martes, 17 de diciembre de 2019

El Pozo



El joven avanzaba penosamente, paso a paso, por la tierra negra cubierta de cenizas. A su alrededor, un sinfín de fragmentos dispersos de piedra bruja iluminaban tenuemente la noche con su brillo verdoso. Tenía la camisa rasgada, sus ropas estaban manchadas de barro y sangre, y tenía magulladuras en la cara y los brazos. Ya casi no le quedaban fuerzas, llevaba huyendo… ¿cuánto tiempo? ¿Durante cuántos días había corrido y se había escondido de sus perseguidores? ¿Habían sido días? ¿Semanas, meses incluso? Estaba tan cansado… apenas podía recordarlo.



No había comido ni dormido desde hacía demasiado, aunque en esta ciudad maldita siempre era de noche, lo cual hacía imposible medir el paso del tiempo. La guardia le había apresado en su propio hogar, aquella cálida mansión que ahora recordaba como algo tan lejano, y sin darle explicaciones le habían encerrado como a un perro. Cuando preguntó el porqué, le golpearon. Después, cuando logró escapar de su celda, esos malditos cazadores de brujas le habían hostigado y perseguido incansablemente. Había pasado hambre, miedo y frío durante días, escondiéndose en el bosque como una alimaña. Sabía manejar la espada, y gracias a ello y a su talento personal había logrado salir airoso de un par de encontronazos… pero no sin un precio. El tajo que tenía en el brazo no dejaba de sangrar, y sabía que si no cauterizaba la herida o la cosía, aquello no acabaría bien.

Ni siquiera en Mordheim, la tristemente célebre Ciudad Maldita, había encontrado refugio. Hasta allí le habían dado caza, al parecer aquellos fanáticos estaban dispuestos a enfrentarse a los horrores de aquella ciudad fantasma con tal de atraparle. Pero hasta aquí no iban a seguirle, estaba seguro. El Pozo… un lugar de pesadilla, un infierno dentro de un infierno. Ante él, un paisaje desolador se extendía hasta donde alcanzaba la vista. No había edificios, pues no había quedado nada tras la caída del cometa. Sólo polvo negro, salpicado por los verdosos fragmentos de piedra bruja, y en el centro de aquella planicie de muerte y silencio, el Pozo. Allí mismo había caído el cometa que condenó a todos los que vivían en Mordheim.

Un inmenso agujero en el suelo… y hacia él se estaba dirigiendo. Sabía que ahí estaría a salvo, pero no sólo era eso, por algún motivo debía ir allí. Sabía que no era sólo un afán por sobrevivir, sino que de alguna forma era su objetivo… lo que había venido a hacer. Ya no sentía miedo. El aire era venenoso tan cerca del cráter, por las cenizas y el polvo de piedra bruja en suspensión, pero le daba igual. Sí, ya estaba harto de huir como una rata. Se sentía tan débil que no tardaría en desmayarse, pero con su última chispa de voluntad caminó los últimos pasos que le separaban de aquel abismo, y al llegar al borde, miró en su negro interior.

Entonces vio la eternidad. Vio la inmensidad, miles de mundos como el suyo… vio cosas que sabía que estaban más allá de su comprensión mortal, y que olvidaría en cuanto parpadease. Él era… tuvo que hacer un esfuerzo por recordar quién era, y cómo se llamaba. Sentía su mente difuminarse, mezclarse con aquella neblina, aquel vacío enloquecedor que le rodeaba y le envolvía. Todo se volvió negro, desaparecieron los miles de estrellas y los miles de mundos que vivían, morían y se hacían polvo en un abrir y cerrar de ojos, hasta que no quedó nada. Y cuando no hubo nada más que oscuridad, sintió que había llegado. Hasta allí había venido, ahora lo sabía. Allí moraba lo que le había estado llamando… y el joven dijo “Aquí estoy”.

Y el ser que moraba allí abajo le percibió, y le reclamó.

