Saludos a todos, damas y caballeros.
A comienzos de mes puse la entrada correspondiente a otra misión de los Froster Scrolls/ Exploradores de las Profundidades Sombrías, que podéis ver aquí. Tengo ganas de jugar la siguiente misión, que completaría el ciclo de lo que en la campaña original es el asalto a Tor Varden y en esta versión propia es el asalto al Refugio del Cuervo, pero estoy teniendo follón de índole mudanza y la verdad es que eso está quitando bastante tiempo.
No obstante, eso no es motivo para no traer un relato sobre la partida ya jugada, como estoy haciendo con todas las anteriores. Al final, jugar esta campaña es una excusa para que salga un relato, largo y espero que suficientemente interesante y coherente, ambientado en un mundo tan maravilloso como el de los Elder Scrolls. Así que ahí va el relato. Espero que os guste.
Constantino detuvo a duras penas el hachazo proporcionado por un esqueleto, sorprendido ante su fuerza. Vistos los ataques precedentes y el aura de malignidad que desprendía el Refugio del Cuervo, había encontrado esperar en su interior a un gran número de no muertos, tal como efectivamente estaba sucediendo. Lo que no había contemplado era el inmenso poder de la impía hechicería que los animaba. El legionario imperial no era ajeno al combate contra los retornados, una maldición que acechaba en cualquier lugar de Tamriel, pero sabía que, por norma general, se trataba de combatientes mediocres. No podía ser de otra manera, tratándose de guerreros reanimados por una parodia de la vida, cuya habilidad era incomparable a la alguien que de verdad dispusiera del don de la vida. Con simplemente dominar el miedo, cualquiera era capaz de hacer frente a esqueletos o zombis sin demasiada dificultad.
Y, sin embargo, no estaba siendo así.
Constantino y sus hombres no solo se estaban enfrentando a una marea casi inacabable de no muertos, sino que éstos parecían estar potenciados por algún encantamiento demasiado horripilante, demasiado poderoso. De los guerreros que habían acompañado al legionario al interior de la fortaleza maldita, el espadachín había caído, y Constantino no sabía si seguía vivo o no. Los demás seguían combatiendo, pero todos ellos tenían heridas de mayor o menos gravedad, y el cansancio se acumulaba... pese a lo cual, no parecía que sus enemigos fueran a conceder tregua alguna. Al contrario, Constantino tenía la sensación de que los monstruos sentían su creciente debilidad y atacaban cada vez con más ímpetu. Era imposible que aquellos seres sin alma ni cerebro pudieran estar percibiendo su cansancio, con lo que debía ser una inteligencia maligna, alguien a quien no podían ver, pero sí sentir, quien instaba a sus esbirros a redoblar sus esfuerzos.
"¡Seguidme, soldados! ¡Por Tamriel!"
Constantino lanzó el grito para animar a sus hombres, pero incluso a él le sonó vacío. En la opresiva oscuridad de la fortaleza maldita, cualquier grito de ánimo se desvanecía como agua escapándose por las rendijas del suelo. Para empeorar las cosas, todo el castillo parecía estar tapizado por una luz malsana, una luz que no parecía tal, sino el reflejo de alguna pesadilla de ultratumba. Aquel diabólico fulgor robaba el ánimo de los vivos, porque les hablaba de un mundo sin esperanza y sin alegría, una visión fugaz de otras dimensiones que no deberían existir. Pese a todo, Constantino sabía que debía seguir adelante. No tenía otra opción. Incluso aunque cada célula de su ser se rebelara ante la idea de avanzar bajo el foco de aquella luz mortecina, no podía dar marcha atrás.
Finalmente, los esqueletos cesaron de acudir, y los vivos obtuvieron un tenso pero muy agradecido reposo. La sala en la que se encontraban mostraba al final de la misma una pesada puerta de madera, una puerta bajo la cual se filtraba esa odiosa luz blanquecina con especial intensidad. Fuera lo que fuera lo que encontraría más allá, Constantino sabía que no sería agradable. También sabía que era inevitable enfrentarse a ello.
"Protégeme, Akatosh"
Tras invocar al líder de los Nueve Divinos, el imperial presionó la puerta. Ésta se abrió sin apenas esfuerzo, y lo que dejó entrever fue una visión de pesadilla: el estudio de un nigromante, repleto de tomos blasfemos, instrumentos de alquimia infernal y, lo que era peor, restos de cadáveres por doquier. Constantino era un hombre endurecido que había visto el horror de la guerra en varias ocasiones, pero incluso con toda su experiencia no pudo evitar una arcada al ver el espanto de aquel lugar.
El responsable de aquella atrocidad se erguía en una especie de trono, construido por la mente de un perturbado a base de huesos y tendones, en el centro de la sala. Cuando pudo fijarse bien, Constantino vio que se trataba de una mujer, y una a quien de hecho conocía.
