lunes, 15 de agosto de 2022

Muerte de un asesino

Saludos a todos, damas y caballeros.

Como conté en el informe de batalla correspondiente, Khornelissen finalmente ha encontrado su destino. Toda la campaña ha buscado generar desafíos tan épicos como el que tuvieron Khornelissen y Trifón, y encontrar a aquel que pudiera acabar con el demente adorador del sabueso toda vez que éste ya había cumplido su propósito narrativo. Y me alegra que esa muerte finalmente haya llegado.

Como ya escribí en esta entrada, no creo que haya que rehuir de la muerte, y mucho menos de la muerte de personajes ficticios representados en miniaturas de metal (preferiblemente), plástico (si no queda otra) y resina (no por favor). Al contrario, creo que una buena muerte redondea la narrativa de un personaje. Especialmente si es el caso de un personaje consagrado a dar muerte, como es, inevitablemente, el de un adorador de Khorne. En este sentido, que haya caído a manos de un tipo tan brutal como él o más me parece un desenlace de lo más adecuado, y felicito a Toni, el creador de Hurk Clavo Oxidado, por la víctima que se ha cobrado.

Así pues, os dejo con el relato de la muerte de Khornelissen. Espero que os guste.

MUERTE DE UN ASESINO

Eran tiempos extraños. Hurk lo sabía. Desde su brutal trono de piedra había visto el paso de las décadas y los siglos, había visto el devenir de efímeros reinos y gloriosas naciones, muchas de ellas ya extintas. Y aunque cada momento había tenido sus rasgos definitorios, y cada generación era ciertamente distinta, había habido algo en los últimos tiempos que era difícil de precisar. Un ambiente extraño, de tormenta inminente, pero no una cualquiera, sino un cataclismo que pudiera llevarse por delante hasta las fortalezas más sólidas, hasta los tronos más asentados. En los últimos meses, esa tormenta parecía haberse disipado, y las noticias que llegaban del Norte hablaban de la destrucción del gran caudillo del Caos y de su ejército, pero Hurk sabía que debía mantenerse en guardia. Por eso no le sorprendió cuando un paladín de los dioses oscuros tuvo la osadía de presentarse en sus tierras y desafiarlo en un combate a muerte.

No le sorprendió, pero sí le enfureció. Mucho.

En todos los siglos de cambio que el orco negro había vivido, lo único que al final había prevalecido era la violencia. Por eso él se mantenía con vida. Pocos eran los orcos que llegaban tan lejos, pues lo normal es que murieran antes en combate. Pero él no había muerto. Al contrario, había crecido en fuerza, en poder, en astucia. A su bestial manera, se había convertido en un orco sabio. Una sabiduría muy enfocada al momento y forma adecuados para abrir cabezas a hachazos, pero sabiduría al fin y al cabo. Y esa intuición que había conseguido con siglos de guerra le decía que el mundo había cambiado irremediablemente, que antiguos reinos habían caído, y otros nuevos se alzarían. Y llegaba, por fin, el tiempo de los pielesverdes.

En cierta forma, el guerrero que había osado presentarse ante su fortaleza con un ejército y lanzar un desafío era precisamente eso, un fantasma del pasado, alguien que no debería estar vivo. El último superviviente de un ejército derrotado, de una hueste que ya no haría temblar la tierra nunca más, de lo que pudo ser y no fue. Hurk recordaba a aquel guerrero, pues no era la primera vez que caminaba por las Regiones Devastadas. Lo recordaba de un tiempo en que Ulfrik Donarkhun lideraba la expedición de Karak Azul en la zona, en que Sir León era el señor bretoniano de Las Ocho Villas de Plata, en que el camino imperial recorría la región y la Fortaleza de la Luz Perpetua se alzaba como un desafío sobre los agrestes campos. 

Todos ellos pertenecían al pasado. Todos habían muerto.

Y Khornelissen también iba a morir.

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Khornelissen vio a los orcos salir en tropel de su fuerte, enfervorizados por su desafío y la perspectiva de la matanza, y sonrió. Al haber nacido en el ducado de Artois, estaba más acostumbrado a tratar con hombres bestia que con pielesverdes, y siempre le había resultado irónico lo bien que se había entendido con los astados tras su conversión al Caos. De hecho, en sus huestes casi siempre había habido más bestias que humanos, tal como sucedía en ese mismo momento. Pero, pese a su mayor desconocimiento relativo, admiraba a los pielesverdes y su amor por el salvajismo más desmesurado. En ese sentido, eran almas afines. Y sintió que, de todos los duelos que había librado en su vida, el que estaba a punto de comenzar era el más puro.