Entonces sintió cómo su consciencia se introducía en otra mente. Cientos de recuerdos, de sensaciones… de alguien a quien se le había negado todo. Todo lo que por derecho le correspondía, lo que había ganado justamente, le había sido arrebatado por otros que se creían mejores, sólo porque eran más fuertes. Alguien que había estado encerrado mucho más tiempo que él, que había sufrido y había sido castigado mucho más cruelmente que él… Vio a través de sus ojos un sinfín de victorias negadas, de burlas. Toda una eternidad siendo despreciado, coronando a otros menos merecedores con los dones y las bendiciones de sus amos, mientras él tenía que permanecer siendo sólo un siervo. Sintió todo aquel rencor, todo aquel amargo resentimiento acumulado durante siglos, todo aquel afán de escapar… Y de vengarse. Sí, eran iguales. Conocía sus motivaciones perfectamente, pues eran las suyas propias. Todo aquel resentimiento era el suyo propio, y ya estaba harto de huir. Aquel ser que le estaba abriendo su mente era inmensamente poderoso, y no sentía compasión alguna por un microbio como él… lo sabía, pues ahora estaba dentro de sus pensamientos. Sabía también con total claridad que iba a morir, que el ser iba a devorar su alma para convertirla en una diminuta fracción más de su poder, y que no podía hacer nada por evitarlo. Sintió rabia, sintió un odio negro hacia todos los que le habían fallado y le habían rechazado, llevándole a un final que no le correspondía. Al menos ya no iba a tener que huir como una alimaña. No huiría nunca más, ni se escondería, estaba harto… ¡Harto! ¡Todos aquellos que se habían creído mejores que él iban a pagarlo! Algo dentro de aquel abismo más allá del espacio y el tiempo sintió esa chispa de rebeldía, ese silencioso juramento, esa pequeña llama de voluntad que no se había extinguido a pesar de la debilidad y las penurias... y se sintió complacido.

El joven sintió que se le ofrecía un don y, sin necesidad de decir palabra alguna, lo aceptó. Cogió la oscuridad, la locura… y la hizo suya.

Cuando abrió los ojos, se había revestido con aquella oscuridad, había convertido su sufrimiento y su rabia en poder. Sus ropas seguían igual de sucias y rotas, pero sus heridas habían desaparecido, y no sentía hambre ni frío. Aquel ser le había dado nuevas fuerzas. Aquel ser… aquel que, como él, había sido rechazado. Juntos se vengarían. Juntos reunirían el poder suficiente. Tenía mucho que aprender, y había mucho por hacer… pero ahora sabía que los poderes que había tenido desde niño, y que había tenido que ocultar como algo vergonzoso, eran un don. Le hacían especial, le hacían poderoso… y la Ciudad Maldita podía fortalecerle mucho más. Miró a su alrededor, y comprendió lo que era la piedra bruja. Era magia cristalizada, poder en estado puro, y cuanta más reuniera para su señor, más fuertes se volverían ambos.

Miró entonces al Pozo, sabiendo que no era ningún cometa lo que había caído allí, condenando a una ciudad entera. Sonrió y se dio media vuelta, echando a andar hacia los edificios en ruinas que componían las tortuosas calles de Mordheim. 

-“Sí, ellos son más fuertes… de momento”.

Sabía que había sido elegido, que era un emisario oscuro, y tenía un mensaje que llevar a sus enemigos y los de su nuevo señor. Terror y desorden, eso era esta ciudad, y ahora era su hogar. Nadie jamás volvería a echarle de su hogar, y los que le habían perseguido iban a pagarlo muy caro. Igual que lo habían pagado ya su padre y su hermano mayor, cuando él usó sus poderes para escapar… y para hacer que la mansión de la familia ardiese hasta los cimientos con ellos dentro. Nunca debieron haberle entregado a la guardia de la ciudad, y pagaron el precio.

………………………………………….

Un trueno devolvió al presente los pensamientos de un brujo que, guareciéndose de la lluvia en unas ruinas, esperaba a que amainase un poco la tormenta. El hombre, envuelto en una gabardina y con el rostro oculto bajo un ajado sombrero picudo, miró a su alrededor. Otras figuras esperaban a su lado, algunas pertenecientes a hombres encapuchados, y otras a seres que no tenían nada de humano. Había hecho mucho desde aquel lejano día, mucho se había conseguido. La confortable gabardina de cuero que vestía, antaño propiedad de un arrogante capitán cazador de brujas, era prueba de ello.

Pero sin importar el tiempo que transcurriese, aún recordaba, como el primer día, su primera Peregrinación al Pozo.

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