Saludos a todos en otro día de confinamiento:
Hoy os traigo un breve relato que hice como introducción a uno de los hechiceros bajo el mando de Trifón, Samminath, más conocido como el Señor de los Grajos, que es quien se encarga de dirigir la vanguardia de la hueste. Hice una breve mención de él aquí, cuando desglosé la estructura de su ejército, pero no había llegado a introducirle formalmente.
Hoy os traigo un breve relato que hice como introducción a uno de los hechiceros bajo el mando de Trifón, Samminath, más conocido como el Señor de los Grajos, que es quien se encarga de dirigir la vanguardia de la hueste. Hice una breve mención de él aquí, cuando desglosé la estructura de su ejército, pero no había llegado a introducirle formalmente.
Curiosamente, he llegado a usar en el campo de batalla a su hermano, Vi’Zasög, antes que a él. En una partida de cuatro jugadores siguiendo las reglas de Triunfo y Traición y Reforged, en la que participamos varios miembros del Troglablog, yo llevaba hombres bestia y metí un pequeño contingente de jinetes bárbaros dirigidos por un hechicero a caballo en concepto de mercenarios. El azar quiso que enfrente se encontrara Chantal, quien en cuanto tuvo la menor oportunidad le lanzó una Mano de Polvo, matándolo y reanimándolo en forma de espectro. Y yo que había pensado crear a raíz de esa partida un trasfondo para un nuevo hechicero del Caos me tuve que quedar con las ganas... hasta que se me ocurrió incluir esos acontecimientos en el trasfondo de otro hechicero: su hermano Samminath.
Este relato por tanto hace referencia a esa "no muerte" a la que Chantal condenó a Vi’Zasög, y permite justificar las inclusión de Samminath en futuras batallas que libre contra ella y sus hordas de abominaciones de ultratumba.
Espero que os guste.
El grajo volaba entre varios riscos, atravesando un cañón angosto formado a lo largo de incontables años tan solo porque un río anónimo se había empeñado en abrirse paso a través del macizo calcáreo. De las paredes rocosas, por lo general lisas y prácticamente verticales, surgían minúsculos arbustos e incluso en algunos puntos pequeños árboles habían conseguido milagrosamente arraigar. Las escasas oquedades en las que no había vegetación se debía a que era la fauna la que las había reclamado para sí. Multitud de nidos de otros grajos se extendían a lo largo de la formación rocosa, aunque con el sol poniéndose y las sombras ocupando el cañón eran cada vez menos visibles. El córvido no se dirigía en esos momentos a su nido, sino a una cavidad que se encontraba más adelante. Aunque ésta era grande comparada con el resto, en cualquier otro paisaje habría parecido imposible que una persona pudiera vivir ahí, más teniendo en cuenta el estrechísimo “camino” que dirigía a ella desde la parte superior del acantilado. Sin embargo, Samminath, conocido en algunas tribus como “el Señor de los Grajos” había hecho de ese austero lugar su hogar. Casi todo el espacio lo ocupaba una pila de hierba seca que utilizaba para dormir, pero también tenía espacio para poder encender un pequeñísimo fuego, suficiente para calentarse durante las noches. Un agujero cercano en la roca le permitía guardar la mayoría de sus escasos objetos personales. Su otra posesión, la más importante, no se encontraba con él, sino pastando libremente cerca del cañón. Aunque seguramente “posesión” no fuera la palabra más adecuada para referirse al corcel sobre el que montaba habitualmente. La bestia tenía, como muchas otras criaturas del norte, una personalidad muy fuerte, y Samminath la ensillaba y montaba solo porque ella lo consentía.
Tras cruzar una garganta estrecha, el grajo percibió el resplandor de la minúscula hoguera y voló hacia allá. El tronco de un árbol escuálido surgía de la roca a poca distancia y sobre él se posó. Inicialmente, la cercanía del fuego no le resultó del todo cómoda, pero al poco se acostumbró y empezó a graznar. La noticia se la habían transmitido hacía dos días, y ahora él era el mensajero al que le había tocado recorrer el último tramo hasta su destinatario. Samminath no dejó de mirar el fuego en ningún momento, si bien en un par de ocasiones frunció el ceño ante lo que escuchaba.
Tras cruzar una garganta estrecha, el grajo percibió el resplandor de la minúscula hoguera y voló hacia allá. El tronco de un árbol escuálido surgía de la roca a poca distancia y sobre él se posó. Inicialmente, la cercanía del fuego no le resultó del todo cómoda, pero al poco se acostumbró y empezó a graznar. La noticia se la habían transmitido hacía dos días, y ahora él era el mensajero al que le había tocado recorrer el último tramo hasta su destinatario. Samminath no dejó de mirar el fuego en ningún momento, si bien en un par de ocasiones frunció el ceño ante lo que escuchaba.
"Pobre idiota – murmuró al cabo de un tiempo. El
ave seguía a poca distancia de él, sin haberse ido todavía, y fue a ella a
quien se dirigió el hechicero. – Nunca nos llevamos muy bien mi hermano
Vi’Zasög y yo, ¿sabes? Él era el mayor, y durante mucho tiempo me superó en
muchas cosas: fuerza, velocidad o conocimiento mágico. Casi toda mi vida, incluso
después de que ambos creciéramos, tuve que soportar sus humillaciones. Más de
una vez me juré que lo mataría, y siempre que prestaba mis servicios mágicos en
batalla a algún señor de la guerra lo buscaba entre las filas enemigas, por si
por algún azar se encontrara allí."
El hechicero hizo una pausa,
mientras le venían a la mente recuerdos de tiempos pasados. Alimentó la
escuálida hoguera con un puñadito de hierbas y continuó hablándole al pájaro.
"Afortunadamente para ambos, me acabé cansando de
la vida mercenaria y me retiré a este lugar."
El grajo permanecía quieto,
mirándole con atención. En su limitada visión del mundo, esa cueva siempre había
estado habitada por el humano, no era capaz de concebir un tiempo en que esto
no fuera así.
"Aun así, nunca me olvidé de mis juramentos.
Simplemente me dediqué a postergarlos. Ya llegaría un momento en que pudiera
matarlo, nunca corría prisa. O al menos eso pensaba. Pero no contaba con que mi
deseo de matarlo personalmente no era garantía suficiente para que otros no lo
hicieran."
De nuevo, el hechicero hizo una
pausa, mientras reflexionaba sobre la noticia que acababa de recibir. Lamentaba
la muerte de su hermano, pero no por los mismos motivos que lo lamentarían casi
el resto de los mortales.
"Claro que también resulta interesante cómo ha
muerto – dijo esbozando un inicio de sonrisa. - No el hecho de que haya sido
por medios mágicos, porque al fin y al cabo eso podría considerarse justicia, sino
el hecho de que su alma haya sido doblegada y ahora sirva como espectro a quien
lo mató. Muy irónico para alguien que en vida manipulaba el viento de Shyish.
Sí, irónico y conveniente. Parece como si el destino me hubiera dado una última
oportunidad para vengarme de él."
Entonces miró por fin al pájaro,
que seguía atento su discurso.
"Y los dioses saben que esta vez no la voy a
dejar escapar."
Ostras es verdad, que uno de mis espectros es el hermano de este colega!!
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