Hurk avanzó corriendo hacia él, una mole iracunda de doscientos kilos de puro músculo embutido en una armadura impenetrable. Pese al estado de furia asesina en que se encontraba, fue capaz de recordar el escudo rúnico del adorador de Khorne, y en lugar de desenvainar su arma mágica blandió un enorme hacha a dos manos. Aquello resultó satisfactorio para Khornelissen. Siempre era mejor si no había magia de por medio.

"Khorne lo aprueba, hermano"

Por respuesta, el orco negro gritó "¡¡Waagh!!" con toda la fuerza de sus pulmones y atacó al adorador de Khorne con tal rapidez que le sorprendió, y apenas tuvo tiempo de interponer el escudo para mitigar el golpe... lo que no evitó que saliera disparado un par de metros hacia atrás por la monstruosa fuerza del impacto. Khornelissen rodó en el suelo, consiguiendo evitar que el hacha de Hurk le partiera por la mitad, y dirigió un golpe contra el orco según se levantaba, pero la armadura del pielverde impidió que fuera herido.

La tremenda ira que embargaba a Hurk le daba una fuerza horripilante, mucho mayor de lo que Khornelissen habría esperado. Pese a que el caballero caído intentaba dirigir algún hachazo contra la cabeza del orco, éste era un torbellino que no cesaba de blandir su enorme hacha a dos manos como si no pesara. No tardó en arrancar el escudo de manos de Khornelissen, romper su guardia en varios puntos y, por último, clavar el hacha en su clavícula. El adorador de Khorne entendió inmediatamente lo que iba a suceder.

"Así acaba to..."

No llegó a terminar sus últimas palabras. Hurk presionó con el hacha, la armadura de Khornelissen cedió, y el arma rajó desde la clavícula izquierda hasta el costado derecho del caballero caído, partiéndolo por la mitad.

Con un rugido de triunfo, el exaltado kaudillo se lanzó a matar a lo que quedaba del ejército caótico... y fueron muchos los que cayeron por su mano aquel día.

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A Krukskul le costaba cada vez más respirar... lo cual se debía en buena medida a la gravedad de las muchas heridas que había sufrido, pero también al hecho de que no podía creer lo que acababa de pasar. Allá donde mirara solo veía cadáveres, tanto de orcos como de adoradores del Caos, y empezaba a pensar seriamente que él era el único superviviente de la batalla. Lo cual podía cambiar rápidamente, pues sería difícil que sobreviviera a la noche. Sus escasas fuerzas se concentraban en ese momento en mantener alto su estandarte, el de los orcos negros, para que si había supervivientes pielesverdes pudieran unirse en torno a él. Pero dudaba que fuera capaz de volver por sí solo al fuerte orco, y aunque contaba con que las criaturas carroñeras prefirieran darse un festín con la carne de los muertos, sabía que tarde o temprano empezarían a tantear cuántas fuerzas le quedaban a aquel orco negro moribundo.

Finalmente divisó algo de movimiento frente a sí, a mucha distancia. La figura se encontraba a contraluz con el sol poniente, por lo que no podía distinguir si era amigo o enemigo, pero sí vio que, en mitad de su caminar, se detenía junto a un cuerpo que estaba siendo devorado por los buitres. Aquellas aves que no fueron suficientemente rápidas cayeron frente al hacha de aquel ser, quien, tras haber masacrado o ahuyentado a los carroñeros, cortó algo del cadáver, y comenzó a andar en dirección a Krukskul...

Quien finalmente lo vio.

Por un instante, creyó que había muerto y que era Gorko en persona quien caminaba hacia él, para llevarle a donde quiera que fueran los pielesverdes que caían en combate. No obstante, pronto entendió que era su kaudillo, Hurk, pero de una forma que jamás lo había visto. Se encontraba completamente empapado en sangre ajena, la cual brillaba con un resplandor glorioso ante el sol poniente y le daba el aspecto de uno de los grandes kaudillos de antaño. Quizá fue así como apareció Gorbad Garra´ierro ante los muros de Altdorf. Lo que llevaba en sus manos era la cabeza del señor del Caos al que había derrotado, y Krukskul supo que, definitivamente, en esos momentos no había orco más poderoso en todos los Reinos Fronterizos. Puede que en todo el mundo.

El kaudillo llegó hasta donde se encontraba Krukskul, semiarrodillado por el profundo dolor de las heridas, y lo cogió para que se pusiera en pie.

