domingo, 11 de junio de 2023

El portal

Saludos a todos, damas y caballeros.

Tal como he comentado varias veces en este blog, el Elder Scrolls IV: Oblivion es seguramente el juego que más me ha impactado en la vida. No el mejor al que he jugado (ese seguramente será el Darkest Dungeon) pero sí el que más me flipó al probarlo, cosa que fue culpa de Clavy. Tanto es así, que cada vez que llega el otoño, porque Clavy me lo enseñó en septiembre, mi mente empieza a mandar señales de que hay que volver a jugar al Oblivion. Con los días tan raros que hemos tenido hasta hace nada, esas señales me estaban llegando de nuevo, porque mi cuerpo ya no sabía si estábamos en junio o en noviembre.

Esa extraña disonancia climática se ha resuelto de dos maneras: en primer lugar, con un catarro de 24 horas que me a perjudicado el fin de semana y los planes frikis molones que tenía, que tendré que posponer; y, en segundo lugar, echando una partida de la campaña del Refugio del Cuervo, partida bastante molona que podéis ver aquí y cuyo desenlace bien merece un relato, porque quedó bastante molón.

Eso es lo que os traigo hoy. Espero que os guste.

EL PORTAL

Cuando Constantino consiguió alcanzar lo alto del torreón, sintió un escalofrío que nada tenía que ver con la herida por la que seguía sangrando. El torturado cielo mostraba colores imposibles, y el Refugio del Cuervo se veía azotado por una tormenta que no tenía nada de natural. Entre la lluvia, el viento huracanado y los infernales relámpagos que revelaban escenas de pesadilla, Constantino pudo divisar el origen de aquella afrenta contra la naturaleza: a no demasiada distancia de ellos se veía lo que debía ser el portal al que se había referido Oleana, una herida abierta en la realidad que pretendía separar la barrera entre los mundos y que el reflejo oscuro de Nirn que era Puerto Gélido pudiera conectarse con el plano mortal. A pesar de todo su considerable valor, Constantino no pudo evitar estremecerse. Estaba mirando de frente al Abismo.

Junto al portal que comenzaba a formarse, Constantino pudo divisar un sacerdote de los Nueve Divinos encadenado, seguramente alguien a quien habían secuestrado en el ataque al pueblo costero unos días antes y cuyo sacrificio era necesario para que el portal terminara de abrirse. Oleana estaba allí, aparentemente herida, pero todavía en pie, y un caballero embozado en una armadura negra y dorada. Incluso desde la distancia, el legionario de Anvil supo que aquel caballero era, indudablemente, un vampiro.

"¡A la carga, hermanos! ¡Por Akatosh! ¡Por Anvil!"

Constantino echó a correr mientras trataba de ignorar el dolor que Oleana le había causado con su puñalada, dolor que no era solo físico, sino también espiritual. Por su traición y, especialmente, por lo que podría pasar a su amada ciudad en caso de fracaso. Era evidente que el objetivo de los vampiros no era retomar el Refugio del Cuervo, sino que aquello era solamente la cabeza de puente desde la que lanzar una invasión en toda regla contra Anvil, apoyados por los daedras. Constantino sentía sobre sus hombros el peso de una responsabilidad enorme, algo que probablemente estaba más allá de sus posibilidades tal como se encontraba, herido y agotado. Y, sin embargo, no podía eludir ese combate.

Las flechas de arqueros esqueléticos comenzaron a silbar entre sus hombres. La tormenta hacía difícil que acertaran, pero no dejaban de suponer un riesgo. Sus propios arqueros intentaban contrarrestar a los no muertos y cubrir el avance hacia el portal, pero estaban afectados por la misma circunstancia y los proyectiles no eran nunca precisos. Sería un combate que se tendría que resolver a espada.

