lunes, 16 de diciembre de 2019

Presentaciones



Habían conducido toda la noche y, al fin, al despuntar los primeros rayos de aquel extraño sol, estuvieron lo bastante cerca como para distinguir qué era lo que originaba la columna de humo que habían visto en la lejanía. No era una única columna, de hecho, sino todo un conjunto de ellas, vomitadas por diversas chimeneas, conductos y tubos de escape. Era un asentamiento, sí, aunque no del tipo que se habían imaginado. Esto era más un campamento improvisado que un poblado, y desde luego no se le podía llamar ciudad. Habían aprovechado una formación rocosa natural para resguardar uno de sus costados, y una empalizada fabricada con chatarra, armazones de diversos vehículos semidesguazados y desperdicios varios rodeaba el perímetro. 


Mallear y sus hombres habrían pensado que se trataba de un campamento orko si no fuese porque podían verse centinelas humanos montando guardia en un par de torres metálicas desvencijadas, que parecían haber sido antiguamente parte de alguna central energética. Les apuntaron con rifles automáticos mientras se acercaban, y al llegar a una distancia prudencial y bajar del vehículo, varios de los nativos salieron a recibirles. Iban vestidos con ropas sencillas y desgastadas. Parecían normales, sin mutaciones.
-“Dejadme hablar a mí, muchachos” -dijo Mallear guiñando un ojo a los demás- “Yo me encargo de todo.”

El veterano pirata guardó silencio, con su mejor cara de póker (acentuada por el hecho de que le estaba dando el sol en la cara), mientras un hombre joven y fuerte con la cabeza rapada y aspecto de gallito se les acercaba, escoltado por otros cinco o seis que portaban pistolas o fusiles de tosca manufactura. Al pararse frente a ellos, echó una ojeada a los trajes de vacío de Mallear y los demás. Claramente le resultaban extraños, aunque en seguida trató de disimular su curiosidad.
-“¿Qué queréis, forasteros?” –dijo hablando en bajo gótico imperial.

-“Queremos hablar con quien esté al mando aquí.”

-“Yo estoy al mando aquí, viejo, y no os conozco. ¿A qué habéis venido, y de dónde salís?”

-“Nuestro vehículo ha tenido problemas y necesitamos repostar. Sólo buscamos algo de agua y víveres, si es que podéis vendernos algo, y que alguien atienda a nuestro amigo herido. Podemos pagar por todo ello.”

- “Aquí no dejamos entrar a desconocidos, abuelo, a no ser que pasen la prueba del cuchillo” -el joven estaba claramente tratando de provocarle, pero la expresión estoica de Mallear no cambió. 

- “¿La prueba del cuchillo?” –dijo con cierto desinterés. Estaba seguro de que sería algo parecido a lo que se estaba imaginando.

-“Sí, viejo. Tienes que enfrentarte a mí, en un combate a cuchillo. Sólo con cuchillo, nada más. Si ganas, entráis. Pero tienes que ser tú, no me vale que te escondas tras uno de tus amigos. El jefe es el que decide.”

“Lo sabía” -murmuró Mallear con una sonrisa cansada, y luego miró a los ojos al joven- “Tú no quieres cerrarme el paso con un cuchillo, hijo.”

El joven respondió con una bravata, y sus acompañantes y los hombres de Mallear intercambiaron entonces algunas pullas e insultos, pero Mallear los acalló rápidamente. No quería arriesgarse a que estallase un tiroteo innecesario. Sus hombres serían muchas cosas, pero no eran gente templada, precisamente. 

-“Muy bien, prepara tu cuchillo y acabemos con esta pantomima” -le estaba diciendo Mallear a su rival, con desgana, mientras alrededor de ambos contendientes los espectadores formaban un círculo. Mallear se despojó del peto antifrag de su traje, pues el joven se había desnudado de cintura para arriba. El muchacho sacó un cuchillo de combate militar. Mallear alzó su espada sierra hacia su oponente y pulsó la runa de activación, haciendo girar con un zumbido amenazante las cuchillas que componían su filo. Una expresión de duda y protesta asomó a la cara del muchacho. Antes de que pudiese decir nada, Mallear se echó a reír. 

