martes, 19 de noviembre de 2019

[Las Mil Pesadillas] Chantal y Lo Innombrable



Un poco de intrahistoria: si hay un autor de relatos de terror al que recomiendo leer encarecidamente es Montague Rhode James. Este buen hombre escribió una treintena de cuentos a lo largo de su vida, la mayoría de ellos simplemente decentes, pero con los seis o siete que son buenos de verdad TE CAGAS. Ríete de Lovecraft. Uno de sus grandes méritos es el monstruo que presenta: en los relatos de M. R. James, el ente no es un fantasma etéreo ni una bestia, sino algo a medio camino. Es claramente sobrenatural, espectral, pero a la vez es físico y tangible. Es una abominación en los dos planos. Y eso, en los relatos en los que consigue hacerlo bien, te pone los pelos de punta.

Cuando salió el concepto revisado de las mandrágoras de los Eldar Oscuros, allá por la cuarta o quinta edición de 40k, me llamaron mucho la atención porque se parecían mucho a los monstruos de M. R. James. Seres que vivían en una dimensión alternativa desligada del mundo material pero con capacidad de entrar en ese mundo material cuando quisieran y liarla parda. Eso, junto con el hecho de que las miniaturas que sacaron para representarlas son brutales, hizo que me enamorara del concepto.


Cuando comencé a hacer mi ejército de No Muertos quise incluir un monstruo parecido, naturalmente representado con una miniatura de mandrágora de 40k, que no desentona demasiado en Fantasy. El relato que tenéis a continuación es la justificación trasfóndica de la existencia de ese ser, que se llama simplemente "Lo Innombrable". Cuando lo he usado en Reforged lo he usado como Rey Necrófago. En Sexta con Manuscritos de Nuth no existe tal cosa y, aunque supongo que podría encajar como espectro, no me termina de convencer esta opción, por lo que nunca lo he usado realmente. En cualquier caso, aquí tenéis el trasfondo de este individuo. Espero que os guste.




Chantal sonrió con cierta nostalgia cuando llegó ante las puertas del palacete. Su aire decadente, siniestro, le recordaba bastante a la Mansión de los Mil y Un Cortes, aquel refugio que ella y su hermana arrebataron a un incompetente mafioso y que logró convertir en el nido de perversión, lujuria y sadismo que desde entonces, aunque fuera en distintas localizaciones, siempre la había acompañado. Aquel fue su primer hogar, por extraño que sonara aplicar ese calificativo a un sitio donde el asesinato, la violación y la tortura eran las bases fundacionales de la mansión. Pero, para Chantal, aquello era como estar en casa. Aquella fue su casa.

Las puertas se abrieron sin oponer resistencia, casi como si imploraran a su visitante que entrara y no las dejara a solas con la profunda maldad que moraba en sus entrañas, sensación reforzada por el quejido lastimero que emitieron al abrirse. Una vez en su interior, la nigromante notó cómo apenas llegaba ruido del exterior, y un ominoso silencio flotaba entre el polvo y la negrura. En realidad, el orden estaba volviendo poco a poco a Voronezh, tras haber sido retomado por las tropas No Muertas. Chantal había visto cómo Krithelia y su hechicera apilaban a todo hombre, mujer y niño en torno a un altar improvisado con la intención de masacrarlos. Si había detenido aquel acto no era por amor a los ciudadanos de Voronezh, aunque estos habían salido indirectamente beneficiados, sino porque tal sacrificio habría revertido el equilibrio mágico del pueblo, preñado de magia de Shyish. Gracias a su victoria había conseguido no sólo una mayor adoración por parte de los pueblerinos, sino reforzar ese vórtice mágico del viento amatista.

Y eso iba a cambiar muchas cosas.

Chantal descendió por las escaleras que llevaban al sótano de la mansión. Caminaba con su habitual elegancia, aparentemente despreocupada, como si se encontrara en un desfile de modelos. No obstante, cualquier practicante de magia arcana sabría ver que, en ese momento, los vientos de Shyish se arremolinaban en torno a ella como si fuera un remolino, abrazando con lujuria su vestido negro y su precioso cabello rubio. La mujer que descendió al sótano era de una incomparable belleza, pero una belleza terrible, un huracán apenas disimulado de poder nigromántico.

