lunes, 16 de diciembre de 2019

Colisión



Dos figuras encapuchadas y encorvadas miraban el cielo estrellado en mitad de la noche, bajo la luz mortecina de las tres pequeñas lunas, en un lejano planeta. Amishar observó el firmamento con atención. El Maestro Elohí había dicho que aparecería en la noche una señal de los Dioses, mostrándoles el camino. Él aún no había logrado ver nada, pero no albergaba duda alguna de que el Maestro acertaría, pues sus profecías eran siempre verdaderas y su sagrada misión era hablar por los Dioses, transmitirle a su pueblo su voluntad a través de sus visiones. 


-“Puedo sentir tu impaciencia, hijo mío” -dijo el anciano, cuyo rostro estaba oculto bajo el elaborado turbante-capucha que le cubría la cabeza, dejando sólo ver su larga barba encanecida- “Pero siento también que los Dioses están cerca esta noche, y que pronto nos hablarán.”

Una estela dorada, más brillante que cualquier estrella fugaz, surcó de pronto el cielo de lado a lado. La repentina luz iluminó durante unos segundos a los dos seres, que vistos con mayor detalle tenían poco de humanos. Quizá sí lo fueron sus antepasados, hace incontables generaciones, antes de que las mutaciones los apartasen tanto del sendero evolutivo de la humanidad. Bajo aquella luz pudieron verse fugazmente sus ojos lechosos, su piel grisácea y llena de bultos, y sus rostros envueltos en capuchas. Después la estela desapareció en el horizonte, como si una lágrima de los propios Dioses, procedente de las estrellas, hubiera caído a la tierra. De hecho, es exactamente así como el Maestro Elohí lo había interpretado.

-“Sabed, Amishar, que son los Dioses de Hierro los que nos mandan ese regalo. Un regalo de hierro y fuego. Y sabed que esa señal no sólo marca un gran cambio para nuestra tribu, sino que también anuncia mi propia muerte.”

Amishar se volvió, afectado, hacia su venerado líder- “Pero... Maestro...”

-“Nada debes temer, ninguno de nosotros debe. Hierro por dentro, hierro por fuera. Ahora ve, y reúne a los guerreros. Pronto deberemos enfrentarnos al juicio de los Dioses.”

………………………………………….

El interior de la nave resonaba con las pisadas de decenas de duras botas contra el suelo de rejilla metálica. Las cápsulas de abordaje se habían clavado violentamente al casco del destructor clase Cobra haciendo temblar el navío entero con el impacto, y en todos los corredores y pabellones se había escuchado el chirriar del casco de metal al ser desgarrado por los afilados espolones afianzándose, como parásitos enormes y blindados. Una tropa de guerreros de élite avanzaba con resolución por la nave, masacrando fría y eficientemente a los tripulantes que encontraba a su paso mientras proseguía su marcha hacia el puente de mando. Sabían bien cuál era el objetivo de su ataque relámpago y todo estaba ya planeado antes de que pisaran la cubierta del destructor.

A no mucha distancia de allí, varias docenas de hombres de la guarnición de defensa de la nave habían logrado llegar a un pabellón de contención y sellar la compuerta de acceso del corredor. La mayoría empuñaban escopetas, y unos pocos llevaban lanzallamas y otras armas de apoyo, como lanzagranadas. Era el equipo de combate típico de cualquier tripulación naval. Sin embargo, la heterogénea mezcla de trajes protectores, trajes de vacío y armaduras antifrag de diversas procedencias que vestían, junto con la colección de barbas, melenas, respiradores, máscaras anti-gas, tatuajes y camisetas de tirantes les hacían parecer más una banda de pandilleros que una fuerza militar. Eran renegados todos ellos, rebeldes al Imperio, al igual que su nave y la flota de la que formaba parte. Una de las muchas fuerzas de rebeldes que desafiaban la autoridad imperial en el Segmentum Ultima, aunque ésta, procedente del sistema Obscura, era una especialmente bien pertrechada. Contaban con varios cruceros, y se reunirían con una flota aún más numerosa en Oldhammer Prime, la base renegada a la que se dirigían. Quarl Mallear, un veterano pirata espacial, había sido contratado junto con sus hombres, un grupo de abordaje de élite que colaboraba de vez en cuando con Lan Skor, quien les había recomendado. Le tenían allí, a bordo del destructor, para asesorarles en aquellas rutas peligrosas si surgían complicaciones, y para echarles una mano si surgían problemas que hubiera que solventar con violencia… o regateando agresivamente con otros piratas del sector, si era posible evitar una confrontación.

