Saludos a todos, damas y caballeros.
Hace unas semanas jugamos la tercera partida de "Los Amantes de Remas", partida que reseñé en este informe y que contó con la aparición estelar de Leopold Wallenstein, mi general imperial, representado en reglas como un Conde Elector en sexta (otro motivo por el que no me gusta mucho sexta, pero eso es otro debate) y en miniatura por la extraordinaria mini de Ricco, un auténtico pepino.
Imagen de Donglu Yu |
Trasfóndicamente éste fue, además, el bautismo de fuego de Leopold. El relato busca reflejar esas sensaciones que ha tenido en su primera batalla, en la medida en que yo pueda transmitirlo, pues nunca he entrado en combate (y nadie vivo a día de hoy ha entrado en combate medieval, que debía ser más íntimo y personal). En todo caso, quería dejar constancia de la que, espero, sea la primera de muchas batallas, y en las que espero que tenga un papel destacado... un Conde Elector no es un gran perfil la verdad, pero que te mate un pagador mercenario en desafío es un poco insultante.
Os dejo con el relato. Espero que os guste.
Leopold Wallenstein había leído todo cuanto se había escrito jamás sobre el arte de la guerra. Pero ninguno de esos libros le había enseñado la profunda violencia con que retumbaban los cañones, a qué olían la pólvora y la sangre, o a quién llamaban los hombres al morir.
La familia Del Piero había sido rival de los Wallenstein desde que aparecieron por Remas tras la caída de Solland, y habían sido muchos los enfrentamientos entrambas. En ese momento, los Del Piero habían comenzado una campaña contra la injerencia imperial en la política tileana, lo cual simplemente se debía a que Karl Franz había obtenido el triunfo en las elecciones al trono de Sigmar y ellos habían financiado la causa contraria. Los Wallenstein, firmes defensores del Conde de Reikland, se habían opuesto a las acciones de los Del Piero, y la torpe huida de Leonardo Del Piero y Sandra Wallenstein había supuesto el casus belli perfecto.
La casualidad había querido que Leopold Wallenstein se encontrara en ese momento en Remas, haciendo el viaje de formación que los herederos de la familia solían hacer en su juventud y que incluía estudios en los grandes centros militares y religiosos de Remas y Magritta. Friedrich Wallenstein había decidido que era momento de que su hijo se pusiera al mando de un ejército, y Leopold comandó a sus hombres por primera vez en la batalla del camino a Trantio.
Los Del Piero habían tratado de ocupar el camino, de forma que pudieran interceptar los envíos de vino, aceite y carnes que suponían la base de la economía de los Wallenstein en Tilea. De triunfar, los productos de la familia no llegarían a su destino, y no solo perderían una fortuna sino, lo que era más importante, la confianza de sus clientes, quienes encontrarían otros proveedores y harían que la posición destacada de los Wallenstein en la economía local se hundiera. Leopold había salido al paso del ejército levantado por los Del Piero, interceptándolo antes de que llegara al camino, y la batalla había comenzado.
Lo cierto es que el enfrentamiento se estaba desarrollando de forma favorable a los imperiales. Los caballeros de la Orden del León de Plata, grandes aliados de los Wallenstein en Tilea, habían conseguido romper el centro del ejército mercenario, desbandando a los piqueros y neutralizando a su general. Era difícil que se repusieran de un golpe así, pero unas pocas unidades enemigas habían conseguido romper la defensa imperial en puntos aislados, y debían ser detenidos.
Leopold Wallenstein solo tenía dieciséis años, pero era valiente, y no le tembló la voz a la hora de decir a sus grandes espaderos que cargaran contra la escolta del pagador mercenario. Tampoco le temblaron las piernas al avanzar en primera línea, ni le tembló el brazo cuando lanzó un desafío a los líderes de la unidad. Como era de esperar, el oficial lo aceptó para defender al pagador, y Leopold atacó sin temor. Sus años practicando esgrima con los mejores maestros de armas del Imperio, así como su arma mágica pasada de generación en generación, decantaron el duelo a su favor, y finalmente el alma de Leopold tembló cuando arrebató su primera vida.
No obstante, no podía detenerse, pues la victoria no estaba asegurada.
Alzó de nuevo la espada, esta vez frente al pagador. Sabía que, si acababa con él, toda resistencia se desmoronaría. El pagador aceptó esta vez, y, por un instante, Leopold vaciló: aquel era un hombre curtido, cuya larga barba indicaba que había vivido muchos inviernos y muchos combates, y cuyos ojos sin duda habían visto mucho más de lo que nadie quería ver. Su duda apenas duró un instante, y al segundo comenzó a ejecutar los movimientos aprendidos, pero su rival era también un hombre habilidoso. Su destreza no procedía de ninguna academia, sino de la experiencia, de haber estado en muchos combates y haber sobrevivido.
