Tras descansar varias horas, se pusieron en movimiento. Los atardeceres en aquel planeta parecían ser excepcionalmente largos y lentos, y el sol no terminaba de ponerse, sino que iba cayendo por el horizonte perezosamente mientras la luz pasaba de ser purpúrea a un tono más anaranjado y cálido. No obstante, la temperatura había descendido varios grados y era éste el momento que habían estado esperando, para poder moverse sin soportar el abrasador calor de aquel mundo desértico. Viajaban a buen ritmo ahora que disponían de un vehículo, y tanto el módulo todoterreno como el bípode sentinel estaban especialmente bien adaptados al terreno pedregoso e inestable por el que se movían.
-“El todoterreno va como la seda” –decía Enoch, quien estaba
conduciendo ahora- “Las Fuerzas de Defensa Planetaria han traído buen equipo,
hay que reconocerlo.”
-“¿Cómo vas tú, Frost?” -Daryl hablaba por el comunicador
con su compañero- “Ese patizambo tuyo empieza a quedarse atrás, vamos a tener
que parar a esperarte si no te esfuerzas un poco, compañero. Ya sé que querías
competir con mi todoterreno, pero… En fin, no puedes dar la talla con un
cacharro como ése”
-“Muy gracioso, Guapo. Cuando nos encontremos más lagartos
de ésos o algo peor, ya correrás a refugiarte tras mi cañón.”
Mientras charlaban y se lanzaban pequeñas pullas, el grupo
avanzaba por entre cañones de afiladas rocas erosionadas por el viento, y por
gigantescas explanadas pedregosas. Finalmente el terreno escarpado dio paso a
un paisaje más arenoso, formado por pequeñas dunas y columnas de roca vertical,
similares a las estalactitas que habían visto en los alrededores del río, que
brotaban del suelo. Cada una mediría más de diez metros, o bastante más en el
caso de las más grandes, lo que hacía que la vista fuese todo un espectáculo. Estaba
empezando a levantarse una pequeña tormenta de arena, y todo empezaba a verse
difuminado a través de aquella cortina de polvo y gravilla en suspensión.
Mallear
iba en el asiento del copiloto, observando el paisaje con curiosidad, cuando
entre la polvareda distinguió la figura de un hombre a caballo. Fue durante
apenas un segundo, pero pronto distinguió un par más de ellas, galopando en
paralelo a su vehículo, a cierta distancia.
-“¡Muchachos!” –advirtió, mientras se incorporaba,
llevándose la mano a la pistola de plasma- “Mirad ahí. Creo que son rough
riders, quizá sí que haya tropas de la Guardia Imperial aquí”.
La radio chasqueó con una transmisión entrante: “¡Se os
están acercando por ambos lados, compañeros! Y son al menos diez. Son jinetes,
pero no los distingo bien.”
-“¿Todo bien ahí atrás, Frost?”
-“Sí, creo que aún no me han visto.”
-“Bien, no dispares hasta que yo te lo diga o hasta que nos
ataquen. Quizá aún podamos salir de ésta hablando, con el cuento habitual del
rogue trader.” –Un disparo rebotó en el blindaje delantero del todoterreno, a
un metro de Mallear- “Olvidad lo de hablar. ¡Fuego! ¡Abatid a esos cabrones,
muchachos!”
Fue entonces cuando los jinetes se aproximaron por fin,
habiendo perdido el elemento sorpresa, y pudieron verlos bien. Lo que montaban
no eran caballos, sino aquellos seres escamosos de color rosáceo similares a
grandes antílopes reptilianos, que habían visto bebiendo en los arroyos aquel
mismo día. Galopaban ágilmente, salvando con sus gráciles saltos los obstáculos
rocosos. Los guerreros que los montaban tampoco eran lo que Mallear y los suyos
esperaban encontrarse. Iban ataviados con unos trajes harapientos hechos de
muchas piezas distintas de tela y cuero, cosidas de cualquier manera, y
embozados en túnicas, capas o ponchos, para protegerse del sol. Sus caras
estaban ocultas por turbantes y capuchas, pero las armas que disparaban desde
luego no eran rifles láser imperiales. Empuñaban unos fusiles de cañón largo y
aspecto primitivo, pero que escupían algún tipo de proyectil de energía de gran
potencia.
