martes, 1 de junio de 2021

[Helios] Muerte en el mar verde: relato post batalla

Saludos a todos, damas y caballeros.

Tras el informe de batalla del otro día, os traigo el relato post-batalla escrito por Helios al respecto. No es que haya estirado el tema y haya sacado cuatro entradas de una única partida, es que el documento Word que recoge todas las cosas relacionadas con la misma tiene 30 páginas, con lo que todavía estoy incluso dejando cosas sin publicar. Esto, naturalmente, no es lo habitual, pero de vez en cuando es interesante rodear una partida con toda la pompa y circunstancia posible. Cuando se llega a un cierto nivel de veteranía en esto, hay que ir subiendo progresivamente el nivel.


Este relato sirve también para enlazar la partida con otra que jugamos posteriormente y que colgaré cuando tengamos todo preparado. De momento os dejo con esto. Espero que os guste.

Sir Martel observaba la masa de muertos vivientes alejarse del lugar. Parecía que por el momento se conformaban con el caos que desatarían en los pasos los que habían logrado atravesar el cordón defensivo bretoniano. Sin duda habían logrado dificultar su persecución cuanto menos, lo que presentaba inconvenientes adicionales. En el otro lado, los mensajeros traían noticias de una gran victoria por parte de sir Parsifal y los Dragones de Talis.

Preguntó a los caballeros por la situación de sir Parsifal, al que el barón había puesto al mando del grupo que debía vigilar la retirada de los no muertos. Lo encontró en la zona de entrada al paso de montaña, donde había hecho arrastrar por los caballos varios cuerpos de pielesverdes caídos en la batalla. Allí, haciendo gala a su sobrenombre de “el Cruel”, decapitaba los restos, y con sus propias manos iba ensartando las cabezas en largas estacas que luego mandaba poner a lo largo de la entrada al paso.

Era de sobra conocido por todos los carranceños el profundo odio que Parsifal profesaba a la raza de los orcos, que siendo joven le habían asesinado a su madre y a sus dos hermanas incendiando el torreón donde moraban y quemándolas vivas. Al fin y al cabo, no se trataba de gente, por lo que el de Abijou no se espantaba en exceso. A veces la mejor forma de mantener lejos a las alimañas era asustándolas, como esos extraños hombres de ropa y paja que los campesinos ponían en sus huertas para espantar a las aves.

"Clavar todas esas cabezas te llevará todo el día, amigo mío". – Saludó Martel, bajando del caballo para acercarse al oficial. – "Parece que el día te fue propicio, pues buena muerte has dado a muchos orcos, si bien se conservan mis ojos".

Sir Parsifal dejó la tarea por el momento para detenerse a hablar con el Caballero del Grial. Su corpulento cuerpo se encontraba completamente cubierto de sangre de los codos para abajo, en tan gran cantidad que la armadura parecía lacada en rojo. Muerdecráneos, su enorme hacha rúnica regalo del Señor Uric del clan Parteyunques, se encontraba igualmente bañada de filos a pomo en la sangre enemiga. Sir Martel estaba bastante impresionado del aspecto que lucía su hermano de armas. Este sonrió con gesto amplio y feroz, como solía.

"Bien merece el esfuerzo, mi señor. En futura ocasión más se guardarán de volver a intentar cruzar este paso".

"Todo sea". – Respondió. – "Veamos antes cómo se encuentran los nuestros, que muy bravos y esforzados han luchado hoy, no por poco precio".

El Cruel asintió y ambos montaron en sus caballos, encaminándose a paso tranquilo hacia donde despuntaba el Estandarte de Carranza, lejano aún a la vista en el pueblo tras el paso de montaña.

"Tuve ocasión de cruzar armas con los restos de Guillaume".


Dijo Martel rompiendo el silencio del camino. Parsifal se mantuvo en silencio unos instantes, y luego habló también.

"No lo penséis más. No hay ya nadie que exista dentro de esa abominación. En mi opinión el difunto barón debe llevar mucho tiempo a donde quiera que la Dama del Lago haya querido llevárselo".

Sir Martel miró a su compañero. Él había mirado a los ojos de la criatura, y no estaba tan seguro de lo que sir Parsifal decía. Como Caballero del Grial sabía que sus sentidos podían percibir cosas que se mantenían ocultas a los hombres menores. De modo que decidió no añadir nada más, para no cargar con esos tormentos en la mente de su amigo.

