domingo, 20 de junio de 2021

Las Regiones Devastadas: relatos previos de la Batalla del Paso de la Mina

Saludos a todos, damas y caballeros.

Hace unos días os presentamos el escenario de la Batalla por el Paso de la Mina, una partida a 4000 puntos por bando que jugamos hace un par de meses. Cumpliendo con la tradición, os traemos hoy los relatos previos a esa batalla.

Y un pequeño adelanto, ya que estamos

En la batalla, una coalición de bretonianos y enanos se enfrentó a otra formada por no muertos y orcos. El primer relato, describiendo cómo surge la alianza entre las fuerzas del Bien, está escrito por Helios. El segundo, en el que se explican las malignas intenciones de Chantal para aliarse con pielesverdes, lo escribí yo. Espero que os gusten.

Hacía aproximadamente un año que Pueblo Oxidado, unas antigua ciudad en ruinas situada en la costa sur de las Regiones Devastadas, había sido reclamado por un linaje enano llegado desde más allá de las cordilleras meridionales. Se trataba de un linaje de Karak Azul, descendiente de una estirpe de aquella fortaleza que había dominado la zona en torno a la ciudad portuaria hacia siglos, en tiempos anteriores a que la aparentemente infinita plaga de pielesverdes azotara todos los Reinos Fronterizos en aquellos tiempos, obligando a los hijos de Grugni a abandonar la zona regresando a sus ancestrales fortalezas principales, en espera de que llegara el tiempo de poder cobrar venganza por aquellas afrentas.

Ese tiempo había llegado. Ulfrik “el Bajo” Donarkhun, llamado así por su inusual talla entre los suyos, era un impetuoso señor enano descendiente de los antiguos gobernantes de Karak Azul, y era tan joven para su rango que su barba tenía aún color, algo realmente insólito. Una mañana, una robusta y amplia nave de transporte marítimo enana arribó en la costa de Pueblo Oxidado. De ella desembarcaron Ulfrik y los seguidores de su linaje, algunos primos y tíos, así como descendientes de las familias vasallas a su Casa. Los pocos humanos que vivían en torno a la zona, abandonada de liderazgo organizado desde hacía mucho tiempo, no pudieron ni quisieron hacer nada para evitar que las huestes de Karak Azul se adueñaran del lugar. Estos, igualmente, habían decidido en un principio tener contacto pacífico con ellos pues, aunque asentar un dominio en la región era un punto importante, había razones más secretas por las que Ulfrik, sobrino del gran Rey Kazador, había emprendido aquella campaña.

Las investigaciones realizadas durante ese año habían dado sus primeros frutos hacía pocos días. Oberor era el nombre en la lengua humana por el que se conocía a una de las antiguas fortalezas enanas cuyos restos se encontraban aún dispersos por toda la provincia. Averiguaron que su primo, en algún momento, había sido gobernador de Oberor. El hijo de Kazador, en su camino hacia la gloriosa muerte, había arrebatado el control de la fortaleza a los pielesverdes que se la quitaran a sus antepasados. Sin embargo, el lugar había vuelto a ser abandonado hacía unos años por razones que aún se mantenían ocultas, y ahí se perdía nuevamente el rastro de su familiar.

A pesar de todo, era algo por donde empezar. Tras deliberar con su consejo, el señor de los enanos determinó que sus tropas ocuparían de nuevo Oberor, con la que podría controlar las ruta que llegaban desde los asentamientos humanos más prósperos al norte. Pues la fortaleza se encontraba situada en la ladera este del único paso que había en las montañas allí situadas, sin el cual había que dar un gran rodeo o arriesgarse a escalar las rocas. Armó a un numeroso contingente de entre los suyos y se encaminó hacia allí.


Llevaban dos días viajando, y Oberor debía encontrarse ya muy próxima según los mapas realizados sobre la región. Habían escogido un pequeño pueblo humano que se encontraba en la ruta hacia la fortaleza como lugar para acampar hasta la siguiente jornada. Era un lugar minúsculo, que no debía tener apenas un centenar de habitantes. Sin embargo, los enanos habían aprendido lo bastante del lugar en aquel año para saber la clase de horrores que despertaban por las noches en los bosques de la región, y el sol ya despuntaba sus últimas luces. De modo que decidieron detenerse allí en espera del seguro amanecer. Dejaría algunas vituallas a aquellos hombres para ayudarles en su humilde existencia a cambio. Pues el sobrino del gran rey de Karak Azul actuaba con justicia, y no dejaba jamás deudas pendientes con ningún ser de a bien. A la mañana siguiente partieron y siguieron su camino.

