Saludos a todos, damas y caballeros.
Dado que fuimos tres participantes en la batalla, hay tres relatos, cada uno escrito por el jugador de su respectivo ejército. Los relatos se centran sobre todo en explicar la alianza entre orcos y no muertos, la cual de momento es necesaria dada la configuración de fuerzas activas en las Regiones Devastadas, pero a su vez es difícil de explicar. Semejante alianza no es totalmente imposible pero sí es improbable y desde luego inestable, más si una de las personas involucradas en la alianza es Chantal, una bruja muy inestable ya de por sí. En todo caso, de momento tenemos esta alianza de conveniencia para enfrentarnos a esos malditos bretonianos...
Os dejo con los relatos. Espero que os gusten.
"Mi zeñor, mi zeñor" – Un pequeño goblin corría hacia donde se encontraba Kadabruz, el poderoso gran chamán de la tribu de la Mano Verde. - "Ya ze han recolectado las zetas que esperabaz, oh poderoza malignidad". – Le dijo al llegar junto a él, inclinándose varias veces mientras hablaba.
Entre la oscuridad, la sombra que era el hechicero orco se giró sobre si misma sonriendo, dejando relucir una ristra de dientes afilados y podridos al hacerlo.
"Muy bien... ¡y a que ezperaz para traerme unaz mueztras! - gritó enfurecido-. Corre si no quieres acabar en la barriga de algún troll".
El goblin desapareció tan velozmente que ni tan solo se podía saber bien en qué momento exacto se había levantado para echar a correr. Al regresar con las setas se las entregó a su gran líder, que las sostuvo entre sus nudosos y huesudos dedos para examinarlas con atención.
"Que vengan Mazhaog y Thurengan". – Ordenó a sus sirvientes. - "Hay que probar eztaz zetas..."
Cuando estos, los principales chamanes de la tribu, se hubieron reunido con Kadabruz, este repartió un puñado de las setas a cada uno. Al chamán goblin Thurengan no pareció hacerle efecto más allá de un incremento en el zumbido que el poder de la magia Waaagh le producía tras las orejas. En el chamán orco Mazhaog los efectos fueron distintos. Entró en un trance de convulsiones y balbuceos ininteligibles que le hacían expulsar babas en todas direcciones.
Kadabruz observó imperturbable la reacción de su pupilo orco. Cuando los desvaríos comenzaron a aburrirle y empezó a pensar que aquello duraría horas, Mazhaog se puso rígido como una estaca y empezó a cambiar los delirios de su discurso. El gran chamán se acercó a él para escucharle mejor, intrigado.
"¡AAAaahhh! ¡ggrrr! raseretni sates ed narg redop ocigam, recerfo aduya a oibmac ed sates…"
Kadabruz, al no entender nada, golpeó la cabeza del chamán con su malvado y nudoso báculo. En ese instante Mazhaog pareció reaccionar. Su cuerpo se encogió y al estirarse de nuevo con un rugido una gran cantidad de energía mágica surgió como chorros viscosos de sustancia púrpura que le emanaba de los ojos. En ese instante, del cuerpo a medio devorar de un elfo capturado que servía de almuerzo a los pielesverdes surgió un haz fantasmal. El espíritu de la noble criatura comenzó a surgir de su cuerpo, tomando una sustancia espectral mientras lanzaba un alarido escalofriante.
El efecto duró tan solo un instante. Magia púrpura y espectro desaparecieron repentinamente igual que habían llegado, dejando a Mazhaog de rodillas en el suelo, exhausto por una magia que no gobernaba bien.
Kadabruz sonrió cruel, y sus ojos se encendieron como teas ardientes. Caminó hacia un grupo de esclavos humanos y, tras examinarlos, cogió a uno que le pareció especialmente enclenque (incluso para su débil raza) por la maraña de pelo que tenía en la cabeza y lo arrastró con él de vuelta hasta donde estaban los demás líderes de la tribu.
"Haremoz tratos con ezoz zonrozadoz que viven con loz muertos… A cambio de un favor mayor…"
"Ez peligroso acercarse a eza magia que marchita lo que toca, gran líder". – Repuso Thurengan, mirando aún a Mazhaog con ojos astutos.
"Lo zé". – Respondió Kadabruz mientras desenvainaba lentamente una enorme y afilada rebanadora, que siseó despacio al salir, mientras miraba al esclavo que sujetaba con la otra mano y una sonrisa llena de maldad se dibujó en su deforme rostro. – "Por ezo zeráz tú el que le lleve mi mensaje, humano. Y zé exactamente qué hacer para que te dejen pazar…"
CULTO DE LA CARNE INMORTAL
Eran pocas las personas que conocían bien a Chantal, en buena medida porque, en cuanto comenzaban a vislumbrar su auténtica naturaleza, enloquecían de puro terror. En ese caso, lo que obtenían eran los rasgos esenciales de su personalidad: sabían que era una nigromante de extraordinario poder, que era lesbiana, que su apetito sexual era insaciable y que era capaz de cometer actos de una crueldad tan inenarrable que harían llorar al más curtido torturador. Todo eso era cierto, pero solo las cinco o seis personas que habían llegado a conocer plenamente a la hechicera sabían que todos esos rasgos estaban conectados.
