Saludos a todos, damas y caballeros.
Tras los informes de batalla del Paso de la Mina, que han tenido que ser dos (y que podéis ver aquí y aquí) debido a su extensión, os presentamos los relatos posteriores a la batalla, por aquello de dar un buen final a lo que tuvo un buen comienzo.
Hay dos relatos, el primero, escrito desde el punto de vista de la alianza maligna y escrito por mí, mientras que el segundo está escrito desde el punto de vista de la alianza del Bien (que cada cual piense si enanos y Bretonia pueden ser considerados del "Bien" con tanta chapa insufrible, ejem ejem xD) escrito por Helios. Espero que os gusten.
Aunque Chantal apenas llevara dieciséis años practicando la nigromancia, su dominio de la misma ya había alcanzado al de nigromantes poderosos y legendarios. Su maestría no tenía nada que envidiar a la de nombres tan temibles como Dieter Helsnitch, el infame Señor de la Muerte de Middenheim, o Frederick Van Hal, el autor del Liber Mortis. Con su impío poder había masacrado decenas de incursores del Norte en la campaña de Voronezh, había sometido criaturas abominables a su control y había levantado hordas de cadáveres para formar ejércitos con los que pocos hechiceros podrían soñar. Solo titanes del tamaño de Kemmler o Drachenfels podían considerarse superiores a ella en su dominio de la hechicería.
Pese a todo, lo que estaba a punto de intentar era, con diferencia, el hechizo más ambicioso hasta el momento: un señor de los enanos debía morir por su mano.
La nigromante no podía ver físicamente a su presa, oculta tras los gruesos muros de la torre por la que cuatro ejércitos llevaban varias horas batallando, pero eso no suponía una mayor dificultad. Su visión ultraterrena captaba el alma de su rival con toda claridad: una hebra roja, brillando con intensidad por la furia de la batalla y la determinación. El enano había dejado malherido a Hurk y había logrado ahuyentar a los espíritus que le habían atacado, pero la mayoría de sus acompañantes habían caído bajo las brutales rebanadoras de los orcos negros y la magia de Sveta, y Chantal sonrió cuando descubrió en su alma una pizca de… no, era simple preocupación. No era miedo.
Todavía.
Chantal se concentró y comenzó su encantamiento. Las palabras salieron de su boca con precisión, tanta que era impropia para alguien cuyo idioma materno era el reikspiel. También era impropio escuchar palabras tan horripilantes en una voz tan hermosa y aterciopelada. Pero no había nada bello en lo que estaba sucediendo. Muy al contrario.
Chantal odiaba a los enanos por muchos motivos, de los cuales el primero probablemente era su sobrenatural resistencia a la magia. Era fácil cortar la vida de un humano, tan débil que apenas era un hilo. Pero, si se extendiera la comparación a la vida de un enano, sería como cortar una gruesa cuerda compuesta de incontables hebras. Era un proceso que debía hacerse de forma lenta y metódica. Y, sin embargo, Chantal estaba segura de poder conseguirlo.
Tuvo que reprimir su siniestra felicidad cuando comenzó a imaginar lo que estaba sucediendo en el interior de la torre a medida que el hechizo funcionaba. Extrañas ráfagas de energía amatista se estaban concentrando en torno al señor enano, atrapándolo, sometiéndolo y robándole su vitalidad. Seguro que sus escoltas estarían intentando protegerlo, y sufriendo desesperados por saber que no había nada que pudieran hacer. Lentamente, y a pesar de toda su tremenda resistencia, Ulfrik Donarkhun empezaba a asfixiarse. Eso sería solo el principio.
“Pegasos”
Esa única palabra se filtró en la mente de Chantal. Sabía que quien la había pronunciado era Beatrice, la que fuera su maestra y ahora era su amante favorecida. Cuando había comenzado el hechizo, se había asegurado de poder hacerlo sin interrupciones: había varios bretonianos cerca de ella, pero estaban atascados en una lucha contra hordas de zombis y esqueletos. Eventualmente acabarían con ellos, pero para cuando llegara ese momento ya debería haber cumplido su objetivo. Además, el viento de la muerte que les había concedido como regalo también causaba estragos…
Pero una unidad de caballeros del pegaso había logrado superar la resistencia de los pielesverdes, y se dirigía hacia su posición. El corazón de Chantal se aceleró mientras intentaba calcular si tenía tiempo suficiente como para completar la muerte de Ulfrik antes de que aquellos malditos bretonianos estuvieran demasiado cerca como para huir. Su concentración se vio rota, y pronunció mal una palabra.
