viernes, 4 de diciembre de 2020

Nada es lo que parece

Saludos a todos, damas y caballeros.

El 8 de marzo de 2020 es el último día que España vivió sin restricciones. La verdad es que, echando la vista atrás, es increíble cómo cambió todo de hacer un fin de semana totalmente normal a estar todos encerrados en casa al día siguiente. Por ejemplo, nosotros ese día jugamos una partida de la Tercera Era de Mordheim, y al finde siguiente ya estábamos explorando opciones como Vassal o Tabletop Simulator para mantener el vicio (sé que Clavy se montó un Dark Heresy con unos colegas y otro amigo, Dani, nos obsequió con un muy currado escenario de Warhammer Quest).

Excelente mesa del Imperio en Llamas, cortesía en un 90% de Fornidson

Desde entonces hemos podido ir más o menos recuperando todos los proyectos frikis, pero todavía no habíamos podido reunirnos para Mordheim de nuevo, en buena medida por culpa mía. Y en este viaje corto que hice a Madrid hace unos días, conseguimos juntarnos los suficientes como para que volviera la acción al apacible pueblo de Wissenkirche y a sus alrededores. Además, contó con la presencia de una nueva banda, los marienburgueses de mi hermano, que ya hicieron aparición en este blog en la campaña "Un Asunto de Contrabando". El escenario que jugamos fue uno de los publicados por Fornidson en los Martes de Mordheim, concretamente el Círculo Mágico.

Lo que hoy os traigo es precisamente un relato sobre la partida, o sobre la post-partida más bien. Me estoy dando cuenta de que mis relatos en Mordheim suelen estar más centrados en diálogos y pensamientos que en acción. Creo que uno de los puntos fuertes de Mordheim es precisamente toda la intrahistoria que hay entre hachazo y hachazo, que es de lo más interesante del juego, si no lo que más. Espero que os guste.

Un sol radiante se alzaba en glorioso amanecer sobre los prados de Averland, pese a lo que el día era extraordinariamente frío. El vaho cristalizaba cada vez que Ludwig Von Bahwerk expiraba, y en los márgenes del camino que seguían él y Wilfred a caballo podía verse suficiente escarcha como para cubrir los campos de un blanco inmaculado. Ludwig se sintió confortado ante esa visión. Había pureza en el frío.

Días atrás el conflicto había vuelto a Wissenkirche. Tras la victoria de la milicia ciudadana en el embarcadero, el pueblo había vivido una especie de tregua, tensa, irreal y, en última instancia, breve. Cuando Jürgen volvió de una expedición por el bosque en la que había encontrado un extraño círculo de piedras, Ludwig supo dos cosas: que debía investigarlo por si servía para explicar la presencia de los hombres bestia en la zona; y que eso, inevitablemente, traería problemas.

Y así había sido. Tal como esperaba, los hombres de Averland se habían encontrado con los astados y sus aliados orcos en las profundidades del bosque, y de forma inesperada con los enanos, quienes además contaban con nuevos compañeros de fatigas: unos marienburgueses. Ludwig había albergado esperanzas de que la huida de los Middenheimers (si es que habían huido, pues no se les había vuelto a ver desde el enfrentamiento en el embarcadero) hubiera motivado a esos enanos de extraños intereses a abandonar la región, pero eso no había sucedido. Es más, los marienburgueses que les acompañaban parecían, en cierta forma, tan peligrosos como los nórdicos o más: gente dura y veterana, bien equipada y disciplinada.

Desafortunadamente, eso no les había servido para evitar ser derrotados por los hombres bestia y los orcos. Ludwig había decidido, dada su inferioridad de fuerzas, que lo más prudente sería verlo todo desde una posición fácilmente defendible e intentar acabar con cuantos enemigos se les acercaran. Pero tras la retirada de los enanos y sus aliados, los astados y los pielesverdes se habían vuelto contra su milicia, y se habían visto obligados a huir para no perder la vida.

La aparición de los marienburgueses, sin embargo, había intrigado al ex cazador de brujas, y había mandado emisarios para que contactaran con el líder de la expedición. Finalmente habían acordado una reunión en el cruce de caminos hacia Averheim, en la que cada uno acudiría acompañado de un hombre al que deberían dejarle las armas durante el parlamento. Ludwig no sabía a quién pedir algo tan arriesgado, pero Wilfred, el herrero, se había ofrecido con tanta insistencia que no tuvo más remedio que aceptar su ofrecimiento.

