miércoles, 8 de enero de 2020

La Dama y la bruja


Hace unos días jugué una partida de Fantasy (usando las reglas de Sexta Edición con Manuscritos de Nuth) con unos viejos amigos. En ella, Chantal y sus amantes fueron derrotadas por una coalición de altos elfos y bretonianos. Mi intención era hacer un informe de batalla para poder posteriormente subirlo al Troglablog, pero como íbamos a ir un poco justos de tiempo renuncié a ir tomando notas y nos centramos en jugar. Aun así tuvimos que terminarla antes de tiempo, al final del turno 3, pero tampoco tuvo demasiada relevancia pues la partida estaba suficientemente decantada a esas alturas.

Lo que os traigo, a falta de informe de batalla, son los relatos pre y post batalla. Después os incorporo un breve resumen con los eventos destacados de la misma.


Chantal miró con lascivia nada disimulada a los preciosos ojos negros de Beatrice, dos perlas de obsidiana capaces de seducir a cualquier mortal con su embriagador hechizo. Acarició su mejilla suavemente, con delicadeza, y después su mano descendió hacia el pecho desnudo de Beatrice. Chantal había hecho ese gesto innumerables veces, pero en aquella ocasión, como había sucedido en todas las anteriores y como sucedería en todas las posteriores, no pudo reprimir un escalofrío de placer al sentir la tersa belleza del seno de su amante. Chantal se inclinó, y los labios de las dos mujeres se encontraron, fundiéndose en un apasionado beso, un beso que comenzó con la dulzura propia de la seda y fue creciendo hasta que para ellas no existió más que ese acto, intenso e inevitable como un torrente horadando la roca.

Alguien podría pensar que tal visión podría poner en peligro el voto de pureza de Sir Ocelot, el caballero bretoniano que observaba la escena desde lo alto de una colina. Y, sin embargo, lo cierto es que Sir Ocelot temblaba de furia. Pues una visión de conjunto habría permitido ver que la extraordinaria hermosura de las dos brujas se veía mitigada por el hecho de estar completamente cubiertas de sangre ajena. Habría permitido observar que los preciosos pies descalzos de Chantal estaban revolviéndose al ritmo de su éxtasis sobre un charco formado por vísceras humanas, sangre y otros fluidos corporales. Y habría permitido comprender que el telón de fondo para una escena tan erótica era el espantoso mosaico formado por centenares de cadáveres descuartizados, empalados y quemados. Y lo peor de todo, pensó Sir Ocelot, es que aquellas brujas no habían hecho eso para obtener ninguna ventaja en la batalla que se avecinaba: no habían reanimado los cadáveres para engrosar sus filas, ni parecían haberlos sacrificado para obtener el apoyo de entidades malignas. Aquello no tenía como finalidad obtener ningún beneficio material, algo que no habría disminuido su crueldad, pero le habría dado una razón de ser. No. Las brujas habían hecho aquello a los habitantes del ya desaparecido pueblo de Tréviers por puro sadismo.

Sir Ocelot, dominado por una ira imposible de controlar, comenzó a ordenar el frente de batalla. Mientras tanto, vio cómo en el campamento no muerto varios humanos desquiciados comenzaban a aullar y contorsionarse ante el espectáculo ofrecido por Chantal y Beatrice, absolutamente dominados por la lujuria, pero incapaces de acercarse a tocar a las diosas cuyo deseo había quebrado su mente tanto tiempo atrás. Su enfervorizada locura contrastaba con el sepulcral silencio mantenido por filas y más filas de lanceros esqueleto, para los cuales la lujuria no era ni siquiera un recuerdo.

“Maldigo a esas condenadas hechiceras” – rugió Sir Ocelot -. “¿Vos sabéis quiénes son? ¡Hablad!”

