Saludos a todos, damas y caballeros.
Dentro de este proceso de reencontrarme con el Imperio en Warhammer Fantasy, que comencé hace un par de años y cuya primera fase culminaré en breve, las dos campañas que he estado jugando con Chernov me están gustando especialmente, sobre todo en la medida en que me están permitiendo desarrollar el Trasfondo de Leopold Wallenstein. A ningún lector del Troglablog le sorprenderá si digo que lo que más nos mola en el blog es el Trasfondo, y la posibilidad de coger un personaje de cero y empezar a crear su historia según vaya jugando partidas y campañas es especialmente interesante.
Como es natural, ningún personaje vive para estar a la altura de su Trasfondo. Especialmente cuando somos más jóvenes, tendemos a querer que nuestro personaje sea lo más: el más habilidoso, valiente, fuerte, inteligente, etc. Si dejas que los dados dicten la historia del personaje, que es como debe ser, esto tiende a no suceder. Si encima el personaje es imperial, que es poco más o menos que un guerrero del Caos con una herida más, pues las cosas se complican todavía más. No obstante, un personaje que no tuviera debilidades ni vergüenzas sería un personaje tremendamente aburrido, así que debemos agradecer a los dados tanto sus hazañas heroicas como sus más tremendas patochadas.
Eso es lo que pretendo hacer con este relato. Espero que os guste.
SOMBRAS EN EL CAMINO
Aurora de la Rosa, el Águila de Myrmidia de Almagora, avanzaba con cuidado por el camino que conducía al santuario de Laudor. La festividad de la diosa era siempre importante, pero ese año lo sería todavía más, pues supondría la confirmación de Leopold Wallenstein como heredero de esta familia... la cual era de una gran importancia para el culto a Myrmidia, pues los Wallenstein eran los principales valedores del mismo en el Imperio. Eso no solo garantizaba interesantes aportaciones económicas a las arcas de la iglesia de Myrmidia sino influencia política, al ser los Wallenstein una de las familias más importantes de Averland y, por tanto, de la nación humana más importante del Viejo Mundo.
Los Wallenstein eran el conducto a través del cual las necesidades del culto de Myrmidia podían llegar a oídos del mismísimo Emperador, y la proclamación del heredero era algo que las Águilas de Myrmidia debían apoyar. Leopold Wallenstein llegaba a Estalia tras un periodo de formación en Tilea, donde de hecho había participado en una campaña militar y había sido herido en combate, significando de alguna forma que había entrado en el periodo de madurez propio de una familia guerrera. La posición de los Wallenstein era tan singular que nadie dentro del culto de Myrmidia les exigía que tomaran partido en la histórica disputa entre Magritta y Remas por la primacía del culto, aunque era un secreto a voces que los Wallenstein consideraban que la primacía correspondía a Magritta. En este sentido, el hecho de que los Wallenstein hubieran considerado que su heredero debía pasar la festividad de la diosa en Estalia y no en Tilea era entendido como un apoyo implícito a la rama estaliana del culto, y era por ello que la iglesia mandaba siempre una nutrida delegación de sacerdotisas a apoyar el nombramiento del heredero.
También era la razón por la que Aurora de la Rosa marchaba, junto a un ejército, en la oscuridad de la noche.
Una serie de sorprendentes e inexplicables retrasos había perjudicado su partida hacia el santuario de Laudor, lo que a su vez le había obligado a tomar una decisión que no quería tomar, pero de la que no podía huir. Su presencia al amanecer en el santuario era absolutamente necesaria, y aunque no quería caminar por la noche, no podía hacer otra cosa. Además, con ellos viajaba Lorena Wallenstein, miembro de la rama tileana de la familia y futura esposa de Leopold. No había alternativa. Había enviado a varios jinetes por delante para avisar de su llegada y que no se preocuparan, mas no por ello podía relajar el paso.
El Águila estaba tan ensimismada en sus pensamientos que apenas prestó atención al relincho de los caballos que abrían la marcha, y a las órdenes graves de los caballeros intentando calmarlos. Tras volver en sí, avanzó hacia el frente de la columna.
"¿Qué sucede, maestre?" preguntó al líder de los caballeros de la Lanza Justiciera.
"Hay picas con cabezas cortadas en el camino, mi señora. Los caballos se han puesto nerviosos"
"¿Cabezas? ¿De quién?"
