sábado, 24 de julio de 2021

La Anabasis de Seadrake (y V): Quenelles

Saludos a todos, damas y caballeros.

Llegamos a la última parte de la Anabasis de Seadrake, quien ha recorrido un largo camino desde Mousillon, pasando por Bordeleaux, el Bosque de Châlons, los Túmulos de Cuileux y, finalmente, el ducado de Quenelles hasta llegar a su destino final: Athel Loren. A partir de aquí, la historia de su expedición se irá narrando según lo que suceda en las partidas de la campaña/escalada que sirve como excusa para este relato introductorio largo. De momento, podéis ver aquí la primera de esas partidas.

En este relato hay referencias a otra campaña que en algún momento terminaremos, Círculo de Hechicería, y al hecho de que, aunque en principio los altos elfos iban a participar en la campaña/escalada, al final no pudieron hacerlo. Confiamos, no obstante, en que se unan para una batalla final gloriosa a 4000 puntos por bando. De momento, sirva este relato para explicar su temporal ausencia.

Os dejo con el mismo. Espero que os guste.

QUENELLES

La hueste druchii no tardó en abandonar el bosque de Châlons, dejando los Túmulos de Cuileux atrás, para volver a un paraje más propio de la campiña bretoniana, con grandes pastos, suaves colinas onduladas y arroyos cantarines. El capitán de la Guardia Negra había impuesto a Seadrake una salida del bosque en un punto anterior al que el corsario había considerado oportuno, pero el inflexible representante de Malekith no estaba dispuesto a bordear el Cerro del Orco. A Seadrake le inquietaba esta similitud de planteamientos entre el guardia negro y su hermana, y temía saber a qué podía deberse. Al fin y al cabo, Gorwen podía darle cosas que él no. Seadrake sabía que la mayoría de guardias negros eran poco sensibles a los vicios carnales… pero no todos.

En todo caso, como marinero que era tuvo que admitir que se sentía mejor bajo un cielo abierto que sometido por las opresivas copas de árboles centenarios. Además, el ejército no muerto que había conseguido reunir gracias al cetro del vampiro dejó de seguirles en cuanto abandonaron los Túmulos, cosa también tranquilizadora porque no sabía si en algún momento la magia del cetro dejaría de surtir efecto, y no le habría gustado tener a decenas de tumularios a su espalda cuando eso sucediera.

En todo caso, el nuevo camino evitaba que se encontraran con los pielesverdes que pudieran poblar el Cerro del Orco, pero no evitaba otros inconvenientes: el ducado de Quenelles era inmenso, uno de los mayores de Bretonia, y tendrían que atravesarlo en perpendicular, en lugar de ir bordeando Athel Loren, como había previsto Seadrake, hasta llegar al sur del bosque feérico. Contaba con que la guerra que estaban librando los caballeros del ducado contra la nigromante Chantal hiciera que no tuvieran muchos problemas, pues cualquiera que conociera a Chantal podría saber que los bretonianos tenían asuntos más urgentes que atender. Seadrake conocía bien a Chantal (era una de sus mejores clientes) y era plenamente consciente de que los caballeros del ducado estaban en ese momento envueltos en una espiral de demencia y terror. No obstante, se hacía necesario actuar con precaución, por lo que volvieron a usar sus disfraces, haciéndose pasar por un ejército del Rey Fénix.

“Al fin y al cabo, lo somos” pensó Seadrake para sus adentros, “solo depende de quién se considere como legítimo”

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El corsario había estimado que alcanzar Loren les llevaría diez días de marcha. La dificultad de su trayecto, dado que se dirigían al oscuro y sureño reino de Modryn, consistía en decidir si alcanzaban su destino cruzando el Brienne en territorio humano o si preferían entrar en Loren y cruzarlo en dirección a Modryn. Ya desde el consejo en Mousillon se había acordado seguir el segundo rumbo de acción, y los cambios de planes respecto a cruzar Quenelles en vez de bordearlo no habían hecho cambiar de opinión a los líderes de la expedición. Cruzar el Brienne en territorio humano habría implicado pasar demasiado cerca del castillo de Quenelles, y los druchii no tenían intención de alertar a los bretonianos innecesariamente. En cambio, a los asrai no los iban a poder evitar.

Con ese objetivo en mente marcharon sin ser molestados hasta que casi pudieron sentir la presencia de Athel Loren en el horizonte. Pese a no ser un hechicero, Seadrake no dejaba de ser un elfo, y podía percibir la inmensa huella mágica del Reino de las Hadas. Estuvo a punto de envidiar a los embrutecidos humanos, capaces de vivir a la sombra de ese lugar sin sentir su opresivo poder. Aunque seguro que lo notaban de alguna forma. Era la primera vez que se acercaba al bosque mágico, y confió en que se acabaría acostumbrando a la sensación que éste le producía. De lo contrario, tendría que subirle la tarifa a Vakhal Darkflame, la princesa de Hag Graef por cuyo contrato había emprendido Seadrake tamaña expedición.


Esto sucedió en el octavo día de marcha, cuando Athel Loren, pese a hacer notar su presencia, aún no se sentía en el horizonte. La hueste druchii acampó esa noche y, al amanecer del día noveno, Seadrake pudo demostrar que su plan original habría sido el correcto.

