lunes, 25 de enero de 2021

Detener a la Muerte

Saludos a todos, damas y caballeros.

Hoy os traigo los relatos post-partida de "La Defensa de Califaux", el escenario que jugamos Helios y yo hace unos días dentro de la campaña "El Reposo de los Muertos" y cuyo informe de batalla podéis ver aquí. De nuevo, los traemos en entradas separadas para no alargar demasiado la del informe de batalla.

Como en la lcasión anterior, el relato por parte de los bretonianos ha sido escrito por Helios, mientras que yo me he encargado del relato por parte de los No Muertos. Espero que os gusten.

BRETONIA

Carol observaba la batalla progresar. Los cultistas que había enviado a través del bosque para asaltar el lago sagrado surgían de entre los árboles huyendo de la zona. Sintió la cólera surcarle el cuerpo por aquella pobre muestra de devoción, y se prometió a si misma que castigaría a aquellos miserables personalmente para enseñarles a qué debían tener más miedo. 

No importaba. A su lado se agrupaba un gigantesco mar de guerreros esqueletos y temibles tumularios, la masa principal que había elegido para dirigirse hacia los dos verdaderos objetos de su deseo: la llave para su amada y la hechicera bretoniana como premio personal. El edificio de la abadía donde se encontraba el objeto estaba cada vez más cerca. En un momento dado de la batalla, pudo observar también a la Profetisa, agitando sus oscuros deseos. Esta surgió de entre las filas de sus hombres y cabalgó hasta ponerse al frente de la línea de batalla no muerta. La tenía ya casi a su alcance… cuando de pronto unas oscuras nubes sobrenaturales se agolparon en el cielo sobre sus cabezas. Demasiado tarde vio a Leonor levantar su báculo y, a continuación, sintió un tirón de magia mucho más poderosa de lo que había imaginado. Luego una explosión sorda, y todo fue oscuridad… 

Un cubo de agua la despertó, para descubrirse cubierta de grilletes cuyos cerrojos brillaban con una luz blanquecina que le hacía sentir que perdía la conexión con los vientos de Shiyish. Sentía todo el cuerpo sacudido por un intenso y estimulante dolor. Aturdida miró alrededor, descubriendo unas pezuñas de caballo junto a su cabeza. Se vio así rodeada por los caballeros de Carranza, que la habían hecho prisionera. Uno de ellos se aproximó más, sin desmontar del caballo, y estuvo unos segundos mirándola con un aire fúnebre. 

"Llevadla a la canonesa. Ella sabrá bien qué hacer con esta ramera." 

Después de todo parecía que iban a conocerse personalmente. 

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Lady Leonor salió de la sala donde había estado interrogando a la nigromante. Las risas desquiciadas de esta se apagaron al cerrar tras ella el pesado portón de madera. Le devolvió el saludo a los guardias y se alejó del sitio. Mientras caminaba de vuelta a la abadía meditaba sobre lo que había averiguado de la impía, que no era mucho. Aunque contaba con poderosos hechizos con los que adentrarse en la mente de los seres, esta estaba tan trastornada que todo en ella era confuso y lleno de repugnantes imágenes. Aun así, había logrado averiguar que Carol había sido mandada por una nigromante de mayor poder para encontrar un objeto oculto en la abadía, cuya existencia la propia Leonor desconocía por completo. 

Llegó hasta allí y se reunió con los bretonianos que la esperaban, algunas de las personalidades destacadas que habían formado parte de su escolta cuando el ataque llegó. Según los enigmáticos escritos llenos de acertijos que había recuperado del expolio del monasterio de Áslacon, lo que fuera que buscaba aquel oscuro culto se encontraba dentro del propio edificio. Tras un largo rato desentramando los enigmas de los documentos, las evidencias la llevaron hasta los pies de una de las tres estatuas de la Dama del Lago que gobernaban la sala de oraciones del lugar. Ordenó que buscaran cualquier cosa alrededor, pero tras levantar todos los adoquines en torno al sitio e incluso excavar en algunos puntos, nada parecía indicar que allí se encontrara un hueco, o algo enterrado, donde pudiera estar guardada cosa alguna. 

Estuvieron largo rato debatiendo acerca del misterio. De pronto, Leonor se aproximó a la estatua y puso la mano izquierda con delicadeza sobre su superficie mientras la observaba fijamente con aire abstraído. Estuvo así unos instantes antes de volver a la realidad, girándose para mirar a sir Héctor. 

"Destruidla". 

Dijo sin más al estaliano. Este palideció, mirando la estatua con los ojos llenos de temor supersticioso. Los bretonianos presentes murmuraron, confusos. 

"Pero, mi señora… eso enojará a la Dama del Lago". 

"¿Quién crees que puede interpretar mejor Sus designios, caballero? ¿Vos o yo?"

Respondió la Profetisa con rostro imperturbable. Sir Héctor dudó unos segundos y luego asintió, girándose para ordenar a los sirvientes traer mazas y herramientas para la piedra. En apenas unos minutos la gran estatua se encontraba hecha añicos, pues al golpearla habían descubierto que se encontraba hueca en casi toda su longitud. 

De pronto, a un último golpe, un pedazo de la roca se separó y del hueco dejado emanó una suave luz blanquecina que hizo retroceder a los campesinos. La canonesa se acercó y metió la mano en el agujero, sacando de su interior una llave de plata que refulgió unos segundos más antes de apagarse en la mano de la mujer. Todos observaban estupefactos el objeto surgido de las entrañas de la estatua. Leonor la observó detenidamente. La llave tenía un fino grabado de un símbolo con una calavera coronada con rosas y flores de Lys. 

