Saludos a todos, damas y caballeros.
Durante el mes de marzo, Fornidson y yo jugamos a través de Vassal una campaña entre mi señor corsario, Anleith Seadrake, y Mevia Tormenta de Espadas, una guerrera del caos de Khorne. La campaña, que podéis encontrar en esta entrada, se decantó al principio del lado de los seguidores del dios de la guerra y los cráneos, pero en la última partida Seadrake consiguió hacerse con la victoria, ganando por tanto la campaña y además de forma muy druchii: el escenario consistía en aguantar hasta el final del turno 8 sucesivas oleadas de guerreros del Caos, y Seadrake encontró un hueco en las filas enemigas para colarse por ahí y huir abandonando al resto de sus soldados.
Este relato es el epílogo a esa campaña, describiendo la "hazaña" de Seadrake. Espero que os guste.
Anleith Seadrake vio cómo un
carruaje del Caos se acercaba hacia su posición. Ordenó a sus corsarios que
adoptaran una formación dispersa y esperó la embestida de la brutal mole de
metal. Cuando estuvo cerca, se apartó de su trayectoria con una agilidad
endiablada y segó la yugular del monstruoso caballo que tiraba del carro. Esquivando
la cuchilla de la rueda saltó dentro del carro y decapitó a uno de los aurigas.
El otro intentó contraatacar, pero la alabarda que blandía le suponía un
obstáculo teniendo a su enemigo tan cerca, y el capitán corsario le apuñaló en
el estómago tantas veces que sus tripas acabaron desparramadas por el suelo.
Jadeando,
ensangrentado y pletórico por la adrenalina y la furia, Seadrake miró atrás. La
Guardia Negra y la milicia de la ciudad estaban manteniendo la posición frente
a la horda de Khorne, y casi sentía lástima por ellos, viendo su desesperado
heroísmo. Pero era tarde. A sabiendas o no, cumplirían con su cometido y
morirían hasta el final mientras le daban tiempo a él y a sus corsarios para
escapar. Sonrió. Casi podía escuchar cómo Varen Dremori, el demente noble de Karond
Kar, le maldecía desde la lejanía. Pronto dejaría de oír sus gritos.
Contra
todo pronóstico, Seadrake había conseguido sus objetivos una vez más. La horda
que Mevia Tormenta de Espadas había reunido en su contra era enorme, una
abominable colección de enfervorizados seguidores del dios de la sangre
dispuestos a tapizar el suelo de aquella isla con cráneos de druchii. Pero el
corsario había conseguido encontrar una buena posición defensiva, y había
engañado a todos, tanto a sus enemigos como a sus soldados, haciéndoles creer
que defendería su posición hasta las últimas consecuencias.
No
había sido así, obviamente. Los malditos norses habían lanzado contra ellos
todo lo que tenían, incluso un gigantesco mamut, pero seguramente su victoria
anterior frente a los elfos oscuros habían hecho que se confiaran. De lo
contrario no habrían lanzado a una bestia así frente a cazadores tan
experimentados como Seadrake y sus corsarios sin apoyo. Los druchii habían
descuartizado a la poderosa pero estúpida mole, y eso abrió un hueco entre las
filas enemigas que Seadrake aprovechó para avanzar y caer sobre el desprotegido
flanco de una unidad de guerreros del Caos. Su espada había segado cabezas y
miembros con salvaje alegría, deleitándose en la matanza, y los orgullosos
brutos del norte habían acabado huyendo despavoridos frente a una carga que no
esperaban por parte de asesinos tan psicóticos como ellos. En circunstancias
normales Seadrake se habría detenido a capturar a algunos de ellos: recibiría
un muy buen precio por cada uno si los vendía como gladiadores o incluso como
guardaespaldas de algún noble adicto al riesgo.
Pero
no eran circunstancias normales.
Tras
aquel combate, la situación se volvió muy favorable para los druchii. El flanco
derecho de los guerreros del Caos prácticamente no existía, al igual que el
centro, y el avance de Mevia Tormenta de Espadas por el flanco izquierdo
llevaría a que cayeran en una trampa donde la Guardia Negra y la milicia de
Karond Kar harían de yunque y los corsarios de Seadrake serían el martillo. Eso…
o podía huir en dirección al Dragón de Ébano, poner rumbo a Ind para cobrar su
recompensa, y dejar que el resto de los druchii cubriera involuntariamente su
retirada mientras morían a manos de los seguidores de Khorne.
Seadrake
no tuvo ni que pensarlo.
Una
sonrisa demencial cruzó su rostro cuando pensó en la muerte de Varen. Pese a ser
un completo tarado, o quizá por eso, era un guerrero muy capaz, y no le cabía
duda de que mataría a muchos seguidores de los dioses oscuros antes de que
inevitablemente muriera. Al menos podría honrar a Khaine, a quien adoraba quizá
un poco más de la cuenta. Pero el hecho de no tener que soportar de nuevo sus
insensatos ataques de ira y su afición a desmembrar a sus tripulantes sin razón
era algo que alegraba a Seadrake tanto como una copa de buen vino de Har
Ganeth. Estaba seguro de que los gobernantes de Karond Kar le asignarían un
noble tan incompetente o más cuando regresara a la Torre de la Desesperación,
pero mientras tanto le esperaba un largo viaje hacia Ind sin tener que
soportarle. En cuanto al capitán de la Guardia Negra… bueno, Seadrake le
respetaba, y tenía la sensación de que era un sentimiento mutuo. Pero ambos
sabían de sobra cuál era su relación: el capitán de la Guardia Negra arrestaría
a Seadrake si era necesario, y éste lo abandonaría en cualquier peñasco dejado
de la mano de los dioses en cuanto tuviera oportunidad. Y eso era lo que estaba
sucediendo. Sin rencores. No era nada personal.
El
capitán corsario se detuvo un segundo a observar, extrayéndolo de entre sus
ropajes, el objeto por el que tantos hombres y elfos estaban muriendo: el
Cráneo de Obsidiana. Habría esperado mucho más, la verdad: era una pieza
bastante tosca, quizá bella para un humano, pero sin valor para un elfo. En cualquier
caso no había hecho ese viaje ni sacrificado a tantos de sus tripulantes por el
objeto en sí, sino por la recompensa. Era un druchii de negocios. Recibiría un
inmenso botín en oro y joyas que le proporcionarían muchas noches de placer en
Karond Kar, contentaría a Malekith con una parte del mismo, a la pervertida de
Chantal con la hija del rajá, y al pirado que lo había contratado con ese trozo
de obsidiana. Todos felices, como sucede con los negocios bien hechos.
Ignorando
los gritos de los elfos muriendo a su espalda, Seadrake echó a caminar hacia la
playa.
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