Cuando el ejército comenzaba a prepararse para iniciar la marcha, los centinelas dieron la voz de alarma. Unos jinetes se acercaban hacia ellos procedentes del Oeste. Seadrake pensó que se trataría de nuevo de caballeros bretonianos que patrullaban sus tierras y querrían pedir explicaciones a un ejército que atravesaba sus dominios, tal como había sucedido en Bordeleaux, pero pronto vieron que no era así: los jinetes, en esa ocasión, eran altos elfos.

“Ha llegado el momento de comprobar si tu idea de disfrazarse realmente es buena, hermano” le susurró Gorwen al corsario con malevolencia mientras los asur se acercaban a su posición.

“Si me equivoco, espero al menos que eso sirva para que te maten, hermana”

Los altos elfos llegaron finalmente hasta su posición. Eran unos veinte jinetes ligeros, pero bien pertrechados, con afiladas lanzas y potentes arcos. Seadrake no se sorprendió: sabía que los altos elfos tenían una pequeña guarnición en un santuario oculto en algún lugar de Quenelles y que estaban colaborando con los bretonianos en la guerra contra Chantal. De hecho, su disfraz se basaba precisamente en hacerse pasar por tropas de refuerzo asur para participar en ese conflicto.

El cabecilla de los jinetes llegó hasta Seadrake, tras haber sido informado de que él era el comandante al mando de la hueste, y le saludó de forma ritual. Seadrake dudó un segundo, pero recordó rápidamente la respuesta. Tras presentarse como el Príncipe Arthael de Ellyrion, le tendió el documento falsificado que llevaba consigo al líder de los jinetes.

“No sabía que el Príncipe Arthael había decidido venir a ayudarnos”, dijo el jinete.


“Los caminos son traicioneros, y peligrosos los mares. Quizá el mensaje no os llegara nunca. En todo caso, aquí estoy, dispuesto a ayudaros”

“Toda ayuda es siempre bienvenida”, replicó el alto elfo, tendiendo el documento de vuelta a Seadrake, quien se prometió a sí mismo que le pagaría un extra al falsificador que lo había creado allá en Karond Kar. “Los muertos avanzan de manera incesante, y aunque de momento los tenemos a raya, muchos de los nuestros han muerto defendiendo esta tierra dejada de la mano de los dioses”

“Confío en que nuestra ayuda sea suficiente como para acabar con esas malditas brujas”

“Que Asuryan lo quiera. Seguiremos nuestra jornada, pero ya sabéis dónde está nuestro campamento. Dentro de dos días…”

En ese momento, se escuchó un ruido infernal procedente de alguna parte del campamento elfo oscuro. Todos los jinetes asur se volvieron para mirar, pero Seadrake no quiso hacerlo, pues supo inmediatamente qué había pasado en cuanto escuchó el rugido de un gélido. Habría olido la carne de los altos elfos y se había descontrolado. Al cuerno el sigilo.

“Pero qué demonios…” gritó el líder de los jinetes. Fue lo último que dijo en toda su vida.

“Sorpresa” murmuró Seadrake.

Sacó de entre sus ropajes sus pistolas ballesta, y atravesó el ojo del líder de los jinetes con un disparo certero. Con la otra pistola descargó una tormenta de virotes sobre otro alto elfo, matándolo al instante. Sus soldados siguieron su ejemplo, y asaetearon sin piedad a sus primos. Éstos trataron de responder al fuego enemigo y, al ver que eso sería un suicidio, de huir. Unos pocos consiguieron alejarse del campamento enemigo, pero no lo suficiente como para quedar fuera del alcance de las ballestas de repetición.

“Aseguraos de que están todos muertos” gritó Seadrake a sus hombres. “Quemad los cadáveres. No dejéis ninguna prueba que pueda relacionarnos con esto”

Tras eso, se fue directo al capitán de la guardia negra y lo agarró del brazo. Seguramente no fue el gesto más inteligente que podía haber tenido, pero la furia le ardía por haber tenido un encontronazo tan estúpido e innecesario y, en todo caso, el capitán de la guardia negra tuvo cuidado de no responder con violencia.

“Esto no habría pasado de haber seguido mi plan”, dijo Seadrake, con voz muy baja, pero con la furia hirviendo en cada sílaba.

“Era un riesgo asumible”, contestó el capitán, absolutamente impasible.

“Yo decido qué riesgos son asumibles. Mi tripulación, mi navío, mi dinero… mi plan”

“No olvidéis que soy el representante de Malekith aquí”, dijo el guardia negro con una voz capaz de haber matado a muchos.

“Cierto”, concedió Seadrake. “Si en algún momento hago algo contrario a los intereses del Rey Brujo, arrestadme. Mejor, matadme de forma horripilante. Pero mientras eso no suceda, y bien sabe Mathlann que no sucederá, yo soy el comandante al mando de esta hueste”.

Soltó al guardia negro y se marchó, sin darle tiempo a replicar. Era evidente que no había tenido necesidad alguna de ser tan duro con él. De hecho, si lo había sido no era como consecuencia de lo que acababa de pasar, que seguramente no tendría consecuencias, sino porque quería limar esa extraña alianza política y sexual que el capitán de la guardia negra y su hermana estaban tramando contra él. Él solo contaba con el respaldo del inútil de Urian Darksword y de su propia tripulación de corsarios. En cuanto a Khevoluth Viodwalker, era difícil saber de parte de quién estaba, si es que sentía lealtad hacia alguien. En todo caso, no quería más disensiones en su ejército.

Al fin y al cabo, Athel Loren esperaba.

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