Muy buenas a todos.
Como mencioné en mi anterior entrada, tenía pensado estos días atar algunos hilos sueltos del trasfondo de Trifón y de cómo llegó a ser el señor del Caos que es ahora. Esa evolución siempre había estado clara en mi cabeza, aunque nunca había llegado a plasmarla completamente por escrito, pese a que Soter me metió presión más de una vez para que lo hiciera. Pensaba también hacer hoy una explicación más detallada de cómo hicimos esa conversión al Caos en términos de reglas, pero finalmente eso me lo voy a reservar para la siguiente entrada que haga, en donde incluya todo el proceso de transformación de Trifón así como un recopilatorio de todos sus relatos.
El momento más importante en la vida de Trifón fue sin duda su estancia en Mordheim, por lo mucho que le cambió, ya que allí fue donde empezó a conocer en mayor profundidad a los Poderes Ruinosos. Esto se lo debe a la tribu de la Serpiente Negra en general, y a su chamán Thorvald en particular. Todo esto coincidió en el mundo real con el momento en que estaba comenzando (o mejor dicho, recomenzando) a coleccionar un ejército de Caos, por lo que esta conversión me vino genial para tener un campeón que lo dirigiera. Sin embargo, a nivel general, me inclinaba más por tener un ejército de Caos Absoluto que por uno dedicado exclusivamente a un dios. También por aquel entonces Soter me animó a jugar una minicampaña de Camino a la Gloria, que sirviera tanto como para comenzar a pintar el germen de mi ejército como para continuar con las aventuras de Trifón en el norte (y gracias a la cual surgió también uno de sus mayores rivales, Martin Khornelissen.) Y viendo en mayor detalle las reglas, vi que daba la posibilidad de que, una única vez en toda la campaña, un paladín del Caos Absoluto pasara a mitad de campaña a adorar a un dios en exclusiva, o a la inversa, por lo que me agarré a esa opción para "redirigir" a Trifón y hacerlo algo más acorde con el ejército que quería montar.
Sin embargo, pese a que Trifón nunca había sido como tal un gran adorador de Slaanesh ni estaba muy convencido con ese credo (simplemente fue el primero que conoció porque porque se lo "mostraron" los norses de Malvador), era necesario justificar ese cambio de filiación. Y he aquí el relato que lo hace, además de servir para darle un poco más de molonidad y trascendencia a Résped, la espada de ithilmar que legítimamente encontró en un escenario de Mordheim.
Espero que os guste.
El edificio podía verse en la
lejanía, con su silueta recortándose en solitario en la enorme extensión del
páramo que lo rodeaba. El paisaje era monótono, adornado de vez en cuando por
pequeños arbustos espinosos y por matojos de flores azules y moradas, mientras
que una fina niebla no más densa que el aliento que exhalaban Trifón y sus
hombres cubría el suelo. Hacía frío, aunque por suerte el viento no soplaba
fuerte.
Junto al kislevita, Sorros
caminaba fatigosamente, apoyándose en su bastón. Éste estaba rematado con el
cráneo de un carnero o animal similar, lo que añadía un contrapeso que en
ocasiones lo hacía difícil de manipular con normalidad. Trifón se preguntó el
motivo por el que tantos brujos y hechiceros adornaban sus objetos con una
iconografía tan macabra. Posiblemente los espíritus de los muertos sirvieran
para potenciar sus poderes mágicos, pero el gladiador dudaba que el espíritu de
una cabra fuera de gran ayuda.
Tras unos pocos minutos el grupo acabó alcanzando finalmente el edificio. Había llevado varios meses de peregrinación, pero finalmente lo habían encontrado. El templo que en más de una ocasión había aparecido en los sueños de Trifón por fin se encontraba delante de él. Era una estructura simple, circular, compuesta por grandes bloques de piedra oscura que habían sido tallados de forma muy sencilla. Aun así, algo en ella resultaba imponente, como si pese a su reducido tamaño albergara espacios enormes y secretos en su interior.
Mientras los hombres y bestias
permanecían fuera descansando, Trifón y Sorros se internaron en el templo.
Atravesaron una pequeña estancia que servía de vestíbulo y alcanzaron la sala
principal. Su interior era muy sobrio, sin ningún tipo de decoración. Una llama
blanca y azulada ardía en el altar.
“Y ahora que ya he llegado,
hechicero, ¿qué se supone que debo hacer?”
“Llevas meses encaminándote hacia
aquí, siguiendo las señales de la criatura ligada a este templo que, por lo que
cuentas, te ha estado llamando en sueños con bastante ahínco. Vamos a responder
a esa llamada. Esta mañana pedí a tus hombres que capturaran para mí cualquier
animal que encontraran, a fin de hacer un sacrificio. Lo mejor que consiguieron
traerme fue un conejo, que si bien no es la mejor ofrenda que podríamos hacer,
tendrá que valernos.”
El anciano descolgó entonces un
pequeño saco de su espalda y sacó de él el conejo, con sus cuatro patas atadas.
