Este relato lo escribí como introducción de mi ejército de goblins nocturnos para una campaña de Warhammer Fantasy ambientada en las Tierras Yermas, que empezamos hace algún tiempo, y que recuerdo con mucho cariño porque tanto las reglas como el propio mapa fueron diseñados con el espíritu oldhammer con el que nos habíamos criado (las reglas estaban sacadas en gran parte del venerable Manual de Campo para Generales, que es como nuestra biblia de Warhammer). En esta campaña participaban también Soter con no muertos (el ejército nigromántico de Chantal, de la que posiblemente habréis oído hablar por aquí), Fornidson con hombres bestia, y nuestro amigo Dani con enanos (mis más amados enemigos, los taponzilloz).
En este relato presentaba oficialmente a Rakrit Zombreroloko (quien ya había aparecido brevemente en el relato Una luz en la Oscuridad), y también se anunciaba que iba a tomar parte en la campaña Rikrit Baztardillo, quien había sido el entrenador de mi absurdo equipo goblin de Blood Bowl (sobre el que podéis leer una sarta de disparates en el relato Reunión en loz veztuarioz).
Ezpero ke oz guzte, enjendroz.
Rikrit Baztardillo era lo que los goblins nocturnos llamaban un “gran jefe”. Reunía las cualidades que el resto de gobos esperaban que poseyera un líder: era oportunista, malicioso, astuto a su retorcida manera, y no se fiaba ni de su sombra. Había liderado pequeñas fuerzas de combate de goblins nocturnos durante numerosas incursiones, y había llevado a cabo diversas maldades contra los enanos que trataban de recuperar la fortaleza de Karak-Ocho-Picos.
Largo tiempo llevaban los enanos del rey Belegar tratando de
reconquistar la que una vez fue la ciudad de sus antepasados, pero Skarsnik, kaudillo
de la tribu de la Luna Torzida y señor de los innumerables goblinoides que
infestaban sus pasadizos y salas, lograba siempre frustrar sus esfuerzos. No
sólo no había permitido que los enanos de Belegar Martillo de Hierro ganasen
terreno, sino que había mandado a sus goblins para que capturasen a sus
mensajeros, pusieran trampas alrededor de su campamento, realizasen ataques sorpresa
durante la noche, e impidieran la llegada de refuerzos desde las otras
fortalezas enanas. La verdad es que a Baztardillo no se le daba mal su trabajo,
incluso había sido imaginativo y había incorporado innovaciones. Recordaba
haberles robado la comida a los taponez, haberles prendido fuego a las barbas
mientras dormían, haber encendido las mechas de las bombas de los mineros y
haberlas vuelto a dejar dentro de sus mochilas antes de volver a salir
sigilosamente… Cualquiera diría que el viejo señor de la guerra Sakrsnik
debería estar satisfecho con él. Sin embargo, Baztardillo sabía que no era así.
Quizá se debiera a que era un cabroncete traicionero y mezquino, y aunque esto
lo convertía en un excelente secuaz, tenía el efecto de que su señor no se
fiara de él (y con razón). Le había pasado siempre, y le había llevado a ser
destinado a misiones extrañas, habitualmente en lugares lejanos, lo más lejos
posible de la espalda de su señor. Incluso había sido entrenador de un equipo
de Blood Bowl durante una buena temporada, cosa que, tratándose de un equipo de
incompetentes goblins y del juego más brutal y sanguinario de todo el Viejo
Mundo, debería haber sido su sentencia de muerte. Pero Baztardillo, haciendo
gala de su mejor talento (el de ser un bastardo escurridizo y difícil de pillar
en un enfrentamiento justo) se las había arreglado para sobrevivir. Y no sólo
eso: su equipo, los Lunaz Traidorzillaz, había obtenido gran popularidad entre
los pielesverdes de todas las Tierras Yermas, e incluso entre otras razas, y
finalmente se le había permitido regresar de este original y sutil destierro.
Había demostrado que podía ser útil incluso en las peores circunstancias, había
sobornado, había realizado sabotajes… había hecho de todo un poco. Incluso
estaba moderadamente seguro de que, en una ocasión, él y varios miembros de su
equipo habían viajado en el tiempo, durante un desagradable incidente con un
portal de disformidad. Pero bueno, hoy por hoy quien mandaba era Skarsnik, y a
Skarsnik no le gustaba un pelo Baztardillo, así que había decidido mandarlo a
otra de esas “mizionez ezpezialez”.