La pregunta estaba dirigida a un mago asur, aliado de las huestes de Bretonia en aquel día. El mago decidió obviar la absoluta carencia de modales del humano, achacándolo a un estado de santa ira comprensible al ver la obra de Chantal y su cábala, y respondió:

“La morena semidesnuda se llama Beatrice, aunque es conocida como la Ladrona de Almas. También es bretoniana, de hecho. Nació en Mousillon”

Sir Ocelot habría escupido de no ser porque ya llevaba puesto el yelmo.

“Nada bueno ha salido jamás de esa impía tierra”

“Sin embargo, no es ella la que debería preocuparos. La mujer a la que está besando, la rubia, se llama Chantal, y se hace llamar la Maestra de la Carne. Ella es quien comanda este ejército, y Beatrice y las demás hechiceras que la acompañan no son sino su sombra.”

“Voy a torturarla como ella ha torturado a esos pobres campesinos”.

“No, no lo haréis. No tenéis suficiente estómago para eso, y aunque así fuera, el corazón de un hombre puro no podría soportar ni por un instante encontrarse en el mismo camino que ella ha recorrido. No encontraréis una nigromante tan despiadada y sádica en todo el Viejo Mundo. Y sería un acto de extrema caridad que ella desapareciera hoy, esta noche”.



Sir Ocelot acarició el pomo de su espada. Parecía que le gustaba la idea. Finreir, el mago asur, calló. No tenía por qué decirle todo lo que sabía. No tenía por qué decirle que tras esa apariencia de muchachita de veintiún años con aspecto de cortesana se escondía una de las nigromantes más poderosas que la tierra hubiera visto, una hechicera con un poder desmesurado que podía rivalizar incluso con los del propio Finreir, pues poseía una cualidad que el mago elfo no poseería jamás: una total y absoluta demencia. El mago elfo sabía que su cordura le impedía alcanzar determinados niveles de uso de energía mágica, pues sabía bien las consecuencias que ello podría traer. Chantal no tenía ese reparo. Cualquier mínimo rastro de racionalidad que alguna vez tuviera había abandonado su mente hacía mucho, horrorizada ante las aberraciones que poblaban el cerebro de la nigromante.

El tacto del acero había devuelto algo de claridad a Sir Ocelot. Era un buen guerrero, y se decía de él que su habilidad con las armas era tan legendaria que en alguna ocasión lo habían confundido con un elfo. También había rumores que aseguraban que su madre era en realidad una doncella feérica el misterioso reino de Athel Loren. Aquello probablemente no eran sino exageraciones, pero en todo caso, fueran ciertas o no esas palabras, él era quien se encontraba allí en ese momento. Él era quien sostenía la espada que debería dar muerte a la bestia.

“¿Qué debo hacer?” – preguntó, esta vez en un tono más solemne, al mago asur.

“Cabalgad contra ella. Atravesad su corazón con la lanza, cortad su cabeza con vuestra espada. Yo intentaré que su magia no os perjudique. Y cuando hayáis hecho eso, aseguraos de que realmente está muerta. No os lo toméis a broma. Aseguraos de que está muerta”.

El caballero asintió, y espoleó a su caballo para unirse con sus hombres. Finreir, por su parte, avanzó hasta colocarse al frente de sus tropas, un pequeño pero letal destacamento de guerreros de Ulthuan. Ocupado como estaba por cuestiones más importantes, Sir Ocelot no había parado a preguntarse por qué aquellos elfos tenían interés en protegerles. Y hacía bien, pues en el fondo de su alma Finreir temía que la verdadera causa de la presencia de Chantal en aquel lugar residía en las ruinas de la capilla élfica que, abandonada desde la huida de los elfos hacia occidente, yacía en aquellas tierras. Y si Chantal se hacía con el control de esas ruinas…

Finreir observó a Chantal una vez más. Incluso a tanta distancia, dos hechiceros tan poderosos como ellos se encontraron, se reconocieron, y el mago elfo supo que estaba mirando de frente a los mismísimos ojos de la locura.

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Los caballeros del Grial se acercaron, cabalgando velozmente, hacia la colina donde se encontraba Finreir. Muchos de ellos habían caído atravesados por las malignas armas de los caballeros reanimados por las hechiceras, pero su fe en la Dama se había impuesto al fin, y habían logrado devolver a aquellos guerreros al descanso que nunca debió ser turbado. Esta vez, esperaban, para siempre.