Para el medio día llegaron hasta el primer torreón de vigía que custodiaba el paso hacia Oberor. Aunque llevaba mucho tiempo ocupado por pieles verdes, la manufactura enana resistía en buenas condiciones. Emplearon el resto de la jornada en limpiar el lugar del odiado enemigo, y Ulfrik decidió dejar un pequeño contingente que actuara como guardia defendiendo el torreón. No quería que nada le cortara el camino mientras continuaban hacia la fortaleza. A la mañana siguiente los demás partieron de nuevo, rumbo a Oberor, que sentían tan próximo que casi les parecía notar su roca en la nariz.

No había transcurrido ni medio día de camino cuando uno de los exploradores que habían dejado atrás en el torreón llegó con nefastas noticias. Al parecer los pielesverdes que habían expulsado del lugar eran solo una avanzadilla de una fuerza mucho mayor que, sin que los enanos lo supieran, se había estado reuniendo en la zona con misteriosas y oscuras intenciones… Los que habían huído debían haber dado el aviso y ahora el torreón se encontraba bajo el ataque de la artillería orca mientras el grueso principal llegaba para barrer la resistencia enana.

La sombra de un animal volador cruzó velozmente por un instante el camino donde se encontraban. Ulfrik levantó la vista y observó una diminuta figura, que ya se alejaba, con forma de caballo volador. No tenía tiempo para distraerse, y el señor no dudó un instante. Ordenó a sus guerreros dar media vuelta y volver a la fortificación para ayudar a los suyos. Ningún enano sería dejado atrás.

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Milten hizo a su pegaso descender y el blanco animal tocó tierra con la elegancia natural de su especie. Los demás bretonianos, que se encontraban acampados temporalmente en un robledal tras dos días de persecución hacia el interior de las Regiones Devastadas, observaron al muchacho bajar de un ágil salto y dirigirse directamente a la tienda del barón, donde los guardias le saludaron al pasar. Milten pasó a través de las telas bordadas en blanco y azul adentrándose en la sala. Allí estaba León con los demás principales de la mesnada, estudiando unos mapas de la región y llevando una cuenta del inventario. Todos miraron al de la Capa Enlutada, que había quedado al cargo de vigilar el avance de los muertos.

"Padre, las fuerzas nigrománticas han detenido su avance. Han llegado hasta su grueso principal de ejército y han unido fuerzas con un numeroso campamento pielverde, tal como sospechábamos que vilmente tramaban".

Se acercó de un paso a la mesa y, cogiendo uno de los mapas de las Regiones Devastadas que había sobre ella, señaló un punto en él, muy cerca de donde estaban ahora. Sir León Devance observó la zona indicada por Milten y luego a todos los presentes.

"Orcos en el Paso de la Mina". – Dijo el barón.

"Poco frecuentan las regiones tan al oeste esas alimañas verdes, mi señor". – Respondió sir Roderic, al que por su edad la mayoría escuchaba siempre con gran atención. – "Algo deben tramar en sus oscuras mentes, pues también es harto extraño esta impía y repentina alianza con los muertos vivientes. Un mal que aún no podemos calcular bien se está agrupando".

"Eso no es todo, caballeros". – Intervino de nuevo sir Milten. – "Hay fuerzas enanas ocupando ahora el torreón del Paso de la Mina, bien pude verles desde el cielo. Diría que se dirigen hacia la vieja fortaleza de Oberor, que perteneció a los suyos en otros tiempos según se cuenta en esta zona. En este momento deben estar ya sufriendo terrible asedio por parte de nuestros enemigos".

Los presentes guardaron silencio unos instantes, meditando. El propio Milten fue el primero en hablar de nuevo.

"¿Qué haremos, padre? ¿Continuamos con la persecución o nos unimos a la defensa del torreón?"

El barón tuvo la absoluta certeza de que aquella disyuntiva era exactamente lo que Chantal había planeado. Ahora debían escoger entre tratar de eliminar para siempre la amenaza de los muertos vivientes que se cernía por la zona y abandonar a los enanos a su suerte o unirse a su defensa y dar tiempo para escapar a los agentes del Culto de la Carne Inmortal.

