Saludos a todos, damas y caballeros.
Hace unos días publiqué este relato, el cual servía a modo de introducción de las andanzas y desventuras que pretendo que Chantal tenga en las Tierras del Sur, donde estamos ambientando buena parte de nuestras partidas y, seguramente, futuras campañas. También aparecían, someramente, las facciones que estarán representadas en el lugar. Mi intención era escribir un único relato, pero posteriormente decidí dividirlo en dos.
La razón es que la segunda parte del relato no tenía demasiado que ver con la primera, y esta segunda parte quería que versara sobre la relación entre los no muertos y las tierras sureñas, tanto Ka-Sabar en concreto como la Tierra de los Muertos en general. Esto es lo que os traigo hoy.
Chantal se encontraba erguida en el centro de la habitación, completamente desnuda, con todas las luces apagadas y las cualquier apertura hacia el exterior cerrada. Era necesario que así fuera. En esas circunstancias, los sonidos del salón principal del palacio le llegaban amortiguados, como si fuera el eco de alguien que tratara desesperadamente de despertarla de una pesadilla, desde más allá de su consciencia. Chantal reconocía los sonidos: sus amantes se estaban entregando a los placeres de un impío aquelarre, con sexo, drogas y sangre a raudales, donde los gemidos de placer se mezclaban con los alaridos de terror. Siempre era así. Al final, solo quedaría el terror. Era lo único que siempre prevalecía, y la bruja lo sabía.
Lamentaba no poder participar de aquella orgía, pues, por muchas en las que hubiera participado anteriormente, sabía que el miedo siempre tenía un sabor distinto. Pero no podía permitírselo: lo que iba a hacer requería de toda su concentración, y no podía distraer su mente con ninguna sustancia ni con ningún placer, por deseable que fuera. Cualquier mínimo error podía costarle algo mucho peor que la muerte. Tras varias décadas practicando la nigromancia, y tras haber alcanzado un nivel de maestría difícilmente igualable en su uso, eran muchas las veces en que se había encontrado en situaciones así. La imperial sabía que, en ese momento, caminaba en el filo de la navaja. De una particularmente afilada.
Los lugareños de Ka-Sabar pensaban que la kislevita que había comprado el palacio maldito de la ciudad lo hacía desconociendo su fama, fama que ellos no habían revelado, deseosos como estaban de quitarse aquel lugar maldito de encima. No lo habían quemado simplemente por el temor que les inspiraba, pues pensaban que prenderle fuego podría liberar a algún mal espíritu que habitara el lugar. Posiblemente tenían razón: aquel era el palacio en el que, siglos antes, había muerto Abdul Ben Rachid, el poeta loco que había vagado por la Tierra de los Muertos contemplando la obra del Gran Nigromante. Había sido asesinado en sus aposentos, cerrados a cal y canto, por una presencia misteriosa. Los mismos aposentos en los que se encontraba Chantal en ese momento.
Debía estar sola, pues de lo contrario era posible que aquella presencia no se materializara. Aquello era un riesgo, pero el ser que había matado a Abdul Ben Rachid, si es que seguía allí, quizá no se atreviera a enfrentarse a varias hechiceras a la vez... y quizá sí se atreviera con una. Llegado el momento, Chantal confiaba en que su habilidad mágica sería suficiente como para someter o, cuanto menos, protegerse del ser. De lo contrario... bueno, era mejor no pensarlo.
Chantal sintió un sutil cambio en el aire, una mayor frialdad, casi imperceptible pero real. Por eso estaba desnuda, para poder percibir los cambios en el ambiente sin que los ropajes pudieran ocultárselos. Quizá Abdul Ben Rachid hubiera sentido lo mismo justo antes de morir, pues aquello indicaba, sin lugar a dudas, que había una nueva presencia en la habitación, dispuesta a cobrarse la vida de los vivos.
Pero Chantal estaba preparada. Ella no moriría.
Comenzó a murmurar un hechizo de sometimiento. Su sensibilidad bruja sintió una oleada de frustración y de ira, la propia del espectro que había subestimado el poder de la hechicera, y comenzaba a comprender que iba a ser subyugado ante tal poder. El fantasma intentó a la desesperada estrangular a Chantal, como había hecho siglos atrás con el poeta árabe, pero la bruja se limitó a mover la mano etérea sin esfuerzo alguno. Había requerido un gran poder, pero había doblegado a su rival.
Chantal abrió los ojos, aunque no era necesario, pues su visión ultraterrena podía percibir al espectro sin dificultad alguna. Era poderoso, de eso no cabía duda. Su apariencia, distorsionada tanto por los vientos de la magia como por la furia que sentía en el momento, era parecida a la de los sacerdotes mortuorios de antaño, pero con unas manos que no eran tales, sino garras extremadamente afiladas. Su boca se encontraba también distorsionada en una mueca de furia, estirándose de una forma que no habría sido posible en un ser vivo. Sin duda, era aterrador, pero Chantal había visto los monstruos más abominables del más allá, y ya no era fácil de asustar.