“El ejército enemigo se está desmoronando” – dijo uno de los bretonianos -. “¿Nos hemos impuesto?”

Finreir observó el campo de batalla. El humano tenía razón: aún quedaban algunas unidades no muertas, pero la mayoría habían sucumbido ya ante el poderío de las cargas bretonianas o la pura magia de los asur, y difícilmente iban a suponer ya una amenaza, pues su coalición no había sufrido muchas bajas. No obstante, no había ni rastro de las nigromantes que habían alzado a los muertos de sus tumbas y que habían profanado Tréviers. Como era habitual en ellas, se habían desvanecido entre las sombras, lejos del alcance de humanos y elfos.

“Esta noche sí” – respondió el mago elfo.

El caballero del Grial asintió. No le importaba más que aquella noche. Después amanecería otro día, con otras preocupaciones, pero ya pensaría en eso cuando llegara el momento.

“¿Dónde está Sir Ocelot?” – preguntó otro caballero del Grial.

La respuesta del mago asur se vio interrumpida por una andanada de flechas lanzada por un lanzavirotes cercano. Éste ordenó que detuvieran el fuego. No era necesario seguir malgastando flechas.

“Ha huido del campo de batalla” – respondió al fin.

El caballero del Grial llevaba el rostro oculto por el yelmo, pero aun así Finreir supo perfectamente que su expresión era una mezcla de indignación y vergüenza.

“Una conducta impropia de un siervo de la Dama” – masculló, furioso, el bretoniano.

“No os preocupéis por eso. Tendrá muchas oportunidades para enmendar su conducta…” – respondió sombríamente el alto elfo.

Al tiempo que decía esto, los caballeros del Reino, capitaneados por el portaestandarte de batalla bretoniano, se acercaban también hacia ellos. En ausencia de su líder, quien efectivamente había huido en los inicios de la batalla al ser cargado por unos esqueletos que Beatrice había invocado delante de sus narices, las tropas bretonianas se estaban reagrupando en torno a Finreir, esperando sus instrucciones. No le obedecerían por ser un asur, sino porque tenían la intuición de que solo un hechicero podía entender plenamente lo que había pasado en el campo de batalla.

“Los esqueletos y los zombis han caído bajo nuestra furia” – informó el paladín portaestandarte con un deje triunfal en la voz -. “El centro de la línea enemiga no existe ya. ¿Qué debemos hacer?”



“¿Habéis visto a alguna de las brujas?” – preguntó el alto elfo.

“Yo herí a una de ellas con mi lanza” – respondió uno de los caballeros, saliendo de la formación -. “Creo que era esa inmunda zorra de Mousillon”

“¿Y su cuerpo?”

“No lo hemos encontrado… inmediatamente fuimos atacados por los zombis, que se lanzaron a por nosotros con una rapidez imposible en abominaciones así. La bruja se escabulló en la noche. Pero está herida, y no creo que sobreviva”

Finreir sonrió, pero esa una sonrisa sin ningún tipo de alegría, y negó con la cabeza. Habían vencido, sí, pero Chantal había huido, y sus amantes con ella. Seguramente el bretoniano decía la verdad y Beatrice estaba malherida, pero no era la primera vez ni sería la última. Aquellas mujeres llevaban mucho, mucho tiempo burlando la muerte, y acabar con ellas no iba a ser tan fácil.

