Tres hombres, una mujer y tres
mastines (uno de ellos hembra) avanzaban por el viejo camino, envueltos en la
niebla. Habían abandonado la posada antes de que saliera el sol, y llevaban ya
cuatro horas caminando. Aunque al principio habían hablado más, ahora se
mantenían en silencio, en parte porque empezaban a acusar la caminata (aunque
no llevaban equipaje demasiado pesado), en parte porque con esa niebla era
peligroso llamar la atención sin saber qué había a más de veinte metros. Se
dirigían al pueblo imperial de Sauerlach y aún les quedaba al menos una hora de
viaje. Allí, si las condiciones eran las adecuadas, permanecerían durante
bastante tiempo. El hombre que iba en tercer lugar llevaba un documento que le
otorgaba poderes especiales, entre los que se encontraba la obligación para
todo ciudadano imperial de
proporcionarle alojamiento y alimentación si así lo solicitaba. Maximilian
esperaba no tener que llegar a tal extremo, pues de momento él y sus
subordinados todavía contaban con fondos suficientes como para poder mantenerse
una temporada. Pero de ser necesario no dudaría en emplear su autoridad para
poder llevar a cabo su misión.
La acólita interrogadora Livia
Bibácula, que en ese momento abría la marcha unos tres metros por delante suyo,
seguida de cerca por el jóven Víctor Spiegel, se detuvo, con los brazos que
sujetaban su ballesta en ligera tensión, intentando discernir algo entre la
niebla frente a ella. Yesca, la feroz mastín gruñía en posición de ataque,
mientras que Tizón y Pedernal se aproximaban recelosamente.
"¿Qué ocurre?" - preguntó Maximilian mientras se ponía a su altura.
"Algo o alguien se aproxima por el camino, lo oigo."
Sebastian Vulkermaier, que
cerraba el grupo, se acercó mientras descolgaba del hombro su ballesta. Era
cierto, podían oírse ruidos más adelante, dirigiéndose hacia ellos.
"Son cadenas." - continuó Livia - "Puede tratarse de una patrulla con prisioneros."
"O puede tratarse de un grupo de esclavistas. Esperemos no tener contratiempos."
El grupo se quedó quieto en mitad
del camino, preparados para desenvainar las espadas al primer atisbo de
peligro. En ese momento se encontraban atravesando un páramo pantanoso, por lo
que no era posible apostarse tras ningún árbol o roca, y no procedía salirse del
camino e internarse en el pantano, por lo menos no hasta que se evaluara la
posible amenaza.
Unas siluetas empezaron a
recortarse en la niebla. Eran tres o cuatro hombres, uno de ellos portando una
especie de asta larga en la que se apoyaba para caminar. Los demás parecían
llevar mayales y flagelos. En cuanto les detectaron, se detuvieron a su vez, y
el del asta se dirigió a ellos:
"Apartad del camino si sois personas temerosas de Sigmar y dejadnos paso libre."
"Somos, efectivamente hombres temerosos de
Sigmar, y servidores de su iglesia. Estáis hablando con el capitán cazador de
brujas Maximilian von Fornid. Y no me apartaré del camino sin saber quién lo
exige y con qué autoridad."
"Soy el padre
Aldous, sacerdote de Sigmar, y éstos - dijo mientras se giraba hacia los
hombres que le acompañaban - son hombres devotos del pueblo de Sauerlach. La
autoridad con que os lo pido reside en la urgencia e importancia de nuestro
viaje. Nos dirigimos a las ruinas de Holzkirchen, a limpiarlas de varios
fragmentos de piedra bruja que un buhonero nos dijo que había visto, antes de
que alguien más los descubra y supongan un peligro para su alma."
"Sauerlach
decís. Precisamente hacia allí nos dirigimos. Pretendemos establecerlo como
campamento durante una temporada para poder llevar a cabo una misión que me ha
encomendado el mismísimo Gran Teogonista." - Maximilian extrajo de uno de sus
bolsillos el decreto firmado y lo mostró - "Me dijeron que en Sauerlach
encontraría un sacerdote que podría ayudarme con mi tarea, y tengo la sospecha
de estar hablando con él."
"Efectivamente." - Aldous rió roncamente - "Ése debo ser yo. Y si venís con
intención de purgar el mal sois bienvenidos en Sauerlach, con decreto o sin él.
Por ello os estaríamos muy agradecidos mi grupo y yo si nos acompañarais antes
a Holzkirchen, cuyo desvío imagino que habréis pasado hace poco, y ya después
volviéramos juntos a Sauerlach, donde podría introduciros a la población."
Aquello era
un trato justo, pensó Maximilian, y cuanto antes se ganara el favor de los lugareños,
más fácil le serían las cosas, por lo que accedió a acompañar al sacerdote y su
grupo a Holzkirchen. Total, buscar entre las ruinas y recoger unos pocos
fragmentos no debería suponer un retraso mayor de un par de horas…
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