Otra de aquellas bolas de energía verde chisporroteante impactó en el
todoterreno, dejando un agujero al rojo vivo en el blindaje. Mallear falló al
disparar al más cercano con su pistola, pero la andanada de disparos de
escopeta con que respondieron sus hombres derribó a dos atacantes. Un disparo
de energía alcanzó a Daryl el Guapo y lo derribó sobre Jethro. Mientras éste y
Macready atendían preocupados a su compañero, sin saber si el disparo lo había
matado, uno de los jinetes se acercó por el otro costado. Se puso a su altura galopando
a la misma velocidad que el módulo todoterreno, y abrió fuego. Era más
corpulento que los demás y llevaba un arma más pesada, una especie de cañón
cilíndrico unido por un puñado de cables a un generador que llevaba colgado a
la espalda. Aprovechó la situación para dispararles con impunidad, y un frenazo
de Enoch fue lo que les salvó, ya que el rayo de energía verde que brotó del
arma pasó justo por delante de ellos. Enoch hizo derrapar el todoterreno
bruscamente y cambió de dirección, tratando de atropellar al jinete, pero la
montura de éste se hizo a un lado con facilidad, saltando varios metros.
Mallear se estaba incorporando de nuevo en el asiento, tras haber sido
derribado por la violenta maniobra, cuando vio al jinete apuntando de lleno al
vehículo mientras profería algún tipo de grito de guerra o imprecación. El arma
emitió un silbido agudo mientras se cargaba el siguiente disparo, y la boquilla
de cañón empezó a iluminarse con un halo verdoso.
-“Pero ¿qué coj…” –Mallear se agachó todo lo que pudo en el
asiento, mientras el rayo de energía impactaba en el blindaje y levantaba una
lluvia de chispas incandescentes. En cuanto el flujo continuo de energía que
escupía aquel arma se desvaneció, se puso en pie en el asiento de un salto.
Afianzó su pierna biónica sobre el chasis del módulo para ganar estabilidad y apuntó
con la pistola de plasma a plena potencia. El jinete, que no esperaba tan
rápida respuesta, estaba recargando su cañón para un tercer disparo, y alzó la
cabeza demasiado tarde. Mallear pudo ver durante un instante a su atacante,
antes de apretar el gatillo, y lo que vio no era en absoluto un ser humano.
Tenía unos brazos anormalmente largos y desgarbados, y entre las tiras de
harapos podía verse que su piel era gris y estaba plagada de extraños bultos
y rugosidades. A través del turbante
distinguió unos ojos lechosos y brillantes y unos dientes puntiagudos en una
boca sin labios. Fue apenas un fogonazo, una imagen momentánea, pero Mallear
supo sin lugar a dudas que sus agresores eran mutantes.
-“Vaya puto día…” –y disparó, desintegrando gran parte del
torso del jinete, cuya mochila explotó. La mitad inferior del cuerpo calcinado
salió despedida hacia atrás mientras la montura huía despavorida.
A pesar del elemento sorpresa, los jinetes del desierto
parecían estar perdiendo la contienda. Los hombres de Mallear disparaban desde
la protección que les brindaba el chasis blindado del vehículo, que sus rifles
de energía no podían atravesar, mientras que las escopetas de los piratas
habían abatido ya a varios de ellos. Frost estaba abriendo fuego en ráfagas
cortas con el cañón automático del sentinel, aunque no disparaba a los que
estaban cerca del todoterreno por miedo a alcanzar a sus compañeros. No logró
hacer blanco, pero el atronador sonido del arma y las nubes de polvo que
levantaba con cada impacto contribuían a dispersarlos cuando se le acercaban.
Se alegró de tener la oportunidad de volver a pilotar un bípode de combate,
tras tanto tiempo. Hacía mucho que había dejado las Fuerzas de Defensa
Planetaria de Obscura, y desde entonces no había vuelto a tener ocasión de dar
utilidad a su formación.
Algunos de los jinetes parecían estar vacilando ante
las bajas sufridas, y empezaban a huir, pero el que parecía ser su líder los
estaba arengando en su incomprensible lengua, mientras alzaba su rifle en señal
de desafío. Mallear se dio cuenta de esto y le disparó un proyectil de plasma
incandescente que le arrancó el brazo izquierdo y le vaporizó la mitad del
costado. Tras esto, algunos de los mutantes intentaron llegar hasta su jefe a
la desesperada, quizá para socorrerle o recuperar su cuerpo, pero la lluvia de
disparos de escopeta no les permitió acercarse, y finalmente se batieron en
retirada, profiriendo gritos y maldiciones.
