viernes, 26 de marzo de 2021

Manuscrito Hallado en Zaragoz: epílogo

Saludos a todos, damas y caballeros.

Como pudisteis ver en el informe que publiqué el otro día, la campaña "Manuscrito Hallado en Zaragoz" ha concluido. Chantal ha sido derrotada, los estalianos han conseguido mantener a salvo los secretos de Morella D´Arlette, el Capitán Rodrigo presumiblemente recibirá una recompensa adecuada por sus servicios a la ciudad e incluso una de las amantes de Chantal ha muerto. La verdad es que no está mal para tres partidas.

La ciudad de Zaragoz, dibujada por Ian Miller

Como siempre, seguiremos tramando campañas, y Chernov ya me ha insinuado algo de unos sigmaritas dispuestos a enseñar a mis señoritas cuál es la senda del bien a martillazos. Seguiremos informando. Mientras tanto, lo que toca es, como en toda campaña que se precie, cerrar el círculo de manera adecuada. Y eso es lo que os traigo hoy en este relato, que sirve como epílogo a la campaña. Espero que os guste.

Diego Hernández, el capitán al mando de los lanceros a caballo, contempló el campo de batalla. Los muertos habían sido repelidos por la disciplinada defensa de los estalianos, abatidos por ronda tras ronda de disparos de ballesta y ensartados en las picas de los valientes hombres del Capitán Rodrigo. La batalla estaba concluida y Zaragoz estaba a salvo. Aunque…

Diego sabía que no podía contar con una victoria total mientras no acabaran con la bruja que comandaba aquel ejército. El Capitán Rodrigo había sido tajante respecto a esa cuestión: Chantal debía morir. Y Diego se había tomado aquella orden muy a pecho, en parte porque era su deber como caballero estaliano acabar con todo mal, y en parte porque sospechaba que la cabeza de aquella nigromante valdría su peso en oro. Literalmente.

Finalmente la divisó, escabulléndose cerca de unas rocas en la lejanía. Incluso a pesar de la distancia, Diego pudo observar que se trataba de la mujer más hermosa que hubiera visto en toda su vida, y eso era mucho decir. Casi le daba pena tener que matarla. Pero no había alternativa.

Diego escuchó un cañonazo a su espalda, y se dio cuenta inmediatamente de cuál era su objetivo. Estaba maldiciendo su mala suerte al pensar que la dotación del cañón podría cobrar su premio antes que él, cuando vio que el proyectil atravesaba a la nigromante limpiamente, como si no estuviera allí. Parpadeó y pensó que se trataba de una ilusión óptica, pero no: sabía de sobra que el disparo había sido preciso y que aquella mujer ni se había inmutado.

Debía haber magia en el asunto, pensó. Una magia terrible. Pero quizá no suficientemente poderosa como para evitar un tajo en el cuello.

“¡Myrmidia y cierra Estalia!”

A su grito, los lanceros comenzaron a cabalgar en dirección a la bruja, las lanzas en ristre y el corazón desbocado. La nigromante los vio, y Diego habría jurado que jamás había visto una mirada tan llena de odio y desprecio. Su armadura quedó empapada en sangre cuando, en respuesta a un simple giro de muñeca de la hechicera, la cabeza del lancero que cabalgaba a su lado giró violentamente y fue arrancada del cuerpo de cuajo, como si la hubieran desenroscado. Aquello no detuvo la carga de los caballeros, aunque Diego fue consciente de que muchos de sus compañeros estaban cayendo muertos, fuera por los hechizos de la nigromante o por otra razón que no sabía identificar.

Pero esa maligna brujería iba a acabar. Ya estaba a unos metros de su rival. Apuntó con la lanza a su maléfico corazón…

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Chantal sonrió con malicia cuando la lanza del estaliano atravesó su cuerpo, sin dañarla en absoluto. Tras quinientos años estudiando la nigromancia y acaparando poder, para ella no había fronteras entre el mundo de los espectros y el de los vivos, y podía caminar por ambos planos con la facilidad con la que un campesino iba desde su casa al campo. Dado lo mucho que apreciaba los placeres sensoriales, prefería mantenerse en forma humana, pero precisamente para que no le fueran arrebatados, cuando se encontraba en batalla asumía una forma espectral que la hacía invulnerable a todas aquellas armas que no estuvieran saturadas de magia.

El capitán estaliano giró a su espalda, tan sorprendido como enfurecido, y desenvainó la espada. Pero antes de que pudiera atacar con ella, cosa que tampoco habría tenido ningún efecto, su rostro se deformó en un rictus de puro terror y cayó al suelo. Chantal observó con sorpresa que, pese a todo, seguía vivo, un testimonio del tremendo coraje de aquel hombre: muy pocos lograban sobrevivir al lamento de una doncella espectral.

“Hermana” dijo Chantal, girándose.

Imagen de Nene Thomas

Tal como esperaba, Helena estaba allí. Su hermana, muerta hacía quinientos años en Mordheim, cuyo lamento por su vida perdida había causado miles de muertes desde que Chantal la rescatara y la trajera de vuelta al Viejo Mundo. Desafortunadamente, Helena no podía volver al mundo de la carne como hacía Chantal, y la furia por haber perdido eso era lo que hacía que su lamento fuera horripilante.

“Debemos marcharnos, hermana” dijo Helena. Incluso uno de sus susurros era suficiente para matar. Su voz era el eco de siglos de dolor incesante.

“No. Beatrice llegará de un momento a otro”

“Aunque así fuera, ya no podemos vencer. El ejército se ha desmoronado, y no podemos enfrentarnos a este enemigo”

Helena miró a algo situado tras la espalda de Chantal, y ella se giró para ver a un gigante que la observaba con gesto estúpido mientras se preguntaba por qué no podía agarrarla.

“Nos vengaremos” aseguró Helena, “pero no podrá ser hoy”

Chantal no tuvo más remedio que asentir y abandonar el campo de batalla.

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El Capitán Rodrigo alzó su pistola hacia la niebla que se alzaba por el flanco de su ejército. Era un hombre suficientemente experimentado como para saber que no era en absoluto natural, y que algo horrible se arrastraba al abrigo de aquel manto de tiniebla. Por suerte para él y sus hombres, ya era tarde.

Aunque se había asegurado de que todo el mundo creyera que Chantal pensaba atacar Zaragoz, el Capitán Rodrigo sabía que su verdadero objetivo no era la ciudad, sino la torre de Morella D´Arlette, la demonóloga bretoniana que había muerto hacía apenas tres años en la conspiración que había sacudido la ciudad. Y sabía que Chantal dividiría sus ejércitos para hacer creer a los estalianos que su objetivo era arrasar Zaragoz, pero que ambas huestes acabarían uniéndose en la torre.

Con lo que no había contado era con que el Capitán Rodrigo sería más listo que ella. Al enviar a sus hombres a interceptar el avance de Beatrice, la lugarteniente de Chantal, la había forzado a tomar un camino alternativo que la ralentizó, impidiéndole coordinarse con su maestra en la batalla por la torre. Así que Rodrigo simplemente había tenido que acabar con el ejército de Chantal y, una vez hecho eso, acabaría con el de Beatrice.

Imagen de Burning Games

A medida que las tropas no muertas aparecían de la niebla, el Capitán Rodrigo tuvo que recordarse que buena parte del mérito era de Alonso, su pagador, quien había conseguido romper el cerco de los no muertos y escapar de la matanza que había tenido lugar en la torre del Monte de la Sombra. Se decía que desde aquel día los campesinos afirmaban que la torre estaba encantada, y comenzaban a llamar al lugar el Monte de las Ánimas. Sea como fuere, tendría que compartir parte del botín con Alonso. Una buena parte.

El Capitán Rodrigo apuntó la pistola directamente contra Beatrice, quien se detuvo en seco, ordenando a sus tropas que hicieran lo mismo. Era evidente que esperaba encontrar una batalla, y no a una defensa de ballesteros y piqueros estalianos esperándola. Al no ver ni rastro del ejército de su maestra, y al saberse en inferioridad, decidió recular. Los muertos se desvanecieron entre las sombras, y al líder estaliano aquello le pareció un desenlace aceptable, pues la mejor victoria es aquella que se consigue sin luchar.

Cuando se hubo asegurado de que los no muertos se habían marchado, el Capitán Rodrigo ordenó quemar la torre de Morella y arrasarla hasta sus cimientos. Sus secretos no debían ser descubiertos nunca, y nadie tenía por qué saber qué buscaba Chantal allí. Por lo que al mundo respectaba, el Capitán Rodrigo acababa de salvar Zaragoz de una invasión no muerta… y más valía que los nobles y los gremios fueran generosos con él.

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