Leopold comenzó a desesperarse, pues aquel hombre parecía conocerle, o leer sus movimientos como si fuera un libro abierto. No conseguía romper su defensa, pues detenía todos los golpes con la espada o el escudo, y ni siquiera la magia del arma servía para dañar a su enemigo.
Entonces, Leopold experimentó una sensación que tampoco le habían contado en los libros de guerra: un palmo de acero atravesándole el vientre.
Y todo se convirtió en oscuridad.
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Leopold Wallenstein abrió los ojos. Sentía frío, un frío espantoso, mucho mayor del que hubiera experimentado jamás ni siquiera en las altas cumbres del Imperio. No podía moverse, pero sabía que eso se debía a una debilidad extrema, no a que hubiera perdido la facultad. De alguna forma, lo sabía. Estaba tendido en el suelo, pero parecía rodeado por varios hombres, y se tranquilizó al ver que parecían ser de su ejército. Con lo que no estaba capturado. Estaba…
¿Quién demonios estaba arrodillado a su lado?
Notó cierta calidez en el estómago, y se dio cuenta de que esa persona a la que no identificaba era un hechicero. Por sus ropajes y adornos, relacionados con la naturaleza, lo reconoció como un mago del Colegio de Jade, e intuyó que lo que hacía era un hechizo de curación.
“No morirá” dijo en Reikspiel a alguien que se encontraba cerca y a quien Leopold identificó como el oficial de los grandes espaderos. “La herida ha sido limpia. Puedo curarlo, y pronto volverá a combatir”
Leopold estuvo a punto de echarse a llorar. No tenía miedo a la muerte, pero le habría resultado terrible fallecer en su primera batalla, sin poder desarrollar su carrera militar al servicio de su familia, del Emperador y de Myrmidia. Elevó una plegaria a la diosa y agradeció que su familia hiciera donaciones tan cuantiosas al Colegio de Jade, algo que finalmente comprendió.
“¿Hemos vencido?”, acertó a preguntar.
El gran espadero se arrodilló a su lado, y dijo:
“Así es, mi señor. El ejército enemigo ha sido repelido gracias a vuestro liderazgo. La batalla se ha ganado”
“Alabada sea Myrmidia”, contestó Leopold. Y, sabiendo que había vencido, se sumergió en un sueño profundo.
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Leopold Wallenstein fue llevado al palacio de los Wallenstein en Remas, donde se dedicó a recuperarse, siendo visitado regularmente por los galenos de la ciudad en los que confiaban los Wallenstein y por Klaus Schneider, el hechicero que le había salvado la vida. Gracias a sus ciudados, y a su propia fortaleza y juventud, pronto estuvo recuperado, aunque no se le permitió ponerse al mando del ejército cuando se movilizó para enfrentarse de nuevo a los Del Piero en el Monte Negro.
El día antes de partir, su primo, Alessandro Wallenstein, pasó a saludarle. Alessandro era diez años mayor que Leopold y uno de los oficiales del ejército, y alguien a quien Leopold respetaba enormemente. Ambos pasaron una mañana amena, pero finalmente, cuando Alessandro estaba dispuesto a marcharse, Leopold le habló de algo que le había estado torturando desde el día de la batalla.
“Alessandro… ¿qué sentiste la primera vez que mataste a alguien?”
Alessandro, quien había estado en la batalla y sabía lo sucedido, intentó quitar hierro al asunto:
“Alivio, la verdad… ¡tuve que matar a ese maldito orco tres veces hasta que finalmente entendió que estaba muerto!”
Leopold sonrió, pero por pura cortesía, con tristeza, y dijo:
“Yo he matado a un hombre”
Alessandro asintió.
“No es agradable matar a uno de los nuestros. Pero éste es un mundo complejo, y muchos hombres hacen el mal, incluso sin saberlo. Incluso creyendo que hacen el bien. Resulta doloroso, pero, al final, el Imperio debe prevalecer. Ese es el bien mayor”
“El bien mayor…” susurró Leopold. Alessandro tenía razón. El Imperio siempre debía prevalecer.
Alessandro se despidió a la manera de los soldados de Myrmidia: tendió la mano a su primo y recitó:
“Hermano, la batalla me llama, y hacia el sol poniente marcho”
Leopold le agarró de antebrazo y replicó:
“Brille para ti la luz perpetua”
Como que el ejército enemigo ha sido repelido gracias a su liderazgo! Si no hizo nada y lo mató un triste pagador con 2 ataques de F4!! Eso sí, uno que se parece mucho al Quijote..
ResponderEliminarJajajajajajajajaja... bueno, eso es parte del peloteo al jefe, cosa bastante universal. Y efectivamente su actuación fue bastante triste, menos mal que tiene la excusa de que quien lo mató fue el Quijote, con lo que es normal... no iba a ser él quien matara al Quijote!!
EliminarDifíciles comienzos para el cabeza del ejército Imperial. Veremos cómo evolucionan sus pasos...
ResponderEliminarBueno, es un chaval de dieciséis años, y es como todo el mundo a esa edad...
EliminarGilipollas xD