El resto de la tripulación de la nave se había arremolinado instintivamente alrededor de los hombres de Mallear, un grupo de unos veinte piratas curtidos con armaduras de vacío y armas variopintas, como si esperasen que Mallear los dirigiese en combate. Y así lo había hecho. Había dado instrucciones y dividido a los hombres en varios destacamentos. Cuando se trataba de abordajes, sabía bien cómo funcionaban… Lo que se le hacía raro era estar por una vez en el bando de los que son abordados.

-“¿Quién nos ha atacado? ¿Son naves imperiales?” -preguntó uno de los hombres que se habían atrincherado frente a la compuerta blindada- “¡Maldita sea, sargento! ¿Quién nos está abordando? ¿Son naves imperiales?”

-“Cállate, Frost. Ya te he dicho que no me llames sargento, esto ya no es la milicia planetaria” -el capitán Mallear hizo una pausa para echar una ojeada a los hombres bajo su mando, comprobando que estuvieran preparados- “Y no, maldita sea, no son naves del Imperio. Es un crucero de batalla Hades lo que está pulverizando a nuestro grupo. Y hemos identificado también un crucero clase Devastación antes de que me echaran del puente de mando para hacerme cargo de vosotros” -Mallear dijo estas palabras con cierto desprecio, como acusando a sus hombres de ser unos inútiles.

Su mirada se cruzó con la de Frost y varios hombres más, y hubo un silencio tenso durante unos segundos. Finalmente ninguna de las dos partes pudo aguantar más el tipo y las carcajadas resonaron por el pabellón blindado. Mallear tenía buena mano como oficial, siempre sabía disipar la tensión de su tripulación en los peores momentos.

-“Un crucero de batalla Hades… esas naves son muy antiguas, el Imperio ya no las usa” -intervino un hombre joven pero con aspecto curtido y desaliñado, que llevaba una escopeta y un largo cuchillo de combate colgado a la espalda. El desasosiego era palpable en su mirada.

-“Jethro tiene razón”- Mallear se dirigió a la tropa sin apartar la vista de la compuerta blindada que tenían ante ellos - “Es el maldito Caos. El Caos, muchachos. Esos putos demonios de pesadilla. Imagino que si no hubiéramos renegado del Imperio hace años, ahora tendríamos alguna tranquilizadora plegaria para consolarnos… Alguna basura propagandística sobre el Emperador, como que nuestras almas están protegidas y nuestras vidas tienen un propósito.” -Mallear se dio la vuelta cojeando apenas perceptiblemente con su pierna biónica- “Pero os aseguro que vuestras vidas no tienen una mierda de propósito ahora mismo, y vuestras almas van a ir directas al vacío si no pulverizamos a esos cabrones en cuanto crucen la compuerta. Porque la van a cruzar, creedme. Así que cargad bien las armas y estad atentos. Si pasan de aquí, aunque nos retiremos, destruirán el puente de la nave y moriremos todos.”

-“Vamos, sargento… Esfuércese un poco. ¿Qué clase de discurso inspirador de mierda es ése? Ahora estoy más deprimido que antes” -ahora hablaba un hombre con barba tupida y cabello alborotado que esbozaba una media sonrisa burlona mientras recargaba y preparaba un lanzallamas.

-“No me llam...” -Mallear desistió y no pudo evitar sonreír a su vez- “Déjate de gilipolleces, Macready. ¿Tengo pinta de capellán? No estoy aquí para dormiros de aburrimiento.”

El hombre de la barba apuntó su arma al techo con precaución. Una llamarada brotó de la boquilla del lanzallamas al encenderlo y su brillo se reflejó en las gafas protectoras de su portador- “Tengo el sueño muy ligero.”

Más risas brotaron de entre los tripulantes. “Estos bastardos van a ir al infierno con una sonrisa en los labios” pensó para sus adentros Mallear. En el fondo admiraba la despreocupación de sus hombres en momentos de gran estrés como ése.

