Saludos a todos, damas y caballeros.
Seguimos con el relato de La Liberación de Aaxen IV, el cual, tras las partes primera, segunda y tercera, va acercándose a su desenlace.
Esta parte del relato es un tanto turbia, las cosas como son, y eso es algo en lo que me quiero detener. Al inicio de todo, el Caos era una cosa jodidamente turbia, pero turbia de verdad. Sirva de ejemplo este relato, el cual me parece muy adecuado para ilustrar lo que digo. Eso es algo que se ha ido relajando a medida que GW se iba a) haciendo más popular y en estrecha relación con eso b) llegando a más niños. Forma parte de la misma lógica que tener diablillas del dios del placer llevando sujetador, que es como si los demonios de Nurgle estuvieran vacunados.
En mi caso, quiero que haya una parte turbia en el relato. Vlad Khorgal es un tipo que lucha contra la tiranía, lo cual está bien, pero es un jodido psicópata demente, lo cual ya no está tan bien. No quiero crear lo que llamaría un "efecto Argel Tal" por el cual un traidor poseído adorador de demonios acaba siendo un tipo con el que te irías de cañas porque en el fondo es buena gente. No es buena gente. NADIE en 40k es buena gente.
Habiendo hecho este matiz, os dejo con la continuación del relato. Espero que os guste.
Pese a lo mucho que les costó contenerse, los berserkers de Khorne no participaron en la matanza, dejando que fueran los simples humanos los que la ejecutaran para así demostrar su dedicación a Khorne con el primer asesinato. Sin embargo, una vez reunidas todas las cabezas, Vlad Khorgal dirigió un impío ritual de alabanza al dios de la guerra. La blasfemia que llevaba horas gestándose en la atmósfera terminó por reventar, y la sangre comenzó a caer como fina lluvia sobre Darnoig, mientras los pueblerinos elevaban un grito infernal al demoníaco firmamento:
"¡Sangre para el dios de la sangre! ¡Cráneos para el trono de los cráneos!"
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Darnoig fue solo el primer pueblo, pero ni mucho menos el último. Los Devoradores de Mundos dirigieron a su recién formado ejército de cultistas a todas las poblaciones de la ciudad, y allí donde aparecían, siempre transmitían el mismo mensaje: aquel que se alzara en armas contra el Dragón pasaría a formar parte de las tropas de Vlad Khorgal, pero aquel que se negara a tomar las armas sería considerado un cobarde indigno de vivir y, consecuentemente, decapitado. Esta opción era escogida por muy pocos, especialmente a medida que se fue transmitiendo información sobre lo que estaba pasando y lo que aguardaba a aquellos que se negaban a unirse a la hueste en ciernes, pero en cada pueblo visitado se acababa alzando siempre un altar con los cráneos cosechados de aquellos que se habían comportado con falta de coraje.
En paralelo, las insurrecciones contra los soldados del Dragón fueron haciéndose cada vez más comunes, lo que obligaba a que las patrullas de estos hombres de armas fueran cada vez más numerosas. Incluso, a medida que crecía el ejército de pueblerinos, el Dragón se vio obligado a enviar pequeñas mesnadas a intentar aplacarlos o ejecutarlos, produciéndose escaramuzas que progresivamente iban ganando en intensidad hasta convertirse en auténticas batallas.
Tales enfrentamientos eran siempre librados por el ejército de nativos de Aaxen IV, sin que los Devoradores de Mundos intervinieran, salvo en el caso de que fuera absolutamente necesario para evitar la destrucción total del ejército. Vlad Khorgal consideraba que los villanos debían curtirse, fortalecerse, y que la guerra sería la forma en que se separaría el trigo de la paja, o los fuertes de los débiles. Pero cuando el reto comenzaba a ser demasiado para ellos, tanto él como sus berserkers intervenían con furiosa alegría, ya fuera rompiendo emboscadas, equilibrando los números cuando los soldados del Dragón sobrepasaban ampliamente a sus hombres o, incluso, deteniendo ellos solos cargas de caballería pesada.
A medida que se sucedían las batallas, algunos de los campesinos que tomaban parte en las mismas iban ascendiendo en la brutal jerarquía del ejército. Tal fue el caso de Katarina la Segadora, quien en la Batalla del Páramo Negro reclamó para sí dieciséis cráneos, o de Ilya el Terrible, quien siguió combatiendo pese a haber sido alcanzado por treinta y dos flechas enemigas. Un oscuro poder preservó su vida, y aunque perdiera el habla, un aura de mando y salvajismo impregnó su alma desde entonces. Las mutaciones comenzaron a ser comunes, y muchos manifestaban signos cada vez más evidentes de la bendición de Khorne. Sin embargo, el líder indiscutible de la hueste seguía siendo Aelfric Haggard, el Primer Rebelde, el guerrero que con más claridad gozaba del favor de Vlad Khorgal y de su furioso dios.
