Saludos a todos, damas y caballeros.
La campaña de Infinity entre Ramah y la Compañía Ikari, el Jardinero Fiel, sigue adelante, como mostré en esta entrada. Fue una partida muy interesante, una misión de altamente clasificado en la que Ikari no perdió por un resultado abrumador en contra, como habría cabido esperar, sino que de hecho conseguí empatar. Solo por eso ya fue curiosa.
No obstante, al final lo importante es la historia. Siempre la historia. Y, como ya he dicho hablando de esta campaña, creo que su narrativa está quedando particularmente bonica. Parte de esa narrativa incluye el debate moral que va a tener que tomar Fornidson entre hacer lo correcto o lo conveniente, debate que al fin y al cabo y dado que nos movemos en el mundo de las miniaturas es fácil de resolver, su cabeza no va a volar por los aires. No obstante, no por ello merece menos atención, al menos a los efectos de este blog, que tampoco va de grandes debates morales sino de moñecos.
Así que, con el afán de que quede todo redactado y narrado en una campaña con un toque más rolero que las anteriores, escribo este relato. Espero que os guste.
Los ecos de los últimos disparos que resonaban en Dar-el-Amal se iban extinguiendo, así como el lamento de los moribundos, sustituido por el silencio a medida que eran sedados y curados... o morían. Aquel pueblo, perdido en los rincones más recónditos de Bourak, nunca había llamado la atención de nadie. Y aunque esa situación había cambiado hacía unas semanas, sus habitantes seguramente habrían deseado permanecer en el anonimato antes de tener que sufrir una sucesión de infiernos cada vez peores.
Los primeros en aparecer habían sido los piratas espaciales, mercenarios sin el más mínimo escrúpulo ni consideración hacia la vida humana. Tras hacerse con el pueblo, aparecieron naves que podían parecer de algún cuerpo de vigilancia fronterizo por su elevada tecnología y el sigilo con el que se movían. Los habitantes de Dar-el-Amal pensaron que esas naves harían desaparecer a los mercenarios, bien porque se fueran en ellos o bien porque los destruyeran. Pero no solo no había sucedido ninguna de las dos cosas sino que los pueblerinos habían visto, con terror, cómo esas naves eran precisamente la razón de que los piratas estuvieran allí. Las naves transportaban nuevas y peligrosas drogas, y los piratas estaban allí para asegurarse de que eran administradas a los vecinos de Dar-el-Amal, independientemente de lo que quisieran.
Y entonces habían aparecido los supersoldados del Califato. Un golpe de suerte, una desviación aleatoria dentro de un modelo perfectamente estudiado y definido, o quizá la mano de Dios. Una patrulla que ni siquiera tendría por qué haber estado allí, pero que detectó los movimientos de las naves y fue a investigar sin tener ni idea de lo que se iba a encontrar. ¿Habrían perseverado en su investigación de haberlo sabido? La pregunta ya no tenía sentido, no se podía responder. El oficial al mando de los supersoldados, el khawarij Usul Fatih, había tomado su decisión, y no había fuerza en el Universo que le permitiera volver atrás. Cuando se tomaba una decisión se cerraban miles de futuros posibles.
Faris sabía esto perfectamente. Al fin y al cabo, aquella era su labor como agente de la secta Hassassin: asegurarse de que las acciones de los hombres se encaminaban hacia los futuros correctos. Mediante técnicas analíticas que solo conocían el Anciano de la Montaña y sus más cercanos colaboradores, la secta Hassassin era capaz de predecir las consecuencias de cada acción con una precisión tan milimétrica que los demás servicios de inteligencia creían que lo que hacían era brujería. Faris sabía que no era tal, sino algo mucho más poderoso: conocimiento.
Pese a que Faris no tenía el rango suficiente como para conocer los detalles más profundos de los planes del Anciano, tenía fe en sus decisiones. Había visto varias veces cómo la secta había conseguido objetivos asombrosos con mínimas intervenciones: una única bala en el momento preciso hacía que temblaran naciones, unas palabras deslizadas en un informe derribaban imperios empresariales. Los métodos del Anciano de la Montaña no fallaban y habían llevado el progreso a Haqqislam, incluso aunque sus propios dirigentes no lo supieran.
Lo que pasaba en Dar-el-Amal no era casualidad. Pese a que Echelon Technologies pensara que el descubrimiento de la droga que permitía eliminar la necesidad de dormir en humanos había sido un descubrimiento fortuito, no lo había sido para nada. La secta llevaba años trabajando en ello, pero necesitaba que fuera una empresa del sector farmacéutico quien hiciera el descubrimiento y llevara a cabo los experimentos necesarios, por prohibidos que estuvieran. Los Hassassin no podían estar involucrados en eso. La Presidenta de Haqqislam defendería a su industria farmacéutica costara lo que costara, pero no tendría por qué suceder lo mismo con los Hassassin.
En el esquema general de las cosas, la muerte de los habitantes de Dar-el-Amal era un mal necesario, un sacrificio que tendrían que hacer para, potencialmente, salvar la vida de millones de ciudadanos haqqislamitas. Era cierto que se trataba de un sacrificio forzoso, pues nadie había preguntado su opinión a aquellos ciudadanos, y nadie nunca lo haría. Desafortunadamente para ellos, nunca habían tenido elección.
La aparición de Usul Fatih, el supersoldado khawarij, había supuesto la desviación aleatoria que Faris sabía que los modelos del Anciano ya contemplaban. Siempre cabía la posibilidad de que apareciera un auténtico fanático, un hombre incapaz de comprometerse con un mal menor con tal de obtener un bien superior. Faris sabía que esa solía ser la mentalidad de los supersoldados de Ramah, lo cual no dejaba de ser una deliciosa ironía, pues al fin y al cabo los programas de experimentación genética de los que él se había beneficiado y que le habían convertido en lo que era también se habían construido, en algunos casos, sobre la sangre de los inocentes.
Lo que hizo a continuación lo hizo sin emoción alguna, limitándose a constatar un hecho, un hecho que tiempo atrás quizá le hubiera dolido. Pero ya había trascendido tales debilidades.
"El teniente Fatih no cooperará con la investigación. Está dispuesto a que las operaciones de Echelon Technologies sean publicadas y ajusticiadas. Procedan como crean conveniente"
Faris sabía lo que significaría esa última frase cuando alguien la leyera en Alamut. Había firmado la sentencia de muerte de Usul Fatih.
Muy bueno el relato, refleja estupendamente que mi khawarij igual ha mordido más de lo que podía tragar, y ahora tendrá que hacer frente a las consecuencias de sus actos, por muy correctos y éticos que él los considere. Pero como dije en su momento, nobleza obliga, y Usul Fatih es de los que prefieren mirarse en el espejo cada mañana sin asomo de vergüenza. Veremos qué opina Alá de todo esto. xD
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Es que claro, el tío va por ahí paseándose como un elefante en una cacharrería, pavoneándose de ser un supersoldado y tal, y a veces eso no basta...
Eliminar¿O quizá sí?