-“Eres un loco, Macready” -rió Daryl el Guapo, un hombre musculoso y atractivo que lucía una melena rubia echada hacia atrás. Empuñaba un pesado rifle de fusión y se colocó al lado de Mallear apuntando a la enorme compuerta.- “Por eso me gusta trabajar contigo.”

-”No dirás que te aburres con nosotros ¿eh?” -Jethro intentaba animar al muchacho que tenía al lado, ayudarle a capear la presión del momento. Enoch era el novato del grupo, un joven que habían reclutado recientemente en uno de los mundos del sector que habían participado en la rebelión armada. El muchacho agradeció que alguien tan hosco como Jethro se preocupase por él. Respiró hondo y desenfundó sus dos pistolas láser. Aún tenía que pulir su puntería, pero era rápido y tenía munición para muchos disparos.

-“A dos manos… Sí señor” -bromeó Frost mientras se posicionaba con su escopeta al otro lado de Enoch. Las pisadas ya podían oírse al otro lado de la puerta. Eran unas pisadas realmente estruendosas, como arietes de metal. Costaba imaginar qué clase de tropa brutal habrían mandado los adoradores de los dioses oscuros, pero sin duda sería algo horripilante. El ruido cesó de pronto, y durante unos eternos segundos reinó el silencio, sólo interrumpido de vez en cuando por el chirriante lamento metálico del casco perforado de la nave.

Una luz blanca cegadora inundó la estancia y décimas de segundo después un estruendo ensordecedor golpeó a todos mientras un trozo de la compuerta quedaba vaporizado por la explosión controlada de una carga de fusión. Antes de que nadie pudiera reaccionar, un barrido de lanzallamas emergió del orificio al rojo blanco. Habría acabado con la vida de decenas de hombres, pero Mallear conocía las tácticas de abordaje y había ordenado a sus hombres que se replegaran a los lados del pabellón momentos antes.

-“¡Ahora!” -gritó haciendo un gesto con su espada sierra a los hombres con lanzagranadas que había posicionado en los niveles superiores, y seis granadas de fragmentación disparadas por las toscas armas cruzaron el agujero humeante abierto en la compuerta y estallaron al otro lado. Debían de haber pulverizado a un buen número de ellos con aquella salva.

Mallear estaba a punto de dar nuevas instrucciones cuando de pronto un rayo de puro calor atravesó la pared donde estaban parapetados él y la mitad de sus tropas de choque. El calor causado por la cercanía del disparo chamuscó parte de la manga de su chaqueta y le hizo una quemadura superficial en el brazo. Los tres hombres que habían estado a un metro y medio de él segundos antes, simplemente se habían evaporado. Al otro extremo de la estancia, donde se había parapetado la otra mitad de los hombres anticipándose al ataque de lanzallamas de los asaltantes, otro chorro de calor idéntico atravesó la pared, desintegrando a otros siete hombres. El enemigo se había abierto paso por corredores secundarios y estaba disparando armas de fusión a través de las propias paredes para abrirse paso.

-“Esos bastardos saben lo que están haciendo...” -Mallear, que se había lanzado a tierra, apenas tuvo tiempo de ponerse de nuevo en pie cuando un puñado de granadas cayó al suelo entre sus aturdidos hombres. Varios fragmentos de metralla le golpearon en el peto y volvieron a derribarle, aunque sin causarle daño. Muchos de sus hombres no tuvieron esa suerte.

Jethro se puso en pie, aún con la cabeza retumbándole. Estaba cubierto con la sangre de los compañeros que habían sido despedazados por las granadas. Vio a una figura enorme emerger por el orificio creado por las cargas en el centro de la compuerta. Reconoció la servoarmadura con hombreras reforzadas, y el tamaño sobrehumano de su portador. “No me jodas” -fue lo único claro que le vino a la mente. Alzó la escopeta y disparó cuatro veces consecutivas a la cabeza del marine del Caos, que estaba apenas a diez o doce metros. Los disparos a bocajarro impactaron uno tras otro, haciendo retroceder un par de pasos al astartes. Después, éste simplemente giró la inexpresiva placa facial de su casco hacia donde estaba Jethro y alzó el lanzallamas que empuñaba en su dirección. 