- “No, no, tranquilo… Era una broma, no he podido resistirme. Cuchillos, a la vieja usanza, muy bien.”

-“Jefe, usa el mío. Está recién afilado.” -dijo Jethro adelantándose, mientras extendía ante Mallear su enorme cuchillo de combate, que casi habría rivalizado en longitud con un sable de caballería. 

-“Ah, sí… Gracias. No te importa, ¿verdad, muchacho? Al fin y al cabo, esto sí que es un cuchillo” -dijo Mallear a su rival con naturalidad, mientras lo hacía girar y lo sopesaba con evidente veteranía- “Y tú no tendrías miedo de un viejo como yo, ¿verdad?”

Era obvio que el joven provocador estaba empezando a sentir que había mordido más de lo que podía tragar, y no le gustaba el cariz que estaba empezando a tomar aquello, pero ya era tarde para echarse atrás. 

-“Por cierto, ¿es a muerte este duelo?” -presionó un poco más Mallear, que estaba empezando a divertirse, mal que le pesara.

-“El que gana decide.” 

-“Oh, vaya, qué emocionante ¿no? Espero que te apiades de mí…”

-“¡Cállate ya, viejo, y empecemos!”

-“Tienes razón. Vamos allá.” -Mallear le tiró de vuelta su cuchillo a Jethro, que lo cogió al vuelo, y desenfundó de su cinturón el suyo propio. No era tan espectacular como el de Jethro, pero aquello tampoco iba a ser un combate de exhibición. 

Unos cuatro segundos después, Mallear ya había esquivado el primer ataque del chaval, le había propinado un cabezazo y un gancho de izquierda, y después una brutal patada en el pecho con su pierna biónica. El joven se había estrellado de espaldas contra la puerta hecha de chatarra del complejo, y se había quedado allí tosiendo, sin apenas poder respirar. Mallear le puso el cuchillo en el cuello, y los ojos del vencido se encontraron por primera vez con una mirada fría y carente de toda misericordia. 

-“Decido que nos dejéis pasar, y no quiero volver a oír hablar de cuchillos en lo que queda de día ¿de acuerdo?”

Se había formado un silencio expectante a su alrededor. Los nativos miraban desconcertados la escena. 

-“Sé que dijimos que sólo cuchillos” -dijo Mallear, recuperando su aire desenfadado habitual- “Pero somos piratas y no podemos evitar hacer trampas ¿sabéis? Uno se acostumbra a trabajar con todo lo que tiene. Bueno, ¿vais a abrirnos la condenada puerta o tengo que darle una patada con este cacharro?”

Vítores y risas brotaron entre algunos de los asistentes, a quienes al parecer había gustado el combate, y se dispusieron a abrir la primitiva puerta.

-“Muy diplomático, jefe. Dejarte hablar a ti ha sido todo una acierto, una jugada maestra.”

-“Cállate, Frost.”

Jethro se acercó entonces y le susurró con disimulo- “Te sangra un poco el cuello, jefe.”

Mallear, también susurrando de la forma más imperceptible posible, mientras algunos nativos le felicitaban y comentaban con excitación la pelea a su alrededor- “Sí, ese hijo de puta casi me degüella con la primera cuchillada. La he esquivado por un pelo. Pero que no se sepa ¿eh? Hay que mantener entusiasmados a estos capullos, nos va la vida en ello.”

La entrada fue más triunfal de lo que habían imaginado, con algunos de los nativos más jóvenes admirando a los extraños recién llegados, que vestían trajes raros y peleaban como un orko furioso. Primero dejaron a Daryl el Guapo en manos de un médico, el cual tras examinarle le dio unos antibióticos y le puso una lámina de piel sintética sobre la herida, diciéndoles que sanaría en pocos días. Una vez apañado su compañero, les condujeron a todos a una cantina, donde les animaron a sentarse en unos bancos y les sirvieron una especie de cerveza que, aunque no estaba buena, estaba bastante fría, y con eso ya era más que suficiente. Daryl se suponía que debía estar guardando reposo, pero dijo que prefería pegarse un tiro a perderse una cerveza fría tras haber cruzado aquel desierto, y no tuvieron manera de impedir que su fornido compañero fuese con ellos. No pudieron venderles mucha comida, sólo lo justo, porque ellos mismos andaban escasos de provisiones, pero les sirvieron abundante bebida y les cedieron un lugar para que acamparan, en una nave metálica que antaño había sido un gigantesco contenedor de misiles antiaéreos para algún arma de inimaginable tamaño, quizá de las que se apostaban en las murallas de las ciudades colmena. No parecía demasiado roñoso, habían estado peor. Tampoco pudieron venderles munición para el cañón automático del sentinel, pues no disponían de proyectiles de ese calibre, aunque sí algunas granadas perforantes para el lanzagranadas. 

