El joven avanzaba penosamente,
paso a paso, por la tierra negra cubierta de cenizas. A su alrededor, un sinfín
de fragmentos dispersos de piedra bruja iluminaban tenuemente la noche con su
brillo verdoso. Tenía la camisa rasgada, sus ropas estaban manchadas de barro y
sangre, y tenía magulladuras en la cara y los brazos. Ya casi no le quedaban
fuerzas, llevaba huyendo… ¿cuánto tiempo? ¿Durante cuántos días había corrido y
se había escondido de sus perseguidores? ¿Habían sido días? ¿Semanas, meses
incluso? Estaba tan cansado… apenas podía recordarlo.
No había comido ni dormido desde
hacía demasiado, aunque en esta ciudad maldita siempre era de noche, lo cual
hacía imposible medir el paso del tiempo. La guardia le había apresado en su
propio hogar, aquella cálida mansión que ahora recordaba como algo tan lejano,
y sin darle explicaciones le habían encerrado como a un perro. Cuando preguntó
el porqué, le golpearon. Después, cuando logró escapar de su celda, esos malditos
cazadores de brujas le habían hostigado y perseguido incansablemente. Había
pasado hambre, miedo y frío durante días, escondiéndose en el bosque como una
alimaña. Sabía manejar la espada, y gracias a ello y a su talento personal
había logrado salir airoso de un par de encontronazos… pero no sin un precio.
El tajo que tenía en el brazo no dejaba de sangrar, y sabía que si no
cauterizaba la herida o la cosía, aquello no acabaría bien.
Ni siquiera en Mordheim, la
tristemente célebre Ciudad Maldita, había encontrado refugio. Hasta allí le
habían dado caza, al parecer aquellos fanáticos estaban dispuestos a
enfrentarse a los horrores de aquella ciudad fantasma con tal de atraparle.
Pero hasta aquí no iban a seguirle, estaba seguro. El Pozo… un lugar de pesadilla,
un infierno dentro de un infierno. Ante él, un paisaje desolador se extendía
hasta donde alcanzaba la vista. No había edificios, pues no había quedado nada
tras la caída del cometa. Sólo polvo negro, salpicado por los verdosos
fragmentos de piedra bruja, y en el centro de aquella planicie de muerte y
silencio, el Pozo. Allí mismo había caído el cometa que condenó a todos los que
vivían en Mordheim.
Un inmenso agujero en el suelo… y
hacia él se estaba dirigiendo. Sabía que ahí estaría a salvo, pero no sólo era eso,
por algún motivo debía ir allí. Sabía que no era sólo un afán por sobrevivir,
sino que de alguna forma era su objetivo… lo que había venido a hacer. Ya no
sentía miedo. El aire era venenoso tan cerca del cráter, por las cenizas y el
polvo de piedra bruja en suspensión, pero le daba igual. Sí, ya estaba harto de
huir como una rata. Se sentía tan débil que no tardaría en desmayarse, pero con
su última chispa de voluntad caminó los últimos pasos que le separaban de aquel
abismo, y al llegar al borde, miró en su negro interior.
Entonces vio la eternidad. Vio la
inmensidad, miles de mundos como el suyo… vio cosas que sabía que estaban más
allá de su comprensión mortal, y que olvidaría en cuanto parpadease. Él era…
tuvo que hacer un esfuerzo por recordar quién era, y cómo se llamaba. Sentía su
mente difuminarse, mezclarse con aquella neblina, aquel vacío enloquecedor que
le rodeaba y le envolvía. Todo se volvió negro, desaparecieron los miles de
estrellas y los miles de mundos que vivían, morían y se hacían polvo en un
abrir y cerrar de ojos, hasta que no quedó nada. Y cuando no hubo nada más que
oscuridad, sintió que había llegado. Hasta allí había venido, ahora lo sabía. Allí
moraba lo que le había estado llamando… y el joven dijo “Aquí estoy”.
Y el ser que moraba allí abajo le
percibió, y le reclamó.
