Saludos a todos, damas y caballeros.
Hace unos días, antes de que estallase la situación sanitaria, los colegas del Troglablog jugamos la que, sin saberlo, se convertiría en la última partida pre-crisis. Fue una partida de nuestra Tercera Era de Mordheim en la que las bandas de Clavy y nuestro amigo Dani debían defender un barco contrabandista (y su mercancía) de las atenciones de las bandas de Fornidson y las de Malvador y mía.
Desafortunadamente para él, Malvador se cayó de la quedada a última hora, dado que cometió un terrible error de cálculo: creyó que tenía 18 años en vez de los treinta y algo que tiene, y su cuerpo no aceptó bien el salir hasta tarde la noche de antes. Así pues, completé mi banda con cuatro espadas de alquiler, dos de ellos típicos de mazmorreo (un explorador elfo y el luchador del pozo Enomao, que ya había aparecido antes en esta Tercera Era y en la Primera Era) y dos de ellos sacados de "La Princesa Prometida": un duelista (trasfóndicamente estaliano) y un ogro.
Con estos dos de mi lado, era victoria segura |
El escenario que jugamos fue "Un Paseo por los Muelles", original de GW para Mordheim, y al final mi banda de Averland consiguió la victoria tras pactar una retirada honrosa con los Middenheimers, después de que el resto de bandas se hubieran retirado (yo me quedé con la mitad de las cajas y él con la otra mitad). Os dejo aquí el relato que escribí posteriormente. Espero que os guste.
Ludwig Von Bahwerk amartilló su pistola de duelo al tiempo que buscaba protección tras los muros de lo que parecía ser el almacén del embarcadero en que se estaba librando la batalla. Por primera vez en mucho tiempo, la fortuna parecía sonreír a los milicianos de Wissenkirche, y eso hizo que el propio ex cazador de brujas estuviera a punto de sonreír también.
De alguna forma, los halflings de la aldea habían conseguido enterarse de que un navío procedente de Middenheim iba a atracar en el Aver para descargar mercancía de contrabando. Aquella operación parecía estar ligada a la irrupción de los mercenarios middenheimers y sus aiados enanos unas semanas antes, y dado que Wissenkirche no se encontraba lejos del río, tanto los milicianos capitaneados por Ludwig como los hochlandeses de Hölderlin se habían puesto a rastrear, por separado, los distintos embarcaderos en los que podría atracar el barco.
De camino al lugar designado, Ludwig se había encontrado con Enomao, el posadero de la taberna donde tuvieron el primer encontronazo con los incursores pielesverdes y astados. El fornido extranjero iba acompañado de un espadachín estaliano con las mejillas cortadas, un ogro llamado Fezzik y un explorador elfo en lo que claramente parecía una expedición destinada a mazmorreo del clásico. Enomao, tras conocer la situación de boca de Ludwig y ante la esperanza de que los astados pudieran ir también tras ese botín, había aceptado dirigirse con su grupo a ayudar en las labores de rastreo de los averlandeses. Y ese había sido el primer golpe de suerte, pues al llegar al embarcadero, el variopinto grupo se encontró con que el barco ya había atracado, que estaba hasta arriba de contrabandistas armados hasta los dientes, que tanto los middenheimers como los enanos estaban en el lugar, y que estaban siendo atacados por los odiados hombres bestia y los no menos odiados orcos.
Ludwig, pese a todo, supo aprovechar la ocasión. Los middenheimers y los enanos estaban tan ocupados lidiando con los asaltantes que apenas repararon en su presencia, y Ludwig avanzó junto con varios de sus hombres y de los amigos de Enomao a por los orcos. Atrapados entre dos fuegos, éstos no tardaron en huir, y lo mismo hicieron los hombres bestia poco después. Ludwig no se sintió particularmente orgulloso de su siguiente decisión, pero las situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas, que pasaron por mandar a los lanceros Gunther y Hans a rematar a los enanos que habían quedado heridos tras su enfrentamiento con los orcos. Esto hizo que los pequeños barbudos decidieran a su vez retirarse, quedando los averlandeses y los middenheimers solos, frente a frente.
Ludwig sopesó la situación. Su banda estaba milagrosamente intacta, y contaba con la fuerza bruta de Enomao y sus amigos, aunque dado que los astados ya se habían retirado no sabía si podía seguir contando con su apoyo. Por otra parte, los middenheimers estaban debilitados tras la lucha, pero seguían pudiendo contar con los contrabandistas, y abordar el barco no iba a resultar nada fácil. Así que decidió ser diplomático, se asomó ligeramente por el borde del muro hacia donde se encontraban los middenheimers, y gritó:
“¡Parlamento!”
Fue suficientemente rápido como para refugiarse de nuevo tras el muro, segundos antes de que un puñado de metralla impactara en el lugar al que se había asomado.
“¡He dicho Parlamento, hijos de puta!” gritó, esta vez sin exponerse.
En medio de la algarabía que procedía de las filas middenheimers, quizá todavía sorprendidos por ver aparecer a un nuevo asaltante con quien no contaban, escuchó una voz que gritaba:
“¡Alto el fuego! ¡Ha dicho que quiere parlamentar!”