Estando a mitad del camino que atravesaba lo que se había convertido en un campo de batalla, vieron a lady Evangeline de rodillas en la hierba. Tenía la cabeza encapuchada caída hacia delante y los brazos laxos, como si sus extremidades hubieran perdido la energía que la sostenía. De su cuerpo emanaba una suerte de vapor blanquecino que se elevaba ligero y, con un efecto ultraterreno, se disolvía en el aire en torno a ella. A escasos metros, por prudencia y respeto, aguardaba sir Armand junto a su pegaso, atento a ella.

Ambos principales desmontaron y se aceraron hasta ellos. El del Grial agachó una rodilla junto a la hechicera, observándola con preocupación.

"¿Os encontráis bien, mi señora? Cómo podemos ayudaros".

Evangeline alzó la vista, posando en él unos ojos agotados y llenos de lágrimas por el esfuerzo soportado.

"No podéis, mi buen caballero. Nunca había usado una cantidad tan grande de magia. Ahora debo dejar que se filtre del cuerpo, despacio por no causarme daño. Así la energía volverá a los seres de la naturaleza, donde la Dama del Lago la quiso tener". – Viendo que la explicación parecía no convencer a sir Martel, se esforzó en sonreír levemente. – "No te preocupes, que pronto estaré bien. Solo necesito descansar".


El de Abijou levantó un instante la cabeza hacia atrás y miró los cielos, gesto que los otros dos caballeros imitaron también por reflejo. Todos pudieron observar los cielos en los que aún se alejaban oscuras nubes que en ocasiones parecían adoptar diabólicos rostros. Sobre la tierra también quedaban restos del conflicto mágico que había tenido lugar. Aquí y allí se veían jirones de energía verde pulsante, que crujía amenazante donde la magia de los orcos se había filtrado al mundo de los mortales. Donde se mirara, se veía devastación ultraterrena. Ninguno dudaba un instante de la tremenda labor que lady Evangeline había tenido que soportar. Solo había que haber sido testigo de lo que la oscura magia había hecho con los buenos caballeros Errantes que valientemente habían decidido acompañarlos para saber la clase de peligro al que la hechicera se había enfrentado.

Sir Martel se inclinó hacia delante y besó la frente de la muchacha.

"Que la Dama del Lago mantenga sus bendiciones sobre vos, mi señora. Que no hay nadie en este campo hoy que no sepa la gesta que habéis logrado y que no os esté agradecido por ello. Os debemos la vida".

Lady Evangeline sonrió como toda respuesta, pues no tenía fuerzas para añadir nada más. Todos se despidieron y los dos caballeros siguieron su camino hacia el pueblo, donde los esperaba el grueso principal. Sin embargo, apenas hubieron recorrido la mitad del trayecto, se encontraron con otro grupo que avanzaba en dirección contraria. Se trataba de León Devance y su comitiva, que cabalgaban tan velozmente como podían hacia donde se había dado la alarma. Al encontrarse con dos de sus principales, se detuvo junto a ellos.

"¡Mis buenos amigos!" – Los saludó alegre y preocupado, viendo el aspecto que la mucha batalla les había dejado. – "Seguid hasta el pueblo, nuestras damiselas se encuentran allí, listas para auxiliar a quien sea necesario".

Los dos caballeros se habían detenido a su vez, saludando a su señor. No perdieron tiempo con ceremonias, pues así eran los poco refinados carranceños, y comenzaron a relatar al barón todo lo sucedido. Este escuchaba atento, decidiendo mientras se informaba.

"El paso de la montaña está ahora infestado de muertos vivientes que no pudimos mantener a raya". – Añadió finalmente sir Parsifal, tras haber explicado lo demás junto a sir Martel. – "Tardaremos días en limpiar la zona de enemigos".

León observó las montañas alrededor y el pueblo a lo lejos. También el paso que daba a donde se había librado la batalla. Finalmente, de nuevo a sus hombres.

"Que esas rameras de Siyish hayan logrado el apoyo de tribus pielesverdes es harto preocupante. Si dejamos que se agrupen de nuevo y reordenen sus fuerzas, cabe la posibilidad de que den la vuelta y caigan nuevamente vez sobre Áslacon, o Califaux".

"¿Qué haremos entonces?"

"Atacarles antes de que eso suceda, si llega el momento. Dejaremos en el pueblo destacamentos de hombres de armas y cazadores, que puedan proteger a los campesinos y perseguir a los muertos en los bosques. Los demás continuaremos la persecución: atravesaremos el paso y dejaremos a esos muertos atrás. Si bien lo he entendido, no se cuentan en bastante número para amenazar la retaguardia de un ejército. No nos detendremos hasta estar seguros de que esta enfermedad se ha alejado de nuestras fronteras".

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