-“¡No me jodas!” -masculló mientras se lanzaba de cabeza tras unos contenedores de mercancías de metal, instantes antes de que la llamarada lamiese y chamuscase el lugar donde había estado. Los disparos de escopeta apenas habían dañado la lente óptica derecha del casco del marine traidor, pero esa pérdida parcial de su campo de visión fue suficiente para que no viese a Mallear apuntarle desde el suelo con su pistola de plasma y reventar su cabeza en una explosión de luz azulada. Otros nueve marines emergieron por la brecha en la compuerta, disparando bolters y blandiendo espadas sierra con las que hacían pedazos a los aterrorizados tripulantes. Daryl el Guapo disparó su rifle de fusión desde detrás de una barricada improvisada de bidones de provisiones y evaporó de cintura para arriba a uno de los gigantes, pero dos de ellos devolvieron el fuego y le obligaron a cubrirse de nuevo. Estaba a punto de echar a correr para cambiar de escondite cuando uno de aquellos guerreros blindados aterrizó a su lado, apartando uno de los bidones de una patada, como si fuese un simple cajón de madera, a pesar de que pesaría al menos doscientos kilos. La espada sierra descendió salvajemente, y Daryl logró interponer su rifle de fusión para frenar el golpe, aunque cayó de espaldas por el brutal impacto y su arma fue partida en dos con un pequeño estallido de chispas y humo. El marine traidor se preparaba para rematar a su víctima cuando una rociada de lanzallamas proveniente de su espalda lo envolvió. Su armadura le había protegido del calor abrasador, y se dio la vuelta para hacer frente a la nueva amenaza.
Daryl el Guapo ya había saltado a cubierto tras un montón de enormes tuberías de repuesto antes de que el grito “¡Sal de ahí, Guapo!” llegase a sus oídos. Una nueva rociada de fuego impactó al marine en plena cara y torso, y aunque sólo le causó quemaduras menores gracias a su formidable protección, le impidió ver la carga de demolición que aterrizó discretamente a sus pies. Tras un estallido sordo, sólo quedaban pedazos informes del guerrero acorazado. Macready emergió de entre las llamas. -“Creo que voy a volver a fumar.”

-“Joder, Macready… Eres un tarado.”

En el otro extremo del pabellón, Frost, Jethro, Enoch y unos diez hombres más se habían puesto a cubierto e intentaban devolver el fuego, aunque sus escopetas y pistolas apenas lograban hacerles nada a sus enemigos. Los hombres con lanzagranadas apostados en la pasarela superior habían sido lo primero que los marines del Caos habían masacrado al entrar, y sus cuerpos destrozados estaban dispersos por el suelo. Frost había logrado arrastrar el cadáver de uno de ellos hasta la cobertura, y estaba despojándole de toda la munición mientras recargaba el lanzagranadas recién adquirido. Introdujo varias granadas perforantes y empezó a abrir fuego sobre los asaltantes. Partió en dos a uno con un proyectil perforante, pero el resto devolvieron automáticamente el fuego hacia ese punto, junto con una lluvia de granadas, y seis de los hombres murieron inmediatamente entre estallidos de munición bólter y metralla. Era evidente que habían fracasado. Mientras ellos eran retenidos allí y eliminados, otros marines del Caos ya se habían abierto paso hacia el puente de mando. En breve colocarían cargas explosivas y se retirarían, convirtiendo la nave en un ataúd flotante para los que hubieran sobrevivido al ataque del grupo de combate. Ahora eran ellos quienes estaban más cerca del agujero abierto en la compuerta de acceso, y aquella empezaba a parecer su única oportunidad de salvarse.

-“Ya sólo podemos intentar llegar al Superviviente” -gritó Frost por encima del rugir de los disparos. Se refería a su nave, la que había traído a Mallear y a sus veinte hombres de éite, y que estaba estacionada en el hangar de carga. 

-“Eh, compañero” -Jethro estaba asomándose todo lo discretamente que podía desde detrás del contenedor blindado que usaba como cobertura- “Si alcanzas esos bidones con una granada, puede que tengamos una oportunidad.” -Ambos hombres se miraron y asintieron. No era la primera vez que ideaban una distracción para salir de una situación apurada.