Ludwig esperó a que el ruido amainara, y entonces se asomó una segunda vez, encontrándose con un chaval que apenas debía tener quince o dieciséis años. Aquel no podía ser el líder de la banda enemiga. Ni siquiera debería estar ahí, sino aprendiendo un oficio en alguna parte, intentando labrarse un buen futuro, en vez de estar en contacto con la muerte a diario. Pero lo triste del Imperio sin Emperador era, pensó Ludwig, que quizá el oficio de mercenario era la mejor salida que tuviera el chaval.
“¿Aceptáis mi Parlamento?” gritó Ludwig, a nadie en concreto.
Para asombro de Ludwig, fue el chaval quien respondió:
“Lo aceptamos”
Imagen de chrzan666 |
Ludwig lo miró de arriba abajo. El crío tenía agallas, desde luego.
“¿Dónde está tu capitán?”
Por un momento sintió la duda en los ojos del niño. Pero pronto entendió por qué: el que debía ser el capitán middenheimer, un hombre alto, barbudo y pelirrojo, apareció sostenido por dos de sus soldados. Tenía varias heridas en el cuerpo y no podía sostenerse en pie por sí solo, aunque Ludwig, experto en heridas y lesiones, se dio cuenta de que la mayoría eran superficiales, y que no moriría por ellas. Pese a ello, sus hombres improvisaron un asiento para él con las cajas de mercancías que habían descargado antes de producirse el ataque.
“Yo soy el capitán de estos muchachos”
El ex cazador de brujas asintió con la cabeza y dijo:
“Mi nombre es Ludwig Von Bahwerk”
“Ragnar” respondió el middenheimer, sin querer revelar su apellido.
“¿Por qué estás aquí?”. La pregunta de Ludwig quedó sin respuesta, pero, siguiendo su instinto de interrogador, siguió adelante: “¿Para quién trabajas? ¿Es para el Conde de Middenheim?”
Ragnar alzó la mano derecha y dijo:
“Como verás, tengo asuntos… urgentes… de los que ocuparme” dijo señalándose las heridas que le obligaban a hablar despacio. “Así que, si tienes una oferta, hazla, y si no… si no, déjame en paz, por Ulric”
“Muy bien, Ragnar… ésta es mi oferta: largaos de aquí, dadnos toda vuestra mercancía, y no os mataremos”
Ragnar rió, una carcajada que habría sido mucho más larga de no haberse visto interrumpida por un ataque de tos y un esputo sanguinolento.
“Una oferta generosa, vaya que sí… no puedo aceptar tanta… amabilidad”
“Una ocasión así solo se presenta una vez en la vida”
“Bueno, verás… los middenheimers somos muy tozudos, eso dicen siempre… y la verdad… teniendo una tripulación entera de contrabandistas a nuestro lado… eso refuerza nuestra tozudez”
Y señaló al capitán contrabandista, quien había abandonado el barco para acercarse al parlamento y que, efectivamente, parecía poco dispuesto a abandonar su preciada carga.
“Una observación prudente” replicó Ludwig sin perder el temple. “Pero tienes hombres a los que curar, empezando por ti mismo, y quizá algunos a los que enterrar. Tus aliados enanos han huido. Y, por el contrario, mis muchachos no han sufrido ni un rasguño”
Ragnar escupió de nuevo al suelo. No podía negar que aquel hombre tenía razón. El enfrentamiento con los brutales astados y pielesverdes se había saldado con una victoria a su favor, pero había sido una victoria muy cara, y los malditos enanos habían fallado a su proverbial coraje y se habían retirado. Y no podía saber hasta dónde llegaría la lealtad de aquel contrabandista si las cosas empezaban a torcerse…
“Esto es lo que vamos a hacer” dijo al fin. “Cuando empezó el ataque… estábamos descargando las mercancías. Hay cinco cajas en tierra… y otras cinco a bordo. Nosotros… nosotros subiremos al barco, y nos largaremos con las cajas que están en él. Lo demás es para vosotros”
El contrabandista se revolvió ante aquella propuesta.
“¡Un momento! ¡No puedes tomar esa decisión, Ragnar! ¡Esas mercancías no te pertenecen!”
“Oh, ya creo que puedo tomarla… es lo mejor para mis hombres. Así que también es lo mejor para ti… ¿entiendes?”
El contrabandista se puso aún más rojo, pero se abstuvo de decir nada más. Era evidente que estaba sometido a Ragnar, fuera por un contrato… o por miedo.
“Acepto” dijo Ludwig, “pero debéis prometer una cosa más. A partir de ahora, este embarcadero queda bajo mi control. No volveréis a usarlo”.
“Sin problema” contestó Ragnar.
“Que así sea pues”. Ludwig extendió la mano, y el middenheimer lo agarró por el antebrazo, cerrando el trato.
“Volveremos a vernos, Ludwig” susurró el nórdico mirando fijamente a los ojos al ex cazador de brujas.
“Espero que no, Ragnar”
No hay comentarios:
Publicar un comentario