El paladín bretoniano, entendiendo rápidamente lo que significaba aquella expresión en el rostro del asur, gritó:

“¡Caballeros de Bretonia, hay que cazar a esas brujas como las bestias inmundas que son! Organizaremos una batida, y no regresaremos al castillo hasta encontrarlas y matarlas”

Sus palabras fueron respondidas con entusiasmo por parte de los caballeros del Reino y callada determinación por parte de los caballeros del Grial, pero Finreir alzó la mano y dijo:

“No os lo recomiendo. ¿Quién sabe qué horrores se ocultan tras esas arboledas, o más allá, en lo que quede de Tréviers? Quizá hayan huido para tenderos una trampa. O quizá no, pero sus cultistas también han huido, y quizá haya más de ellos ahí afuera. Es demasiado arriesgado”

El bretoniano observó la foresta que se extendía tras ellos, hacia donde presumiblemente habían huido Chantal y sus acólitas, y agradeció las palabras del alto elfo. Los bosques tenían un aspecto realmente amenazador, e internarse en ellos era algo que podría haber hecho por sentido del deber, pero nunca por gusto. Y sin embargo, sabía que tenía que asegurarse de que era la opción, no solo más deseada, sino también correcta.

“Si les damos tiempo a reagruparse, volverán”

“Sin duda” – replicó Finreir -. “Tarde o temprano volverán. Quizá dentro de unos días, o quizá dentro de una década. Chantal sigue viva y querrá venganza. Pero tardará en poder reanimar un ejército así, y hasta que llegue ese momento es mejor prepararnos. Si la perseguís ahora puede llevaros a una emboscada y que sean vuestros cadáveres reanimados los que acaben asaltando las murallas de vuestro castillo”



La repugnancia que sintió el paladín bretoniano ante esta idea fue suficiente para desanimarlo. Además, estaba claro que el asur no tenía intención de ayudarlos en su persecución, y perseguir a hechiceras tan poderosas como aquella cábala nigromántica sin la protección de los magos elfos parecía poco sensato.

“Sea pues” – cedió al fin el humano -. “Volvemos al castillo”

Finreir observó cómo los caballeros humanos enfilaban hacia su fortaleza y espoleaban a sus caballos, desapareciendo en la noche. Por su parte, ordenó también a los asur que se pusieran en marcha. Las salvaguardas arcanas que había trazado habían conseguido anular el poderío mágico de Chantal, quien, guiada por su locura, había intentado forzar los vientos de la magia más de lo que podía hacerlo dada la protección arcana levantada por el hechicero alto elfo. Pero esa misma demencia había logrado que la protección saltara por los aires, y aunque Chantal había tenido que pagar el esfuerzo con una pérdida temporal de capacidad mágica, esa pérdida sería simplemente momentánea, y Finreir no quería estar cerca cuando recuperara su inmenso poder.

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En cuanto a la partida en sí, lo más destacable fue:
  • Chantal sufrió DOS disfunciones mágicas, además seguidas, y aun así consiguió sobrevivir.
  • Una de esas disfunciones mágicas la sufrió intentando lanzar una Danza de Vanhel sobre los caballeros tumularios. El hechizo se lanzó con fuerza irresistible (y Chantal dejó de poder lanzar hechizos y generar dados durante el resto de la partida) lo que permitió a los caballeros cargar a los caballeros del Grial por el flanco. Los no muertos ganaron el combate, los del Grial huyeron 30 cm, y los tumularios persiguieron... 30 cm. Después los caballeros del Grial se reagruparon, los tumularios les cargaron de nuevo, y tras varias rondas los tumularios no solo no consiguieron matar a los caballeros del Grial sino que éstos les destruyeron. Brillante xD.
  • Los caballeros del Reino, con paladín portaestandarte incluido, destruyeron una unidad de 20 esqueletos a la carga. Los volatilizaron.
  • Al inicio de la partida Beatrice invocó 10 esqueletos delante de Sir Ocelot, más para molestar que por otra cosa. En el siguiente turno mataron únicamente a cuatro a disparos, y después los seis restantes cargaron a Sir Ocelot, quien falló el chequeo de miedo y huyó del campo de batalla.
Despliegue de la coalición

Despliegue No Muerto

Como digo, una partida muy entretenida que lamentablemente no pudimos terminar, aunque no habría cambiado mucho la cosa si hubiéramos seguido. Pero pronto Chantal buscará venganza!!

Y la próxima vez... ¡Mataré a esos caballeros!


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