En esta ocasión, se trataba nada más y nada menos que de
internarse en las Kavernaz de loz Mordizkoz, un conjunto de túneles infestados
de garrapatos cavernícolas y arañas gigantes. Aquel lugar no siempre había sido
así, pero tras caer Karak-Ocho-Picos en manos de los goblins y los skaven, y
llenarse sus túneles de todo tipo de alimañas, muchas salas habían quedado
abandonadas y sin vigilancia. Con el tiempo, muchos de los niveles que no
habían ocupado los pielesverdes ni los hombres rata se habían convertido en
cubiles para los garrapatos que los goblins habían traído con ellos. Y de las
oscuras y profundas grietas que daban al subsuelo, o quizá procedentes de los
bosques de la alta montaña, habían llegado las arañas.
Ahora, aquellas zonas
eran evitadas incluso por los skaven, que habían decidido que no merecía la
pena perder a nueve de cada diez patrullas si en esos túneles sólo había
dientes afilados y bocas chasqueantes. Sin embargo, haciendo gala de la total insensatez
que es una de sus mayores virtudes (o, como en la mayoría de los casos, no)
unos cuantos goblins nocturnos se las habían ingeniado para subsistir allí. Al
principio eran un puñado de bandas de kazadorez y paztorez de garrapatoz, que
se habían dado cuenta de que había variedades realmente exóticas en esos
túneles. Los que eran lo bastante hábiles o suertudos para no ser engullidos,
podían entrenar o capturar algunos de ellos y luego sacar unos cuantos piñoz
vendiéndolos. Se decía que esas cuevas crecían numerosos tipos de hongos y
setas, que los goblins apreciaban, y que los chamanez podían elaborar un
brebaje con algunas de ellas que hacía más dóciles a las alimañas. Con el
tiempo, los paztorez fueron teniendo más rebaños y más garrapatoz adieztradoz,
y éstos les conferían cierta protección al comerse a la mayoría de arañas (y
garrapatoz) que se acercaban por su zona. Algunos lograron incluso domesticar
arañas cavernícolas y usarlas como montura. El campamento creció con los años,
hasta que los goblins nocturnos ocuparon casi totalmente la zona.
Así, estos
antiguos salones enanos y túneles naturales pasaron a ser llamados “Kavernaz de
loz Mordizkoz”, en vez de simplemente “Hey, no te metaz en eze zitio, imbézil”.
Los goblins que tenían aquí sus guaridas seguían perteneciendo a la tribu de la
Luna Torzida, y obedecían las órdenes de Skarsnik como todo el mundo en Karak-Ocho-Picos,
pero era un lugar que rara vez querían visitar los pielesverdes que ocupaban
otros niveles… Y, desde luego, a Baztardillo no le apetecía nada meterse allí.
-“Bueno, ya eztoy otra vez de menzajero, y ahora ze me va a
zampar un garrapato por tener ke ir a hablar kon ezoz malditoz enjendroz ke…”
-“Anímate, jefe, dizen ke akí hay garrapatoz gigantez. Zería
genial ver alguno” –Pinchito, el jinete de garapato zaltarín, estaba tan feliz
como siempre. Era sin duda el goblin más alegre e inconsciente que Baztardillo
había conocido. Avanzaba a trote lento junto a ellos, montado en Peluzilla, su
pequeño garrapato babeante.
-“Eh… Tú erez tonto, ¿no, muchacho?”
-“Jefe, ezte zitio ez un zitio chungo. Yo kreo ke noz han
mandado akí para librarze de nozotroz…” –comentó con desconfianza Limpik
Tachuelaz, el jefecillo de los goblins que Baztardillo había seleccionado para
que fuesen su escolta en esta suicida misión.
-“No me digaz… ¿Tú kreez? –Baztardillo estaba acostumbrado a
que sus chikoz no fuesen demasiado brillantes. De hecho, algunos eran
verdaderos inútiles, pero en fin, tenían sus talentos. Y por supuesto, lo más
importante era que estaban allí para que, si surgía algún peligro, el peligro
pudiera concentrarse en ellos mientras él escapaba. Había funcionado bien con
el Blood Bowl, era una estrategia probada. Además, los Tachuelaz (la pequeña
banda que lideraba Limpik) tenían fama de ser chikoz duroz, y Pinchito era
especialista en garrapatoz…
Era mejor que nada.
Era mejor que nada.
Su misión era sencilla, después de todo. Debían llegar con
vida a lo profundo de las Kavernaz de los Mordizkoz y transmitir las órdenes
del Señor de la Guerra Skarsnik a uno de sus más insidiosos sirvientes, uno que
se las había ingeniado para hacerse con el control de una zona tan infernal que
ningún otro kaudillo había sentido envidia, ni deseos de arrebatársela. Uno al
que llamaban Rakrit Zombreroloko. Se decía que sus goblins acudían al combate
drogados con potentes pociones de setas, y que el propio Rakrit montaba en
batalla una enorme araña cavernícola. Baztardillo seguía sumido en sus
pensamientos cuando distinguió por el rabillo del ojo una sombra. Estaba a punto
de dar la alarma para que sus muchachos se pusieran en formación (formando a su
alrededor, preferiblemente) cuando vio que se trataba de un arquero goblin. A
su alrededor, asomando de entre las rocas y las estalagmitas, surgieron más
figuras goblinoides encapuchadas, tensando arcos cortos. Decenas de pequeñas
flechas negras los apuntaban entre las sombras.
