Asanda escuchó el
coriáceo y ominoso batir de unas alas ultraterrenas, y supo inmediatamente lo
que iba a pasar. Frente a ella, a no demasiada distancia, se encontraba la
Maestra de la Carne, la poderosa y escurridiza nigromante que evitaba que
Voronezh se uniera a la larga lista de trofeos reclamados por los Degolladores.
Tendría que correr mucho si quería evitar su destino esta vez.
I'bhakor el Desterrado, el señor demoníaco rechazado por los dioses, alzó el vuelo lleno
de ira, elevándose por encima del combate que sostenían las tropas no muertas
contra los invasores. Antes incluso de que el condenado se alzara en toda su
majestuosidad, Chantal ya había comenzado a correr, sabiendo que su
condenación se encontraba cerca. Asanda sonrió. Le habría gustado poder invocar
a alguien más poderoso que I'bhakor, pero la magia de Shyish era demasiado
poderosa en el lugar, y no habían conseguido erradicar ese foco, con lo que
sólo aquellos demonios demasiado desesperados de gloria o demasiado humillados
para soportar una última humillación acudirían a su llamada. El Principe Negro
ya había sido suficientemente generoso, y solicitar que alguno de sus grandes
campeones se uniera a la refriega habría sido hacer una petición demasiado
enervante. Pero I'bhakor había respondido, y eso debería bastar.
El
demonio aterrizó en el lugar donde escasos segundos antes había estado la
nigromante, quien ahora se encontraba trastabillando entre las oscuras aguas de
una laguna no demasiado profunda. I'bhakor se relamía ante la pieza que iba a
cobrar, y la posibilidad de que los dioses le rehabilitaran como recompensa por
destruir a alguien que tan obstinadamente les negaba adoración. Y si ella caía,
Voronezh lo haría también…
La
sonrisa se congeló en los delicados labios de Asanda. La saturación de Shyish
hacía que su control de los vientos de la magia fuera tenue, pero en ese
momento sintió una terrible pérdida de control, una fuerza que le despojaba de
su poder y lo arremolinaba en un impío vórtice… cuyo epicentro era Chantal. La
medio elfa miró a la nigromante. Ver su cabello y sus ropajes mojados y
desencajados era realmente excitante, pero esa excitación sexual no pudo
disimular, ni siquiera reducir, el auténtico pavor que sintió al ver tamaña
cantidad de energía mágica rodear su cuerpo, el tono violeta de la tersa piel,
la inmensa furia y la total carencia de la más mínima cordura. Quizá por eso Asanda
nunca llegaría a su nivel de poder. Quizá por eso la habían subestimado tanto.
Sólo una persona total e irremediablemente loca se atrevería a usar tal energía
mágica en estado puro, pero Chantal lo estaba.
E
iba a desatar un infierno.
Chantal
se irguió llena de furia. Podía notar los intentos de los ahogados en la laguna
por llegar hasta ella y atraerla a su condenación, podía notar el deseo, no
sexual pero no por ello menos poderoso, que el demonio sentía hacia ella. Podía
notar cómo todos ellos pensaban que sería una presa fácil.
Estaba
harta de tener miedo, y sabía que nunca se perdonaría el ataque de pánico que
había vivido momentos atrás. Había tenido miedo durante su infancia, había
tenido miedo en Mordheim al perder a su hermana y su mentora, había tenido
miedo ante la inmensa destreza y crueldad de Aurelian. Pero había aprendido a
contrarrestar eso y a ser ella la que inspirara temor. Había cometido
crueldades inenarrables, había dominado a libros blasfemos que intentaban
apoderarse de su alma a medida que los leía, había asesinado, violado y
torturado, y había experimentado el placer de ser ella la que instigara el
terror. Y no iba a tirar todo eso por la borda.
El
demonio se acercó a ella, midiendo los pasos, buscando alargar el momento al
máximo. Cuando vio que el pavor había desaparecido de su pretendida presa, se
sintió inseguro, e intentando no perder el control, gritó:
"¡¡¡Los dioses me recompensarán cuando les lleve
tu cuerpo destrozado!!!"
Chantal lo
miró con desprecio. A su alrededor, Shyish se condensaba en un horripilante
vórtice, una energía tan poderosa como la que sentía la hechicera cada vez que
alcanzaba el orgasmo. En cierto sentido, iba a ser algo parecido, aunque mucho
más destructor.
"Tú sirves a los dioses – dijo ella con la voz
deformada por la magia que bullía en su interior -. Te enseñaré cómo obedecen
los siervos de una diosa de verdad."
La nigromante
alzó los brazos, gritando por el puro esfuerzo, espiritual y físico, de canalizar
un nivel de magia tan poderoso. Con temor y asombro, los guerreros de los
dioses observaron cómo, de forma tan precisa que ni el más disciplinado
ejército podría jamás igualar la maniobra, todas las tropas no muertas se
giraban para encarar las amenazas dirigidas a su señora y, envueltos en jirones
de color púrpura y con una tenebrosa luz brillando en las cuencas de sus ojos
perdidos, cargaban a sus enemigos. Los tumularios, comandados por el
Condottiero Ruggero el Descreído, se abalanzaron como posesos, mostrando un
vigor totalmente antinatural, contra I'bhakor el Desterrado, quien sólo pudo rugir
de frustración al ver cómo una vez más su posibilidad de redención se le
escapaba de las manos. Por su parte, la amenaza de los jinetes bárbaros y de
las diablillas montadas quedó desmantelada por la caballería tumularia y los
esqueletos, y las tropas de la No Muerte restablecieron su posición sobre el
campo de batalla, salvando así a su diosa.
"Eso es… - susurró Chantal jadeando, agotada por
el esfuerzo -. Cazadlos, criaturas mías, y que se unan a nosotras… tarde o
temprano, todos me acabarán sirviendo."
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