Enoch dio media vuelta al
todoterreno, que aguantaba a pesar de los múltiples impactos superficiales, por
si alguno les venía siguiendo. Mientras avanzaba, ya aminorando, a reunirse con
Frost, al que habían dejado algo atrás con su sentinel, pasó junto al maltrecho
cuerpo del líder mutante. Jethro observó que aún se movía, tratando de
arrastrarse hasta su rifle. Él y Mallear saltaron a tierra, y Jethro pisó el
rifle justo cuando el ser empezaba a alcanzar la culata con la punta de sus
dedos deformados, casi garras. La enturbantada criatura alzó la vista, y el
pirata le dedicó un simple gesto de negación con la cabeza. Tras esto, habiendo
gastado sus últimas fuerzas, se desplomó sobre la arena, con el enorme agujero
en el costado de su cuerpo aún humeando. Mallear lo volteó con su pierna
biónica, dejándolo tendido boca arriba, y el mutante quedó allí respirando
trabajosamente, mientras les miraba con sus ojos carentes de expresión. Mallear
enfundó la pistola y le hizo un gesto a su subordinado, tras lo cual regresó al
vehículo para ver si aún podía hacerse algo por Daryl. Cada cartucho contaba,
así que Jethro le dio una muerte rápida al mutante con su cuchillo de combate
y, tras coger el rifle de energía, corrió a reunirse con los demás.
Enoch y Macready estaban aplicando los cuidados de emergencia a la herida que tenía Daryl en el hombro. Al parecer el peto antifrag había absorbido parte del impacto, y la herida no tenía por qué ser incapacitante si se trataba a tiempo y no se infectaba.
Tras dejar a Jethro con ellos, Mallear se dispuso a echar un vistazo por los alrededores por si los atacantes habían dejado algo de interés. Fue entonces cuando, por encima del aullido del viento, le pareció oír el sonido de un motor. Entre la nube de arena en suspensión vio, a lo lejos, el contorno desdibujado de algún tipo de camión que avanzaba muy lentamente. Y por delante del vehículo, a sólo unas decenas de metros de él, había una figura observándole.
Apenas distinguía la silueta a través del polvo, pero era sin
duda de mayor tamaño y robustez que un humano. El ser se detuvo frente a uno de
los mutantes caídos, que aún se arrastraba. Lo alzó por el cuello sin esfuerzo
con uno de sus brazos y, tras mirarlo un instante, lo lanzó salvajemente contra
la columna rocosa más cercana, donde tras volar varios metros impactó con un
crujido de huesos rotos. Aquel ser tenía una fuerza enorme, de eso no cabía
duda, y llevaba en la otra mano algún tipo de maza o martillo. Una ráfaga de
viento dispersó por un instante el polvo en suspensión y ambos quedaron
mirándose. Mallear distinguió entonces sin lugar a error lo que estaba viendo:
un orko enorme.
El xenos ladeó la cabeza mientras le observaba, como si
estuviera a la vez extrañado e interesado por encontrarse algo así. Tras un par
de segundos en que ambos se estudiaron mutuamente, y al ver que el orko no daba
muestras de querer atacarle por el momento, Mallear retrocedió con cautela y
desapareció en la tormenta de arena.
El cañón automático estaba casi sin munición, el vehículo ya había sufrido bastante y Daryl necesitaba atención lo antes posible. Mejor sería desaparecer antes de que aquellos orkos empezaran las hostilidades. La tormenta de arena empezaba a amainar y la columna de humo hacia la que se dirigían ya no estaba tan distante en el horizonte. Si era un asentamiento, pronto llegarían a él. Aquel mundo estaba demostrando ser hostil a cada paso que daban, y lo estaban haciendo bien, pero no sabía cuánto más aguantarían. Mallear observó primero a sus fatigados hombres y después el cielo grisáceo, en el que la noche finalmente empezaba a hacerse notar. Mientras miraba las primeras estrellas y constelaciones que habían aparecido en el firmamento, todas ellas desconocidas para él, se sintió profundamente desvalido y abandonado a su suerte. Ojalá fuese un asentamiento. Necesitaban que lo fuese.
………………………………………….
En lo alto de
una duna, un jinete solitario no se había retirado con sus hermanos, y
observaba alejarse a aquel vehículo de ruedas mientras su andrajosa capa
ondeaba al viento. Amishar, erguido en su silla de montar de cuero de
lagartoide, observaba furioso a aquellos invasores sacrílegos que habían dado
muerte al Maestro Elohí. Pero así lo había predicho el Maestro, y las
revelaciones que los Dioses le enviaban siempre se cumplían. Ahora él dirigiría
a sus hermanos y, quién sabe, quizá volviesen a encontrarse con aquellos
humanos y pudiesen vengarse. Lo importante era resistir y sobrevivir, pues
ellos eran los habitantes originales de ese mundo y nadie debía disputarles su
derecho. Resistirían, y la tribu se haría más fuerte.
-“Hierro por dentro, hierro por fuera.” –murmuró.
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