La ambición de Chantal, nacida como campesina en el condado más pobre y atrasado del Imperio, era monstruosa. Su afán por acumular cada vez más poder, y el miedo a que le fuera arrebatado, hacía que viviera siempre con los nervios a flor de piel. Por eso era una hechicera tan extraordinaria: siempre estaba alerta y podía percibir cualquier mínima variación en los vientos de la magia antes incluso de que se produjeran. Por eso su deseo de carne y sangre, fuera en forma de sexo o de tortura, era tan intenso: gracias a ello conseguía liberar, aunque fuera temporalmente, toda la tensión que su mente y su alma acumulaban.
No era fácil pillar desprevenida a Chantal. Por eso, cuando el orco reanimado que marchaba junto al resto de zombis se detuvo, la miró, y comenzó a vomitar una extraña sustancia ectoplasmática, estaba preparada.
"¿Quién eres tú?" – preguntó tras desviar la energía verde hacia otro zombi. Podía sentir una inteligencia controlándolo.
"¿Ze puede saber ké demonioz paza, Mazhaog?"
Chantal intuyó que aquella respuesta no iba dirigida a ella, así que repitió la pregunta. Tras unos instantes de duda, el orco reanimado respondió:
"¡Zoy Kadabruz! ¡Zoy el todopoderozo chamán de la Tribu de la Mano Verde! Y… ezto… ¿kién karajoz erez tú?"
"Mi nombre es Chantal. Soy una nigromante".
"Ah mira, ezo eztá bien. Interezante, zí… Erm… Por kazualidad no tendráz idea de lo ke eztá pazando, ¿verdad?"
"Un orco de mi ejército se ha detenido, ha soltado una sustancia verde mágica, y ahora estás hablando a través de él"
"¿Un orko de tu ejérzito?"
"Ya me lo encontré muerto".
"Klaro, klaro… ké kuriozo. Deben haber zido laz zetaz eztaz, parezen buenaz".
Chantal esbozó esa media sonrisa tan seductora que la caracterizaba. Conque de eso se trataba… estaría bien conocer qué clase de hongos producían tal efecto. No solo estaba siempre dispuesta a probar nuevas drogas, o dárselas a sus cultistas, sino que la necesidad le obligaba a estudiar todo aquello que pudiera hacer que, en un momento dado, un chamán orco pudiera tomar el control de sus zombis.
"¿Sabes? Me gustaría pedirte unas cuantas de esas setas…"
FUERZAS DE LAS OCHO VILLAS DE PLATA
A lomos de su pegaso, sir Armand el Hechizado y el resto de los caballeros de pegaso patrullaban la retaguardia del ejército no muerto en retirada. Giró la vista hacia abajo un momento, observando a los veloces jinetes salvajes que servían de exploradores en los ejércitos de su señor barón. “Kitay”, se hacían llamar… una tribu de dolgans que habían acompañado a León Devance desde el norte hasta los Reinos Fronterizos, en tiempos del primer gran viaje de este.
En todo esto se había quedado pensando el oficial cuando un relincho de Brego le alertó que algo pasaba. Apenas tuvo tiempo de volver a mirar al frente para ver pasar algo como una ráfaga de viento a escasos centímetros de su cabeza y perderse hacia atrás con un alarido agudo y enloquecido. Armand miró rápido atrás y vio a un repugnante goblin que trataba de planear de regreso a tierra usando una suerte de arnés alado de muy mala manufactura. El maldito por poco le había derribado de su pegaso.
Hizo una maniobra para indicar al resto de jinetes alados que variaran el rumbo, aproximándose a las cumbres de los árboles que sobrevolaban para ofrecer menos blanco. Fueron descendiendo la velocidad hasta quedar al paso de los exploradores a caballo bajo ellos. Sir Armand se aproximó a sus aliados.
"¡Pielesverdes!" – Les dijo señalando hacia la ladera de un saliente montañoso que se alzaba a unos cientos de metros de donde estaban. Desde allí se observaban los avances de una fuerza de orcos, que descendía por un paso.
El que parecía el líder de los jinetes bárbaros detuvo su caballo, mirando a sir Armand con gesto pensativo mientras se frotaba uno de sus largos y finos bigotes.
"¿Cómo es posible? Si están en esa dirección deberían haber dado con la vanguardia de los muertos".
El caballero asintió, mirando de nuevo hacia el paso de montaña. Allí estaba sucediendo algo extraño…
Repentinamente, uno de los jinetes del flanco derecho cayó derribado de su caballo dando un grito de alerta. De entre los árboles había surgido un repulsivo necrófago que había saltado sobre él, y ya estaba machacándolo contra el suelo cuando el resto reaccionó. Los kitay, diestros jinetes, emplearon sus arcos para reaccionar ante el ataque de los necrófagos, que comenzaron a salir en gran número a la carrera hacia ellos. Sir Armand dio voces de mando y los caballeros del pegaso comenzaron a elevarse y a tomar formación de carga, con la intención de dejarse caer sobre los enemigos como un martillo justiciero.
Fue al hacer esto que vio algo que lo dejó estupefacto: la retirada de los dolgans ante la presión de los necrófagos estaba siendo cortada por unos jinetes de lobo goblin, que se unieron a la persecución.
Por alguna razón, los pielesverdes habían decidido unir fuerzas a los no muertos en retirada, y ahora les cortaban el avance.
"¡Retirada, de vuelta al campamento! Debemos informar a sir Parsifal de esto, nos están rodeando".
"¿Qué maligno portento se está obrando aquí?" – Preguntó otro de los caballeros, igual de sorprendido por aquella alianza oscura.
"Pronto lo averiguaremos".
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