"Erez duro", dijo con voz gutural. El pecho del portaestandarte se hinchó. Era la primera vez que escuchaba a su kaudillo alabar a alguien. Después casi perdió el conocimiento cuando, en un gesto de saludo y reconocimiento, Hurk le propinó un brutal cabezazo. Después, mirando al horizonte y a la puesta de sol, el kaudillo dijo:

"Todoz ´an muerto. Todoz, zalvo nozotroz doz. Pero ya nadie puede dezafiarnoz. Kolgaremoz zuz kabezaz de ezte eztandarte. Marcharemoz zobre eztaz tierraz y mataremoz a todo el ke ze oponga, komo ´emoz ´echo ´oy akí. Ez nueztra tierra. Ez nueztro momento. Y pobre de akel ke ze kruze en nueztro kamino"

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Khornelissen despertó. Le dolían todos los músculos del cuerpo, y su cabeza le pesaba como un ancla, palpitando como si alguien estuviera tocando el tambor en su cerebro. Por puro acto reflejo, buscó su hacha, e hizo bien. Prácticamente en el mismo momento de cogerla, sintió que un animal salvaje se abalanzaba sobre él.

Cualquier otro habría muerto al recibir semejante ataque en tal momento de confusión, pero Khornelissen había vivido toda su vida para la matanza, y no había nada tan consustancial a su persona como el combate. Consiguió alejar al animal de sí y le dedicó un sincero y brutal hachazo, acabando con él. Pero animales así nunca atacaban solos, cosa que él sabía, y efectivamente no tardó en recibir las atenciones de muchos otros. Hasta siete cayeron sobre él, mordiéndole y cortándole con sus garras. Aquello no le supuso un problema al caballero caído de Artois. La batalla lo centró, lo revitalizó, y mató a todos sus enemigos.

Cuando estuvieron todos muertos, pudo por fin dedicar un instante a pensar en dónde estaba. El suelo bajo sus pies estaba formado por cráneos, un inabarcable mar de cráneos hasta donde alcanzaba la vista. El cielo sobre él era ardiente, y se dio cuenta de que no toda la sangre procedía de los animales a los que había matado, sino que parte caía del firmamento en forma de impía lluvia. En cuanto a los animales, no eran tales, sino mastines de Khorne. Y un octavo le estaba observando, pero no hacía ademán de atacar. Al contrario, hundió la cabeza en gesto de sumisión y, de alguna forma que Khornelissen sorprendentemente entendió, le hizo un gesto para que le siguiera...

Y, en la dirección que había señalado el mastín, Khornelissen vio, muy a lo lejos, un terrible trono de bronce, donde un ser colosal con cabeza de sabueso gritaba su inacabable ira a los eones. El caballero caído supo por fin dónde estaba, y sonrió.

Había llegado a casa.

9 comentarios:

  1. Oooohhhhh! Khornelisen vuelve a casa... Se me cae la lagrimita...
    Pues muy guapo y muy épico. Una historia muy guapa y bien rubricada.
    Un saludo
    PD: ahora somos sospechosos de fanservice

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    1. ¡Muchas gracias! Jajajaja no, no te preocupes, el relato llevaba escrito ya un tiempo. Lo que pasa es que empezamos a compartir una especie de mente enjambre y has adivinado ppr dónde iban los tiros.

      Ha sido una muerte en diferido, pero efectivamente creo que ha quedado como debía. Con Khornelissen en lo que esencialmente es el infierno... y contento, porque está tan jodidamente tarado que es donde quiere estar xD

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    2. A mí me gustaría ir al infierno heterosexual de Slaanesh. Creo que existe porque es allí donde Slaanesh manda castigados a sus seguidores.

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    3. Lo que puede pasar en el infierno de Slaanesh es demasiado turbio para dejarlo por escrito en público. Baste con decir... "nope"

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    4. A mí mientras sea hetero me vale.

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  2. Muy entretenido el relato.Menos mal que todo ha salido como Gorko, (o Morko), manda. (Chernov)

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    1. ¡Muchas gracias! Al final el verde ziempre ez mejor. Así que sigue pintando esos orcos tan salvajes que tienes, que en Antebellum Norte vamos a tener jaleo en las Tierras del Sur!!

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  3. La verdad es que te ha quedado un relato de cierre para Khornelissen muy muy sexy. Y lo mejor de todo es que tiene un final feliz, ¡quién lo hubiera dicho! xD

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    1. ¡Gracias! Sí, Khornelissen se merecía un final feliz... supongo xD

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