Saludos a todos.
Tras un largo periodo en silencio (al margen de las escaladas) vuelvo hoy a publicar una entrada de trasfondo. En esta ocasión es un relato que hace referencia a una partida de sexta edición de Fantasy que eché este verano con un par de amigos (precisamente los mismos que se están enfrentando a Soter en la campaña Círculo de Hechicería), de modo que mis huestes caóticas se enfrentaron a una coalición de altos elfos y bretonianos. Y como personaje de mi Silmarillion particular, como lo llama Soter, decidí contar en esta ocasión con Samminath, el Señor de los Grajos.
Hacía tiempo que no jugábamos, de modo que decidimos echar una sencilla batalla campal, aunque para no hacerla tan "estándar" decidimos incluir como elemento de escenografía una figura del kickstarter de Bones IV que me pillé y pinté el año pasado como si fuera una estatua gigante, en plan altar de Slaanesh o similar. Para darle color decidimos también que la estatua lanzara el hechizo Espasmos cautivadores, del Saber de Slaanesh, como si fuera un portahechizos a una unidad al azar de cualquier ejército entre las que estuvieran dentro del alcance. Y para terminar de aderezarlo, incorporamos una piedra de sacrificios y la doncella en apuros de Mantic que pinté en mi escalada de marzo. Decidimos que fuera la hija de un noble bretoniano que éstos trataban de rescatar antes de que yo la sacrificara, y que quien controlara el altar al final de la partida tendría 100 puntos de victoria extra.
Damisela en apuros, perfecto para dar color a una partida |
Bueno, pues al final la coalición enemiga se impuso, ya que las cargas de caballeros andantes y del Grial (sobre todo estos últimos) fueron demasiado para mis tropas, y su superioridad mágica también fue clave. Aun así, la batalla permitió a algunas de mis tropas lucirse, como el paladín legendario que dirigía mi ejército, pero, por encima de todos, mi gigante.
Los gigantes siempre me han gustado en Warhammer. No solo porque sus miniaturas (sean de la edición que sean) destacan por encima del resto del ejército, sino porque son una tropa con un alto componente de aleatoriedad divertida (no es de extrañar por tanto que también se encuentren en el ejército de orcos y goblins). Sé que hay gente a la que no le gusta no poder controlar el comportamiento de sus tropas, pero yo no soy una de ellas. Que mi gigante pueda, al margen de lo que a mí me convenga, decidir gritar como un poseso al enemigo, liarse a dar garrotazos a diestro y siniestro, coger a un soldado de mi oponente y guardárselo en los calzoncillos o liarse la manta a la cabeza y empezar a saltar sobre el enemigo como si no hubiera un mañana para mí es algo realmente divertido (y más aún si como consecuencia de ello se cae). Y lo mejor es que la diversión no termina cuando el gigante muere, ya que hay que determinar la dirección de la caída y hacer que las tropas que allí se encuentren sufran las consecuencias.
Pues bien, en esta partida como digo usé un gigante. Y ese gigante hizo huir a una unidad de caballeros del reino que se había acercado a la doncella del sacrificio, pasando entonces él a controlar el objetivo. Aunque muy brevemente, ya que poco después fue masacrado sin compasión por el señor bretoniano con arma a dos manos que iba en la unidad de caballeros andantes. Sin embargo, cuando cayó no lo hizo sobre la unidad que lo mató, que habría sido lo divertido, sino que se las ingenió para caer en un sitio aún más divertido: sobre el altar de sacrificios.
Podía haberse caído sobre los caballeros bretonianos, o incluso sobre los guerreros del Caos, pero eligió la opción más divertida |
Lógicamente, esa eventualidad era algo que ni se nos había ocurrido plantearnos al comienzo de la partida, de modo que decidimos en ese instante la que creímos era la mejor solución posible: ninguno de los dos bandos podía ya reclamar los 100 puntos de victoria que daba controlar el altar.
Algo así debía tener en mente el señor bretoniano. Lamentablemente para él (y la chica), era gafe |
Samminath fue degollando a los mastines uno a uno. En circunstancias normales las bestias se habrían resistido y luchado para evitarlo, probablemente arrancándole un dedo o la mano entera, pero estaban drogados y sus cuerpos no reaccionaban. Sólo sus ojos delataban que querían resistirse pero no podían.
En cuanto el último de ellos fue
inmolado y su sangre se unió a la de los otros nueve resbalando por la roca y
goteando hasta la vasija que había más abajo, Samminath se dio la vuelta hacia
el rudimentario altar y la llama que en él ardía. Sacó un murciélago muerto de
su escarcela, le arrancó la cabeza y la arrojó sobre las llamas. Éstas
reaccionaron inmediatamente, oscureciéndose hasta casi volverse negras. Tras
ello, el hechicero limpió el cuchillo con su túnica y lo guardó de nuevo.
El sacrificio sería aceptado.