La respuesta del caballero tardó en llegar, pero fue brutalmente nítida:
"Parecen las cabezas de nuestros jinetes, mi señora"
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Vecrilk Colmillonegro vio cómo la comitiva de las cosas-humanas se detenía ante el macabro regalo dejado ahí por sus acechantes nocturnos. Sonrió mientras su lengua recorría sus labios, incapaz de reprimir por más tiempo sus impulsos. Como asesino del Clan Eshin, había alcanzado una gran maestría en lo que se refería al autocontrol y el dominio de sus emociones, algo imprescindible para poder escalar en la brutal jerarquía del Clan y dejar de ser un simple corredor de alcantarillas o, lo que era peor, un corredor de alcantarillas muerto. El Clan Eshin sabía mucho sobre la muerte y sabía que eran tantas las formas de administrarla como de sufrirla, y que la disciplina era un factor esencial a la hora de evitar un destino funesto.
Pese a ello, incluso la disciplina de un asesino tenía sus límites.
Su rugido se alzó entre la oscuridad como un presagio funesto, y a su señal, incontables sombras surgieron de entre la espesura y se abalanzaron sobre los humanos. El aire se llenó del olor a sangre y miedo, pero no tardaron en llegar las detonaciones y el aroma a pólvora, señal de que las cosas-humanas se habían recuperado pronto de la sorpresa inicial y comenzaban a dirigir sus armas contra los agentes del Clan. Bueno, era evidente que no todos sus subordinados iban a sobrevivir a aquella noche, ni siquiera en el mejor de los escenarios posibles. Tampoco importaba mucho mientras él sí que sobreviviera.
A su lado, una temible máquina de guerra de varios cañones consiguió disparar, para desgracia de los acechantes nocturnos que se encontraban a apenas unos metros de ella. La inmensa mayoría quedó reducida a pulpa en un instante, sin posibilidad de esconderse ante tamaña potencia de fuego. No obstante, el cañón solo tuvo esa oportunidad de disparar, pues pronto los asesinos de la tríada se lanzaron contra él, degollando con entusiasmo homicida a los artilleros. La escena se repetía allá donde mirara: los humanos combatían bien, pero en última instancia estaban condenados a sucumbir ante las sombras.
"¡Matadlos-matadlos! ¡Que no quede nadie con vida!"
Fernando de Aguilar, caballero de la Orden de la Lanza Justiciera, se sintió desfallecer cuando vio la horda innumerable de ratas que se abalanzaba sobre Lorena Wallenstein. Apenas conocía a aquella chiquilla de quince meses, pero sabía dos cosas sobre ella: en primer lugar, era una hechicera aceptablemente capaz del Viento de Aqshy, y se decía que pronto iría a completar sus estudios al Colegio Brillante de Altdorf; en segundo lugar, y mucho más importante, era la prometida del heredero de los Wallenstein.
"¿Con qué cara vamos a decirle a los Wallenstein que se la han comido las ratas?" se preguntó a sí mismo mientras espoleaba a su caballo hacia ella, siguiendo el ejemplo de los demás miembros de su Orden.
Combatir contra una horda de ratas era una experiencia muy diferente a la que estaba acostumbrado como caballero. De hecho, dudaba que pudiera aplicarse el calificativo de "combatir", aunque era indiscutible que, si perdía, el resultado sería la muerte igualmente. Una bastante horrible, de hecho. Mientras su caballo pisoteaba de forma frenética a las alimañas que intentaban subirse encima, Fernando mataba a las que podía con su espada y, llegado el momento en que empezaron a subir por la grupa de su caballo, con sus propias manos. Al menos la coraza imprimía mayor potencia a sus golpes y le protegía de mordiscos y arañazos.
Lentamente consiguió acercarse a Lorena Wallenstein, alzándola del suelo y colocándola sobre la grupa del caballo. Estaba llena de cortes superficiales y sangraba por ellos, no de forma profusa, pero eran tantas que perfectamente podían haberla matado. No obstante, Fernando se alegró al ver que aún respiraba, aunque sabía que si no era atendida rápidamente podría morir desangrada.
"¡Don Rodrigo!" gritó, dirigiéndose a su maestre "¡Vive, pero está malherida!"
El maestre se giró hacia él mientras destrozaba a las últimas alimañas que quedaban con vida. Unos pocos caballeros habían sucumbido a la marea de ratas, pero la mayoría había sobrevivido y había conseguido acabar con las ratas.
"¡Santiago, Alfonso y Lorenzo, acompañad a Fernando y a la dama Lorena! ¡Escoltadla al pueblo más cercano! ¡Los demás, conmigo hacia Laudor! ¡El santuario está en peligro!"
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