Finalmente, tras hablar un rato con el médico y con un mecánico que trabajaba allí cerca, se enteraron de que aquel niñato musculoso no era el líder del asentamiento (cosa que Mallear ya se imaginaba), sino simplemente un entusiasta aspirante a mercenario que se movía por allí con sus amigos. Tras algunas negociaciones, ambas partes quedaron satisfechas. Los cartuchos de escopeta que llevaban Mallear y sus hombres resultaron no ser una mercancía muy valiosa en trueque, ya que al parecer el mecánico local podía fabricarlos con relativa facilidad, pero finalmente acordaron entregar  el rifle láser que Enoch había encontrado y el módulo todoterreno, y a cambio en el asentamiento les proveerían de un vehículo más modesto y les facilitarían algunos suministros e información. Gran parte de la información suministrada la recibieron de un hombre flaco y fibroso que se hacía llamar Spike, y que desde el primero momento manifestó cierto interés en ayudarles si a cambio le permitían acompañarles. Al parecer se había quedado tirado allí hacía algún tiempo y, ya que el grupo de Mallear necesitaba un guía, no hubo objeciones. El médico del asentamiento le contó a Mallear que en realidad hacía tiempo que nadie estaba realmente “al mando” por allí, pero que cuando alguien buscaba tratar algún asunto importante, solía acudir a un tipo llamado Hammerhead.

-“Hammerhead. Suena realmente amistoso –comentó Mallear- “ Seguramente un tipo sensible ¿eh?”
-“Un intelectual, diría yo” -aportó Frost.

El doctor no pudo evitar soltar una carcajada. “Sí, bueno… No son mala gente ¿sabéis? Dirige una banda de mercenarios, se hacen llamar los Gusanos de Arena. Se dedican a patrullar toda esta zona… Sobre todo dan caza a los gusanos gigantes que viven bajo el desierto. Tened cuidado con ellos, algunos son enormes y pueden ser muy peligrosos.”

-“¿Ahora estamos hablando de algún bicho asqueroso, o seguimos hablando de los hombres de Hammerhead?”

-“¿No te tomas nada en serio, jefe?” -Daryl el guapo estaba apurando su tercera jarra de pseudocerveza, mientras escuchaba con interés.

-“Cállate, Harrington.” -le respondió Mallear, sirviéndole una cuarta jarra. A veces le llamaba así, por su apellido, como reminiscencia de su servicio juntos en las Fuerzas de Defensa Planetaria, donde Mallear había sido el sargento de la unidad de Daryl y Macready. 

-“Como te iba diciendo” -el doctor llevaba un rato bebiendo con ellos, y estaba empezando a relajarse y a soltar más información- “Sobre todo dan caza a esos gusanos horribles, pero también mantienen limpia la zona de orkos y saqueadores, impiden que las otras bandas vengan y arrasen nuestro pueblo. No son malos muchachos, aunque es mejor que no les cabreéis… Porque con tantas horas al sol, ahí fuera, se te puede ir un poco la cabeza, ya me entiendes.”
-“Aham. Bien, bien… Has dicho orkos. Vi uno en el desierto, mientras veníamos. ¿Qué nivel de amenaza representan aquí? ¿Hay muchos?”

- “Oh, sí, cientos de ellos, puede que miles” -Mallear y Daryl alzaron la mirada de sus bebidas, con deasosiego- “Oh, pero no… No os preocupéis. Es decir, no es que estén invadiendo el planeta ni nada parecido. Simplemente… viven aquí, igual que nosotros. En el desierto hay bandas de orkos, bandas de humanos, y bandas de esos mutantes que montan lagartos…”

-“Ah, sí, los hijos de puta de los blasters.”
-“Cállate, Frost. Toma, bebe un poco de esta porquería. Échanos una mano, hombre…”
-“Sí… sí, esos. Todos viven en el desierto, y sinceramente, no veo que las bandas de humanos sean menos peligrosas que las demás. No os fiéis de nadie ahí fuera, si queréis un consejo.”