Sabía que los mastines no eran una gran ofrenda, y que la mayoría de los
demonios eran demasiado orgullosos como para responder ante ella, pero no eran
demonios normales los que invocaba Samminath, eran furias del Caos, las más
desesperadas y hambrientas de entre las criaturas extraplanares. En muchas
ocasiones el brujo había podido ver el infinito odio que le mostraban sus ojos
después de haber sido invocadas de esa manera, humilladas teniendo que aceptar
sacrificios indignos. Pero eran criaturas débiles y cobardes, y Samminath lo
sabía, de la misma manera que sabía que si su control sobre la magia hubiera
sido menor, las furias no habrían tenido ningún reparo en volverse contra él.
Por eso podía permitirse tratarlas con mano de hierro, como bestias esclavas y
vulgares.
El hechicero descendió de la roca
y montó sobre su caballo. A unos cincuenta metros le esperaban sus jinetes,
listos para cabalgar junto a él y reunirse con la hueste del señor de la guerra
que les había contratado para esa ocasión. Ese día no se enfrentarían a otra
tribu norse o kurgan, ni lucharían contra una banda de trolls u hombres bestia,
sino que lo harían contra un grupo de sureños que se habían atrevido a venir a
Norsca. Incluso se habían oído rumores de que podía haber elfos con ellos.
Tanto mejor si realmente era así,
pensó Samminath mientras daba la orden a sus hombres de iniciar la marcha.
Aparte del precio acordado por sus servicios, Gökar el Sublime había aceptado
que el hechicero se quedara con uno de cada cuatro prisioneros que hicieran. Y
si algunos de ellos eran elfos, Samminath sabía que éstos serían un gran
revulsivo a la hora de hacer sacrificios al Príncipe Negro.
El hechicero murmuró unas
palabras de agradecimiento a los Dioses Oscuros después de que la lluvia de
proyectiles cayera a su alrededor sin tocarlo. Espoleó aún más a su montura pese
a ser consciente de que ésta no podía ir ya más rápido, pero era urgente que llegaran
cuanto antes al grupo de árboles que se divisaba más adelante, al menos si
quería ver salir el sol un día más. De lo contrario, era cuestión de tiempo que
los lanzavirotes que le habían tomado como objetivo acabaran por alcanzarlo.
Le habían vencido en magia, eso
no tenía problema en reconocerlo. Samminath se consideraba a sí mismo un
hechicero bastante competente en las artes oscuras, y si bien sabía que no era
un maestro de lo arcano, tampoco era ni mucho menos un bisoño aprendiz. Aun
así, su dominio de la magia no era, lógicamente, suficiente como para contener
a tres hechiceros enemigos, menos aún si dos de ellos eran elfos. Técnicamente
la hueste de Gökar el Sublime contaba con los servicios de otro hechicero, Faslid
Lengua de Gusano, pero su misión era realizar un ritual al Príncipe Negro
sacrificando la doncella que el paladín del Caos había capturado y que ahora
bretonianos y elfos trataban de rescatar. En cualquier caso, hasta ese momento
su presencia en el campo de batalla había sido prácticamente testimonial, habiéndose
limitado únicamente a protegerse a sí mismo y a los guerreros de su tribu, por
lo que fue Samminath quien tuvo que hacerse cargo, infructuosamente, de la
ofensiva mágica.
Tanto los dos hechiceros elfos
como la damisela bretoniana que les acompañaba pronto detectaron la amenaza que
Samminath suponía para sus filas, por lo que concentraron todo su poder en
neutralizarlo, además de indicar a las baterías de lanzavirotes que se
centraran en él como objetivo prioritario. Sin embargo la suerte estaba ese día
del lado del brujo del Caos y, aunque a duras penas, había conseguido
sobrevivir.
Una vez ya fuera del alcance de
las máquinas de guerra élficas concedió a su corcel un breve descanso mientras
él volvía la mirada hacia el campo de batalla. Después de haber roto la línea
de lanceros elfos, Gökar y sus guerreros acababan de sufrir la carga de una
unidad de caballeros bretonianos dirigidos por un ardoroso paladín que llevaba
el estandarte de batalla. El guerrero oscuro emitió un bramido a la vez que
dirigía hacia él su alabarda, en clara señal de desafío. El sureño no se lo
pensó y se dirigió hacia el paladín del Caos mientras blandía su espada. Fue la
última vez que el bretoniano hizo algo en su vida sin pensar, ya que con un
movimiento de su alabarda Gökar lo derribó al suelo, y con un segundo golpe
separó la cabeza de los hombros. Después recogió el estandarte enemigo del
suelo, escupió sobre él y se lo entregó a uno de sus hombres mientras buscaba
un nuevo adversario. La visión de la muerte del paladín fue demasiado para los
caballeros del reino, que emprendieron la huida, mientras que Gökar aprovechó
para reagrupar a sus hombres. Sin embargo, pese a esa última acción, los elfos
y los humanos se habían hecho con la victoria, ya que el resto del ejército del
Caos estaba muerto o en desbandada.
