Este relatillo fue escrito a modo de introducción de un escenario, llamado “Resistencia Heroica”: Era una partida de Kill Team en la que un puñado de héroes épicos (o quizá de villanos carismáticos) debía hacer frente a una marea de tiránidos hambrientos que se lanzaban sobre ellos, chasqueando sus garras y mandíbulas. Nosotros lo jugamos con personajes habituales de nuestras partidas de 40K y GorkaMunda, lo cual era divertido porque se veían caras conocidas, como un crossover un poco loco. Aunque estos personajes son de diversas procedencias y razas, deben unir sus fuerzas… o perecerán. El planteamiento es el del típico escenario mazmorrero de rol clásico, adaptado (aunque no mucho) al universo alienígena y oscuro de Warhammer 40K. Somos amantes del rol mazmorrero clásico, la verdad.
Esto, de por sí, ya habría sido divertido, pero el motivo de que le tenga un especial cariño a este escenario es que fue jugado como colofón de la última edición celebrada del NightFreakChurroFest (os hablaremos de este demencial evento más adelante, os lo prometo). La idea era la siguiente: una ramificación de una Flota Enjambre tiránida se cernía sobre el planeta Yvressar, y lo único que sus variopintos defensores podían hacer era frenar a la marea de organismos hambrientos que desembarcaba contra ellos y así ganar tiempo mientras, en un ataque desesperado, las defensas orbitales del planeta intentaban cargar un disparo de un mega-láser y destruir a la nave nodriza tiránida. Cabe mencionar que lo jugamos durante la noche, como guinda final de todo un día de juegos, y que lo hicimos a tiempo real: Si llegábamos vivos al amanecer, habíamos aguantado lo suficiente.
Creo que deberíamos haberlo llamado "Abierto hasta el Amanecer", pero como eventualmente celebraremos otro NightFreakChurroFest... Ese nombre queda archivado para la próxima.
Éste era el relato introductorio:
El círculo de piedras ancestrales se alzaba en silencio en medio del claro, como un centinela mudo que aguardase las terribles noticias que estaban por llegar. A su alrededor, la verde llanura estaba aún envuelta en las nieblas del amanecer, y de los exuberantes bosques tropicales que cubrían las montañas distantes se elevaban nubes de vapores calientes. Un sinfín de chillidos y graznidos procedentes de los muchos pobladores de aquellas selvas vírgenes comenzaba a formar un disonante coro, y de entre todos aquellos ruidos el más atronador era el lejano bramido de los megadones, las criaturas reptilianas más enormes y pesadas de aquel mundo. Era un sonido habitual, sin duda algún clan exodita estaría pastoreando a sus rebaños de megadones no muy lejos de allí. Pero pronto se acabaría el tiempo para cuidar del ganado, pues se avecinaba la guerra. Una guerra que no podrían ganar, a no ser que tuvieran ayuda.
El anciano vio que su dragón corredor, que esperaba pacientemente en los
límites del círculo, empezaba a alterarse al oír a las bestias distantes. La
criatura olisqueó el aire con su lengua serpentina y lanzó varios chasquidos,
pero él extendió una mano suavemente hacia su fiel montura, y una leve oleada
psíquica tranquilizó de nuevo al animal. El ermitaño se acercó a su dragón y le
rascó bajo la escamosa cabeza, que quedaba algo más alta que la suya cuando el
animal se erguía sobre sus esbeltas patas traseras. Sus poderes estaban
disminuyendo poco a poco cada día que pasaba, y cada vez le resultaba más
difícil mantener la conexión telepática que hasta entonces le había permitido
mantener tranquila a su excitable montura. Eso sólo podía significar una cosa,
y al examinar las piedras rúnicas no había hecho más que confirmar sus temores.
Los animales estaban inquietos por algo, sentían que se acercaba un gran peligro, una tormenta… No, no era como un desastre natural, era más bien un depredador. Una bestia hambrienta con millones de bocas y garras, que acechaba en la negrura, más allá de la vista… Pero que había captado el aroma de su mundo y venía a por él. El eldar retiró la capucha que le cubría el rostro y alzó la mirada hacia el cielo, queriendo vislumbrar lo que había más allá de la cúpula azul de su mundo. Aún no había caído su sombra sobre el cielo del planeta, pero sin embargo su sombra psíquica sí estaba empezando a anunciar su llegada, nublando sus poderes y creando una ligera presión en la mente de todas las criaturas perceptivas, incluso a un nivel subconsciente. Sabía que estaban allí arriba aunque no pudiese verlos…
Un rugido de aviso de su dragón le hizo devolver su atención
al presente. Frente a él, cruzando el amplio claro que rodeaba el círculo
sagrado y lo separaba de la húmeda espesura, vio a varios jinetes más que se
aproximaban. Eran los jefes y ancianos de los clanes que estaban lo bastante
cerca como para acudir a la llamada. Algunos eran guerreros orgullosos que
enarbolaban lanzas láser, otros eran ancianos, ataviados con las túnicas
propias de un brujo. Todos sabían a qué habían venido, y él, Guardián del
Portal, los esperaba a todos ellos.