El caballero oscuro comenzó a avanzar hacia ellos, y Constantino vio ya, sin asomo de duda, que se trataba de un vampiro. Le delataban no solo sus rasgos infernales y el anaranjado brillo en sus ojos, sino su extraordinaria fuerza y poder. Lo pudo comprobar el primer miembro del Gremio de Luchadores que se acercó a él, un guerrero experimentado que consiguió herir al caballero, pero que justo después fue lanzado por los aires sin esfuerzo aparente por el vampiro. Éste alzó la espada hacia Constantino y dijo, con su voz de ultratumba:

"Lucha contra mí, defensor de Anvil. Primero caerás tú, y después, tu ciudad"

Si hubiera podido elegir, Constantino habría elegido estar en absolutamente cualquier sitio antes que allí, enfrentándose a un enemigo al que sabía que no podía superar, al menos no en el estado en el que se encontraba. Pero no le quedaba más remedio, y, al menos, podía intentar que su sacrificio sirviera para algo. Miró a Kantius Varim, el caballero de refulgente armadura que era el más destacado de los luchadores contratados, y por suerte entendió su mensaje: entretendría al vampiro el tiempo que fuera posible para que él matara a la hechicera y liberara al sacerdote de los Nueve Divinos.

"Anvil no caerá mientras pueda sostener mi espada, abominación" replicó Constantino.

"Eso no será un problema"

El imperial se lanzó sobre el vampiro intentando atravesarle el corazón, pero, tal como había imaginado, el no muerto era demasiado habilidoso como para que aquel golpe desesperado funcionara. En cualquier caso, Constantino supo defenderse a tiempo de su contraataque, y pasó a un combate más defensivo, protegiéndose tras su escudo mágico mientras intentaba encontrar un hueco abierto en la guardia de su oponente por el que poder colar una estocada letal. Pero el hueco no aparecía, y mientras el legionario se encontraba cada vez más cansado, la impía vitalidad de su oponente inclinaba cada vez más una balanza que nunca había estado a favor del imperial.

No obstante, el plan parecía funcionar, pues Constantino captó de refilón cómo, en la lejanía, Kantius decapitaba de un poderoso tajo a la hechicera traidora. Satisfecho, le dijo al vampiro:

"Parece que no podrás abrir el portal"

El vampiro se giró para ver lo que señalaba el imperial, y contempló el cadáver decapitado de la hechicera, pero no pareció importarle lo más mínimo. Estaba claro que había malgastado su vida sirviendo a quien la consideraba simplemente como un peón prescindible.

"No la necesito, imperial"

El vampiro dirigió una estocada que, esta vez sí, alcanzó a Constantino de lleno, y solo un último movimiento desesperado del imperial evitó que le atravesara el corazón y lo matara al instante. En cualquier caso, ya no podría continuar la lucha. Todo dependía de Kantius Varim, quien corrió hacia el sacerdote de los Nueve Divinos mientras la tempestad arreciaba y enfermizos resplandores de color verdoso comenzaban a filtrarse desde el portal, que luchaba por abrirse y consolidar la invasión de Puerto Gélido en el mundo material.

"Cuidado..."

Era imposible que Kantius hubiera podido escuchar el grito de alerta de Constantino, pero era un buen luchador, y vio venir al vampiro. Evitó su finta, bloqueó su golpe, y dirigió un potente tajo hacia el cuello de la abominación, degollándolo. El vampiro cayó al suelo derrotado, el caballero se dirigió hacia el sacerdote apresado, y Constantino, reconfortado por el triunfo final de sus soldados, sucumbió a la pérdida de sangre y se desmayó al final...

Y gracias a eso no pudo ver cómo el vampiro se ponía en pie pese a la gravedad de sus heridas, se dirigía hacia un despreocupado Kantius por la espalda, y le decía:

"Un buen golpe, caballero... pero no ha sido suficiente"

Kantius comprendió con horror que había cometido un fallo crítico al pensar que su enemigo estaba muerto. Se giró para hacerle frente, pero era demasiado tarde, y el vampiro devolvió el mismo golpe que le habían propinado. Solo que, en este caso, la cabeza del caballero acabó rodando por el suelo. 

"Acabemos con esto" murmuró el vampiro mientras agarraba al sacerdote y lo degollaba. Las horripilantes luces que iluminaban el Refugio del Cuervo brillaron con impía exaltación, un aullido de triunfo y nacimiento alumbró la torre, y el portal a Puerto Gélido se abrió finalmente.


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