Merodach sabía que
tenía que actuar con rapidez. De momento era de los pocos que habían recibido
noticia de lo ocurrido en el planeta selvático de Borneia, pero no tenía
ninguna duda de que en poco tiempo toda Commorragh se enteraría. Quizás alguno
de los azotes que volaban en esos instantes por los pináculos de la ciudad
estuviera llevando esa información al arconte de una cábala rival. Por ello
actuar con rapidez era vital.
Su primera reacción,
natural por otra parte, en cuanto se enteró de que el Marqués había sido
apresado fue la de hacerse con el control de la Cábala. Al fin y al cabo, alguien
que ostenta el título de jerarca o primer draconte es el que en mejor situación
se encuentra para convertirse en el nuevo amo en caso de que a su señor le pase
algo, y aunque tendría que competir con los demás dracontes, lo haría desde una
posición de ventaja. Sin embargo había dos factores que, tras meditarlo, le
impulsaron a no tomar esa decisión.
El primero era que el
Marqués todavía seguía vivo. Éste era un matiz muy importante, sobre todo
teniendo en cuenta que, por lo que le había dicho Oterarad a través de un
mensaje privado, varios contingentes eldars de mundos astronave, corsarios e
incluso arlequines se estaban movilizando para asaltar el lugar a donde lo
habían llevado preso. Seguramente el hemónculo estuviera exagerando a fin de
dar la impresión de que el cautiverio sería breve y que pronto el Marqués
volvería a Commorragh a reclamar sus pertenencias, pero por muy adulterado que
estuviera ese informe, la realidad era que el Cónclave de la Llave seguía en
Borneia, aparentemente con las tropas que habían acompañado al Marqués bajo su
control.
En segundo lugar,
estaba el asunto de los íncubos. Hacía poco habían sellado un pacto con la
Cábala de la Séptima Conciencia, pero Merodach sabía bien que esa alianza se
limitaba al Marqués, no a sus subordinados. Varios de estos guerreros de élite
custodiaban las cámaras privadas del Marqués en el Palacio de los Deleites, y
el jerarca sospechaba que si él intentaba acceder a ellas, le cerrarían el
paso, por mucho que se proclamara nuevo arconte. Además, sus espías le habían
comunicado que otra misiva de Oterarad había llegado a Commorragh, y su destino
había sido el Gran Templo de los Íncubos. Qué clase de información o
instrucciones llevaba era algo que sólo podía intuir.
En su escrito, Oterarad
había ordenado al jerarca que asumiera el control de la cábala en ausencia del
Marqués, tal y como había estado haciendo hasta ahora. No parecía darse cuenta
de que en cuanto se divulgara la noticia por Commorragh, la situación se
pondría mucho más tensa y que incluso podría haber una guerra con otras
cábalas. O si se daba cuenta, parecía que le diera igual. Lo único que decía
era que asegurara las posesiones del Marqués, pero no decía nada de que enviara
refuerzos. Pareciera que prefiriese que los mejores guerreros de la cábala se
quedaran defendiendo sus posesiones.
Todas estas
instrucciones de Oterarad no le gustaron nada, teniendo en cuenta que, de haber
alguien que pudiera atribuirse el derecho a hablar en nombre del Marqués, ese
alguien era él mismo, no el hemónculo. Sin embargo se guardó bien de manifestar
su ira o de incumplir sus instrucciones, pues poca gente en la Ciudad Siniestra
puede permitirse el lujo de enfrentarse al poder de un Cónclave, e incluso los
más poderosos arcontes tienen que medir sus palabras cuando tratan con ellos.
Un problema muy común
en todas las cábalas en cuanto son descabezadas es que casi todos los
integrantes tratan de mejorar su posición aprovechándose del caos generado. Más
peligroso incluso que las amenazas exteriores, este conflicto interno debilita
enorme a la cábala, fragmentándola en múltiples facciones, cada una luchando
contra las demás, y por tanto siendo mucho más vulnerables ante una amenaza
exterior, manifestada normalmente en forma de cábala adversaria completamente
unida.
Merodach, como todo
comorrita, sabía esto, y una vez hubo aceptado que no iba a intentar imponerse
como nuevo arconte, necesitaba acabar con esta amenaza. Por ello, lo primero
que hizo fue asegurarse de que todos los demás dracontes fueran asesinados. Era
posible que varios de ellos no hubieran pensado en sublevarse pero no debía
correr riesgos, aún si eso implicara el prescindir de varios oficiales
competentes. Ocho minutos más tarde, todas las cabezas que había pedido estaban
en sus aposentos. A continuación, Merodach movilizó a todos los guerreros de la
cábala ordenándoles tomar posiciones defensivas en todo el Palacio de los
Deleites, para prevenir cualquier tipo de amenaza. Un fuerte destacamento fue
enviado a los astilleros así como a otras posiciones estratégicas.
No habían pasado ni
veinte minutos desde que recibiera el mensaje de Oterarad cuando le llegaron
informes de que un nutrido grupo de íncubos se acercaba al Palacio y que pedían
entrar. Al parecer habían recibido instrucciones de defenderlo durante la
ausencia del Marqués, a quien les unía un pacto. Una hábil jugada de Oterarad,
pensó Merodach, dirigida a alejar de él toda idea de sublevarse. Tras
entrevistarse brevemente con el líder de los íncubos, no tuvo más remedio que
permitirles el paso y que se acuartelaran en el interior. Por lo menos los
íncubos aceptaron seguir sus instrucciones hasta que todo pasara, pues por su
disciplina sabían que en una situación de emergencia no hay nada peor que
varias cabezas dando órdenes, a veces contradictorias, en vez de una sola que
tenga una visión global de todo.