-“¡Traigo órdenez del jefe!”
Uno de los arqueros respondió con voz chillona.
-“¿Ah, zí? Puez el jefe noz ha mandado akí a patrullar, y no
ha dicho nada de vozotroz. Kreo ke te lo eztáz inventando pa ke no oz komamoz”
-“¡Tu jefe no, imbézil! ¡El mío!” –respondió Baztardillo con
irritación, y a la vez sintiéndose incómodo por el hecho de que todas aquellas
pequeñas puntas de flecha le apuntasen- “Bueno, y el tuyo también, enjendro.
Traigo órdenez de Skarsnik, y tu jefe debe ezkucharlaz perzonalmente.”
Ante la mención de tal nombre, se oyeron cuchicheos entre
los inseguros centinelas, y poco a poco bajaron sus armas. Uno de los
harapientos goblins nocturnos se acercó al grupo, con cierta desconfianza y una
flecha aún colocada en el arco.
-“Oz llevaremoz ante el jefe. Él dezidirá. Zeguidnoz, ez por
akí.”
Recorrieron algunos tramos más de aquellos laberínticos
pasadizos subterráneos y, finalmente, llegaron a otra zona donde volvía a
apreciarse la milenaria arquitectura de los enanos. Una amplia avenida
empedrada los condujo a lo que en otro tiempo habría sido la antesala de un
esplendoroso salón. Allí los hicieron esperar un rato y, finalmente, el goblin que
les había guiado hasta allí les dijo que podían entrar en el Zalón de laz
Makinazionez.
La sala estaba iluminada por el fuego de dos largas hileras de braseros, dispuestos a lo largo de las paredes de piedra. Variados estandartes y trofeos recorrían las paredes, y en muchos de ellos podía verse el emblema de la tribu Luna Torzida, a la que todos pertenecían, pues era la tribu del viejo Skarsnik, señor de los Ocho Picos. Varios chamanes, con sus capuchas exageradamente puntiagudas y sus amuletos, vertían en algunos de los braseros polvo de hongos machacados, haciendo que los vapores se extendieran por la sala, impregnando el aire de un agradable olor a setas, y drogando levemente a todos los presentes. Los muchos goblins que infestaban el gran salón se chillaban unos a otros, reían, asaban garrapatos sobre pequeñas hogueras, cuchicheaban y formaban el barullo habitual de cualquier guarida pielverde que se precie. Al fondo, sentado sobre un trono enano grabado con runas, que en otros tiempos debía de haber pertenecido como mínimo a un importante señor de clan, esperaba en silencio un goblin al que apenas se distinguía. Los braseros más cercanos al trono estaban apagados, y en su lugar se habían utilizado como macetas improvisadas para hongos de diversos tipos, como si a quien se sentaba allí le molestase la luz directa. Su figura se percibía vagamente, entre las sombras cambiantes que proyectaban las llamas, y bajo su capucha puntiaguda se veían dos ojos rojos que brillaban vivamente en la oscuridad. Él debía de ser el jefe. Si tenían suerte, no los mandaría pasar a cuchillo.
-“Azí ke veníz de parte de Skarsnik ¿no ez azí?” –brotó una
voz rasposa, desde el trono.
-“Ezo ez. Él ha ordenado ke oz unáiz a nueztra ekzpedizión.”
-“¿Nozotroz?”
-“Zí. Tú y tuz ejérzitoz, todos loz muchachoz ke puedaz
mandar zin dejar ezte zitio zin protekzión.”
Una risa ronca y un poco demencial, que habría resultado
inquietante a cualquiera que no fuese un goblin, surgió del trono y resonó por
la sala creando ecos.
-“¿Y por ké ze akuerda ahora de nozotroz el Zeñor de la
Guerra? ¿Ké nezezita ke hagamoz? ¿Hay… ratillaz ke matar?”
-“Taponez. Loz taponez eztán tramando algo.”
-“¡¿Taponez?!” La figura en las sombras se irguió de pronto,
parecía que habían captado su interés.
-“Nueztroz ezpíaz han vizto kozaz… Hay un ejército nuevo de
taponez moviéndoze. No zon loz muchachoz de Belegar, éztoz zon nuevoz.”