Hasta ese momento, el animal había permanecido inmóvil, resignado a su
situación, pero en cuanto Sorros lo sacó, empezó a moverse frenéticamente, intentando
escapar.
El hechicero empezó a entonar un
cántico mientras desenvainaba una daga y se acercaba a las llamas. Alzó las
manos sobre ellas, el conejo en una, la daga en otra, y sin dejar de
recitar palabras en la Lengua Oscura,
degolló al animal. En cuanto las primeras gotas de sangre alcanzaron la base de
las llamas, éstas crecieron en tamaño, como si quisieran alcanzar el conejo
entero, que ya estaba dando sus últimos estertores. Cuando Sorros calculó que el animal estaba ya
completamente desangrado arrojó el cadáver a la pira y calló.
“¿Y ahora? – preguntó Trifón, que
empezaba a impacientarse.”
“Ahora mantengamos silencio y
esperemos que el sacrificio haya sido aceptado.”
“¿Cómo lo sabremos?”
“Lo sabremos.”
Trifón en ocasiones sentía deseos
de castigar los modales de su chamán. Si algo salvaba al viejo era la necesidad
que el gladiador tenía de él. En otras circunstancias, hacía tiempo que sería
carroña de buitres, cuervos y demás alimañas. Pero en ese momento, el viejo era
más útil vivo que muerto.
Permanecieron quietos en
silencio, mirando las llamas y contemplando cómo el pellejo del animal
comenzaba a quemarse. Pero pasado un minuto, algo cambió en el ambiente y un
sonido inusual, como si fuera el de un aleteo, pudo oírse con claridad. Trifón miró
hacia arriba, pero ningún ave ni otro animal similar se habían introducido en
el templo. Cuando el sonido cesó, las llamas se alzaron y aumentaron su brillo,
aunque paradójicamente la oscuridad en el resto de la sala creció.
Sorros se adelantó en dirección a
la pira, hacia la que dirigió las siguientes palabras:
“La sangre ha sido ofrecida y
aceptada. Respóndenos ahora criatura y dinos quién eres.”
Una voz respondió, y las llamas
se agitaron mientras tomaban la forma de una cara diabólica. El tono era enfurecido
y sonaba igual que un incendio furioso que consume un bosque.
“¿Ofrenda llamas a esto, brujo? ¿Un conejo enfermo y viejo?”
Tras estas palabras, Sorros cayó
al suelo emitiendo gemidos de dolor. Trifón lo contempló en silencio, sin
intención de ayudar.
“Coge su cuchillo, Trifón, y
sacrifícalo en el altar.”
“¿Me conoces, criatura? –
Respondió Trifón, ignorando el comentario anterior.”
“Conozco toda tu historia, desde
el día en que naciste hasta hoy. He seguido tu desarrollo con interés, aunque
he de confesar que de tu paso por la Ciudad Maldita solo he podido intuir
cosas. El Señor Oscuro es poderoso allí, y quienes servimos a otros dioses
tenemos dificultades para ver lo que sucede. En cualquier caso, sabía que
acabarías yéndote de allí junto con una tribu de seguidores del Príncipe Negro,
aunque ellos, pobres, ignoran a lo que realmente están adorando. Fui yo quien
te indujo a venir al norte desde Norsca, y en sueños te atraje a este templo.”
“¿Con qué finalidad?”
“Con el objetivo de abrirte los
ojos. Con el objetivo de mostrarte quién eres y quién vas a acabar siendo. Pues
aunque los mortales lo ignoráis, o fingís ignorarlo, el futuro de todos está ya
escrito en las hebras del Destino.”
“¿Y quién voy a acabar siendo
según tú, demonio?”
“Alguien que comandará huestes
enteras de seguidores, tanto mortales como inmortales. Alguien que traerá el
Cambio al mundo, deponiendo imperios y poniendo costumbres y convenciones del
revés. Alguien que habiendo sido esclavo será coronado como rey. Y alguien que
acabará alcanzando la inmortalidad.”
“¿Por qué deduces que yo quiero
todo eso?”
“Porque para mí eres como un
libro abierto. Siempre, desde pequeño has deseado que tu situación cambiara. Y
no te culpo por ello, comprendo perfectamente que un esclavo quiera dejar de
serlo. Tú lo lograste en Mordheim, pero antes de eso estuviste muchos años
propiciando ese cambio, aceptando tu vida de gladiador y obligándote a vivir
incluso cuando la muerte se te presentaba como solución fácil a tu situación.
Siempre confiaste en que el cambio llegaría, como finalmente sucedió. Y ahora,
te ha llegado una nueva opción de cambio: dejar de ser un humano más y
convertirte en un auténtico paladín de El Que Cambia las Cosas, alguien
destinado a realizar grandes hazañas en su nombre.”
“Pero para ello, – continuó el rostro – y para que mi amo pueda darte su bendición, es necesario un sacrificio digno. Este brujo que te acompaña, aunque no es más valiente que el conejo que ha degollado antes, es aceptable para Tzeentch.”
