martes, 15 de septiembre de 2020

El Juicio

Saludos a todos, damas y caballeros.

Volvemos a la carga con un nuevo relato de Chantal, la líder de mi ejército de No Muertos y uno de los personajes con más peso en el Troglablog, si no la que más. De nuevo, esta historia está ambientada en su paso por Mordheim, cuando "solo" era una aprendiz de nigromante absolutamente desquiciada y psicótica, no la poderosa hechicera absolutamente desquiciada y psicótica que llegaría a ser después. En aquellos años de juventud nadie sabía hasta dónde conseguiría llegar esa para nada inocente campesina imperial. Nadie... salvo Aurelian.

La relación entre Aurelian y Chantal me planteó no pocos problemas narrativos mientras jugábamos la Segunda Era. Ella era una asesina en serie completamente tarada, mientras que él, pese a ser un vampiro, era un caballero del linaje de Abhorash, con un código de honor absolutamente inflexible. Aurelian toleró a Chantal mientras le fue necesario, pero siempre supe que esa relación tenía que acabar con Aurelian ajusticiando a Chantal por sus muchos y muy variados crímenes... Aunque no fuera durante la campaña de Mordheim.

El relato que os traigo muestra precisamente por qué Aurelian decidió matar a Chantal... Y por qué decidió esperar para hacerlo. Agradezco a Helios sus comentarios y correcciones. Espero que os guste.

La Mansión Strauss ya tenía una fama siniestra antes de que el villorrio que acabaría siendo conocido como Nido de Asesinos obtuviera tan tétrico nombre. Los habitantes del pueblo murmuraban sobre extrañas desapariciones en su interior, sombras horripilantes vistas desde los ventanales y ruidos de cosas que no deberían existir. Así que, cuando un misterioso caballero negro, del que se sospechaba que era un vampiro, tomó posesión de la mansión, los pocos villanos que no habían huido del lugar reconvertido en Nido de Asesinos consideraron que era un dueño adecuado a la naturaleza macabra del lugar, y creyeron que no podría ir a peor.

Pero, lamentablemente para ellos, se equivocaban.

La aparición del Rey hizo que Aurelian, el caballero negro, se retirara del pozo de corrupción que era Nido de Asesinos, dejando en la mansión a Chantal y sus amantes. Desde ese momento, el sitio pasó a ser conocido como la Mansión de los Mil y Un Cortes, y lo que antes había sido un horror apenas intuido se convirtió en la expresión más profunda y decadente de la maldad. Los fantasmas y abominaciones que poblaban los rincones más oscuros de la Mansión acabaron sometidos a una perversión mucho más avasalladora que la suya, y el antaño orgulloso palacete se convirtió en el escenario de orgías lujuriosas y espeluznantes asesinatos en masa.

Gobernada por Chantal, Beatrice y Sveta, la Mansión veía cómo día tras día entraban en ella cargamentos de excelente vino de Wissenland, exóticas drogas de Arabia, adivinas estríganas, esclavas de todas las procedencias, imaginativos instrumentos de tortura y estúpidos que se veían atraídos hacia su destrucción. Chantal y sus amantes habían conseguido mucho dinero en Mordheim, y gracias a la extorsión, el chantaje y el miedo seguían obteniéndolo, pero les quemaba en las manos y las grandes cantidades de coronas que conseguían eran inmediatamente gastadas en sus truculentos caprichos. En cierta forma, la Mansión de los Mil y Un Cortes se había convertido en uno de los epicentros de la economía de Nido de Asesinos, una economía impura donde se compraban carne y sangre humanas con dinero maldito.

La noche que Chantal no olvidaría jamás comenzó como tantas otras: el salón principal de la mansión estaba ocupado por decenas de mujeres, la mayoría esclavas, otras secuestradas y drogadas, y unas pocas insensatas que habían ido allí por su propia voluntad. Como solía suceder en noches así, muchas de ellas no vivirían para ver el amanecer, pero al amparo de las sombras se entregarían a actos innombrables de lujuria y sadismo.  Si un observador inocente hubiera entrado en ese momento en el salón, habría sentido una escalofriante mezcla de excitación, al contemplar la naturaleza increíblemente depravada de los actos sexuales que se estaban cometiendo, y repulsa, al observar la extrema crueldad con que Chantal y sus amantes estaban tratando a muchas de las allí reunidas.