-“¿De dónde salieron los orkos, doctor?” -Frost parecía decidido a no dejarse sobornar con alcohol por su jefe, aunque no por ello estaba renunciando a bebérselo.

- “Pues… parece que hace mucho tiempo se estrelló aquí una nave orka enorme, un pecio espacial o algo así. Y los orkos… se quedaron aquí tirados, igual que nosotros. Al principio hubo batallas con los humanos, con Solitus… pero luego se dispersaron en pequeñas bandas, al igual que hicieron todos los que fueron expulsados de la ciudad, y al final todos acabaron dedicándose a lo mismo. Bandas de saqueadores y mercenarios, y unos pocos asentamientos fortificados aquí y allá, lo mejor defendidos posible para que esos bastardos no acaben con ellos. Incluso he oído que hay un asentamiento, al este, dirigido por orkos, y que allí dejan entrar a mutantes y a humanos, siempre que no armen escándalo. Pero yo no he querido ir allí a averiguarlo…”

-“Yo sí. Los puestos de comida no están nada mal.” –comentó Spike con expresión alegre, como si acabara de venirle a la cabeza algún recuerdo agradable. Al advertir que le miraban con extrañeza, se limitó a coger la jarra y servir otra ronda para Daryl y para sí mismo. La competición por ver quién bebía más estaba algo reñida en ese momento.

-“Interesante. Solitus ¿eh? Has mencionado que es una ciudad. ¿Sigue quedando algo de ellos?” –continuó Mallear.

-“¿No sabéis qué es Solitus”  -el doctor pareció asombrado- “¿No has oído las historias? Una ciudad más allá de las arenas… Imponente con sus torres de acero y vidrio, y sus murallas erizadas de armas. Antaño una colonia imperial bien abastecida y en vías de expansión, ahora abandonada a su suerte y subsistiendo con lo que las plantillas de construcción estándar y los manufactorums les permiten fabricar, y el comercio ocasional con rogue traders y piratas.”

-“¿Y por qué demonios vivís aquí fuera, en este jodido desierto?”

-“No os acerquéis a Solitus, si queréis vivir. Antes me iría a echar un vistazo a esa ciudad de orkos de la que tanto se habla últimamente. En Solitus… hace tiempo que no confían en los del exterior, para ellos sólo somos una amenaza, igual que los orkos. Y si intentáis entrar, os dispararán con sus cañones y os vaporizarán… o aún peor. He oído que a veces hacen prisioneros.” -el hombre parecía cansado, afectado por la fuerte cerveza, sin duda no le gustaba hablar de aquella ciudad. 

-“Disculpadme, pero tengo trabajo. Un placer conoceros, Mallear. Espero que podáis volver al lugar de donde venís, sea cual sea.”

Se levantó y se marchó, dejándoles solos con el aullido del viento del desierto entre las lonas de la cantina, el tintineo de las tazas de metal, y el murmullo de las conversaciones de los comensales y bebedores que había esparcidos por el improvisado local. Aquello no pintaba bien. Al fin encontraban una ciudad como es debido, con una ínfima posibilidad de conseguir los medios para reparar el Superviviente y volver a casa, y ahora resultaba que era una especie de ciudad perdida de la muerte. ¿Cómo de reales podían ser las historias que contasen aquellos pobres diablos? Quizá no lo fuesen en absoluto, pero… no habían llegado hasta allí con vida por ser confiados, había que tener cuidado. Tendrían que ir a hablar con ese tal Hammerhead, quizá él podría contarles más. 