Todos miraron a León. Este pasó su vista entre ellos. Los conocía como a hermanos, y todos gozaban de su absoluta confianza. Uno a uno asintieron en silencio al notar los ojos de su campeón, salvo sir Parsifal, que se limitó a escupir al suelo a modo de respuesta. León tomó su decisión.

"Levantad el campamento, que la mesnada se prepare para marchar". – Dijo mientras empezaba a recoger los escritos que habían estado consultando.

"¿Qué haremos pues, mi señor?" – Preguntó sir Gawain, levantándose.

"Lo único que puede hacerse, hermano". – Respondió el barón. – "Ayudemos a los enanos".

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A medida que el cónclave de brujas que formaba el Culto de la Carne Inmortal se acercaba al campo de batalla, podían ver la masa de furiosos guerreros pielesverdes abalanzarse sobre las disciplinadas filas de los enanos mientras elevaban sus rugidos guturales hacia el cielo. La torre que servía como entrada de la mina se alzaba entre los dos ejércitos, y los primeros choques comenzaban a producirse a sus pies, mientras la primera sangre comenzaba a fluir. Se derramaría mucha más antes de que terminara el día.

Los dos ejércitos estaban tan absortos en la batalla que casi no fueron conscientes de la entrada de hordas y hordas de cadáveres reanimados y espíritus traídos del más allá. Finalmente, unos enanos dieron la voz de alarma, mientras los orcos emitían algo que parecía ser un brutal grito de aprobación. Sabían que los muertos habían llegado para ayudarles… por extraño que pareciera.

Los pielesverdes no eran los únicos sorprendidos por la naturaleza de aquella alianza. Antes de situarse estratégicamente para formar un nexo de poder nigromántico, Beatrice le preguntó a Chantal:

“Recuérdame, ¿por qué tenemos que ayudar a estas bestias malolientes?”

Chantal, por toda respuesta, señaló al kaudillo orco negro al mando de la hueste aliada, quien en ese momento acababa de partir por la mitad a un rompehierro enano de un potente hachazo.

“¿Reconoces esa arma?”, preguntó.

Beatrice la miró con atención. No la identificó, pero su dominio de la magia era más que suficiente como para entender su poder.

“Es realmente poderosa”, contestó.

“Lo es. Yo sí la reconozco. Cualquier imperial reconocería a la Mutiladora, el hacha de Gorbad Garra´ierro. Y yo, pese a todo, soy imperial”

Beatrice no dijo nada. Había escuchado las historias del Waagh de Garra´ierro, por supuesto, aunque siendo bretoniana de nacimiento seguramente no significaban para ella tanto como debían suponer para Chantal. Y sin embargo, conocía lo suficiente a su amante como para saber que, fuera cual fuera el sentimiento que le embargaba al contemplar el hacha, no era dolor patriótico.

“Eso sucedió hace trescientos años…”

“Así es. Pero, tras ser derrotado en el asedio de Altdorf, Gorbad se retiró aquí, a los Reinos Fronterizos, donde su ejército fue finalmente aplastado por el rey de Karaz-A-Karak. Su cuerpo nunca fue encontrado… parece que su hacha sí”

Beatrice sonrió. Había sido ella quien había enseñado a leer a Chantal, y desde entonces, la imperial había adquirido una gran cultura. Su interés por la Historia, y los conocimientos que había aprendido sobre los grandes eventos del Viejo Mundo, eran sorprendentes. Beatrice también sabía que lo que movía a la bruja al aprendizaje no era compensar el analfabetismo de su juventud, cosa que le traía sin cuidado, ni el interés puramente académico: al fin y al cabo, allá donde hubiera habido grandes batallas también habría muchos cadáveres que reanimar.

“De todos modos, eso no explica por qué estamos aquí ayudando a estos animales”

“Quiero estar cerca de ese orco. Quiero ganarme su confianza, sea eso lo que signifique en la mente de un pielverde. Porque, cuando llegue el momento… creo que su cadáver reanimado, junto con su arma, podría ser una interesante incorporación a nuestro ejército, ¿no te parece?”

La nigromante volvió su vista al campo de batalla. Los choques eran cada vez más intensos, y solo eran la antesala de lo que estaba por venir.

“En todo caso, hoy les toca a otros morir”

Imagen de Ilkeserdar

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