viernes, 8 de enero de 2021

La profanación del monasterio de Áslacon

Saludos a todos, damas y caballeros.

Hace poco publiqué el informe de batalla de la primera campaña del Reposo de los Muertos, el asalto nocturno al monasterio de Aslacon. Podéis verlo en esta entrada. En el documento original que preparamos entre Helios y yo al respecto, había relatos post batalla, como debe haber en todo buen informe que intente imitar a los de aquellos gloriosos años de la WD.


En todo caso y para no alargar esa entrada, os presento estos relatos ahora. Debería haberlo hecho hace tiempo, pero ya se fueron metiendo otras entradas más dependientes de las fechas y esto se ha quedado descolgado hasta hoy. Hay dos historias, una desde el punto de vista de los bretonianos, escrita por Helios, y otra por parte de los No Muertos, que he escrito yo. Espero que os gusten.

BRETONIA

A los finos oídos de Genevieve llegaron los sonidos de vidrieras quebrándose desde el monasterio. El lugar se encontraba rodeado de cadáveres y fantasmas, que pululaban por todas partes manteniéndola alejada. En la oscuridad de la noche, los gritos de los heridos y de los que habían perdido su coraje parecían llegar desde todos lados. 

Un ligero temblor de tierra y el estrépito del metal la hizo girarse. Los caballeros Andantes que habían llegado en ayuda del monasterio desde Las Ocho Villas de Plata golpeaban a la gigantesca masa de esqueletos andantes que se había acumulado frente al monasterio, que trataban de defenderse de ellos atacándolos con oxidados hierros. Cerca, los pueblerinos formaban apiñados viendo acercarse al resto de las criaturas de la nigromante, aferrando con fuerza sus armas para sacar valor de ellas. 

Justo en ese instante, sintió los flujos de la magia cambiar. Su mente percibió el hueco que se formaba en sus defensas sagradas, perdida la fortaleza que el lugar infundía en su ánimo. Trató desesperadamente de recurrir a la ayuda de su alquimia, en la que era diestra para crear pociones y ungüentos de todo tipo, pero era demasiado tarde. La energía de su enemiga se coló a través de la brecha y ya no tuvo forma de detenerla. 

Con un relámpago oscuro que resquebrajó el cielo, la tierra bajo los pies de los bretonianos comenzó a removerse, inquieta, y al momento comenzó a liberar los cuerpos que escondía. Esqueletos de orcos y hombres, blanqueados por los incontables siglos, comenzaron a surgir de las entrañas terrenas empuñando toscas armas y se unieron al ataque sobre los caballeros Andantes. Mientras esto sucedía, más ruidos llegaron desde el monasterio, y la luz de algunos pequeños fuegos comenzaron a iluminar el edificio. La angustia y la desesperación llenaron a Genevieve. Uno de los jinetes, que parecía el más adelantado de entre ellos, se aproximó cuando lograron hacer un hueco entre las apretadas filas del enemigo, que a pesar de su gran cantidad caían en buen número bajo la implacable pericia de los caballeros Andantes. 

“¡Por la Gran Dama, mi señora, subid pronto a mi caballo!” 

Dijo a la sacerdotisa sir Héctor, con aquel particular acento estaliano. Su armadura parecía alcanzada en varios sitios, y su montante al hombro estaba polvoriento de machacar madera y hueso. Genevieve lo miró con lágrimas en los ojos. 

“Que la Dama del Lago recompense tu ayuda, mi buen caballero. Pero temo que llegue demasiado tarde.” 

“No lo es para poneros a vos a salvo. Viviréis para vengaros en nombre de la Diosa.” 

Tendió una mano a la muchacha, que esta aferró para ayudarse a subir al fuerte caballo. Entonces sir Héctor clavó espuelas para regresar junto al resto y reorganizarse para terminar de dispersar al enemigo. 

“Se lo han llevado… - murmuró a su espalda la Damisela, observando el monasterio. Sabía que para cuando el último cadáver andante hubiera regresado a su tumba, la despreciable nigromante y sus lacayos habrían desaparecido de vuelta a la noche con los documentos que custodiaba. – Un terrible mal está a punto de resurgir en estas tierras.” 

“No desesperéis, doncella. – Respondió el Andante. – Cuando hayamos acabado con estas abominaciones os llevaré ante mi señor. Con la ayuda de la Dama del Lago, él sabrá qué hacer.”

Lady Genevieve, defensora del monasterio de Áslacon

NO MUERTOS

La espectral quietud de la abadía se vio perturbada por el sonido que los pies descalzos de Beatrice provocaron al cruzar su umbral. Sus pasos, ligeros y cautos, pronto se vieron acompañados por otros mucho más frenéticos, los de la decena de cultistas que entraron tras ella en el templo. Hombres y mujeres torturados, física y psicológicamente, hasta convertirse en poco más que bestias y que adoraban a la nigromante con impía devoción. Beatrice sonrió al darse cuenta de la profanación: en cierta forma ella también era una “Dama”, y aquellas abominaciones, sus fieles más sinceros. 

Pese a no ser muy grande, Beatrice se vio obligada a reconocer que el lugar era imponente. En él se respiraba un aura de solemnidad, incluso de santidad, que la enervó. Ella había nacido en Bretonia, pero en la tierra maldita de Mousillon, una herida abierta que supuraba en el costado de la tierra sagrada de los caballeros. Beatrice los odiaba. Su desprecio hacia todo lo que tuviera que ver con la religión y la cultura de “su” tierra solo podía comprenderse por parte de alguien que hubiera nacido en ella. Era un odio familiar, íntimo. Un odio que no se extinguiría jamás. 

En aquel lugar de paz, los sonidos de la batalla que se desarrollaban más allá de sus muros llegaban como los amortiguados ecos de otro mundo, pero Beatrice sabía que no debía confiarse pese a ello, y que no disponía de mucho tiempo. El enfrentamiento había atraído a una partida errante de caballeros andantes que debía haber acampado cerca para pasar la noche, pero además de eso podía ver los primeros rayos de sol derramándose perezosamente por los capiteles de la abadía. Si esperaba demasiado corría el riesgo de que acudieran más enemigos. Debía darse prisa. 

“Saquead todo cuanto encontréis. Traedme todos los pergaminos, los libros, cualquier cosa que pueda tener información sobre lo que quiere mi señora. ¡Vamos!” 

Los cultistas se dispersaron por el templo obedeciendo la orden de Beatrice, y ella se dispuso a caminar por la abadía, vigilando en todo momento la entrada por si algún caballero intentaba evitar el expolio. Sus ojos se posaron sobre un sarcófago con la efigie esculpida de un caballero, y leyó la placa, que rezaba “Guillaume D´Arbois, Barón de Flumet, tomó el Voto de la Búsqueda” 

Una sonrisa demencial y perversa se formó en el precioso rostro de la nigromante. Aquello iba a ser difícil, pues la santidad del lugar servía de salvaguarda ante la impura magia de Shyish, pero valía la pena intentarlo. 

“Ven, Guillaume, álzate… yo seré tu Dama, y te daré de beber del grial más auténtico” 

Con un espantoso sonido, la tapa del sarcófago se abrió.

Beatrice Noir, profanadora del monasterio de Áslacon


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