Al acercarse al punto convenido vieron dos jinetes en la lejanía, quienes debían ser el capitán marienburgués y su escolta. Esta sospecha se confirmó cuando se encontraron suficientemente cerca como para discernir los ropajes de aquellos hombres, cuya forma y colorido solo serían soportados por hombres de la Ciudad de Oro. Ludwig reprimió una sonrisa ante el bufido de indignación de Wilfred, quien al recoger las armas del cazador de brujas dijo:

“Tenga cuidado, jefe. No me fío de esta gente de ciudad”

“No te preocupes. Lo tendré”

Ludwig entendía aquel histórico recelo de los habitantes del campo hacia los urbanitas, y viceversa. Lo que no quiso decirle fue que, para la gran mayoría del Imperio que Wilfred desconocía, Wissenkirche era más bien una ciudad, y muy rica.

A medida que los capitanes, ya desarmados, se acercaban el uno al otro, Ludwig vio que en el fondo aquel hombre no era tan diferente de sí mismo. Cierto, sus ropajes eran un arcoíris de colorido en contraste con su negro espartano, y el rostro del marienburgués estaba cubierto por una poblada barba en contraste con el afeitado riguroso de Ludwig, pero los ojos del mercenario desvelaban que sus almas eran muy parecidas. Era la mirada del hombre que ha visto muchas cosas, la mayoría de las cuales desearía no haber visto jamás.

El marienburgués había tenido el acierto de encender una pipa, de la que fumaba parsimoniosamente a medida que se acercaba a su interlocutor. Ludwig deseó encender el cigarro que llevaba en sus ropajes, pero pensó que eso podía ser interpretado por el otro marienburgués como una señal de coger un arma, y desistió.

“Buenos días”, dijo el cazador de brujas cuando estuvieron suficientemente cerca.

El mercenario hizo detenerse a su caballo e, inclinando la cabeza, respondió:

“Y para vos”

“Mi nombre es Ludwig Von Bahwerk”

“Koos De La Rey”

A esas alturas ambos habían oído hablar el uno del otro, pero era importante presentarse.

“¿Qué os trae por estas tierras, Heer De La Rey?” preguntó Ludwig, usando el título de los prohombres de la Ciudad de Oro.

“Hacer cumplir la Ley”

Un fanático, pensó Ludwig. Un justiciero. Bueno, en eso efectivamente se diferenciaba del tal Ragnar, el middenheimer que antes se había aliado con los enanos. A él no parecía importarle demasiado la justicia.

“Estamos de acuerdo en eso, y os aseguro que no encontraréis motivo para hostigar a las buenas gentes de Wissenkirche”

El tal De La Rey dio una honda calada a su pipa antes de responder.

“Averland se opone al legítimo Emperador. Eso es rebelión, naturalmente contraria a la Ley”

Ah, la política. Siempre la política, pensó Ludwig. Maldita sea.

“Eso podéis discutirlo con el Conde de Averland. En Wissenkirche no se resuelven las disputas por el Trono”

“Nada es lo que parece, Herr Von Bahwerk”

“Cierto. Por ejemplo, vos. Tengo entendido que venís de cumplir una misión en Nordland, pero que salisteis de allí… cambiado”

De La Rey puso cara de póker, pero Von Bahwerk era un cazador de brujas experimentado, y vio lo que nadie más habría visto. Concretamente, un fugaz destello en la mirada del mercenario, un destello que revelaba ira, odio, miedo.

“Todos cambiamos. Sin ir más lejos, creo que vos fuisteis un Templario de Sigmar no hace mucho”

“Lo fui, así es”

¿Qué sucedió? Me gustaría saberlo.”

Nunca lo sabrás, pensó Ludwig. El único hombre que conocía mi secreto fue brutalmente asesinado, y ni siquiera pudimos enterrarlo.

“¿Por qué os habéis aliado con esos enanos?” dijo Ludwig, cambiando de tema.

“Teníamos contacto con ellos a través de varios mercaderes de mi ciudad. Los enanos son un pueblo honorable, viejos aliados del Imperio. Ellos ayudaron a forjarlo una vez, y ayudarán a reforjarlo”

Ludwig debía reconocer que aquel hombre no era para nada idiota. Le había dado una respuesta tan impecable como falsa. Y no le diría la verdad ni aunque lo torturara.

“Os vi cerca del círculo de piedras el otro día. Luchasteis bien”

“Hicimos lo que…”

“Pero decidme” continuó Von Bahwerk, interrumpiéndolo adrede “fueron los enanos quienes sugirieron ir a ese lugar, ¿cierto?”

Por primera vez, Ludwig disfrutó de la expresión de sorpresa de su interlocutor.

“Así es” respondió lacónicamente el mercenario

Ludwig asintió, sonriendo. Estaba echando mucho de menos ese cigarro.

“Tened cuidado, Heer De La Rey. Como bien habéis dicho, nada es lo que parece

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