Pasaron varias horas
sin que aparentemente pasara nada. Visto desde fuera, el Palacio de los
Deleites tenía el aspecto del de un día normal, pero por dentro era un continuo
ir y venir de guerreros, armas y municiones. Los escudos de defensa fueron
activados, lo que dieron a sus esbeltos torreones y murallas un ligero color
azulado, apenas perceptible para otras razas pero perfectamente visible para
los agudos sentidos de un eldar. Era un aviso claro: la Cábala de la Séptima
Conciencia estaba preparada para cualquier amenaza exterior.
Finalmente, un
representante del Cónclave de la Llave hizo su presencia en el Palacio. En vez
de recibirle en alguno de los salones para invitados, Merodach acudió
rápidamente al patio en el que en ese mismo instante estaba aterrizando un
ponzoña. Varios guerreros montaban guardia alrededor del patio, con sus rifles
cristalinos preparados en caso de que la entrevista tomara un cariz amenazante.
Cuando el transporte se
quedó levitando a medio metro del suelo, el enviado bajó de un salto. Merodach
le reconoció enseguida. Por su cabeza calva de la que salían varias pequeñas
prominencias óseas distinguió sin atisbo de duda a Izch'Ikor, "el
Procreador". Varios siglos atrás, el jerarca había acudido a su quirófano
para someterse a una operación. Si bien estaba contento con el resultado (le
había añadido en los dedos varios nervios de recepción para que pudiera
degustar la sangre de aquellos a los que mataba con las manos desnudas), el
pago había sido muy elevado. Demasiado quizás.
Junto al hemónculo iban
tres acompañantes. Dos de ellos eran claramente hemacólitos, con una complexión
fuerte y un aspecto destinado a generar temor, pero que desprendía una ligera
aura de corrupción, como de algo que no estaba totalmente sano. El tercero era
una auténtica montaña de músculos, sin duda un guardaespaldas lobotomizado,
cuyo cuerpo había alcanzado ese estado a base de hormonas de crecimiento
acelerado y otra clase de productos extraños. Izch'Ikor se acercó, seguido a
poca distancia por su comitiva.
"Saludos, draconte. Me
alegra ver que has seguido los consejos de Oterarad en cuanto a la defensa del
Palacio. Sin duda la presencia de todos esos íncubos de "ayudará" a
tomar las decisiones correctas. Venía sólo a saludar y a informarte de que el
Cónclave de la Llave parte hoy mismo en dirección a Borneia. Parece ser que
allí nos uniremos a nuestros primos de Saim-Hann y juntos rescataremos a tu
Marqués."
"La verdad he de
reconocer que me sorprende tal implicación del Cónclave. Pese a las buenas
relaciones que tiene con la Cábala de la Séptima Conciencia, no deja de
llamarme la atención toda la buena fe de Oterarad. Qué amable por su parte
movilizar a sus tropas. Lo que no acabo
de entender es por qué ha asumido él el mando de la operación, en vez de
delegar en el segundo dirigente de la Cábala."
Hasta el eldar más
joven sabía que no había buena fe ni altruismo en las intenciones de Oterarad,
sino simplemente la visión de jugosos beneficios y reconocimiento en caso de
rescatarle, esos mismos que Merodach se perdería quedándose en Commorragh. El
hemónculo sabía analizar bien las situaciones de las que podía sacar provecho,
y esta era sin duda una de ellas.
"El Escultor de Almas
se desvela por el Marqués, al que le une una gran... amistad. Tanto es así que
nos está movilizando a muchos de sus camaradas, junto con nuestras mejores
tropas, para que vayamos a su encuentro. Tiene también gran confianza en ti, y
considera que eres el más indicado para garantizar la seguridad del Palacio de
los Deleites en caso de que alguien piense que quizás debería cambiar de dueño.
Pero primero, antes de poder partir, tengo que dirigirme a vuestros astilleros
para solicitar el uso de algunos transportes. En el Cónclave tenemos los
nuestros propios, pero no nos llegan para todo lo que queremos enviar. Querría
pedirte simplemente algún tipo de autorización que me facilitara las cosas con
quien tengas allí de responsable. Desde luego que pagaremos ahora la cuota
correspondiente, aunque estoy seguro de que a nuestra vuelta nos será
restituida. Con generosidad, me atrevería a decir. Claro que podría hacer todo
esto sin pedirte autorización, simplemente exigiéndote el pago de ciertas
deudas que tienes desde hace tiempo con nosotros, pero prefiero hacer las cosas
bien, sobre todo si nuestra causa es común."
Merodach estaba
acostumbrado a las bravatas y amenazas, pero dichas por Izch'Ikor, esas
palabras tenían un valor real. Un hemónculo no pierde el tiempo amenazando con
cosas que no puede hacer. Sin embargo, Merodach mantuvo el mismo tono que hasta
entonces, haciendo como que no las había oído.
"Bien, pero el pago
será el habitual y se abonará ahora. Como jerarca y responsable temporal de la
Cábala tengo que asegurarme de que se cumplen los procedimientos. Si luego el
Marqués considera que estáis exentos, eso ya no es asunto mío, pero hasta que
no esté de vuelta y de una pieza, todo seguirá el protocolo habitual."
"Oh, no te preocupes.
Tu Marqués volverá sano y salvo a Commorragh. Bueno, sano quizás no, pero no
hay nada que en el Cónclave no podamos hacer para conseguir que se recupere.
Mientras tanto, tú ocúpate de este bonito palacio y de esos lucrativos
astilleros. No creo que a tu señor le agrade volver a casa y descubrir que no
tiene... casa."
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