Entonces sintió cómo su
consciencia se introducía en otra mente. Cientos de recuerdos, de sensaciones…
de alguien a quien se le había negado todo. Todo lo que por derecho le
correspondía, lo que había ganado justamente, le había sido arrebatado por
otros que se creían mejores, sólo porque eran más fuertes. Alguien que había
estado encerrado mucho más tiempo que él, que había sufrido y había sido
castigado mucho más cruelmente que él… Vio a través de sus ojos un sinfín de
victorias negadas, de burlas. Toda una eternidad siendo despreciado, coronando
a otros menos merecedores con los dones y las bendiciones de sus amos, mientras
él tenía que permanecer siendo sólo un siervo. Sintió todo aquel rencor, todo
aquel amargo resentimiento acumulado durante siglos, todo aquel afán de escapar…
Y de vengarse. Sí, eran iguales. Conocía sus motivaciones perfectamente, pues
eran las suyas propias. Todo aquel resentimiento era el suyo propio, y ya
estaba harto de huir. Aquel ser que le estaba abriendo su mente era
inmensamente poderoso, y no sentía compasión alguna por un microbio como él… lo
sabía, pues ahora estaba dentro de sus pensamientos. Sabía también con total
claridad que iba a morir, que el ser iba a devorar su alma para convertirla en
una diminuta fracción más de su poder, y que no podía hacer nada por evitarlo.
Sintió rabia, sintió un odio negro hacia todos los que le habían fallado y le
habían rechazado, llevándole a un final que no le correspondía. Al menos ya no
iba a tener que huir como una alimaña. No huiría nunca más, ni se escondería,
estaba harto… ¡Harto! ¡Todos aquellos que se habían creído mejores que él iban
a pagarlo! Algo dentro de aquel abismo más allá del espacio y el tiempo sintió
esa chispa de rebeldía, ese silencioso juramento, esa pequeña llama de voluntad
que no se había extinguido a pesar de la debilidad y las penurias... y se
sintió complacido.
El joven sintió que se le ofrecía
un don y, sin necesidad de decir palabra alguna, lo aceptó. Cogió la oscuridad,
la locura… y la hizo suya.
Cuando abrió los ojos, se había
revestido con aquella oscuridad, había convertido su sufrimiento y su rabia en
poder. Sus ropas seguían igual de sucias y rotas, pero sus heridas habían
desaparecido, y no sentía hambre ni frío. Aquel ser le había dado nuevas fuerzas.
Aquel ser… aquel que, como él, había sido rechazado. Juntos se vengarían.
Juntos reunirían el poder suficiente. Tenía mucho que aprender, y había mucho
por hacer… pero ahora sabía que los poderes que había tenido desde niño, y que
había tenido que ocultar como algo vergonzoso, eran un don. Le hacían especial,
le hacían poderoso… y la Ciudad Maldita podía fortalecerle mucho más. Miró a su
alrededor, y comprendió lo que era la piedra bruja. Era magia cristalizada, poder
en estado puro, y cuanta más reuniera para su señor, más fuertes se volverían
ambos.
Miró entonces al Pozo, sabiendo
que no era ningún cometa lo que había caído allí, condenando a una ciudad
entera. Sonrió y se dio media vuelta, echando a andar hacia los edificios en
ruinas que componían las tortuosas calles de Mordheim.
-“Sí, ellos son más fuertes… de
momento”.
Sabía que había sido elegido, que
era un emisario oscuro, y tenía un mensaje que llevar a sus enemigos y los de
su nuevo señor. Terror y desorden, eso era esta ciudad, y ahora era su hogar. Nadie
jamás volvería a echarle de su hogar, y los que le habían perseguido iban a
pagarlo muy caro. Igual que lo habían pagado ya su padre y su hermano mayor,
cuando él usó sus poderes para escapar… y para hacer que la mansión de la
familia ardiese hasta los cimientos con ellos dentro.
Nunca debieron haberle entregado a la guardia de la ciudad, y pagaron el precio.
………………………………………….
Un trueno devolvió al presente
los pensamientos de un brujo que, guareciéndose de la lluvia en unas ruinas,
esperaba a que amainase un poco la tormenta. El hombre, envuelto en una
gabardina y con el rostro oculto bajo un ajado sombrero picudo, miró a su
alrededor. Otras figuras esperaban a su lado, algunas pertenecientes a hombres
encapuchados, y otras a seres que no tenían nada de humano. Había hecho mucho
desde aquel lejano día, mucho se había conseguido. La confortable gabardina de
cuero que vestía, antaño propiedad de un arrogante capitán cazador de brujas,
era prueba de ello.
Pero sin importar el tiempo que transcurriese,
aún recordaba, como el primer día, su primera Peregrinación al Pozo.
Brutal
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Me alegro mucho de que te haya gustado.
Eliminar