Al bajar por completo las escaleras, Chantal se quedó inmóvil en el centro de la oscura sala, con los ojos cerrados. No murmuró ninguna palabra, no comenzó ninguna invocación. Estaba totalmente absorta, esperando.

Una sombra emergió de algún lugar recóndito del sótano. Un ser cuya piel era tan tenebrosa que parecía beber de la oscuridad del lugar, aunque intrincadas runas recorrían su cuerpo, brillando con un inquietante fulgor púrpura. La figura se arrastró hacia la nigromante, quien no hizo ningún amago de moverse, y ni siquiera abrió los ojos cuando el ser, incapaz de dejar de emitir un cierto sonido ronco por la excitación de la presa, se acercó a ella desplegando sus garras.

La sombra hecha carne saltó a por la hechicera.

"¡Detente!"

Chantal alzó la mano, y aquella aberración quedó inmóvil, suspendida en el aire a escasos centímetros de la nigromante. Era difícil decir si la bestia tenía ojos en el sentido humano de la palabra, pero de alguna forma Chantal disfrutó al ver en lo que debería ser su mirada la frustración y la ira de saber que no podía tocarla. El ser se contorsionaba y sufría espasmos causados por la propia desesperación de no poder satisfacer su sed de sangre, pero por mucho que lo intentara, no conseguiría tocarla. Chantal disfrutaba con eso. Eran incontables las veces en que alguien había intentado poseerla y había enloquecido por ser incapaz de hacerlo.

"Vaya, pobrecito… - susurró Chantal con descaro -. Te gustaría tocarme, ¿verdad? Te gustaría desgarrar mi garganta y mi corazón, probar mi carne, beber mi sangre, quebrar mis huesos…"

La sonrisa en la cara de la nigromante se transformó en una mueca de puro odio.

"¡¡¡¡PUES NO PODRÁS!!!!"

Un giro de muñeca lanzó al ser volando contra la pared más cercana. La fuerza del impacto fue tan brutal que destrozó varios ladrillos, y levantó una considerable humareda de polvo. Por un segundo reinó el silencio, un silencio aún más inquietante que los aullidos de furia de la abominación, hasta que, surgiendo de la nube de polvo con la rapidez de un relámpago, ésta se lanzó de nuevo a por Chantal.

"¿Quieres seguir jugando?"

La nigromante agarró a la criatura del cuello. Evidentemente, no era su mano normal la que le proporcionaba la fuerza necesaria como para detener el ímpetu de aquel ser. En ese momento, la mano de la nigromante estaba envuelta en una llamarada violeta, que se fue extendiendo por su cuerpo, cubriéndola con un aura fantasmagórica. Incluso la propia voz suave y melosa de la hechicera cambió para convertirse en algo parecido al rumor de hojas secas esparcidas por el viento, a las campanas que tañen por los caídos, al áspero susurro de la soga.

"Durante años he cumplido los rituales – dijo aquella voz extraña -. Carne y sangre, el sacrificio necesario para que no asolaras el pueblo. Durante años te he servido. Pero eso ha terminado".

Un hechicero habría podido ver un auténtico pandemónium en torno al esbelto cuerpo de la nigromante, una vorágine de Shyish que sólo una auténtica maestría en la nigromancia, así como una locura más allá de toda redención, habría podido llevar a alguien a valerse de tal nivel de magia en estado puro. Chantal poseía ambos de sobra.

"Tu poder es tu maldición, criatura de las sombras. La noche en que te convertiste en lo que eres lo aceptaste. Eres un instrumento de Shyish, un sagrario de magia amatista, y esa es tu fuerza… pero yo… yo soy la maestra".

Chantal soltó a la aberración, que cayó al suelo como un despojo, incapaz de moverse, incapaz de levantarse. La nigromante podía estar totalmente loca, como así era, pero era suficientemente inteligente como para escoger sus batallas. Y, gracias al vendaval de magia amatista desatado en Voronezh, había obtenido suficiente poder como para poder vencer en aquel enfrentamiento. Y así había sido.

 "Ahora eres mío".

Y aquí el colega pintado a mi estilo, es decir, mal


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