jueves, 13 de noviembre de 2025

En aguas turbulentas

Saludos a todos, damas y caballeros.

Antes de verano jugamos Sir Sedentor y yo una partida maravillosa, una escaramuza entre mis imperiales y sus pielesverdes ambientada en el Río Reik, como parte de la campaña "El Lamento de Wallenstein". Tengo que decir que esa partida en concreto es de las que más he disfrutado, y tal me está pasando con la campaña, que aunque vaya algo lenta por sus particularidades logísticas creo que está quedando muy bien. Yo desde luego me lo estoy pasando en grande.

Imagen de JG O´Donoghue

Confío en poder traer pronto el último escenario de la campaña, con su correspondiente informe de batalla. Si todo va bien lo dejaremos resuelto en unos diez días. Pero antes tenía un asunto pendiente, que es hacer un relato de la partida marítima (fluvial, más bien) que jugamos hace ya unos meses. Hay que ser ordenado y hacer las cosas bien, y con ese ánimo traigo el relato de esa partida. Espero que os guste.

EN AGUAS TURBULENTAS

Aunque se esforzara por disimularlo, el corazón del joven Leopold Wallenstein estaba a punto de estallar en una mezcla de rabia, preocupación y responsabilidad. Las terribles noticias de la incursión pielverde en sus tierras habían llegado incluso a los remotos salones de Karak Hirn, y en cierta forma se alegraba de que hubiera sido así, pues no habría soportado volver de su embajada en la fortaleza enana para encontrarse un lugar devastado sin haber sabido siquiera el peligro en que se encontraba. Pero, al mismo tiempo, la urgencia con que aquello le impelía a actuar se había sobrepuesto a todo lo demás, y su vida había pasado a estar gobernada por circunstancias ajenas a su voluntad y muy perturbadoras.

Los enanos, por supuesto, habían entendido que tuviera que marcharse. Quizá aquella desafortunada circunstancia hubiera servido para reforzar los lazos más de lo que las palabras y los regalos habían podido conseguir: ambos entendían bien la plaga que suponían los pielesverdes, y ver al joven Wallenstein marchar apresuradamente para defender sus dominios de la amenaza había causado buena impresión. De hecho, antes de marcharse, su anfitrión le había prometido:

"Haremos todo lo posible por enviaros ayuda. Reuniremos un grupo de soldados y os seguiremos. Vos debéis partir ya, pero nuestras hachas estarán a vuestro lado en cuanto estén disponibles"

Leopold no había dudado ni por un momento de la honestidad de tales palabras, en buena medida porque habían sido pronunciadas con gran solemnidad, pero también porque nada agradaba a los enanos más que una buena pelea contra sus enemigos ancestrales. En ese momento había caído en la cuenta de que ya se había enfrentado a skaven y a elfos... los pielesverdes eran el tercero que quedaba para unirse a la raza enana en la lista de enemigos comunes.

En todo caso, ese pensamiento y esa promesa eran insuficientes para calmar los ánimos de Leopold, quien solo podía imaginar los estragos que los malditos incursores orcos y goblins estarían causando en sus preciados cultivos, la fuente de su riqueza y del sustento de cientos de familias de Averland. Como todo Wallenstein, familia en origen procedente del Condado perdido de Solland, sabía muy bien hasta dónde podía llegar la destrucción causada por sus ancestrales enemigos. Y por eso, por mucho que intentara aparentar calma, incluso el capitán Vincenzo Barella percibió su turbación cuando se subió a su navío.

"No os preocupéis, excelencia. Pronto estaremos en vuestras tierras"

"Os lo agradezco, capitán"

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El navío del capitán Barella cortaba las aguas como si estuviera contagiado por la ansiedad de su pasajero principal. Los Wallenstein habían tratado varias veces con él para navegar por el Reik porque sabían que era un buen marino y por la cercanía cultural, al ser un emigrante tileano y, por tanto, adorador de Myrmidia. Para Barella también era un buen trato dada la amplitud de las arcas de los Wallenstein, y aunque sus acuerdos solían ser de naturaleza comercial, como transportista de los toneles de vino de la familia hacia Nuln y Altdorf, el Reik era suficientemente peligroso y la carga era suficientemente valiosa como para que la barcaza llevara una buena dotación de hombres armados.

Y eso era una suerte en aquellas aguas turbulentas.

Tras bordear un meandro, el capitán Barella pareció volverse particularmente activo y vigilante, otendo la costa con un interés casi rayano en el nerviosismo. Asombrado, Leopold Wallenstein le preguntó:

"¿Va todo bien, capitán?"