En un hechizo tan complejo, aquello resultó ser fatal. La energía escapó de su control, y su presa se vio liberada de la tortura a la que estaba siendo sometida. Siendo una nigromante experimentada, Chantal fue capaz de desviar la energía maldita antes de que acabara con ella, pero el hechizo estaba roto y el maldito enano no moriría.
Al menos, no aquel día.
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Solo cuando estuvo absolutamente seguro de que ni uno solo de los enemigos en retirada volvería, el señor Ulfrik se planteó bajar del torreón para seguir con sus obligaciones tras la batalla.
Para entonces, los bretonianos de Las Ocho Villas de Plata ya habían comenzado a acampar en una zona próxima, al abrigo del puesto de defensa pero respetando un cortés espacio prudencial. Ambos bandos, hombres y enanos, reunían a sus muertos y atendían a sus heridos. Algunos, los menos fatigados, aún inspeccionaban el campo de batalla en busca de enemigos supervivientes o cualquier cosa de interés que pudiera surgir.
Ulfrik, acompañado de algunos de sus guardias y principales, se encaminó hacia el campamento de los hombres para dialogar con ellos. León Devance salió a su encuentro, como correspondía entre gentes de su categoría. Con el yelmo bajo el brazo, saludó al líder de los enanos que habían luchado junto a ellos. Este se detuvo frente a él, observándole un instante con sus ojos fríos y profundos.
"En buena hora habéis llegado, muchacho". – Dijo tras aquella pausa, aparentemente satisfecho con lo que había visto.
"Así parece que se dispuso". – Asintió el otro. – "Soy León Devance, barón de Carranza. Soy el señor de Las Ocho Villas de Plata, una ciudad al oeste a un par de días a caballo".
"La conozco". – Respondió el enano. – "Yo soy Ulfrik Donarkhun, y estos de aquí son mi pueblo. Viajamos desde Pueblo Oxidado, cuando dimos con esas bestias". – Hizo una breve pausa. - "¿Qué te trae por aquí, barón León?"
"Perseguíamos la retaguardia de la gran fuerza de muertos vivientes que, con infame artimaña, parece haber encontrado aliado a su bajo nivel con el que unir fuerzas".
"Cada cual siguió su camino al retirarse, según me han dicho. Me pregunto qué tendrán pensado hacer ahora".
"Volverán pronto".
Dijo León mientras con convencimiento. Ulfrik asintió, igual de seguro de ello. Los pielesverdes eran una enfermedad que se extendía sin control por todo el mundo. Nunca pasaba mucho tiempo hasta que volvían a intentar infectar algo. Que además hubieran logrado, solo los Ancestros sabrían cómo, hacerse con apoyo de los oscuros nigromantes era algo muy preocupante.
"Es realmente extraño ver a esos monstruos cooperar".
"Estas son tierras extrañas, ciertamente, señor Ulfrik".
Ambos se mantuvieron en silencio un instante más, antes de concluir. De nuevo el señor enano fue el primero en hablar.
"El tiempo es largo como la vida de una montaña, y al igual que esta está llena de senderos y túneles inimaginables. Mañana es mañana, y nadie sabe qué traerá. Pero hoy tu casa y la mía han derramado su sangre junta, y eso no lo olvidaré fácilmente".
León asintió.
"En la causa del bien todos estamos obligados a colaborar".
Y así, ambos se estrecharon la mano y se sentaron para hablar de la situación en la región. León no parecía interesado en absoluto por Oberor y el pasado que el clan de Ulfrik reclamaba como propio. Más aún, pareció animar al señor enano a continuar con su búsqueda. Sin embargo, ninguno de los dos podía desentenderse ahora, si los enanos habitaban de nuevo la antigua fortaleza, de los dos pueblos que conformaban el Paso de la Mina. Su presencia sin duda atraería nuevos enemigos, y los campesinos no podían ser dejados a su suerte.
Así, para alegría de los habitantes que al fin podrían seguir con sus vidas protegidos, acordaron que el Paso de la Mina quedaría bajo el mandato del barón León Devance, que acudiría con su gente en caso de extrema necesidad. Para la protección de los peligros habituales, el señor Ulfrik se haría cargo de ello desde su nueva fortaleza. A cambio, los impuestos que se recaudaran serían divididos de igual manera entre el barón bretoniano y el señor de los enanos.
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