"¿Eres tú quien mató a Abdul Ben Rachid?"
El espectro no contestó, ocupado como estaba en liberarse de las ataduras que la nigromante le había impuesto. Pero éstas eran sólidas, y por mucho que lo intentara, no tenía opción alguna en realidad.
"Respóndeme" ordenó la nigromante con firmeza.
"Sí"
El susurro del espectro fue como el ruido de los grillos en la noche, como el susurro del viento recorriendo las dunas y los cañones del desierto en la noche.
"Lo que dice en su libro, ¿es cierto?"
Chantal ya había visto la Tierra de los Muertos, aunque no con tanta profusión como el poeta loco, el cual, si las historias eran ciertas, había vagado por ellas durante nada menos que ocho años. A la bruja le costaba creer que tal cosa fuera posible. Naturalmente, había leído el libro, el cual era paradójicamente más fácil de encontrar en el Imperio que en su Arabia natal, ya que las pocas copias que se habían librado de ser quemadas en Arabia habían sido posteriormente saqueadas por los cruzados bretonianos e imperiales.
"Sí. Todo es cierto"
"¿A quién sirves?"
"Sirvo al Gran Nigromante"
Chantal sintió que se aceleraba su ritmo cardíaco ante la mención de Nagash. Aquello no era posible.
"Nagash murió a manos de Sigmar"
La nigromante tardó un rato en comprender que el inhumano sonido procedente del espectro era una carcajada.
"Supongo que eso os han enseñado en el Imperio, ¿verdad? Querrías creer que tu dios hizo eso"
Chantal se tensó. Odiaba a la deidad patrona del Imperio tanto como a cualquier otra divinidad. Quizá más, pues habían sido sus seguidores quienes habían matado a su mentora y a su hermana.
"Yo no sirvo a Sigmar, ni a ningún otro dios"
"Cuando llegue el momento te inclinarás ante Nagash, como los demás nigromantes. El poder que tenéis es suyo. Y puedes creer que lo reclamará"
Chantal se dio cuenta entonces de que había perdido la concentración que le permitía subyugar al espectro. Aterrada, reunió toda la fuerza que pudo para defenderse del inminente ataque pero, para su sorpresa, comprobó que el espectro había desaparecido... dejándola a solas con una revelación extraordinaria, a la vez oportunidad y a la vez temor.
El Gran Nigromante estaba vivo.
Me han gustado mucho ambos relatos. Y ahora vayamos por partes.
ResponderEliminarMe alegra saber que habéis repescado (o convencido) a jugadores de fantasy. Me parece una maravilla recuperar este hobby con un grupo grande de juego. Un aplauso por ello. Además veo algún retazo de “viejaguardia” en las facciones y eso me encanta.
Soy muy de las tierras del sur. Cuando jugábamos a rol (hace eones) me gustaba mastear en harad y umbar y no dudé a la hora pillarme las minis haradrim de esdla ni en contratar al mercader árabe en Mordheim. Así que me tienes convencido.
Llevar a Chantal a la cuna de la nigromancia me parece un plus, yo tmb recuerdo esos extractos de los libros de ejército donde hablaban de las tierras de los muertos.
Mucho ánimo con la campaña. Van a salir grandes ratos y grandes historias de aquí.
Un saludo
¡Muchas gracias! Respondo yo también por partes, seamos ordenados xD
EliminarLa verdad es que se agradece que vuelvan al redil compañeros que lo dejaron hace mucho, y con los que jugábamos hace la friolera de veinte años o así. En realidad el mérito no es nuestro sino de Rogers, de la Posada del Martillo. Tiene un podcast muy currado la verdad, y ha conseguido lo que yo no, que es traer a estos socios de vuelta al Viejo Mundo.
Joer, habría sido un lujo ver esas partidas de rol en Harad y Umbar. Las Tierras del Sur como concepto genérico de desierto, calor, palmeras... tiene un gran atractivo como sitio para ambientar historias la verdad. A mí me encanta porque viviendo en Almería ya vivo en ese ambiente. Pero es un ambiente generalmente poco explotado, con toda la belleza que tiene.
Y efectivamente, parte de esa belleza clásica es el tema de la Tierra de los Muertos. Yo cuando empecé a jugar a esto coleccioné Imperio y siempre he sido imperial de corazón, pero en el momento en que leí esa cita en el reglamento de sexta (sacada del libro de cuarta edición de los no muertos) supe que en algún momento haría no muertos... así que en cierta forma llevarme a Chantal para allá es un reconocimiento nostálgico (otro más xD)
Ojalá que todo esto, como dices, dé para buenas historias y batallas. Aquí las mostraremos. ¡Un abrazo!