-“Nuevoz taponez…”
-“Zí, éztoz venían del norte. Kruzaron el Pazo de la Muerte
zin ke pudiéramos embozkarloz, parezen liztoz eztoz enanilloz... Y ze
dirigieron a Karak-Azul. Kreemoz ke…”
-“¡Karak-Azul! Interezante…”
-“Skarsnik dize ke zeguramente van a uzar el viejo Kamino de
loz Taponez. Uno ke lleva al oezte. Podrían habernoz atakado pero en vez de
ezo, van hazia laz llanuraz del oezte… Azí ke deben de eztar tramando algo. Y
kiere ke nueztra ekzpedizión loz ezpíe y lez eztropee loz planez.”
-¿Zon órdenez de Skarsnik? ¿Zeguro?” –inquirió el kaudillo
desde la oscuridad, con desconfianza.
-“Zí. Él lo ordena.”
El kaudillo goblin nocturno bajó
del trono de un salto y se acercó a la luz. Su túnica negra estaba adornada con
hombreras puntiagudas, y su estrafalaria capucha, más alta y picuda aún que la
de Baztardillo, era de color rojo y tenía pintadas llamas amarillas alrededor
del borde. Empuñaba una gran lanza, que por su diseño debía de haber sido
robada a algún líder skaven, a la que se
habían atado amuletos goblins diversos. El kaudillo golpeó el suelo un par de
veces con el asta de su arma.
Una enorme araña peluda, tan grande como un carro
de guerra, surgió silenciosamente de detrás del trono y se situó a su lado. Los
babeantes quelíceros de la criatura se movían bajo su inexpresivo rostro, y sus
muchos ojos negros miraban a los chikoz de Baztardillo con un terrible brillo.
-“Kalma, Chupazezoz, kalma…” –el
kaudillo goblin dio unas palmaditas al monstruo en un costado de la cabeza, y
la criatura retrocedió un poco- “Iremoz a ver al Zeñor de la Guerra, y
perzeguiremoz a ezoz taponez. Yo tengo kuentaz pendientez kon loz enanilloz de
Karaz-Azul, y haze mucho ke no organizamoz un atake en kondizionez…” –soltó una
risilla y alzó la lanza hacia sus goblins, que escuchaban con maliciosa
curiosidad la conversación entre su jefe y los recién llegados- “¡Iremoz a la
guerra, muchachoz! ¡Volvemoz a la akzión! ¡Volvemoz a por loz taponez!”
Una infernal algarabía de
chillidos, aullidos de júbilo, gritos de guerra y risas enloquecidas inundó la
sala y reverberó hacia arriba entre las ancestrales construcciones enanas.
Conforme la noticia de la inminente expedición se extendía entre la horda, los
ecos de risotadas y chillidos de entusiasmo fueron extendiéndose por las
cavernas subterráneas ahuyentando a todo tipo de criaturas de las
profundidades. Pronto aquella marea de goblins encapuchados marcharía hacia los
niveles superiores y, después, hacia la superficie. Se avecinaba guerra en las
Tierras Yermas.
Baztardillo vio el frenético
desorden a su alrededor, a los goblins cogiendo lanzas, escudos y garrotes y
pertrechándose para el combate, y no pudo reprimir un cierto sentimiento de
satisfacción al ver que sus muchachos estaban sumándose al alboroto general.
Mientras se unía a ellos y salían a los pasadizos, que se habían convertido en
un hervidero de actividad, empezó a recordar lo mucho que le gustaba realizar
incursiones contra los enanos, y el viejo y tradicional himno de batalla se
elevó en el aire una vez más.
La verdad es que los goblins, son posiblemente la raza que más juego da a la hora de escribir historias divertidas y que no por ellos se salgan de la linea argumental de Warhammer. Y por supuesto, un ejército solo para valientes de verdad (ya que el jugador ha de aportar la valentía que le falta a sus tropas)
ResponderEliminar¡Demonioch! ¡No había visto este comentario! Perdóname, Víctor, es que mi habilidad con la tecnología es similar a la de un snotling tullido. Si es como dices, sin duda yo debo ser el más valiente entre los valientes, porque mis goblins nocturnos son lo más cobarde que hay... Recuerdo que una vez, una unidad de atronadores enanos disparó, e hizo huir a todo mi ejército. Huyó una unidad, y extendió el pánico a la de al lado, y ésta a su vez a la de al lado... Y los goblins no llegaron a tocar a los taponez en aquella ocasión. Aquel enano fue el bueno de Svazanegger, a quien recordamos por ésa y otras hazañas (si no me equivoco aparece en más de un relato por aquí). Y sí, la verdad esque los goblins juntan el toque gracioso y absurdo de los pielesverdes con la inutilidad absoluta (porque un orco al menos sabe hacer su trabajo), y eso es... maravilloso si te apetece escribir un relato de gente ridícula y mezquina, estilo Terry Pratchett, sin que por ello te salgas del trasfondo de siempre. A mí me han dado pocas victorias, pero muchísimas risas y buenas historias que contar.
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