"Por el momento sí, excelencia"

"¿Por el momento?"

Vincenzo Barella dio una larga calada a su pipa, pero no dejó de observar la costa.

"Siempre ha habido piratas por aquí. Uno de los más taimados y pérfidos es un goblin, una criatura infernal a la que creo que llaman Skaben. Ya he tenido varios encontronazos con él, y es de esperar que, si hay tribus pielesverdes que han conseguido forzar el Paso del Fuego Negro, algunos se hayan unido a su tripulación"

La expresión de Leopold se oscureció todavía más. Había contado con poder llegar a sus tierras sin contratiempos, pero si se les cruzaban unos indeseables piratas goblins eso podría ser más difícil... o incluso imposible, según el éxito que obtuvieran.

"No os preocupéis" dijo el marino, viendo la expresión sombría de Leopold. "Ese infame de Skaben ha intentado hundir mi barco varias veces, pero nunca lo ha conseguido"

En cuanto pronunció esas palabras, el capitán divisó movimiento en la ribera. Echó mano de su catalejo, aunque tenía la intuición de lo que iba a ver: efectivamente, varias decenas de goblins estaban esperando en tierra y, al ver pasar su navío, habían echado precarias balsas al río y se estaban subiendo a ellas.

"... y no lo va a conseguir ahora"

Inmediatamente ordenó zafarrancho de combate, y todos los mercenarios que viajaban a bordo se prepararon para el abordaje. Había unos cuarenta hombres armados y veteranos, la mitad de los cuales llevaban arcabuces o ballestas, por lo que no le sería fácil a los pielesverdes tomar la embarcación. Ni siquiera cuando el destartalado navío de Skaben hizo aparición por la proa se inquietó el ánimo del capitán Barella, ni por tanto el de Leopold, a quien la disposición combativa del tileano proporcionó seguridad. Por su parte, comprobó que tenía las pistolas cargadas y se preparó para el inevitable choque...

Hasta que una extraña ondulación en las aguas, en la popa del barco, llamó su atención.

¿Eso que se acercaba nadando eran trolls de río?

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Los pocos pielesverdes que quedaban con vida desistieron de seguir su ataque cuando vieron al capitán Skaben caer por la borda. El demencial goblin había logrado asaltar el navío tileano, pero Vincenzo Barella había corrido a interceptarlo y, tras un breve pero enconado duelo en que habían dejado salir todo el odio acumulado a lo largo de años de batallas fluviales, el tileano había conseguido malherir al goblin y arrojarlo al mar.

Aquello fue demasiado para el resto de los piratas pielesverdes, quienes dieron media vuelta con sus balsas y optaron por volver a la relativa seguridad de la ribera. Los mercenarios les dispararon en su huida, y mataron a unos pocos, aunque también éstos habían sufrido gravemente. La escaramuza se había decidido como suelen decidirse todas las batallas, más por una cuestión de temple que de habilidad o estrategia. Si los goblins hubieran seguido presionando un poco más, quizá hubieran llegado a hundir o capturar el barco.

Vincenzo Barella regresó al castillo del navío, de donde había bajado para enfrentarse a Skaben cuando éste asaltó su barco por la proa. El maldito pielverde le había alcanzado con una de sus pistolas robadas, pero la herida no era mortal. Sin duda se recuperaría. Atrás había dejado a Leopold Wallenstein, quien se había batido con arrojo e incluso había matado a uno de los trolls que trataban de subir al barco atravesándole el ojo y el cerebro con su espada hechizada.

"Yo también podría matar trolls a patadas si tuviera esa espada... supongo" pensó Vincenzo, quien pese a todo no tenía necesidad de poner a prueba tal afirmación, por si acaso se equivocaba.

Subió los escalones que llevaban al castillo confiando en que allí encontraría a Leopold en perfecto estado. Sin embargo, cuando llegó vio que se encontraba tumbado, atravesado por varias flechas. Corrió hacia él temiendo que estuviera muerto, pero respiraba y no parecía demasiado atribulado, lo que daba testimonio de su gran fortaleza.

"¡Estáis herido, excelencia!" dijo el tileano, remarcando lo obvio.

Leopold asintió.

"Gracias a Myrmidia, creo que no me han dado en ninguna zona problemática... si no tardamos en llegar, creo que podré..."

"Estos malditos goblins nos han retrasado, pero no han causado daños graves en el barco. Si todo va bien, en media hora podremos atracar en vuestros muelles"

"En tal caso, creo que podré sobrevivir... y hacer pagar a los pielesverdes por estas heridas"

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