Frost y Daryl eran los que más entendían de vehículos, así que Mallear delegó en ellos la tarea de regatear con el mecánico y seleccionar el transporte que más les conviniera, en vista de que su compañero herido parecía encontrarse bastante bien ahora que le habían administrado algunos fármacos de combate. Mallear y los demás pasaron por la armería y examinaron la mercancía disponible, que no era gran cosa. Spike, por su parte, había ido a recoger los pocos suministros útiles que le quedaban, antes de partir. Tras un rato, se reunieron en una gran explanada que había frente al taller mecánico, esperando a que el Guapo y Frost aparecieran con su nuevo transporte. Varias excavadoras y vehículos industriales pesados, algunos de ellos con grúas o brazos mecánicos, se deslizaban sobre sus orugas transportando contenedores de una nave de almacenaje a otra.
-“Vamos, muchachos, no tenemos todo el día. A ver esa maravilla que nos habéis conseguido” -transmitió Mallear por radio. 

-“Te va a encantar el bólido que te llevamos, jefe. Una auténtica pieza de coleccionista.”

Estaban esperando apoyados en unas cajas de piezas, cuando una excavadora enorme con grúa incorporada empezó a dirigirse hacia ellos. Mallear y los demás se apartaron para dejar paso al vehículo, pero ése se detuvo justo delante del grupo. La cabeza de Frost asomó por la ventanilla de la cabina del conductor, y la de Daryl desde la plataforma improvisada que aquel monstruo mecánico tenía construida sobre su grupa. 

-“¿Pero qué cojones…?” -Mallear miró a Macready, que estaba a su lado, con una expresión de desconcierto igual que la suya- “¿Es una broma, muchachos?”

-“Esto es lo que pasa por mandar a estos dos pandilleros a hacer el trabajo, sargento.”



………………………………………….

Con las indicaciones que les habían dado, y el conocimiento de Spike de la zona circundante, no les costó llegar al fuerte de los Gusanos de Arena, que no estaba lejos de allí. Llevaron una bandera blanca izada en lo alto de aquella cosa traqueteante que les habían endosado, para evitar que les disparasen al primer avistamiento. Sólo funcionó a medias, porque el vigía (que era un hombre llamado Mad, y seguramente no sería por casualidad) abrió fuego igualmente con la ametralladora pesada que tenían montada en una torreta. Pero al menos fueron disparos de advertencia y no causaron daños, aunque algunos, para el gusto de Mallear, pasaron jodidamente cerca.

Era una construcción de ferrocemento, más sólida y en mejor estado que el desastroso poblado del que venían, con aspecto de haber sido una torre fortificada de las Fuerzas de Defensa Planetaria. Dos hombres vestidos con guardapolvos y turbantes, al estilo de las tropas del desierto de la Guardia Imperial, salieron a recibirles una vez que hubieron bajado del destartalado vehículo. Desde las torres de observación que custodiaban la entrada, los observaban atentamente la ametralladora de Mad y una figura encapuchada que empuñaba un rifle de francotirador. Tras una breve presentación, y tras pronunciar una contraseña alfanumérica que el médico del asentamiento le había enseñado a Mallear, permitieron que él y sólo él se internase en el edificio. Estaba sorprendentemente bien equipado por dentro, aunque aquí y allá podían verse igualmente restos de recambios oxidados, piezas sueltas, o cajones de munición. Sin embargo, tenía un cierto aire militar que a Mallear le pareció más propio de un cuartel de tropas profesionales que de una guarida de bandidos. 

Uno de los hombres, que como más tarde sabría se llamaba Dirty, le condujo hasta un sencillo despacho, cuyas paredes estaban llenas de mapas topográficos que Mallear supuso correspondían al planeta, más cajas de munición y, en un rincón, un cartel promocional del Imperio que había sido utilizado como diana para jugar a los dardos. Había una mesa algo machacada, con un cuchillo de combate clavado en ella y algunos cargadores de rifle automático desperdigados por su superficie. Y sentado frente a ella, con las botas militares cruzadas sobre el gastado escritorio y fumando un puro mientras hojeaba sin mucho interés varias hojas de informes, estaba el que parecía ser su líder. Al verles llegar, se levantó.

-“Ah, así que vosotros sois los recién llegados” -no estaba comportándose de forma amenazante en sentido estricto, pero Mallear observó que era un hombre imponente, de espalda ancha, poderosa mandíbula y gran musculatura. Llevaba el pelo rapado muy corto, vestía una camiseta de tirantes y de su cuello colgaban varias placas militares de identificación, mientras que de cintura para abajo lucía un polvoriento  uniforme de camuflaje desértico.