-“¿Listo para ayudarme, muchacho? Tenemos que hacer ruido, hay que cubrir a Frost, darle unos segundos para que apunte ¿de acuerdo?” -hizo una pausa y miró a Enoch, el novato, a los ojos- “¿Te ves capaz?”

-“Claro” -asintió el muchacho, cuyo organismo estaba inundado por la adrenalina y no sentía ya miedo, sólo el palpitar de su corazón cada vez más fuerte. A una señal ambos se asomaron desde su cobertura y empezaron a disparar a los astartes traidores, en cuyas armaduras rebotaban como el granizo los escasos disparos que hicieron blanco. Frost, que había rodado unos pocos metros hacia la derecha, asomó su lanzagranadas y lo apoyó en una caja. Desde allí tenía ángulo a los bidones de color rojo marcados con símbolos de precaución. Los marines del Caos estaban devolviendo el fuego hacia el lugar donde Jethro y Enoch se habían puesto de nuevo a cubierto, pero uno de ellos vio a Frost y giró su bólter hacia él. Frost apretó el gatillo primero. La granada salió con el silbido hueco característico e impactó medio segundo después en uno de los contenedores. Hubo un haz de luz cegadora, un fogonazo blanco que lo cubrió todo por un momento, y luego un infierno ardiente envolvió esa zona de la cubierta y al grupo de astartes al completo. 

- “¡Vamos!” -gritó Jethro mientras abandonaba su cobertura y saltaba a través del agujero fundido en la compuerta que habían hecho sus enemigos. Los tres corrieron hacia el destartalado hangar, recorriendo un corredor metálico iluminado por las luces rojas de emergencia hasta la compuerta de acceso que les llevaría a su salvación. Las sirenas resonaban por los pasillos y túneles, con un eco metálico. La nave estaba condenada y tenían que salir de allí. Jethro pulsó la runa de apertura de la puerta y… Nada. Atascada. Un leve chirrido y nada más. Quizá se había averiado por una sobrecarga de los circuitos debido a los daños sufridos por la nave, o quizá fuese otra la causa. Nunca lo sabrían. 

- “Oh, vamos... No me jodas…” -oyeron unas pisadas metálicas a sus espaldas. Una enorme forma acorazada, aún cubierta por las llamas en varios puntos de su armadura, emergió de entre la humareda. Era el astartes traidor que le había visto, Frost lo supo. El atronador sonido de un bólter disparando inundó el corredor, y un proyectil pasó rozando la hombrera derecha de Jethro, quien pudo ponerse a cubierto por los pelos tras una viga reforzada. Frost disparó su lanzagranadas pero erró el tiro por varios metros. Las violentas explosiones de la munición bólter barrieron el suelo donde habían estado un segundo antes y acribillaron la compuerta, mientras los tres piratas se acurrucaban e intentaban refugiarse como podían tras la escasa cobertura que ofrecían unos salientes reforzados de la pared. 

- “¡Cárgatelo!” -gritó Jethro a su compañero con desesperación.

-“¡No puedo! ¡Está descargado!”

-“¿Qué?”

-“¡Era la última granada!”

-“No me j…”

Ambos se preparaban para morir cuando Enoch cometió una verdadera temeridad, ante la atónita mirada de los otros dos. Bramando de rabia, el muchacho salió de detrás de su cobertura, disparando sus dos pistolas láser, una con cada mano. Horrorizados, presenciaron el suicidio del chaval. Ni diez pistolas láser hubieran servido para abrir brecha en una servoarmadura. El marine del Caos alzó tranquilamente el bólter con una sola mano, sabiéndose invulnerable, mientras apuntaba al centro de su nuevo blanco. Su inexpresivo yelmo era una máscara carente de emociones, pero era seguro que el muy bastardo estaría sonriendo debajo de su placa facial. Entonces, ante el asombro de todos (incluido el marine), su cabeza explotó. Enoch tardó unos instantes en darse cuenta de que no necesitaba seguir disparando. Lo había logrado. Allí estaba, aún en pie, el cuerpo de aquel gigante acorazado y lo que quedaba de su cabeza, un amasijo humeante de acero y carne. Jethro y Frost se miraron sin dar crédito.

-“¿Munición hot-shot?” -dijo el último, con una mezcla de curiosidad, asombro y alivio.

-“No… No que yo sepa. Deben de haberle dado varios disparos en el mismo sitio…”

Lentamente, el marine espacial sin cabeza se desplomó de rodillas, derrumbándose hacia delante como un pesadísimo árbol. Al caer el cuerpo pudieron ver tras él, recortándose contra el fulgor de los incendios, la figura de Mallear con su pistola de plasma aún humeante. 

-“Vámonos de esta fiesta antes de que decaiga, muchachos.”

Macready y Daryl venían corriendo detrás de él, cada uno con un lanzallamas, mientras lanzaban rociadas de fuego tras ellos para cubrir su retirada. Se oían disparos de bólter no muy lejos. Al pasar junto al marine inerte, Mallear se fijó en la insignia de su hombrera y la reconoció. La calavera de ojos vacíos de los Guerreros de Hierro. Esos malditos demonios… con razón les habían superado en el abordaje, estaban tratando con expertos en el tema.

Finalmente Daryl el Guapo logró reactivar el mecanismo de abertura de la puerta, mientras Mallear y Macready vigilaban que no emergiesen nuevos enemigos de entre el humo. Corrieron dentro del pequeño hangar, casi vacío salvo por un par de naves de carga de reducido tamaño, pues un destructor clase Cobra no tenía capacidad para transportar escuadrones de bombarderos. Allí estaba: el Superviviente. Mallear sonrió al posar la vista sobre el familiar casco de su nave de abordaje, ya quemado y erosionado en algunas partes. Cada rasguño era una historia, un abordaje, una huída por los pelos… como ésta, si la suerte les sonreía. No era una nave muy grande, apenas tres o cuatro veces más voluminosa que un bombardero Marauder, pero... les había salvado el pellejo muchas veces, y parecía que iba a seguir haciendo honor a su nombre. Subieron a bordo y encendieron los motores. Macready y Frost corrieron a las torretas, mientras Daryl se sentaba junto a Mallear y revisaba a toda prisa algunas lecturas de runas de los mandos. 

- “Todo en orden. Larguémonos.”

Al parecer nadie les había seguido hasta allí. Los marines del Caos ya debían de haber arrasado el puente de mando y haberlo sembrado de cargas de demolición antes de regresar a sus cápsulas de abordaje y abandonar la nave a su funesto destino. Los motores escupieron fuego, la nave despegó y salió del hangar a toda velocidad. Una parte del destructor estalló antes de que pudieran alejarse lo suficiente y la onda expansiva alcanzó al Superviviente causando algunos daños menores, pero lo lograron. Mientras dejaban atrás la nave hecha pedazos, veían las titánicas figuras de los cruceros estelares del Caos acribillar con el fuego de sus baterías a lo que quedaba de la flota rebelde.

-“Un Cobra. Un jodido destructor Cobra… la nave más endeble y lamentable de la flota, y teníamos que ser sus tripulantes” -decía Jethro con el aire sombrío que le caracterizaba.

Mallear le respondió con una sonrisa sarcástica - “Si crees que tenemos mala suerte, échale un vistazo a los cruceros ligeros que escoltábamos.”

-“¿Cómo han acabado?” 

-“¿Qué trozo?” -le respondió Daryl, que estaba mirando la oscuridad del espacio a través de una de las ventanas blindadas.

- “Parece que algunos están logrando escapar” -Enoch observaba también el espacio desde otra ventana, hacia la cada vez más lejana batalla estelar- “Aquello es una fragata clase Havoc, y...”

-“Y un crucero ligero clase Endeavour” -Jethro se había acercado a él- “Es la nave del capitán Moss, pero nos habrán dado por muertos. No van a mandar a nadie en nuestra busca.”

-“Muchachos, si logramos abrirnos camino hasta ellos, quizá…” -la voz de Macready llegaba por el transmisor de cabina, desde una de las torretas- “Quizá esos cabrones no detecten una nave tan pequeña, y si no hay muchos cazas, podr...”

Una brillante burbuja de luz envolvió a las dos lejanas naves, mientras la tripulación del Superviviente las observaba. Resplandecieron durante una fracción de segundo, y ambas desaparecieron. Habían saltado a la disformidad, escapando del horror y la destrucción segura que les esperaban si se quedaban. Cosa que una nave tan pequeña como el Superviviente, sin motores de disformidad ni campo Geller, no podía hacer.

-“Tramposos...” -se oyó la voz de Macready por el transmisor.

Se hizo el silencio durante unos instantes, mientras todos pensaban en las opciones que les quedaban. No eran muchas, la verdad. En ese momento no se les ocurría ninguna… El Superviviente tenía autonomía para viajes largos y estaban relativamente bien aprovisionados tras su estancia en el destructor, pero… estaban abandonados en mitad de la nada, en una zona plagada de enemigos, al parecer, y nadie los echaría en falta.
Entonces lo vieron. Frente a ellos, lejano pero acogedor, como una promesa de quizá, sólo quizá, una posibilidad de salvar el pellejo una vez más… Allí estaba el planeta. Era de un color anaranjado con franjas rosáceas, y estaba rodeado por varios anillos de asteroides. Según se iban aproximando, pudieron ver que no sólo estaban compuestos de asteroides, sino también de restos de naves estelares de diversas procedencias y chatarra inidentificable. Al parecer aquella zona llevaba tiempo siendo un lugar de caza y emboscada para los Guerreros de Hierro. Mallear consultó los escáneres y sensores mejorados que había ido incorporando a su nave con el paso de los años, e hizo barridos de diferentes tipos mientras mantenía el rumbo hacia aquella esfera desconocida.

-“La temperatura es endiabladamente cálida según esto, pero parece habitable...” -miró a su alrededor, a las caras dubitativas de sus hombres- “No voy a engañaros, muchachos. Este cacharro está hecho una mierda. Es un milagro que estemos aquí con vida, y aún lo será más que aterricemos como es debido en esa roca de ahí delante, pero… aquí vamos a morir seguro. No sé qué autonomía le queda a esta nave… Puede que logremos hacer un viaje largo o un viaje corto, pero si al final de ese viaje no hemos llegado a un sitio con atmósfera, se acabó todo.”

Se acordó darle una oportunidad a aquel mundo desconocido, y la nave prosiguió su aproximación. Guardaron un minuto de silencio por los hombres que habían perdido, algunos de ellos buenos compañeros. Daryl había ido a reemplazar a Frost en la torreta de estribor, para que éste pudiese vendarse un corte que tenía en el brazo, y Jethro consultaba algunas de las lecturas del planeta con curiosidad. Todo estaba al fin en calma.

-“Un momento” -Mallear se tensó de pronto, se apartó de los mandos y se irguió con un ligero zumbido de su pierna biónica- “Hay una cosa que tenemos que aclarar. Veamos, ahora que tenemos un respiro y podemos hablar claramente… ¿Me ibais a dejar en aquel infierno, bastardos?” 

Las caras de Enoch, Jethro y Frost palidecieron. Mallear se llevó las manos a la hebilla de su cinturón, dejándolas apoyadas allí, en un gesto que habría sido inofensivo de no ser por la cercanía a la funda de su pistola de plasma. Jethro se levantó y abrió la boca para decir algo, pero la gélida mirada de Mallear le dejó sin inspiración.

-“Jefe, nosotros…” -empezó a balbucear Frost- “Eh...”

La cara de Mallear, que se mantenía totalmente inexpresiva en un gesto tenso, empezó a convulsionarse ligerísimamente. Era como si no pudiese reprimir más sus emociones, como si su ira fuese a estallar como una bomba. Finalmente ocurrió. No pudo contenerse más.
 
Las carcajadas de Quarl Mallear resonaron en el interior de la nave. Rió hasta que se le saltaron las lágrimas, hasta que tuvo que sentarse… Unos segundos después, sus hombres estallaron también en risas, uniéndose a él.

-“Ésa ha sido buena, jefe...”

Habló entonces el líder pirata, ya relajado y sonriendo con resignación- “Menuda panda de malnacidos estáis hechos… Pero por mil diablos, no diréis que no lo pasamos bien cuando salimos juntos ¿eh?”

Una última carcajada general resonó a bordo del Superviviente, mientras la pequeña nave se aproximaba a un planeta desconocido, dejando al entrar en la atmósfera una estela dorada. Una cicatriz de luz en el cielo que, de haber sido observada por un pueblo primitivo o supersticioso, bien podría haberse interpretado como una profecía.

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