"Así que has sido tú..."
Oleana sonrió.
"Han sido mis maestros, en realidad. Pero si tu pregunta es si te he manipulado para que vinieras hasta aquí... así es"
Constantino se sintió terriblemente enfurecido. Nunca había llegado a confiar plenamente en aquella hechicera que le había hablado en Anvil unos días antes, y ya desde su primera conversación había sospechado que tenía motivos ocultos para atraer la atención sobre el Refugio del Cuervo. Pero nunca habría sospechado que su grado de corrupción pudiera haber llegado tan lejos. Sonrió con desesperación, y dijo con voz áspera:
"Si creíste que traerme hasta aquí te resultaría beneficioso, te has equivocado"
Con la espada de cristal en alto, el legionario avanzó contra la hechicera. Sin embargo, ésta había previsto la carga, y reaccionó rápidamente con un hechizo: de sus dedos surgió una ráfaga de puro hielo que envolvió a Constantino. Éste podía soportar bien el calor, pero siempre había odiado el frío, y mucho más un frío antinatural y demoníaco como aquel. Concentró toda su fuerza de voluntad en abrirse paso a través del vendaval congelado, pero finalmente tuvo que detenerse, pues sus músculos se habían quedado sin fuerzas.
"Ahora morirás, defensor de Anvil, y tu ciudad perecerá cuando se manifieste lo que aguarda en Puerto Gélido"
Constantino vio cómo la nigromante desenvainaba una daga élfica y avanzaba hacia él. Trató de alzar la espada, pero sus brazos estaban congelados y apenas reaccionaban. Por primera vez en mucho tiempo, tuvo la certeza de que iba a morir, y se lamentó, no por su muerte, sino por no haber sido capaz de salvar la ciudad que tanto amaba.
Un espeluznante silbido rasgó el aire, y una flecha surcó la sala en dirección a Oleana. La hechicera recibió el impacto en su clavícula, y dejó caer la daga con un rugido de dolor y sorpresa. Una nueva flecha salió disparada a la espalda de Constantino, y aunque falló el tiro, fue suficiente como para que la nigromante decidiera dar marcha atrás y escabullirse por unas escaleras que ascendían hacia la infernal luz blancuzca.
"¿Estáis bien, señor?"
Constantino apenas tuvo tiempo de reconocer a su arquero, Varus, el responsable de salvarle la vida. Quiso decir algo, pero su agradecimiento murió en sus labios, y la oscuridad lo envolvió.
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Cuando despertó, vio que no debía haber pasado demasiado tiempo. Sus soldados estaban junto a él, todos ellos vivos, aunque todos ellos igual de malheridos. El frío abominable que la hechicera había conjurado sobre él iba desapareciendo poco a poco gracias a una hoguera improvisada que sus hombres habían encendido, y en el resplandor de esa hoguera se resaltaban los rostros de sombría determinación de quienes le acompañaban.
"¿Qué ha sucedido con la nigromante? ¿La habéis encontrado?"
Taadan, el explorador bosmer que les acompañaba y el único no humano del grupo, habló:
"No. Ha ascendido a la torre; y suponemos que hay algo terrible allá arriba. Nos hemos detenido a recuperarnos"
Constantino asintió. La batalla había sido extremadamente dura, y el único consuelo que podían encontrar es que parecía no haber más enemigos en los niveles inferiores de la fortaleza. Por contra, en lo alto de la torre...
"Oleana dijo algo sobre Puerto Gélido" recordó Constantino. "Parece que la brujería de este lugar es algo más que simple nigromancia..."
Reuniendo todas las fuerzas que fue capaz, se irguió y se preparó para avanzar de nuevo.
"Deberíamos volver a Anvil, señor" dijo Varus, viendo las intenciones de Constantino. "Todos estamos demasiado heridos, incluyéndoos a vos"
Constantino asintió.
"Es cierto. Pero hay un mal creciente en este lugar, y temo que, si no nos enfrentamos a él ahora, será demasiado tarde"
Constantino miró a los ojos a cada uno de sus soldados. Sus rostros decían que desearían estar en cualquier otro lugar, en cualquier otra circunstancia, pero que, pese a todo, lo seguirían allá donde fuera.
"Venid" dijo Constantino. "Destruyamos el mal que mora en esta fortaleza, y podremos descansar"
Te habrán atacado zombis, que eran bastante más chungos que los esqueletos en oblivion. A ver cuando voy y probamos el juego!! (Chernok)
ResponderEliminarJoer sí, los zombis son puñeteros la verdad. Y hay alguna categoría de esqueleto que es durilla también. En el Skyrim son todos una patata, pero en Oblivion alguno te puede dar un susto no te creas.
EliminarY lo de venir, ¡cuando quieras! Aquí espero a tus orcos "civilizados" de los Elder Scrolls.
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