Desmontaron y, tras algunos saludos rituales en los que se
dejaron a un lado las diferencias entre los distintos clanes, se hizo el
silencio. Permanecieron así un tiempo, esperando. Finalmente llegó la hora. En
el centro del círculo de piedras sagradas se materializó una luz brillante, de
un hermoso color azul verdoso. Suspendido a un metro sobre el suelo, justo
sobre la gran piedra circular adornada con símbolos y runas eldar que formaba
el centro exacto de la formación megalítica, un disco vertical de luz apareció
de la nada. De él emergieron varias figuras ataviadas con vivos colores, que
parecieron salir flotando ágilmente del portal, como si apenas les afectara la
gravedad. Era como si no pesaran, y se movían con una ligereza y gracia que
hacía que casi pareciese que danzaban en vez de caminar. El que iba en cabeza portaba
en una de sus manos un báculo, y vestía una capucha decorada con cuadros
naranjas, blancos y negros, bajo la cual se adivinaba una máscara completamente
lisa y vacía… Una placa facial cristalina sin rostro ni relieve alguno,
reflectante como un espejo.
Todos los allí presentes, incluso los ancianos más
reverenciados, mostraron absoluto respeto ante los coloridos recién llegados,
quienes no emitieron una sola palabra. La figura encapuchada, que portaba el
báculo y la máscara sin rostro, era el Vidente de Sombras. Ya había visitado en
los días anteriores a los líderes de los diversos clanes que allí se
encontraban, y había usado su habilidad para crear espejismos y mostrarles lo
que esperaba a su mundo si no actuaban con presteza. Nadie había dudado de lo
que les había mostrado, ya que cuando los Arlequines aparecían, sólo lo hacían
para ayudar a su raza. En las mentes de los jefes guerreros y los ancianos
brujos aún perduraban los horrores que habían vislumbrado.
El Gran Devorador se acercaba al mundo de Yvressar. Sus
cientos de miles de soldados sin voluntad caerían sobre ellos como un enjambre
infinito y lo consumirían todo y a todos. No era el primer mundo que su raza
perdía para siempre a manos de ese enemigo tan antiguo y temible. Frente a los inabarcables
números en que caerían sobre ellos, nada podrían hacer los valientes clanes de
caballeros dragoneros, salvo aspirar a una muerte valerosa. Eso… o intentar
salvar su mundo, por escasas que fuesen las probabilidades, obedeciendo las
instrucciones de los Arlequines.
El Vidente de Sombras se hizo a un lado, y fue imitado por los demás Arlequines, cuyas máscaras mostraban extrañas muecas burlescas o rostros inexpresivos. Todos dejaron paso libre a un Arlequín cuyo aspecto era especialmente extravagante: La cresta erizada que coronaba su cabeza era más alta que la de ningún otro miembro del grupo, y vestía un abrigo largo decorado con rombos y cuadros sobre el colorido traje holográfico. Su máscara lucía una gran sonrisa, como si conociese un siniestro chiste que a nadie más le había sido contado. Era el Gran Arlequín, el maestro de aquella troupe de bailarines guerreros errantes, y sería él quien hiciese las presentaciones. Todos los allí presentes habían sido avisados de que debían cooperar y confiar en unos extraños que vendrían de más allá de su mundo. Bien, no era la primera vez que los exoditas cooperaban con otros eldar, pero aún no sabían de quién se trataba.
El Gran
Arlequín hizo un gesto teatral de reverencia, como introduciendo a un nuevo
invitado, y del portal emergieron nuevas figuras. Éstos no eran Arlequines. Del
disco luminoso, cuya superficie se agitaba como si estuviese hecho de agua
cristalina, emergió al espacio real un pequeño grupo de eldar con aspecto
curtido. Vestían las armaduras ajustadas características de su raza, pero los
reactores alados que llevaban a la espalda los delataban como lo que eran:
piratas estelares. Sus armaduras eran de color gris azulado, con marcas de
arañazos o impactos de proyectil aquí y allá, y sus yelmos inexpresivos
ocultaban sus rostros, pero su actitud era tensa, y bastaba verlos para
adivinar que estaban en guardia. El que iba en cabeza, aparentemente el líder,
no llevaba casco y vestía una gabardina desgastada de cuero marrón por encima
de la armadura, recortada para dejarle libres los brazos y permitir que su
reactor alado emergiese por detrás. Su cabello era un penacho de color blanco
níveo, aunque no tan espectacular en tamaño como la cresta del Gran Arlequín, y
llevaba las orejas adornadas con numerosos pendientes. Tanto él como sus
hombres llevaban colgando del cinto numerosas granadas y pistolas shuriken o
láser y, a excepción del líder, cada uno empuñaba una estilizada carabina
láser. Todo en ellos transmitía una cierta sensación de hostilidad.
El anciano se acercó a ellos y extendió los brazos en señal
de paz.
- “¿Eres tú, vagabundo de los cielos, quien va a ayudarnos?”
-“Nosotros y algunos más, sí.” -asintió el recién llegado- “Pero
el resto no tiene permitido pisar este mundo.”
-“Dime… ¿hay esperanza para nuestro hogar?”
El pirata, quien se llamaba Errith Voidwalker, alzó la vista
al cielo, y un brillo de inquietud apareció en sus ojos.
-“Si estamos lo bastante locos, y Cegorach nos concede un
poco de suerte… Tal vez sí”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario