En uno de
los pabellones de observación de la cúspide, una de las múltiples torrecillas
que coronaban la gran estación espacial, Errith Voidwalker bebía de una copa
mientras observaba la negrura del espacio. La oscuridad salpicada por jirones
rojizos de la nebulosa era ya una visión familiar para él, pero lo que más le
reconfortaba de haber vuelto a la Aguja era, sin duda, el vino lunar. Era una
bebida exótica difícil de conseguir, pero los corsarios que comerciaban con
mundos exoditas solían traer cargamentos con cierta frecuencia. Una hermosa
doncella eldar se acercó a él recatadamente y, al ver que había apurado su
copa, se inclinó para servirle un poco más.
-“Gracias. Puedes dejar la botella y marcharte, si lo deseas. Seguramente tendrás mejores cosas que hacer que darme de beber.” –La muchacha hizo una leve reverencia y salió de la estancia. Era realmente hermosa. Llevaba una delicada tiara adornando su frente y pendientes con símbolos de buena suerte en las picudas orejas. El pelo, recogido en un sencillo tocado, dejaba ver su cuello, del que pendía una gema que quedaba suspendida casi a la altura de sus senos, uno de los cuales estaba tatuado con una runa eldar. Al darse la vuelta para marcharse, Errith pudo advertir cómo su fino y ceñido vestido dejaba entrever la figura atlética de la muchacha. Ah… sin duda los eldar aún llevaban consigo el estigma de las bajas pasiones que habían conducido a su raza a la decadencia y a la Caída, pensó Errith. “Yo, al menos, desde luego lo llevo conmigo”- dijo para sí mismo mientras sonreía melancólicamente y levantaba de nuevo su copa.
-“Viejo perro del vacío, ¡no cambiarás nunca!”- Una breve risa siguió al ofensivo comentario, aunque Errith no se había alterado por ello, pues sabía bien de quién venía.
-“Lan Skor…”- dijo mirando al recién llegado- “Sólo tú podrías ser tan oportuno y tan desagradable al mismo tiempo”.
Un par de corsarios eldar que pasaban por allí, al oír a aquel pintoresco desconocido abordar así a Errith, se detuvieron de pronto y observaron tensamente la escena. Pero al ver que ambos se saludaban afectuosamente y se sentaban, y que ninguno había desenfundado una pistola y disparado al otro, siguieron su camino con naturalidad. Lo cierto era que Lan Skor llamaba la atención allí donde fuese, pero especialmente en un lugar como aquel. Era, sin ir más lejos, el único humano al que se le había permitido la entrada a aquel puerto espacial (lo cual implicaba que habían depositado en él la confianza suficiente como para revelarle su localización).
Era un hombre alto y delgado, de constitución
no muy distinta a la de cualquier eldar, a decir verdad. Llevaba el pelo suelto
en una larga melena negra, y su rostro era el de un hombre apuesto, aunque
cruzado por alguna que otra cicatriz, y con un ojo biónico que ocupaba el lugar
de su ojo derecho. El ojo artificial brillaba en la leve penumbra de la sala.
Llevaba la vestimenta típica de un comerciante independiente, con botas altas y
un chaquetón largo de capitán, y de su cinturón colgaban una pistola láser y
una pistola shuriken, además de un estilizado estoque de energía. Entre los
piratas espaciales que surcaban los dominios del Imperio había multitud de
leyendas acerca de la figura de Lan Skor, entre las cuales se decía que por sus
venas corría sangre eldar… Probablemente era imposible que fuese cierto, pero
lo que sí era un hecho era que mantenía buenas relaciones con los corsarios
eldar del extremo oriental del Segmentum Ultima. En realidad, Lan Skor mantenía
buenas relaciones con cualquiera que pudiera aportarle un beneficio jugoso.
Incluso había pasado una buena temporada sirviendo como consejero y
suministrador de armas a un poderoso señor de la guerra orko llamado Mad-Makz,
en el sistema Abrahel.
-“He oído
que has estado ocupado últimamente”- dijo el eldar en tono ligeramente burlón.
-“Oh,
bueno” –respondió el pirata con fingida afectación y sorpresa- “Sabía que tarde
o temprano llegaría el rumor. Fue sólo un pequeño trabajo de contrabando… Al
fin y al cabo, ese sector estaba en feroz disputa entre una flota enjambre
tiránida y las fuerzas del Imperio, y ninguno de los dos bandos me caía bien.