-“Doy por hecho que si el doctor de Villachatarra, como a nosotros nos gusta llamar a ese montón de basura, te ha dado nuestra contraseña, es que no os habéis portado mal.” -Se acercó y tendió su mano a Mallear- “Nathan Hammerhead, de los Gusanos de Arena.”
-“Quarl Mallear” -respondió el pirata, estrechando su mano- “De… unos pobres diablos que acabamos de estrellarnos aquí.”
Hammerhead soltó una carcajada. 
-“¡Oh, qué maravilla, joder! ¿Has oído, Dirty? Al fin gente como es debido, de más allá de este cubo de arena lleno de engendros.”
-“Sí, jefe, una fiesta. Me voy a vigilar a sus amigos, os dejo que os beséis en la intimidad.”
-“Vale, gracias, cabronazo.”
A Mallear estaban empezando a gustarle, eso tenía que reconocerlo.
- “Veo que llevas un traje espacial. No tienes pinta de ser de la Guardia Imperial, dime… ¿qué te trae por este asqueroso planeta de mierda?”
-“Bueno, eh…”
-“Aquí no nos gusta el Imperio, no te preocupes, puedes hablar con libertad. No va a salir un comisario del armario para ejecutarte ni mierdas de ésas… Di la verdad.”
Mallear le contó entonces, aunque omitiendo ciertos datos de su flota porque no se fiaba de él, que había participado en la rebelión del sistema Penumbra contra el Imperio, y que en un enfrentamiento con una flota del Caos, su nave había sido abordada y destruida por los Guerreros de Hierro, y habían acabado allí por pura suerte. Hammerhead parecía realmente interesado en su historia, y le hizo saber que, tristemente, no disponían de los recursos necesarios para reparar el Superviviente. Pero al parecer los Gusanos de Arena estaban trabajando para un contacto que tenían en Solitus y que, cada cierto tiempo, les recompensaba abasteciéndolos con munición, recambios, provisiones y otras cosas que pudieran serles necesarias. Al parecer, entrar en Solitus era algo que estaba totalmente prohibido en aquellos tiempos, al menos para gente como ellos, dado el régimen de ley marcial que se había declarado desde hacía algunos años, en respuesta a las diversas amenazas. 

-“Tal vez, Mally, si trabajas con nosotros un tiempo, nuestro contacto acabe fiándose de ti. Y si les solucionamos unos cuantos encargos juntos, oye, quién sabe… Esa gente tiene una ciudad entera funcionando, seguro que pueden reparar una pequeña nave. Y a decir verdad” -continuó Hammerhead, mientras abría un cajón del escritorio y sacaba una caja de puros- “en este planeta me está costando mucho encontrar hombres fiables. Todo lo que hay son bandidos y saqueadores, y hay un trabajo en concreto que llevamos tiempo sin poder cumplir, por falta de efectivos. Tus hombres y tú sois mercenarios con experiencia, como nosotros. ¿Qué me dices?” -y extendiendo la caja de puros abierta a Mallear, le preguntó con una sonrisa confiada- “¿Aceptarías trabajar junto a nosotros una temporada?”

- “Mallear cogió un puro, y preguntó mirando con cautela a su interlocutor- “Si digo que no… ¿Puedo seguir quedándome el puro?”

Hammerhead rió de nuevo- “¡Vamos, hombre! ¿Es que tienes otros planes?”
 -“No, ahora en serio… ¿Trabajaríamos codo con codo, como iguales? ¿Tú liderando a tus hombres y yo a los míos?”

-“Claro, por qué no. Tú eres quien les conoce, y ellos te respetan a ti. Sólo necesito un aliado del que poder fiarme para algunos trabajos delicados. Delicados quiere decir que se resuelven a tiros y golpe de chuchillo, ya sabes.”

Mallear encendió el puro con el mechero que le había prestado Hammerhead, grabado con un águila imperial, probablemente una reliquia de tiempos pasados. Mallear no solía fumar, entre otras cosas porque en el espacio exterior era muy complicado conseguir ese tipo de artículos, pero… tras tanta adversidad, tiroteos, luchas a muerte y timos con excavadoras, estar allí sentado tranquilamente fumando un puro de calidad como aquel, mientras charlaba con un mercenario musculoso, era lo más parecido a unas vacaciones que podía recordar. 