Horas más tarde, con el campo de
batalla ya vacío, Samminath se dirigió hacia el campamento donde las tropas de
Gökar se recuperaban de sus heridas. Con cierta alegría el hechicero descubrió
que algunos de sus jinetes a los que daba por muertos habían logrado llegar
hasta allí, aunque eran bastantes menos de lo que le gustaría. Tras interesarse
por su estado se dirigió hacia la tienda del paladín del Caos. Lo encontró recostado
en un lecho, con algunos cortes y contusiones en piernas y brazos, pero que no
parecían revestir gravedad. Faslid Lengua de Gusano se encontraba junto a él,
esparciendo en ese momento unos vapores olorosos en torno al lecho. Samminath
tuvo que contener la risa. Si el otro hechicero hacía ese estúpido ritual
convencido de su eficacia o si simplemente lo hacía para convencer a Gökar y
mantener así su influencia sobre él era algo que Samminath desconocía, pero sí
sabía a ciencia cierta su inutilidad.
“Vaya, el Señor de los Grajos
continúa con vida. Y como grajo que es viene ahora a rapiñar su paga”, dijo
Faslid.
Samminath se sorprendió ante esa
hostilidad. Quizás el otro hechicero viera en él un posible adversario, pero lo
cierto era que de momento él prefería seguir trabajando como mercenario,
cobrando por su ayuda (nada barata) a los señores de la guerra que quisieran
contar con sus servicios.
“Espero que al menos completaras
el ritual”, respondió Samminath ignorando el ataque. “Pude ver a muchos
caballeros cabalgando a toda velocidad hacia el altar”.
“El ritual no se completó”, cortó
bruscamente Gökar mientras se incorporaba. El Señor de los Grajos notó un
estremecimiento en Faslid. Seguramente estaba temiendo un castigo por parte de
su señor. Eso explicaba el porqué de la hostilidad: Lengua de Gusano estaba
tratando de alejar de él la ira de Gökar y desviarla hacia el mercenario.
“Mala suerte entonces. Imagino
que esos dos sacos son la paga que acordamos, ¿no?”, dijo Samminath mientras se
dirigía hacia un lateral de la tienda, abría los sacos y valoraba su contenido.
“Bueno, ya habrá más ocasiones, doncellas sureñas las hay a patadas y podréis
capturar a otra, es posible incluso que a la misma.”
“Dudo que encontremos a la misma”,
dijo Gökar. “Los bretonianos no consiguieron rescatarla.”
“Murió entonces… ¿Cómo fue? ¿Decidiste
acabar con ella incluso sin completar el ritual?”, preguntó el hechicero a
Faslid.
Lengua de Gusano iba a responder
pero Gökar le cortó de nuevo. “No, realmente fueron los propios bretonianos los
que la condenaron sin pretenderlo. Entre nuestras bajas se encuentra Zurborh
Puño de Roca, el gigante que se nos unió hace un par de años, y que en el
momento de su muerte se encontraba cerca de la piedra de sacrificios. Adivina
sobre dónde se derrumbó cuando el general bretoniano lo mató con su mandoble…”
Samminath no pudo en esta ocasión contener la carcajada, mientras Gökar y Faslid le miraban de manera desaprobatoria. Estaba cansado y dolorido, y las costillas se resentían mientras reía, pero por los dioses que no había reído tan a gusto en mucho tiempo.
¡No estoy solo! ¡Aún queda un Fornidson con vida en el Troglablog!
ResponderEliminarLo del gigante cargándose a la damisela es el toque de calidad de la partida, sin duda alguna. Y el relato, totalmente a la altura.
"No desaparecí, soy muy pequeñito"
ResponderEliminarGracias por las palabras, a ver ahora cuando continúas tú la campaña de Círculo de Hechicería y la cuelgas por aquí, o a ver cuando podemos comenzar la otra que estamos tramando. :)
"Esta vez me ganaste, Martín. Y te acepto si te quieres quedar"
EliminarPues cuando diga el coronavirus xD
"Gracias, sois muy amable, sois en verdad generoso"
EliminarTú ve volviéndote ya, que tenemos trabajo: hay que terminar la campaña de Infinity antes empezar otra con N4, que ya tengo algo en mente. Y eso por no hablar de otras varias que tenemos pendientes de otros sistemas de juego. xD
Volveré a Madrid cuando deje de ser un desastre ultramoderno! O, en su defecto, cuando la Presi me llame de nuevo. Lo que suceda antes. Supongo que lo segundo xD
EliminarPero sí, tenemos muuuuucho que hacer cuando vuelva. Y gracias a Dios, sin ghazis omnipotentes. Al menos 2020 nos ha traído algo bueno xD