Así que cuando se presentaron los Ruedaz Zonrientez, me pareció una excelente
oportunidad de sabotear a la vez los planes de ambas facciones y de paso
hacerme con un excelente botín. Esos orkos sólo se fijan en las armas grandes y
los vehículos que pueden desguazar… pero dejan tirados un montón de recursos de
valor incalculable ¿sabes?”- la conversación estaba teniendo lugar en bajo
gótico imperial. Ya habían conversado en muchas otras ocasiones, y aunque Lan
Skor era capaz de hablar toscamente la lengua eldar, Errith siempre se había
mostrado magnánimo a ese respecto, ofreciéndose a hablar en imperial, el cual
por otra parte el eldar hablaba con fluidez.
-“Además” –siguió el pirata con tono inocente- “era sin duda la opción más divertida de las tres.”
La doncella volvió y les sirvió una bandeja con una generosa ración de quasal, ya cortado en rodajas. Los quasals eran seres tentaculados que, si bien en los Mundos Astronave se hubieran considerado una comida repugnante, para muchos proscritos y corsarios eldar eran todo un manjar. Dejó también una copa vacía para Lan Skor, y se marchó tan silenciosamente como había venido.
-“Hermosas vistas las de la Aguja Lunar ¿verdad?” -Al oír el comentario del humano, la doncella se giró y les sonrió a ambos de manera pícara, antes de proseguir su camino.
-“Así que el legendario pirata Lan Skor ha venido a robarnos nuestras hermosas doncellas ¿eh?” –el eldar cogió la bulbosa botella de cristal violáceo, del mismo color que su contenido, y llenó la copa de su interlocutor con el vino púrpura. La apariencia de Errith Voidwalker también era algo peculiar, incluso para un eldar. Llevaba la cabeza rapada salvo por una cresta de pelo de un blanco níveo, y sus puntiagudas orejas estaban repletas de pendientes. La armadura de combate ajustada que vestía era de un color gris azulado bastante sobrio, pero decorada aquí y allá con patrones de cuadros blancos, negros y naranjas (mostrando sus buenas relaciones con los arlequines, y en recuerdo de Lugganath, el mundo astronave que una vez fue su hogar, mucho tiempo atrás). Sus ojos, de iris amarillo, brillaban con algo que no estaba claro si era malicia o curiosidad.
-“Está bien, iré al grano.” –dijo al fin Lan Skor- “Como ya sabrás, la Gloriosa Armada Imperial ha estado metiendo las narices en tus territorios últimamente.”
-“He sido informado hace poco, sí. Una de mis patrullas tuvo un encuentro con ellos. Sólo eran cuatro naves, así que debía de tratarse de una avanzadilla. Teniendo en cuenta que abatimos a dos, imagino que pronto volverán con refuerzos.”
-“¿Y… Puedo preguntar qué piensas hacer?”
-“Bueno, yo también perdí dos naves. Dos destructores clase Sombra Nocturna que me encantaban. Así que les pediré amablemente que me compensen.”
-“Amablemente…”
-“Sí, con torpedos sónicos, probablemente. ¿Por qué? ¿Quieres unirte a la bienvenida?” –el eldar lo preguntó en tono sincero y cordial, como si hablase de un plan inofensivo.
Lan Skor miró durante unos instantes su copa, deleitándose con el suave olor alienígena del vino eldar.
-“Claro,
para eso he venido. A mí también me atacaron hace poco, y creo que es hora de
posicionarme en este conflicto y de responder con un poco de iniciativa,
mientras aún la tengamos.”
-“Entonces serás bienvenido, como siempre.” –ambos alzaron sus copas y bebieron- “¿Sabes por qué lo llaman vino lunar?”
Lan Skor sonrió medio aturdido por la bebida- “No, pero es la cosa más fuerte y narcótica que he probado… salvo por aquello que llamaban Segundo Mejor en Necromunda.” -vació su copa de un trago- “¿Puedo tomar un poco más?”
Y así siguieron bebiendo, e intercambiando información, como tantas otras veces habían hecho. Mientras ambos reían a carcajadas y Errith le servía más vino, el eldar comenzó a ilustrar a su compañero con un poco de mitología de los corsarios- “Pues verás… Cuenta la leyenda que, una noche, tres doncellas exoditas estaban bañándose desnudas en un estanque de aguas cristalinas, cuando de pronto…”
Viendo a aquellos dos piratas estelares, con su aspecto extravagante y apurando una copa tras otra, mientras contaban anécdotas que como mínimo habrían merecido un juicio inquisitorial en la mayoría de planetas del Imperio, nadie en su sano juicio hubiera dicho que eran gente importante. Nadie habría adivinado que se trataba, por un lado, de una leyenda del contrabando de armas, y por el otro, de un príncipe pirata al mando de una de las bandas más poderosas de aquel sector. Pero así eran las cosas, un poco de vino y la perspectiva de hostigar a la Flota Imperial siempre animaban a cualquiera que frecuentase la Aguja Lunar, refugio de renegados, corsarios y proscritos.
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