataclismo rara vez se caracterizaba por la sobreabundancia, pero incluso en medio de la habitual austeridad de los asentamientos había circunstancias en que solo lo verdaderamente imprescindible podía ser preservado.
Sin embargo, había otro elemento causando inquietud en la fábrica, y Sir Lancelot no tardó en darse cuenta de cuál era: en el linde mismo del asentamiento, suficientemente lejos como para mantener una respetuosa distancia, pero suficientemente cerca como para evidenciar sus intenciones, se encontraban unos cuantos coches destartalados y con decoración totémica. El caballero-piloto los reconoció como los salvajes Cazadores de Monstruos de Misericordia, y se acercó hacia ellos con las armas cargadas y una plegaria en los labios.
Por un lado, la actitud de los conductores enemigos, que se limitaban a mantenerse en el límite de la fortaleza sin amago de violencia, resultaba tranquilizadora. Si de verdad se hubieran unido al Dragón y pretendieran asaltar el lugar, sería poco probable que concedieran ventaja alguna a los famosos caballeros-piloto. Por otra parte, la presencia de individuos tan brutales y herméticos nunca podía ser completamente agradable. Sir Lancelot conocía muchos rumores referidos a aquel extraño culto guerrero, y si solo un cuarto de ellos eran ciertos, se trataba de auténticos demonios.
"Soy Sir Lancelot de NeoCamelot" dijo el caballero-piloto a través del altavoz de su coche, sin bajarse, cuando estuvo a una distancia suficiente.
Por respuesta, se abrió la puerta de uno de los coches, decorado con la espectacular cornamenta de lo que podría haber sido algún ciervo inmenso. Dos personas bajaron del coche, un hombre y una mujer, ambos semidesnudos, muy atléticos y con el desnudo torso recubierto de intrincados tatuajes. Como buen mujeriego, Sir Lancelot no dejó de apreciar la belleza del cuerpo de aquella mujer, pero éste se veía limitado por el hecho de llevar el rostro cubierto tras una máscara que imitaba la calavera de un ciervo... o quizá lo fuera. El hombre llevaba una máscara semejante, pero se la quitó cuando comenzó a hablar.
"Salud, hermano de cacería. Somos Wendigo"
De alguna forma, el rostro del hombre parecía ser incluso más despiadado que con la máscara puesta, como si ésta no fuera un instrumento para amedrentar sino, al contrario, algo que le permitiera mostrarse en sociedad. Sir Lancelot bajó de su coche para corresponder el gesto, pero tuvo que hacer un gran esfuerzo por no salir con la escopeta cargada que llevaba al lado. Aquellas personas no habían hecho ningún gesto que mostrara un enfrentamiento inminente, pero todo su ser llevaba implícita la promesa de la violencia.
"¿Podemos hacer algo por vosotros, Wendigo?"
"Esperábamos que fuera al revés"
Sir Lancelot no pudo ocultar su sorpresa. Los Cazadores de Monstruos no habían interaccionado con otras facciones prácticamente nunca, en parte por un puro deseo de aislacionismo y en parte porque eran demasiado salvajes como para ello. Tenían su propio credo brutal, el cual no compartían, y sus propios motivos, los cuales seguramente eran aterradores. Ésa era una imagen que los propios cazadores se habían preocupado por fomentar, con lo que verlos ofrecer su ayuda era bastante llamativo.
"¿Qué queréis ofrecernos" inquirió, intrigado, Sir Lancelot.
"Queremos ayudaros en la lucha contra el Dragón"
La sorpresa fue tan grande que el caballero-piloto no fue capaz de articular palabra, lo que aprovechó la mujer que también se hacía llamar Wendigo para proseguir.
"Hemos visto el rostro de la bestia. Hemos visto los ojos del Mal. No compartimos vuestro credo ni vuestros propósitos, pero tampoco nosotros queremos ver al Dragón alzarse. Eso solo traería muerte y sufrimiento"
Sir Lancelot asintió, satisfecho por las palabras de aquella hermosa y salvaje mujer. En el fondo, era probable que aquellos cazadores compartieran con los caballeros-piloto más de lo que parecía: la necesidad de defender a los suyos frente a los inacabables horrores de la tierra. Y contar con su ayuda no sería cosa menor, pues eran conocidos en toda la región como guerreros implacables sin miedo a la muerte.
"Os lo agradezco. Vuestra ayuda será bienvenida, y estoy seguro de que esta noticia será celebrada en NeoCamelot"
El hombre asintió, y dijo:
"Hemos venido hasta aquí porque creemos que va a producirse un ataque en breve. Veo que sois de la misma opinión. Podéis confiarnos la defensa del lugar"
"¿Estáis seguros?"
"Confiad en nuestra palabra, caballero de NeoCamelot. Los siervos del Dragón no podrán hacerse con este lugar mientras estemos aquí. Poned a salvo a los civiles, llevadlos a vuestra ciudad. Nosotros nos enfrentaremos al Mal"
Sir Lancelot agradeció de nuevo el gesto, e hizo lo que le había sugerido Wendigo. Éstos fueron a reunirse con los otros coches de la comitiva, y efectivamente no pasó mucho hasta que se divisaron en el horizonte las siluetas de varios coches, probablemente esbirros del Dragón o bandidos que se habían unido bajo su bandera para aprovecharse del saqueo y el caos.
"Que vuestra sangre sea verdadera, hermanos" dijeron los conductores de los cazadores, siguiendo sus extraños rituales, y se lanzaron al combate.
Imagen de Blaz Porenta |
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