Sorros seguía en el suelo,
retorciéndose de dolor, aunque ya no gemía. El gladiador se acercó a él, y con
su pie lo hizo girar hasta ponerse boca arriba. Después cogió el cuchillo que
estaba tirado en el suelo, y lo sopesó en su mano. El viejo había cumplido ya
su función, reflexionó. Trifón lo había liberado de la jaula en la que se
estaba pudriendo cuando lo encontró, de modo que todo ese tiempo extra que
había vivido se lo debía a él. Por ello no podría reprocharle nada si ahora
decidiera poner fin a su vida. Pero no le gustaba sentirse manipulado, y menos
aún por un demonio. Volvió a arrojar el cuchillo al suelo y desenvainó a
Résped.
Trifón había encontrado esa
espada en las ruinas de Mordheim mucho tiempo atrás. Su fina manufactura
delataba que era de origen élfico, y su ligereza siempre había gustado al
gladiador. Cuando Résped salió de la vaina su filo plateado brilló un instante
a consecuencia de las llamas reflejadas en él, y Trifón tuvo la impresión de
que éstas disminuyeron un poco en tamaño. La cara demoníaca permanecía en
silencio, esperando que Trifón llevara a cabo el sacrificio, pero sin dejar de
mirar la espada.
De repente, una idea penetró en
la mente de Trifón. No supo por qué, pero algo le decía que hendiera su espada
en las llamas, pese a lo vano que pudiera parecer el gesto. Por algún motivo,
supo que el rostro tenía miedo de su
espada.
Imagen de Xildaen |
“¿Sabes una cosa, demonio? Imagino que sí, pero te lo voy a contar de todos modos. No eres el primero que se me ha presentado intentando convencerme para que deje de seguir al dios que me revelaron los miembros de la Tribu de la Serpiente Negra. Y es posible que no seas el último. Pero todo esto me ha servido para darme cuenta de una cosa: todos los dioses del Caos quieren lo mismo, devoción exclusiva. Pero no lo van a lograr de mí. Si hasta ahora he prestado más atención a Shornaal ha sido únicamente porque fue el primero del que tuve conocimiento. Pero ningún dios me va a tener como su marioneta. Lo que yo deseo es algo mayor que lo que tu dios o cualquier otro puede ofrecerme. No deseo el cambio del mundo, deseo su destrucción.”
Dicho esto, con gran rapidez el
kislevita alzó su arma y la introdujo violentamente en el rostro flamígero. La
sensación que experimentó fue como si temporalmente las llamas fueran corpóreas
y el filo pudiera cortarlas. La cara no hizo ningún sonido, pero durante un
segundo Trifón notó la sorpresa en ella seguida de una expresión de angustia y
dolor. Y al instante siguiente, una explosión de luz iluminó toda la sala,
seguida de la desaparición de las llamas, que parecieron ser absorbidas por
Résped.
***
En otro plano de realidad, uno cuya existencia ni siquiera es imaginable para las criaturas inferiores y en donde el tiempo fluirá a un ritmo diferente y en múltiples direcciones, de manera que pasado, presente y futuro habían tendido a confundirse y mezclarse entre sí, el Gran Arquitecto esbozará una sonrisa, si es que esa expresión tuvo algún sentido. Su plan se lleva a cabo sin fisuras, como siempre, y su hermano menor perderá un campeón.
El Que Cambia las Cosas siempre sabrá que fue imposible convencer al kislevita para cambiar su devoción hacia él. No, aunque el gladiador tiene potencial para convertirse en un gran paladín, nunca se consagrará a él. Y si Tzeentch no pudo ganar, la mejor opción que le quedará es que Slaanesh pierda, convirtiendo a Trifón en un paladín sin lealtades individuales, únicamente devoto al Caos Absoluto.
Lo lamentará un poco por Kzhel’Nax, el Señor de la Transformación al que sacrifica para llevar a cabo su jugada. El pobre diablo siempre creyó que el plan de convencer a Trifón para que cambie un dios por otro es el objetivo último, nunca sospecha que él también será una marioneta más en el Gran Juego. Por ese motivo Tzeentch mantendrá fuera de su conocimiento la espada que portaba el gladiador, forjada milenios atrás por los elfos, igual que le oculta los hechizos de exorcismo con los que será encantada, algo que de lo que ni siquiera el propio kislevita tendrá conciencia. De hecho, será necesario recurrir a un poco de sugestión para que éste use su arma contra el demonio. Kzhel’Nax fue un hechicero hábil capaz de neutralizar parcialmente el poder de la espada, de modo que consigue evitar su propia destrucción, pero para hacerlo tendrá que pagar un precio: permanecer encerrado en el interior del arma, quizá por toda la eternidad. Y Tzeentch sabe que antes que afrontar la destrucción definitiva, el demonio optó por esa alternativa, con la esperanza de poder liberarse en el futuro. Pero hasta que ese momento llegue el Gran Conspirador tiene un sirviente siempre junto al paladín, más próximo que cualquiera de sus otros tres hermanos, susurrándole ideas que influirán en sus decisiones.
Por lo que no, realmente El Que Cambia las Cosas no lo lamentará lo más mínimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario