Saludos a todos, damas y caballeros.
Como sabréis los que hayáis visto el informe de la última batalla de Sangre y Gloria, el ansiado duelo entre Trifón y Khornelissen acabó siendo uno de los más épicos y gloriosos que se recuerdan, auténtico material del que están hechas las leyendas. Un combate así no podía quedar en el olvido, así que traemos unos relatos para evitar que eso suceda.
Sé que lo echaréis de menos |
No quiero adelantar nada de estas historias, pues creo que vale la pena ver el desenlace sin que os haga ningún spoiler. Dado que son varias, podríamos haberlas dividido en varias entradas, pero seguramente queda mejor presentarlas todas juntas. Espero que os gusten.
Los cielos ardían sobre sus cabezas, arrojando fuego y furia sobre los guerreros que se masacraban en el yermo, el cual resonaba en un coro de aullidos de triunfo y rugidos de rabia elevados hacia ese feroz firmamento. A su alrededor, bajo la tormenta y el rojizo fulgor de las nubes, cientos de hombres y bestias se masacraban en la más sincera ofrenda a los seres que habían moldeado ese momento con su voluntad, un testimonio indeleble de la victoria, el sometimiento y la muerte. Nada importaba que no estuviera contenido en ese instante, en el que las barreras entre lo divino y lo mortal se rompían, y ellos atisbaban la ensangrentada escalera que conducía a la eternidad.
Pues Trifón y Khornelissen, ajenos a la matanza que se desarrollaba a su alrededor, sabían que los dioses estaban mirando.
Hacía casi trescientos años que se habían encontrado por primera vez, cruzando sus armas mientras buscaban su lugar entre las atemporales tierras al abrigo de los Poderes Ruinosos. En aquella ocasión, el paladín del dios de la sangre había derrotado a quien por entonces todavía adoraba a la serpiente, dejándole tuerto y jurando que volvería a por su vida. Y había cumplido su palabra.
Pero Trifón había cambiado en ese tiempo. No solo se había convertido en un adorador del Caos Absoluto, consagrado a esa manifestación de la fuerza primordial y destinado a ver arder el mundo a sus pies, sino que había conseguido un poder incluso mayor. La primera sangre derramada había sido la de Khornelissen, una estocada en el costado que el enfervorizado seguidor del mastín no había podido prever ni evitar. Y había sonreído, con su cruel sonrisa, sabiendo que aquel combate estaría a la altura de la leyenda.
Desde ese primer corte habían combatido durante horas, ambos incapaces de superar al otro, pero ambos determinados a no dar su brazo a torcer. Incluso en seres tan extraordinariamente poderosos, el cansancio se acumulaba, los golpes tardaban un segundo más y las paradas se retrasaban apenas un instante letal. Ambos sangraban por miles de cortes, sus armaduras destrozadas, sus armas melladas, pero seguían combatiendo bajo los cielos ardientes, sabiendo que estaban siendo observados. Sabiendo que lo único que se interponía entre ellos y su destino era el hombre que tenían frente a sí mismos, en cierta forma el espejo ante el que debían medirse no para derrotarlo, sino para derrotar cualquier rastro de debilidad que quedara en sus cuerpos y en sus almas.
El enésimo hachazo de Khornelissen fue desviado por la espada élfica de Trifón, quien de nuevo se giró sobre sí mismo dirigiendo una estocada a su rival, quien de nuevo bloqueó con el escudo. Todos los trucos, todas las fintas y todos los golpes habían sido ya descubiertos, aprendidos y contrarrestados en un duelo que a esas alturas ya no medía su habilidad con las armas, sino su resistencia física y mental. Ninguno podía sobrepasar la guardia del otro, al menos no con suficiente fuerza como para hacer una herida mortal. Pero seguirían combatiendo. A menos que…
“¡Deteneos!”
La voz se alzó por encima del chocar de los aceros, de los gritos de los ejércitos, e incluso por encima de la brutal tormenta sobre sus cabezas. Ambos guerreros la obedecieron de manera instintiva, bajando las armas, y en ese momento se dieron cuenta de lo exhaustos y debilitados que se encontraban.
Incluso de no ser así, también se habrían arrodillado.
Pues la visión que se presentó ante ellos era imponente: un guerrero recubierto de un innegable aura de oscura majestuosidad, más alto que cualquiera de ellos, con los ojos brillando en un fulgor anaranjado. La mirada de los propios dioses, ardiendo a través del mortal al que habían elegido, como lo habían hecho con solo tres antes que él. El Ungido. Asavar Kul.
“He observado vuestro combate, hermanos”
Su voz era al mismo tiempo seductora y salvaje, la portadora de una destrucción tan embriagadora que nada se alzaría ante ella. Tanto a Trifón como a Khornelissen les comenzaron a sangrar los oídos, mientras sus cuerpos intentaban a duras penas contener los espasmos que mostraban la rebelión de lo poco que en ellos quedaba de humano y natural ante la presencia de semejante ser.
“Te conozco, Trifón, hijo de Kislev. El esclavo. El campeón de Mordheim. Sé el camino que has recorrido desde la Ciudad Maldita hasta los Desiertos, porque los dioses me lo han mostrado. Eres un hombre valiente”
Trifón sintió que el aire abandonaba sus pulmones ante el juicio al que había sido sometido. Estuvo a punto de desmayarse, aunque finalmente consiguió inspirar una bocanada recargada con el sabor metálico de la sangre.
“También te conozco a ti, Martin Khornelissen, hijo de Bretonia. El noble. Aunque eso no te importa, pues sabes bien que la auténtica nobleza es la que se consigue por la fuerza de las armas. En estas tierras has descubierto tu auténtica naturaleza”
Khornelissen sintió cómo todos los músculos de su cuerpo se sobrecargaban, como si quisieran destruirse a sí mismos. Intentó gritar por el dolor, pero de su garganta no salió ningún sonido.
“Sé de vuestro desafío. Creo que los dioses han quedado complacidos con vuestro duelo, y ha quedado patente que ninguno podéis vencer al otro. Es un desenlace aceptable, porque os ofrezco algo más importante”
Los dos paladines, repuestos de las espantosas sensaciones que habían vivido cuando el Ungido se había dirigido directamente hacia ellos, fueron capaces por fin de alzar sus cabezas y mirar de frente a Asavar Kul. Éste alzó los brazos hacia el ardiente cielo y concluyó:
“Os ofrezco cabalgar a mi lado cuando destruya el mundo”
Asavar Kul, el Ungido |
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Trifón se dirigía hacia donde se encontraba su ejército, o hacia lo que quedaba de él después de que sus hombres y los de Khornelissen se hubieran enfrentado entre sí con una furia equiparable a la de sus líderes. El cansancio acumulado y las heridas que le había causado el paladín de Khorne hacían que avanzara lentamente, cojeando algo de la pierna derecha, pero era la experiencia de haberse encontrado frente al Ungido lo que más le había agotado, física y sobre todo mentalmente.
Cuando sus hombres reconocieron en la figura solitaria que caminaba renqueante a su líder se apresuraron en acudir a ayudarle. Carpóforo, el campeón de la unidad de caballeros, descabalgó y le ofreció su montura para que no tuviera que caminar. Trifón sonrió con resignación pero aceptó debido al agotamiento. Sabía cabalgar, pero siempre había preferido desplazarse con los pies en el suelo, teniendo el control último de sus movimientos y no dependiendo de una bestia que podía tener ideas propias o asustarse y no obedecer. Sin duda era una herencia de su pasado como luchador del pozo, un pasado que visto ahora con perspectiva quedaba ya muy lejano. Mucho habían cambiado las cosas desde entonces. Pero casualmente Carpóforo era uno de los pocos vínculos directos que mantenía con ese pasado, ya que se trataba junto con Tetraites de uno de los dos gladiadores que le habían acompañado desde Mordheim hasta los Desiertos del Norte y habían vivido para contarlo. Habían pasado casi tres siglos desde entonces, pero también es cierto que el tiempo fluye de manera diferente en las tierras del Caos.
“¿Acabaste con el paladín de Khorne? ¿Su horda nos seguirá desde ahora?”, preguntó el caballero sin ocultar su emoción.
“No, no nos seguirán. Y de ahora en adelante nosotros seguiremos otro estandarte”
“¿Cómo? ¿Has perdido entonces? ¿Y sigues vivo?”, exigió saber Carpóforo, lleno de dudas.
“No, tampoco he perdido. Pero no será el estandarte de Khornelissen el que sigamos, sino el de alguien mayor, el del auténtico elegido por los dioses. El Ungido interrumpió nuestro duelo y nos ofreció acompañarlo en la Gran Guerra, donde destruiremos el mundo.”
Viendo el rostro de subalterno, Trifón comprendió que Carpóforo todavía no entendía qué había pasado y tenía más dudas. Pero él no estaba en ese momento en condiciones de aclarárselas.
“Ya hablaremos de todo esto en los próximos días. Lo que necesitamos ahora es descansar y recomponer nuestro ejército. ¿Dónde está Sorros? Necesito de su presencia cuanto antes. Y también querría ver a Moog. Es el único verdaderamente capaz de controlar a esos ogros y demás bestias que le siguen”
“No tengo notica ellos. Moog y sus ogros combatían en el flanco izquierdo y no los he visto en todo el enfrentamiento. En cuanto a Sorros, la última vez que lo vi a lo lejos se encontraba apoyando a los guerreros pohjol con su magia, poco antes de que la tormenta arreciara”
“Bien, bueno, ya hablaré con ellos más adelante. Ahora volvamos al campamento”
El grupo de guerreros avanzó lentamente por mitad del llano en el que se había librado la batalla, contemplando la magnitud del enfrentamiento que se había producido en ese lugar. Algunos árboles y matorrales todavía se encontraban en llamas, fruto de los númerosos rayos que habían caído. Miraran donde miraran, en cualquier dirección, siempre encontraban cadáveres, sin importar a qué bando pertenecieran. Las nubes de tormenta que los habían acompañado durante todo el día comenzaban a disiparse, pues los dioses ya habían sido testigos del enfrentamiento y ahora se retiraban satisfechos. Y según desaparecían las nubes del cielo, éste se iba llenando de siluetas negras que volaban formando círculos siniestros, a la espera de que los pocos vivos que quedaban se retiraran definitivamente del campo y ellas pudieran reclamarlo para sí.
Unos ruidos a su izquierda llamaron la atención de Trifón, que se giró para ver su procedencia. A una distancia de treinta o cuarenta metros un grupo de minotauros, a todas luces pertenecientes a la tribu del Hacha de Bronce (ésa misma que Sorros no había conseguido atraer a su causa), se estaba dando un festín con varios cadáveres. La presa mayor de todo ese banquete era el gigante que hasta ese día había acompañado a la hueste de Trifón y que aparentemente los minotauros habían logrado cobrarse como presa. Cansado como estaba, el paladín no cayó en la cuenta de la ironía que suponía que El Hambriento sirviera para saciar el hambre de otros.
Aun así, conocer el destino que había sufrido el gigante no fue un golpe demasiado duro para Trifón. La esperanza de vida no era muy grande en las Tierras del Caos, y aunque el gigante no era en absoluto prescindible, podía ser reemplazado por alguna otra de las monstruosidades que vagaban por el norte. La muerte de Sorros en cambio sí le supuso un revés más importante.
El anciano estaba tirado en el suelo entre unas rocas y con la cara semienterrada en el barro. Las partes desnudas de su espalda mostraban unas cicatrices rojizas curiosas, con forma de árbol ramificado. Sin duda había sido alcanzado por un rayo. Pese a la alta concentración que había habido en el lugar, era bastante mala suerte que uno hubiera impactado justamente donde él se encontraba y en ese momento concreto. Aunque también era perfectamente posible que sus poderes no hubieran canalizado únicamente los vientos de la magia, sino que además hubieran atraído fenómenos atmosféricos más mundanos, pese a que poco de mundano hubiera en la tormenta que los había acompañado.
A Trifón nunca le había caído particularmente bien el viejo, aunque había aprendido a reconocer la utilidad de mantenerlo a su lado, sobre todo en sus comienzos, ya que fue de él de quien aprendió casi todo lo que sabía del norte. Pero ahora el paso del anciano por el mundo había concluido, y ya no sería testigo de cómo Trifón cumpliría su sueño de ver arder la civilización o morir en el intento.
Trifón, nacido kislevita con el nombre de Nákazan. Desde que se unió al Ungido pasó a ser conocido como "El Castigo de Kislev" |
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Khornelissen avanzaba a duras penas por la ensangrentada tierra negra, arrastrando los pies y el hacha por el suelo. Todas sus energías, agotadas tras el combate con Trifón y el encuentro con Asavar Kul, se concentraban en ese momento en no desfallecer, en ser capaz de poner un pie frente a otro, aunque no supiera demasiado bien cuál era el rumbo que estaba siguiendo. Pero sabía que Khorne se lo mostraría.
La magnitud de la matanza era conmovedora. Además de ellos dos, sus huestes también se habían enfrentado con furia homicida, ansiosas de llevarse un pedazo de gloria a ojos de los dioses oscuros, pues sabían que estarían contemplando el enfrentamiento entre sus líderes. Tras varias horas de lucha, la horda de Khornelissen había salido peor parada, aunque también había varios seguidores de Trifón muertos. En realidad, aquello importaba poco ya. Conseguirían nuevos seguidores, pues se habían unido bajo el estandarte del Ungido.
Entre tantos cadáveres, Khornelissen consiguió distinguir algo en movimiento. Se acercó y, al enfocar la vista, vio que se trataba de una figura femenina. Era Veronique, su lugarteniente, la campesina bretoniana que le había dado a beber del cáliz de la sangre tantos siglos atrás, en su Bretonia natal… en cierta forma, era a ella a quien debía todo cuanto había llegado a ser.
Al verla tendida en el suelo, derrotada y humillada, le hirvió la sangre.
“Martin… ¿Eres tú?”
Veronique se acercó a él. Lloraba, pero ella también había dejado su humanidad atrás hacía mucho tiempo, y esas lágrimas eran de puro fuego.
“Soy yo”
“¿Has derrotado al kislevita?”
“No. Pero él tampoco me ha derrotado a mí”
Veronique mostró una expresión de incomprensión. Khornelissen, sabiendo lo que le iba a preguntar, dijo:
“El Ungido vio nuestro combate y lo detuvo. Nos ha pedido que le acompañemos hacia el sur. Destruiremos el mundo”
Khornelissen casi sintió lástima al ver la furiosa sonrisa de alegría en el rostro de Veronique.
“¡Por fin! Marchemos pues, hermano, masacremos a los…”
“Tú no puedes venir”
Veronique se quedó en silencio, mirándole como si le hubiera atravesado el corazón.
“Huiste”, explicó Khornelissen.
La vergüenza. El miedo. Veronique sabía de sobra lo que eso significaba.
“Déjame redimirme. Nos rodearon, los bárbaros huyeron, yo…”
“Abandonaste la batalla. Arkhar no perdona la cobardía, hermana”
Ella asintió, aceptando su destino.
“Lo siento”, dijo Khornelissen.
Y, juntando sus últimas energías, la decapitó.
Martin Khornelissen, nacido en Bretonia |
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Detente, viajero, y eleva una plegaria a los dioses
Pues éste es el lugar en que dos grandes paladines se enfrentaron.
Trifón, el dos veces traidor, el dos veces nacido:
En la fría estepa por vez primera, en la Ciudad Maldita por vez segunda
Y Khornelissen, el caballero caído y redimido,
El ferviente seguidor de Arkhar el Sabueso.
Enemigos jurados, en esta llanura combatieron durante horas
Incapaces de vencer el uno al otro, incapaces también de rendirse.
Los cielos ardieron y la tierra gritó
Pues los dioses observaban.
Y ellos mandaron a su Ungido para que se detuvieran y se unieran a su
estandarte
Y bajo su mando cabalgaran hacia el Sur,
Señores de la Sangre y la Gloria.
Inscripción del monolito que se alza en el lugar en que Trifón y Khornelissen libraron su duelo.
Trifón hallaría la muerte en el asedio de Praag, en el año 2302 según el Calendario Imperial.
El destino de Khornelissen es desconocido.
Imagen de cubehero |
Ayyy!
ResponderEliminarLlevo unas semanas hasta arriba y tengo muchas lecturas pendientes. Me ha encantado el desenlace de Sangre y Gloria y su duelo final SÚPER ÉPICO. Me ha parecido un pasote.
Y como siempre el hilo narrativo de 10.
Sois unos fenómenos y aportáis mucho. Por lo pronto me han dado ganas de sacar al caos.
Un saludo
¡Muchas gracias! Se te echaba de menos por aquí, bienvenido de nuevo :)
EliminarTengo comprobadísimo que cuanto más cuidas la narrativa, más se ajustan los dados a esa narrativa. Es algo extraño pero sucede. Sangre y Gloria al final fue pintarse 2000 puntacos para culminar en un único duelo al final, pero los dados nos dieron un combate, como dices, épico de cojones.