"Conozco este emblema. Pertenece a la canonesa Margot, una santa mujer, buena como pocas otras, que dirigió este mismo lugar hace mucho tiempo cuando las Cruzadas. Está grabado en las losas de su mausoleo…"

Levantó la vista para mirar al adalid de los Andantes. 

"Ya sé a dónde se dirigen las fuerzas impías. ¡Id veloces a alertar mi señor tío, el barón! Decidle que debe acudir a la tumba de lady Margot, en los claros junto a Los Espinosos, con tan feroz fuerza como pueda reunir."

El de Agarón asintió una vez más, pensativo. 

"Áslacon, Califaux y Los Espinosos." – Meditó en voz alta con su acento extranjero. - "Se dirigen hacia el sur, a fe mía que es bien cierto. Su rumbo les llevará sin falta a pasar junto al río Aveyron. Si nuestros enemigos bloquean el puente al sureste nuestras fuerzas tendrán problemas para llegar hasta el mausoleo de lady Margot desde Las Ocho Villas. Mi señor Milten se encuentra aún en la abadía de Áslacon, pues su padre allí lo mandó a patrullar el avance de los muertos."

"Nadie en Carranza o en Las Ocho Villas de Plata es más veloz que mi buen Milten y sus caballeros. Mandaré mensaje para él y le prevendré de acudir a defender el puente."

Sir Héctor besó el anillo de la hechicera y marchó a dar instrucciones. Mientras todos los bretonianos presentes se preparaban para ponerse en marcha, Leonor se dirigió hacia uno de los grupos de jinetes kitay con los que contaba su escolta. 

"¡Sirvientes! Debéis llevar un mensaje a mi señor Milten. Lo encontraréis en Áslacon, en la abadía que fue atacada hace unos días. ¡Partid de inmediato pues corremos grave peligro! Que mi fe o la vuestra os de fuerzas para acudir veloces como los vientos del cielo."

Leonor de la Justa Venganza, abadesa de Califaux

NO MUERTOS

Chantal se encontraba inquieta. Hacía tres días que Carol había partido al mando de una hueste de muertos y vivos para encontrar la segunda de las llaves del Ulth Kanopesh, que se encontraba custodiada por Leonor de la Justa Venganza en la Abadía de Califaux. El hecho de que no hubiera noticias le hacía presagiar lo peor, y por mucho que se acostara con sus amantes y torturara a sus esclavas no conseguía acallar esa preocupación, cada vez mayor a medida que pasaban las horas. 

Al amanecer del cuarto día, un murciélago entró volando por una ventana de la torre en ruinas en que se refugiaba. Al verlo, la imperial se levantó del lecho que había compartido con Beatrice y Sveta la noche anterior y, con cuidado de no tropezar en alguno de los charcos de sangre formados por las cultistas a las que habían degollado en su siniestra orgía, llegó a donde se encontraba el mensajero… pues sabía que tal era su verdadera naturaleza. Carol tenía una extensa colección de familiares, a cada cual más siniestro en forma y propósito. 

“Habla”, le ordenó. 

El murciélago así lo hizo, chillando con una voz espantosa. 

“Estoy capturada en la Abadía de Califaux. Su abadesa es una hechicera muy poderosa. He resistido todo lo que he podido, pero ha leído mi mente…” 

Pobre insensata, pensó Chantal. Tendrá pesadillas durante varios meses. 

“Sabe que buscamos algo, aunque no el qué. Imagino que comenzarán a movilizar sus fuerzas. Estad prevenida” 

Chantal sintió una sensación de asfixia en su pecho, y comenzó a temblar en una mezcla de furia y miedo. Desde su paso por Mordheim tenía siempre la misma sensación ante la inminencia del peligro, y solo conocía una forma de evitarlo. Se dirigió hacia una de las pocas cultistas que había sobrevivido a la noche anterior, una hermosa mujer de Puerto Gris, y comenzó a tocarla y a besarla violentamente. El contacto con su cuerpo y la excitación del acto consiguieron sobreponerse por un instante a la ansiedad y el temor, y tras alcanzar el clímax y satisfacer su sed de sangre con algunos cortes en el esbelto cuerpo de su amante (cortes que no la matarían, pues la necesitaría más veces), logró alcanzar la serenidad suficiente como para pensar. 

La ira que sentía por el hecho de que Carol hubiera sido suficientemente imbécil como para dejarse atrapar se convirtió en pena por los bretonianos que tuvieran que lidiar con ella. Mandaría a alguien a rescatarla en su momento, pero había cosas más urgentes en las que pensar. Si los bretonianos habían descubierto que los ataques de sus tropas no eran razzias al azar, sino una ofensiva coordinada que buscaba algo concreto, efectivamente empezarían a movilizar a sus caballeros. Eso significaba que ya no disponía de la ventaja del tiempo: su plan para obtener el Ulth Kanopesh se había convertido en una carrera contrarreloj, pues si los bretonianos acababan descubriendo que ese era su verdadero propósito (y era cuestión de tiempo que así fuera), no escatimarían esfuerzos con tal de que no pudiera poner sus manos sobre el artefacto. 

Volvió a la cama y contempló a Beatrice, la preferida entre sus amantes y la primera de ellas. Aún dormía, agotada tras los excesos de la noche anterior, y mientras Chantal observaba su pecho desnudo moverse al ritmo de su respiración pensó que era una pena tener que despertarla. Pero no había otra opción. Había que darse prisa. 

“Beatrice, preciosa, despierta… tenemos que matar a tus compatriotas”

Carol, la Dama de la Sangre


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