Sin embargo, hacía tiempo que Aurelian había dejado de tener sentimientos.

En medio de la neblina violácea que era su mente, ahíta de vino, sexo y sangre, Chantal pudo ver la silueta de Aurelian recortándose contra la puerta del salón. Simplemente estaba allí, observando, sin moverse, pero una poderosa intuición atravesó el cerebro de la imperial como un destello de luz rasgando las nubes. Sabía por qué Aurelian estaba allí. Iba a ejecutarla.

“¡A por él! ¡Matadlo!”

De las cuarenta mujeres que estaban allí reunidas, unas quince o veinte escucharon su súplica desesperada, fuera por devoción a Chantal, por el efecto de las drogas, o porque su locura las impulsaba a derramar sangre. Chantal sabía de sobra que no podrían detener al caballero vampiro, pero confiaba en que lo entretuvieran el tiempo justo como para que ella y sus amantes escaparan. Sin embargo, Aurelian mataba de una forma muy diferente: no se deleitaba en la tortura y el miedo, como hacía la joven imperial. Aurelian no asesinaba. Él vencía en combate de forma eficiente, implacable. En apenas cinco segundos, el suelo a su alrededor quedó lleno de cabezas cortadas y cuerpos desmembrados, y Chantal sintió una mano enfundada en un guantelete de acero atrapando su garganta.

Aurelian tembló de furia al sentir a Chantal entre sus manos. Durante un instante abrió su boca y acercó sus colmillos al delicado cuello de la muchacha, pensando cuán deliciosa sería su sangre… pero era un Dragón Sangriento, un heredero de Abhorash. No debía dejarse llevar por un sentimiento tan primario. Arrojó a Chantal al suelo y miró a su alrededor.

La mayoría de las mujeres que quedaban con vida, esclavas que nunca habían querido estar allí, se acurrucaban contra cualquier refugio que pensaran que pudiera interponerse entre ellas y el ser más aterrador que hubieran visto en toda su vida. Beatrice, la nigromante, estaba completamente despavorida, y Aurelian supo que se debatía entre intentar detenerle con su magia o evitar llamar su atención con algo que, probablemente, solo serviría para enfadarlo. Sveta, la hermosa kislevita, se encontraba en shock, incapaz de sentir ninguna emoción, ni siquiera terror. Quizá nunca recordara ese momento en el futuro, salvo en sus pesadillas, que no serían tales, sino recuerdos.

Y entonces miró a Chantal. Estaba tirada en el suelo, prácticamente desnuda, temblando por una mezcla de miedo, embriaguez… y rabia. Aurelian se sorprendió. La chiquilla imperial sabía que estaba derrotada, sabía que su vida y su muerte habían dejado de pertenecerla, pero aun así conseguía mirar al vampiro con una mirada llena de ira y desafío. Una mirada que decía que el vampiro podría matarla, pues sabía que no estaba en su mano impedirlo, pero que no la doblegaría, no la sometería.

Un atisbo de sonrisa se dibujó en los labios del Dragón Sangriento, una sonrisa triste. Chantal era una abominación, un ser desequilibrado y psicótico que debía morir para que el mundo se convirtiera en un lugar mejor… y para no poner en peligro al Rey. Por eso él estaba allí. Sabía que dejar a Chantal con vida significaría que muchas, muchísimas personas sufrieran y murieran a causa de aquella muchacha.

Y sin embargo, era tentadora. Viéndola allí, desnuda y sin hacer el más mínimo intento por cubrirse, el vampiro entendió que tuviera esa facilidad para seducir a tantos incautos, pues su belleza y su depravación eran extraordinarias. Y tuvo que reconocer, con gran pesar, que también él se sentía tentado. No en un aspecto sexual, pues eso es algo que ni siquiera cuando era humano y templario en la Orden de la Lanza Justiciera le había interesado mucho, sino en un sentido más profundo.