Imagen de diamondaectann |
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Tras una campaña de varias semanas, a lo largo de las cuales el ejército del Dragón había intentado sofocar la rebelión en numerosas ocasiones, y en todas había fracasado, la hueste de los libertadores de Aaxen IV llegó hasta el castillo del Dragón, la sede desde la cual el gobernante ejercía su despótico poder. El lugar hacia el que tantas y tantas niñas habían sido arrastradas, desde tiempo inmemorial, para oscuros y desconocidos propósitos. Había llegado el momento de que aquella bestia, fuera quien fuera, pagara por sus crímenes.
Tales eran las sensaciones de Aelfric Haggard mientras contemplaba el castillo. La noche había caído y las hogueras del campamento asaltante debían ser tan visibles a los defensores como el constante trajín de lucecillas que pululaban por las almenas y las torres del castillo, delatando los movimientos de los defensores para prepararse frente al inminente asalto. A esas alturas, la fama de la hueste convocada ya habría llegado incluso tras los muros de la fortaleza, y los defensores debían tener miedo. Aelfric disfrutó al pensar cómo se habían invertido los papeles, el miedo que él había sentido el día que tuvo que defender a su hija Isolda, que era el mismo que él ahora inspiraba.
Una parte de su cerebro, una parte cada vez menor, intentó prevenirle respecto a lo que estaba a punto de suceder. Era una voz que se había ido acallando a medida que avanzaba cada vez más en el lago de la sangre, y que temía verse silenciada por completo si culminaban el asalto al castillo, pero le decía que el camino que recorría era el de la condenación de su alma.
Otra parte de su cerebro, una cada vez mayor y cada vez más fortalecida por la constante violencia, le decía que aquel era el camino correcto. ¿Qué debían hacer, someterse al Dragón? Era necesario acabar con su terrible reinado, y para ello era necesario hacer sacrificios. Cierto, la hueste libertadora había masacrado a civiles, pero como decía Vlad Khorgal, aquellos que habían caído bajo sus hachas eran seres débiles, incapaces de combatir y, por tanto, indignos de vivir. Eran un sacrificio necesario. Además, Vlad Khorgal siempre había dado órdenes de respetar a los niños, dado que, según su lógica, eran demasiado inmaduros como para poder tomar una decisión respecto a si debían combatir o no, y matar a un niño podía significar perder un buen guerrero en el futuro. ¿No demostraba eso que era un hombre justo y cabal?
La parte cada vez más pequeña de su cerebro hizo un último intento desesperado. Le dijo que, aunque no los mataran, dejar a los niños abandonados sin sus padres haría que la mayoría murieran igualmente de inanición o de frío, como estaba sucediendo. Le dijo que lo que Vlad Khorgal les ofrecía no era la liberación, sino una forma diferente de esclavitud, un abismo en el que su cordura acabaría quebrada irremediablemente y perderían toda humanidad.
Incluso hizo un último intento de recordarle que él mismo, en un ataque de furia, había masacrado hacía semanas a toda su familia cuando su mujer le rogó que no siguiera a Vlad Khorgal. Él los había matado a todos, incluso a la bella e inocente Isolda. Aquella a quien quiso defender de los soldados del Dragón, al final había muerto por su propia mano.
Y, tras ese último intento inútil de evitar la desgracia, la cordura de Aelfric Haggard se apagó para siempre.
Uff, penúltimo párrafo duro, pero es verdad que lógico. Ya me caen menos bien los insurgentes jajaja
ResponderEliminarJajajajajajajaja... Es que son mala gente!!
EliminarEl Caos siempre ha sido una fuerza corruptora incluso de las mejores intenciones. Es la tragedia de Angron, un personaje que es el único que no se rebela para cambiar un tirano por otro sino para acabar con la tiranía. Desde esa perspectiva, me parece el primarca más coherente y noble de todos. Y sin embargo ya lo ves, es un puto tarado... Y no hay que negar esa parte.
El penúltimo párrafo conmovería a un hombre de bien, pero yo soy un hijoeputa, plata o plomo. Es decir gente de mal, de la de toda la vida.
ResponderEliminarMi Khorne favorito es el homicida maníaco que prefiere un hacha sierra a una espada de energía por el destrozo que hace y aquel cuyo único pensamiento que pasa por su cerebro 24/7 es ¡Mata, mutila, quema!.
¿Tendremos ración de eso en la conclusión del relato?
Jajajajajajajaja... efectivamente, ese es el Khorne CORRECTO. El cual aparecerá, por supuesto.
EliminarEn realidad este relato lo estoy centrando más en los humanos que en los marines porque me servirá para una de las secciones o divisiones de la segunda fase del proyecto Devoradores de Mundos. La primera son los marines, lo estándar, y la siguiente serán lo que tradicionalmente han sido conocidos como los Perdidos y los Condenados, y ahí ya sí que será un descojone. Como se me vaya mucho la olla voy a meter hasta kroot y todo.