-“Hammy, creo que esto es el comienzo de una lucrativa amistad.”

Y ambos líderes se estrecharon la mano.
Aún no lo sabían, pero grandes y ruidosas serían con el tiempo las hazañas de los Gusanos de Arena de Hammerhead y los Supervivientes de Mallear, y acabarían por atraer todo tipo de atenciones inesperadas.

………………………………………….

      A muchas leguas de allí, al este, tras una recalentada extensión de dunas y suelo pedregoso y agrietado, se alzaba el Poso Sosial (un asentamiento levantado por una peculiar subtribu de orkos del Klan Luna Malvada, que al parecer pronunciaban las palabras con una dicción aún más extraña que la del resto de orkos, seseando profusamente). Los pielesverdes habían levantado una fortaleza con chatarra y restos de diversas procedencias, y en ella se dedicaban a realizar trueques, contrabando, compraventa de armas y piezas de vehículos y otros tratos comerciales que ningún humano habría esperado en una sociedad bárbara y salvaje como la suya. Eran bárbaros y salvajes, por supuesto, pero sabían a quién debían masacrar y a quién no para seguir obteniendo “benefisios y kompradoreh”. Era parte de “komportarse de forma sosial”, como decían estos orkos seseantes.

En una desastrada taberna, sobre una mesa hecha con un trozo de blindaje de un camión, estaban bebiendo licor de hongos varios orkos de esta curiosa subtribu. Uno de ellos, Sulgruk el Sumbao, conocido (y marginado) por ser un “sosio raro kon podereh malrolleroh”, sintió un escalofrío. Una sensación le recorrió el cogote y le hizo sentirse incómodo, como si algo peligroso se avecinase.
-“Bugrok, kreo ke v'a pasar argo chungo.”
-“Ehtoy okupao, kolega. Tengo ke kontar estos piñoh.”
-“V'a pasar argo chungo, van a venir a darnoh una buena.”
-“Ah, ké bien. Asín podré estrenar el akribillador tuneao ke voy a pagar kon estos… Kuántoh piñoh eran… Oh, mier…”

-“No, pero en plan chungo, sosio. Van a pasar kosah chungas, nos van a…”

-“Pueh kuéntaselo a Krukskul, kolega. Él es el ke manda akí. A mí ké me kuentah, yo sólo he venío a komprar munisión. Voy a ver al chapusero ése de Thugsnik y le voy a desir ke loh kuente él mismo si sabe lo ke le konviene…” -y el orko se alejó refunfuñando.

Sulgruk el Sumbao miró a su otro acompañante, Globrat Kabesadura, quien estaba inconsciente con la cabeza sobre la mesa tras haberse bebido catorce jarras de algo con mucha graduación.

-“Juer… y luego soy yo el sumbao…” -se dirigía a la salida en busca de alquien que le hiciese caso cuando entró en la taberna el mismísimo Krukskul, el jefazo del asentamiento, con cara de muy pocos amigos, incluso para tratarse de un jefe orko. Sulgruk el Sumbao no podía saberlo, pero Krukskul estaba de un humor de perros porque su camión acababa de averiarse (otra vez), en plena misión de recolección de chatarra, gracias a las incompetentes atenciones del Sosio Mekániko Thugsnik.

-“Krukskul, sosio, tengo k’avisarte de algo important…”

-“No tengo er día pa mierdah, pisha” -fue la respuesta de Krukskul, nada hostil, mientras con toda naturalidad lo alzaba con ambos brazos y lo lanzaba por la ventana improvisada de la taberna, como un luchador experto de lucha libre- “Ponme un rebuhito ehtrafuerte, sosio” -dijo apoyándose en la barra- “k’el malahe de mi mekániko me tiene kon un kabreo...”

Y así, la tranquilidad siguió reinando en el Poso Sosial, mientras a mucha distancia de allí, dos líderes mercenarios “sonrosaoh” miraban planos y hacían cálculos sin tramar nada bueno.

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