Chantal era una aberración, un monstruo innombrable oculto tras un cuerpo de espectacular belleza. Pero ella había aceptado su naturaleza, y quería llevarla hasta el extremo. Viendo esto, Aurelian pensó… ¿acaso no era, él también, una aberración? ¿Un vampiro, un caballero caído, despojado de su antigua humanidad? Él buscaba la redención de su naturaleza impía, pero Chantal la abrazaba, la amaba, aunque fuera en un sentido muy turbio. Ella no quería renunciar a lo que era, a lo que podía llegar a ser, no como Aurelian. ¿No podría él hacer lo mismo? ¿Por qué quería seguir transitando el camino de la rectitud, cuando ante él se abría una senda donde ese concepto no tenía sentido y no tenía por qué seguir más normas que las que él decidiera? Chantal ya recorría ese camino y su poder no era ni comparable al del vampiro. ¿Por qué él, con toda su fuerza, debía seguir atado a reglas de las que la chica desnuda frente a él se había liberado mucho tiempo atrás?

Además, su fuerza de voluntad era increíble, incluso aunque fuera usada para la maldad. En apenas unos meses había pasado de ser una pobre campesina del condado más atrasado del Imperio a la líder de una organización criminal que podía satisfacer hasta sus más oscuros deseos, y Aurelian sabía que no se detendría ahí. Su potencial era extraordinario. Podía ver incluso cómo el viento amatista se arremolinaba en torno a ella, esperando que explotara la capacidad mágica que permanecía latente y que ni siquiera ella conocía en ese momento. La visión sobrenatural del vampiro le decía que, con el tiempo, el nombre de esa chiquilla podría aparecer en los grimorios más blasfemos entre los nigromantes más poderosos que el Viejo Mundo había conocido.

El vampiro negó con la cabeza. No, él no iba a seguir el camino de Chantal. Ella era un monstruo, y nunca había podido ser otra cosa. Pero él sí. Él tenía elección, incluso en su no vida. Podía y debía elegir lo correcto para que, si bien su naturaleza fuera la de un condenado, no lo fuera su alma. Él no podía ser el centro de su existencia. Había ideales por encima de él a los que consagrar su vida y darle sentido. Por eso, a diferencia de Chantal, nunca viviría con miedo.

 Matarla significaría librar al mundo de un terrible mal. Pero Aurelian también sabía que acabar con su vida esa misma noche impediría que aquella mujer alcanzara su destino y se convirtiera en un rival digno de ser derrotado. Dejarla con vida era sin duda temerario. Pero matarla antes de que pudiera convertirse en la hechicera que estaba destinada a ser era un crimen imperdonable.

Desenvainó su espada y, dirigiéndola hacia Chantal, dictó su veredicto:

“No te mataré. No esta noche. Ambos sabemos que tus actos solo merecen la muerte, pero solo yo sé en qué te vas a convertir. Cuando llegue ese momento, cuando alcances el destino que te espera y seas una rival a mi altura, volveré a por ti. Y no sobrevivirás a nuestro segundo encuentro”

Y dicho esto, se marchó.

Un silencio sepulcral descendió sobre la mansión a medida que los pasos del vampiro se perdían en la lejanía. Nadie se atrevió a hacer ni el más mínimo movimiento, apenas a respirar, mientras intentaban asimilar lo que había sucedido y calculaban en qué momento podrían empezar a considerar que realmente habían sobrevivido.

La primera en moverse fue Chantal. Lentamente se arrastró hacia los cuerpos que Aurelian había mutilado, y cogió una cabeza decapitada, mordiéndola y arrancándole la lengua con un sonido espantoso. De alguna forma terrible, aquello hizo que volviera a la realidad, y tras arrojar la carne, y con la boca ensangrentada, comenzó a reír y a llorar.

Sabía que desde aquella noche viviría con miedo a que Aurelian volviera a por ella. Pero también sabía que el vampiro le había concedido un regalo en forma de oportunidad, algo de lo que se arrepentiría. Cuando volvieran a encontrarse, y Chantal estaba segura de que el caballero haría todo lo posible para cumplir con su palabra, ya no sería una mujer desnuda e indefensa frente a él. No podría arrebatarle su vida, sus placeres y su futuro sin luchar. Y más le valdría estar preparado, porque ella iba a estarlo.

Costara lo que costara.

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